IMPONENTE EDIFICIO BAJO LA PLAZA DE LOS ALJIBES

El poderoso hechizo de la “catedral” subterránea de la Alhambra

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 24 de Abril de 2022
Un magistral reportaje de Gabriel Pozo Felguera que nos descubre el espectacular, misterioso y magnético aljibe de la Alhambra y sus leyendas. Ni los millones de turistas que cada año visitan la Alhambra, ni muchos granadinos, tienen idea de lo que se pierden bajo el lugar donde se toman un refresco o un bocadillo porque permanece cerrado. Pero, ante este impedimento, no te pierdas esta excepcional visita guiada por un maestro del Periodismo.
Aljibe de la izquierda, por donde discurre la escalera principal.
Aljibe de la izquierda, por donde discurre la escalera principal.
  • Es el aljibe más grande de Granada, tanto como una iglesia, acabado en 1494 para garantizar agua en caso de asedio de moriscos

  • El magnetismo del depósito atrajo a unos cuantos suicidas que lo eligieron para acabar con sus vidas; a un ahogado lo hallaron treinta años después

  • Los dos grandes hitos culturales sobre sus “bóvedas” fueron el Concurso de Cante Jondo (1922) y la recuperación de los Autos Sacramentales (1927)

Sobre los Aljibes de la Alhambra se cuentan decenas de historias. Casi todas inventadas. El misterio le rodea desde que el albercón más grande de Granada fue enterrado por miles de toneladas de cascajo. Para construirlo se utilizaron un barrio nazarita, un enorme barranco natural, un puente medieval y el cascajo de varios palacios demolidos. Su fábrica fue la mayor obra de ingeniería hidráulica del siglo XV. El fin era asegurar las reservas de agua en caso de rebelión de los mudéjares recién sojuzgados. Después se convirtió en el cargadero de infinidad de aguadores que la vendían por las calles de Granada. Lugar de tertulias, plaza de toros, campo deportivo y, en el siglo XX, teatro abierto. Pero también sus aguas ejercieron un profundo magnetismo para un puñado de suicidas que decidieron poner fin a sus vidas arrojándose a sus aguas. Los aljibes, hoy subterráneos y ocultos a las visitas, son tan imponentes que la Reina Católica exclamó cuando lo vio acabado en 1499: “Es como una catedral”.

Huelga profundizar el hecho de que la Alhambra actual es muy distinta a la que se encontraron los cristianos el 2 de enero de 1492. Hoy da la sensación de que toda ella está situada sobre una explanada en forma de barco, con escasa diferencia de cotas de nivel. Craso error. A finales del siglo XV existían claramente diferenciados dos montículos: el de los palacios y la Alcazaba. En mitad se abría un enorme barranco, de entre 8 y 10 metros de profundidad, por el que descendía la calle que bajaba desde la Puerta del Vino hacia el acceso a la desaparecida Puerta Real. Más o menos coincidente con la rampa que se recuperó hace unos años.

Alrededor de esa calle, a ambos lados, trepaban las casillas que formaban la puebla en torno a la Alcazaba, la parte más antigua de la ciudadela. Para salvar el barranco entre la Puerta del Vino y la rampa de la Alcazaba existió un puente (que está enterrado todavía).

Escalera situada en la cara norte, cegada con posterioridad a su construcción en el siglo XV.

El proyecto inicial tuvo seis aberturas con brocales para extraer agua, coincidentes con las bóvedas, de los cuales sólo se habilitaron dos hasta el siglo XIX; en la actualidad sólo queda uno

