'Arcade Fire se aburren hasta a sí mismos'
La verdad es que 2022 no está siendo un buen año para las viejas glorias del indie. Ya vimos en febrero que Animal Collective siguen bastante perdidos y parecen incapaces de recuperar el tono más de una década después de lanzar su obra maestra, Merriweather Post Pavillion (2009). En mayo le ha tocado el turno a otro de los grupos esenciales de la música alternativa de los años 2000: los canadienses Arcade Fire. El grupo liderado por Win Butler y Régine Chassagne entró en escena con el inmortal Funeral (2004), se confirmó con el ominoso Neon Bible (2007) y demostró su ambición con el conceptual y expansivo The Suburbs (2010). Tres discos como tres soles que les situaron como el grupo de rock de estadio con alma, dignos herederos de Springsteen, Bowie y U2 al mismo tiempo. Una vez alcanzado ese lugar de honor, sin embargo, la banda claramente fue perdiendo el pulso de lo que ellos mismos podían aportar, y con cada nuevo álbum esta desorientación se ha hecho más clara.
Y sobre todo, su empeño en parecer un grupo bailongo y divertido dio lugar a auténticos engendros (el pastiche dub de “Peter Pan” aún me causa pesadillas) que los escasos momentos de inspiración no compensaban (sigo pensando que “Put Your Money on Me” es una muy buena canción, pero no merece el suplicio que es escuchar “Chemistry”)
Reflektor (2013) no era un disco terrible, aunque sí demasiado largo y con momentos difíciles de entender. El intento de dar un giro bailable a su sonido tenía más sentido sobre el papel que en la práctica, y esto quedó aún más patente en Everything Now (2017), un álbum tan universalmente odiado que a veces casi me dan ganas de defenderlo, aunque sea complicado. Todos y cada uno de los defectos del grupo quedaron amplificados en este trabajo. Desprovistas del vibrante envoltorio de indie rock barroco de los primeros discos, sus letras se revelaban como facilonas, la pasión e inocencia que transmiten convertida en algo más bien forzado y vergonzante. Sus mensajes tecnófobos sonaban cada vez más vacíos: sus reflexiones sobre la vida moderna resultaban contradictorias con su propia posición privilegiada en la industria y sus estrategias de marketing agresivo. Y sobre todo, su empeño en parecer un grupo bailongo y divertido dio lugar a auténticos engendros (el pastiche dub de “Peter Pan” aún me causa pesadillas) que los escasos momentos de inspiración no compensaban (sigo pensando que “Put Your Money on Me” es una muy buena canción, pero no merece el suplicio que es escuchar “Chemistry”).
El propio grupo parece haber aceptado, a su manera, que Everything Now fue un error. El caso es que, tras cinco largos años de espera, su sexto álbum de estudio, WE, se está interpretando como una especie de “vuelta a las raíces” para el grupo, cosa de la que ellos son perfectamente conscientes. Esto les ha servido para cosechar críticas, si no entusiastas, sí al menos cálidas. No obstante, yo personalmente no oigo mucho de eso aquí. Está claro que WE no cae en las trampas más obvias de sus dos últimos discos: es su álbum más corto y no tienen tanta necesidad de hacer música bailable. Pero tampoco me parece que suene en casi ningún momento como sus tres primeros álbumes. Instrumentalmente, hay un claro protagonismo del piano y la guitarra acústica, frente a la riqueza y densidad de sus mejores canciones. Y sobre todo lo que pervive de su mala racha es la absoluta falta de tino a nivel compositivo y de producción.
