'Isaac Wood se despide de Black Country, New Road con una obra maestra'
No sé ni por dónde empezar esta crítica. Hace exactamente un año, descubrí a un grupo nuevo que me sorprendió y emocionó. Escribí sobre ello en este blog, y con el paso de los meses mi adoración por Black Country, New Road no hizo sino aumentar. Hace mes y medio, cuando escribí mi lista de los mejores discos de 2021, situé su debut, For the first time, en el tercer puesto y los bauticé como “la nueva única banda que importa”. Para entonces ya sabíamos que en febrero lanzarían su segundo LP, y yo estaba convencido de que iba a ser un discazo tras escuchar los espectaculares singles. Mi expectación no paraba de crecer, apenas podía pensar en otra cosa que en su música, fantaseaba con verlos en directo y cantar sus canciones a voz en grito y llorar de alegría.
Con esta incertidumbre y esta angustia escuché al fin 'Ants From Up There' el 4 de febrero. Y por más que no haya respuesta posible a esas cuestiones, la música ha demostrado una vez más su poder sanador, porque ahora mismo solo puedo sentir un profundo agradecimiento
Entonces, apenas unos días antes de la salida del álbum, sucedió lo impensable. Isaac Wood, cantante, letrista y guitarrista, dejaba el grupo alegando que sentía miedo y tristeza y se veía incapaz de seguir actuando. Los seis miembros restantes aseguraron que seguirían con la banda, revelaron que ya están trabajando en música nueva y poco después comentaban en una entrevista que quieren repartir el rol de cantante, que tanta presión implica. Sin duda es buena noticia que Wood haya tomado esta decisión en lugar de seguir a costa de su salud mental y, quizás, acabar en una tragedia mayor, como la de Ian Curtis. Pero la identidad del grupo está tan estrechamente ligada a su temblorosa y expresiva voz, a sus letras poéticas y vulnerables, que cuesta imaginar qué forma tendrá la música de Black Country, New Road en el futuro. Con esta incertidumbre y esta angustia escuché al fin Ants From Up There el 4 de febrero. Y por más que no haya respuesta posible a esas cuestiones, la música ha demostrado una vez más su poder sanador, porque ahora mismo solo puedo sentir un profundo agradecimiento.
No falla nada en este disco, no hay un solo momento que sobre, cada pequeño elemento suma para construir una obra maestra
Ants From Up There es desde ya uno de los discos de la década. Lo es por sus canciones complejas y redondas. Lo es por el talento de todos y cada uno de los músicos. Lo es por esas letras demoledoras y preciosas. Lo es por su producción elegante y valiente, cien por cien analógica, con casi todos los instrumentos tocados en vivo al mismo tiempo (espectacular el trabajo de Sergio Maschetzko, que además es un libro abierto a la hora de explicar el proceso de grabación). No falla nada en este disco, no hay un solo momento que sobre, cada pequeño elemento suma para construir una obra maestra. Desde esa “Intro” instrumental que condensa el sonido del álbum en menos de un minuto hasta los vibrantes compases finales de “Basketball Shoes”, Black Country, New Road te dejan con la boca abierta. Y lo mejor es que, si el primer LP destacaba por su oscuridad y por la tensión que se acumulaba de forma constante, este no podría ser más luminoso, más eufórico, más lindo. El grupo ha conseguido lo que al parecer se proponían: Ants From Up There es el sucesor espiritual y sonoro de Funeral, de Arcade Fire. Ahí están la forma de cantar casi a gritos de Wood, el magnífico uso de los coros femeninos, la densidad musical, el sentido de la épica, la brutal intensidad emocional y las referencias a la infancia.