Nada más tomar Granada, Íñigo López de Mendoza, primer alcaide y gobernador militar, decidió construir un aljibe que garantizase por mucho tiempo el suministro de agua a la Alhambra y a buena parte de la ciudad. La situación político-militar estaba muy inestable todavía. Además, se acometieron obras de refuerzo como castillo militar. En el caso del depósito de agua, el alcaide recurrió a un afamado alarife del momento conocido como Francisco el Valencí. El maestro constructor aprovechó el enorme barranco que separaba los palacios y la Alcazaba, demolió las casillas que le estorbaban y allanó la base hasta tocar con la lastra madre. Fue el aljibe más grande diseñado y construido por el alarife: las medidas interiores son de 34 de largo, 12 de ancho y 8 de alto. Está construido en ladrillo cocido, enlucido con argamasa de color rojizo; exteriormente está envuelto en un muro de piedra de 5,5 metros de grosor y revocado imitando sillería. Interiormente, esta “catedral del agua” se divide en dos naves simétricas, sustentada por arcos de medio punto y arcos fajones. Le construyeron dos accesos, uno en cada extremo, mediante escaleras en zigzag. El proyecto inicial tuvo seis aberturas con brocales para extraer agua, coincidentes con las bóvedas, de los cuales sólo se habilitaron dos hasta el siglo XIX; en la actualidad sólo queda uno.

La construcción de estos aljibes discurrió en un periodo bastante corto, pues en el otoño de 1494 la vio el embajador alemán Jerónimo Munzer y ya la describió como acabada e impresionante en tamaño y resistencia.

Sección del cerro de la Alcazaba. Se ven la torre de la Vela, la del Homenaje y los aljibes subterráneos bajo la plaza. PAG

La capacidad a pleno llenado supera los 2.000 metros cúbicos de agua. Para comprender sus dimensiones, téngase en cuenta que el aljibe zirí más grande del Albayzín es el del Rey, de 300 metros cúbicos. Y ya es imponente recorrerlo por dentro. El fin de estos dos aljibes de la Alhambra fue doble; el principal, asegurar las reservas de agua en caso de sitio de la fortaleza militar en que quedó convertida la Alhambra a partir de 1492; por otro lado, también se garantizaba el suministro a las zonas más próximas. De hecho, el entorno habitado que rodea la Alhambra se abasteció a través del sistema de la ciudadela mediante el partidor que hay frente a la Puerta del Vino. Este sistema dejó de funcionar a partir de 1986.

A este lugar fueron a parar los escombros de las casas y palacios derruidos para levantar el Palacio de Carlos V, los restos palaciegos del Secano, los muros de la mezquita para sustituirla por Santa María de la Alhambra, las tumbas de las raudas, el palacio de Tendilla...

A principios del siglo XVI comenzó una vorágine de obras en la Alhambra que precisó de una escombrera cercana. El lugar elegido fue el barranco que rodeaba el edificio de los Aljibes, que en los orígenes estaba exento y elevado de su base. Poco a poco, el cascajo empezó a envolverlo y a rellenar los espacios desde la parte más alta hacia abajo. A este lugar fueron a parar los escombros de las casas y palacios derruidos para levantar el Palacio de Carlos V, los restos palaciegos del Secano, los muros de la mezquita para sustituirla por Santa María de la Alhambra, las tumbas de las raudas, el palacio de Tendilla, etc. etc. Por la parte baja se hizo un malecón para contener los escombros y no fuesen a parar a la muralla de ronda, de manera que fue necesario ir elevando su cota con el tiempo, hasta llegar al nivel que tiene actualmente. En la fachada de los Aljibes que mira al Albayzín hubo una puertecilla en cuyo dintel fue colocada una placa de mármol blanco recordando aquella construcción; esta placa fue retirada en 1599 y recolocada en el interior de la Puerta de la Justicia.

Placa que estuvo en el lateral norte de los Aljibes. Explica la toma de la Alhambra y la construcción del depósito de agua. Hoy está en la Puerta de la Justicia.