La verdad es que casi es mejor no entrar en detalles más allá de confirmar lo que anuncia la presencia de Gabriel: esto es la versión millenial de la crisis de mediana edad que los boomers tuvieron en los ochenta
Por ejemplo, véase “Age of Anxiety II (Rabbit Hole)” (sí, también se mantiene su obsesión con las canciones con muchas partes). Su estribillo es simplemente malo. La letra sobre la adicción digital hace un total de cero comentarios perceptivos o novedosos. Y, por el amor de Dios, ¿a nadie en el estudio se le ocurrió pensar que esto suena horrorosamente mal? Cada pequeño detalle contribuye a la tortura, desde los irritantes y agudos sintes a la aburrida batería programada, pasando por las voces de Win y Régine, tan mal grabadas y mezcladas. La única cualidad redentora de la canción es un puente bastante aceptable que llega al final y es ahogado por la fatídica producción. Es aún más triste que los engendros del disco anterior, porque el problema no es el pastiche de géneros, sino la simple y llana falta de criterio. Por otra parte, para quien pensara que los bailecitos habrían pasado a mejor vida, ahí está “Unconditional II (Race and Religion)”, con sus congas y la aparición de Peter Gabriel. La verdad es que casi es mejor no entrar en detalles más allá de confirmar lo que anuncia la presencia de Gabriel: esto es la versión millenial de la crisis de mediana edad que los boomers tuvieron en los ochenta.
Sin llegar a esos extremos de mal gusto musical, buena parte del resto del disco da la misma vergüenza ajena. La monstruosa “End of the Empire” pretende ser una balada de orquesta del Titanic en honor al hundimiento del Imperio Americano. La mezcla de solemnidad y pretendida ironía resulta ridícula, y sus casi diez minutos de duración en total no se justifican de ninguna manera. En particular, la cuarta parte es exasperante: el saxofón de soft rock, el piano dramático y obvio y los coros bobalicones serían suficiente para querer detener la canción de inmediato, pero la frase central, “I unsubscribe” (“me des-susucribo”, una especie de renuncia simbólica al mundo de la tecnología) dan ganas de pegarle a Win Butler con la mano abierta. “Age of Anxiety I” comparte muchos de estos problemas, pero al menos tiene más sentido a nivel compositivo y concluye con un pasaje más emocionante.
Aun así, no todo es horror en WE. Las dos partes de “The Lightning” sí que recuerdan a los viejos tiempos del grupo, con esa épica mejor construida y medida, no forzada
Aun así, no todo es horror en WE. Las dos partes de “The Lightning” sí que recuerdan a los viejos tiempos del grupo, con esa épica mejor construida y medida, no forzada. La primera parte trae a la mente al Springsteen romántico de finales de los ochenta, y aunque los sintes puedan ser algo molestos por momentos, cualquier defecto se olvida con la fantástica transición a la segunda parte. La pura energía que transmiten la acelerada batería y el insistente bajo recuerdan a “Month of May”, y gracias a esa fuerza incluso la letra resulta más convincente, con esas referencias a los relámpagos que remiten a su himno “Wake Up”. Hay quien también oye ecos de sus primeros trabajos en “Unconditional I (Lookout Kid)”, la canción dedicada al hijo de Butler y Chassagne, aunque eso ya no lo veo tan claro. Para mí, realmente, el folk pop de esta canción recuerda más a Mumford & Sons o Of Monsters and Men (o incluso los colombianos Morat). Dicho lo cual, realmente es una canción tierna y bonita, aunque no sea precisamente original.
Tampoco hay mucho más que rascar en este álbum. La última canción, “WE”, es agradable de oír, aunque no progrese de forma demasiado lógica. Pero en conjunto el grupo suena tan perdido, cansado y falto de ideas como sugiere la letra. En esencia, la idea con la que nos dejan es “que paren el mundo que me quiero bajar”, unido a otro ejemplo de su superficial rechazo a la superficialidad (“I wanna give away everything in this house” es una frase bastante ridícula en boca de un blanco rico que vive en Nueva Orleans pero dice que no contribuye a gentrificar su barrio porque “ya fue gentrificado hace 200 años”). La verdad es que Arcade Fire casi parecen darse pereza a sí mismos a estas alturas, y se nota. Si alguien quiere escuchar algo que recuerde a Funeral en 2022, ahí está esa maravilla que es Ants From Up There, posiblemente el disco del año y hasta de la década. Le aprovechará mucho más el tiempo que escuchando WE.
Puntuación: 4/10