Las diferencias estriban en que Black Country, New Road son aún mejores músicos que los canadienses, la producción es significativamente mejor y la tragedia que sobrevuela el disco no es la muerte de varios familiares, sino la ruptura de una relación (y la salida del cantante). Los demás referentes son tan dispares como brillantes: ellos han mencionado a Bob Dylan, Frank Ocean, Steve Reich, The Beach Boys o Neil Young, y otras personas han señalado a David Bowie, Philip Glass, Nick Cave, The Divine Comedy, Pulp... pero en todo momento, la música tiene una identidad propia, caracterizada por la elegancia con que las composiciones mutan y evolucionan. Es evidente que los siete miembros se conocen a la perfección, porque cada instrumento complementa a los demás en todo momento. No hay más que ver lo que consiguen en “Haldern”, una de las canciones más emotivas (que ya es decir), la cual desarrollaron ¡a partir de una improvisación en directo! El placer que sienten al tocar todos juntos, que varios integrantes han reivindicado como el alma del álbum, se percibe en los locos giros de “Chaos Space Marine”, en los fantásticos ganchos de “Good Will Hunting”, en los coros grupales de “The Place Where He Inserted the Blade”, en el impecable progreso de “Concorde”.
Pero de fondo hay una melancolía profunda, expresada en las letras de un Wood que siempre parece estar a punto de romperse en mil pedazos, a merced de los elementos
Pero de fondo hay una melancolía profunda, expresada en las letras de un Wood que siempre parece estar a punto de romperse en mil pedazos, a merced de los elementos. Los hitos líricos son demasiados para mencionarlos uno a uno (aunque aquí hay un análisis muy detallado). Baste señalar el más importante: la imagen del Concorde para representar una relación destinada al más estrepitoso fracaso. Algo bello pero peligroso, que conecta pero al mismo tiempo destruye (hay múltiples referencias a la comunicación mediada y rota por la tecnología), demasiado hermoso para abandonarlo incluso cuando es evidente que no tiene futuro. Igual de esencial es la capacidad que tiene el británico para sacudir emocionalmente con su voz, sea a través de un susurro (“I was made to love you, can't you tell?”, suplica en “Concorde”) o de un grito (“God of weather, Henry knows: snow globes don't shake on their own”, exclama repetidamente en “Snow Globes”). Es por estas cosas que cuesta imaginar el futuro del grupo sin él.
El disco sigue además un crescendo bastante claro. Empieza con canciones un poco más breves y tradicionales, pero después del sexto corte, “Haldern”, la cosa cambia. Primero suena una dulce composición de Lewis Evans, el saxofonista, dedicada a su tío Mark, fallecido por covid el año pasado, que era un gran fan de la banda; al final oímos la voz de Mark balbuciendo alguna melodía, y a pesar de la triste temática la sensación que queda es de ternura, como si se tratara de una canción de cuna. Esta pequeña transición da paso a las tres composiciones más largas del álbum, que lo cierran de forma apoteósica. “The Place Where He Inserted the Blade” pasa de parecer una dramática sonata de Chopin a sonar casi como un musical, con especial mención para un estribillo excelente que combina el patetismo, la ternura y el humor a través de otra gran metáfora: la de hacer de comer como símil de hacer el amor. Después llega el momento más loco del disco: los nueve minutos de “Snow Globes” se construyen sobre dos sencillas líneas de guitarra que se persiguen mutuamente mientras los demás instrumentos añaden capas melódicas, hasta que un avasallador solo de batería devora el resto de la instrumentación y asfixia de emoción.
Por si esto fuera poco, aún quedan los más de doce minutos de “Basketball Shoes”, una de sus canciones más antiguas y un clásico de sus conciertos, originalmente dedicada a un sueño húmedo sobre Charli XCX. Aquí se convierte en una apabullante síntesis de los temas del disco, tanto líricos como musicales. Los distintos movimientos recorren todos los extremos emocionales imaginables, hasta llegar a ese final épico en que Wood pronuncia unas palabras escalofriantes: “Oh, your generous loan to me/Your crippling interest”. ¿Se refiere quizás a nosotros, su público, que tan generosamente le hemos dado nuestra adoración sin pensar en el doloroso peso que nuestras expectativas ponían sobre sus hombros? Es imposible saberlo con seguridad, pero también quitarse la idea de la cabeza. En cualquier caso, así concluye no solo un disco legendario, sino una fase en la carrera del grupo más esperanzador de los últimos tiempos. Quién sabe el camino que seguirá esta banda. Por ahora, me conformo con escuchar en bucle el mejor disco de rock de la década.
Puntuación: 10/10