Leyendas y varios ahogados

A principios del siglo XVII el lugar debía estar ya bastante cubierto de cascajo, allanada la parte más próxima a la Alcazaba y en rampa hacía el centro. El interés de los alcaides sucesivos siempre fue conseguir una explanada de armas entre las fachadas del Palacio de Carlos V y el adarve que precede a las torres de la Alcazaba. Por eso, sus esfuerzos se encaminaron a ir rellenando el espacio para utilizarlo como campo de ejercicios militares y entrenamientos con caballería. Más tarde, a medida que la Alhambra iba perdiendo papel militar y ganando en actividad social, las explanadas se destinaron mercadillo, jardines, a plaza de toros, campo de juego de pelota y lugar de continua tertulia. Mucha tertulia.

Grabado francés de 1668 en el que se ve una exagerada planicie que unía la fachada del Carlos V con la vaguada de los aljibes, casi rellenada. Se ven los dos brocales que se conservaban entonces.

Para el siglo XVIII ya no se tenía conciencia de que bajo la explanada había enterrado un inmenso edificio en forma de aljibe, el más grande de Granada. El populacho creía que se trataba de un pozo de enorme profundidad, enigmático, lleno de tesoros. Se decía que había sido construido por los moros muchos siglos atrás, de manera que llegaba a un venero de aguas fresquísimas; de ahí que el agua saliese congelada. Se contaba la leyenda del moro que escondió allí el plano de su tesoro, disimulado en la Puerta Siete Suelos. También se hablaba de que lo poblaban extraños seres voladores que salían por la noche (quizás se cobijaran murciélagos), etc.

El agua de los Aljibes de la Alhambra se tenía como la más fresca y pura de toda Granada. Se decía que el enorme albercón se limpiaba y llenaba todos los años por enero. Pero la realidad era muy distinta

Washington Irving describió muy gráficamente la sociedad que se daba cita en aquella plaza en 1829: “En el pozo (Aljibes) existe una especie de tertulia perpetua, que se prolonga todo el santo día, formada por los inválidos, las viejas, y otros curiosos desocupados de la fortaleza, que se sientan en los bancos de piedra bajo un toldo extendido sobre el pozo para resguardar del sol al encargado…” Efectivamente, desde el XVIII, se generalizó la venta de agua callejera, traída de frescas y limpias fuentes para huir del tifus y cólera. El agua de los Aljibes de la Alhambra se tenía como la más fresca y pura de toda Granada. Se decía que el enorme albercón se limpiaba y llenaba todos los años por enero. Pero la realidad era muy distinta.

Las ordenanzas del siglo XV establecieron que se limpiase cada año. Se destinó personal a su cuidado, limpieza y cobro del agua que se extraía. No obstante, con el abandono de la fortaleza a partir de la llegada de Felipe V al trono, todo empezó a decaer. La limpieza de los Aljibes se espació a cada tres años. Y ya en el siglo XIX la desidia fue total, de manera que en alguna ocasión transcurrieron casi tres décadas sin limpiarlo. Y durante aquellas limpiezas era cuando precisamente surgían las leyendas, o no tan leyendas, de ahogados, muertos y desaparecidos. Porque las autoridades de la Alhambra procuraban ocultar lo que había en el fango del aljibe, pero tarde o temprano conseguía saberse. Sobre todo, cuando no se conseguía echar tierra al asunto e intervenía la autoridad judicial.

Al menos nos han quedado tres referencias muy concretas y por escrito a otros tantos suicidios. O asesinatos, que nunca se llegaron a esclarecer por completo

Las leyendas antiguas de Granada mencionan la aparición de varios cadáveres en los Aljibes, sin más documentación para demostrarlo. Al menos nos han quedado tres referencias muy concretas y por escrito a otros tantos suicidios. O asesinatos, que nunca se llegaron a esclarecer por completo.

El primero lo narra un documento del archivo de la Alhambra. Todo hace suponer que un un comerciante vecino del Albayzín decidió evadirse de esta vida al no poder hacer frente a sus abultadas deudas por juego. Se llamaba Pedro de Godoy. La mañana del 23 de enero de 1616, María de la Paz, la carnicera de la calle real, salió de casa a tirar la basura por encima de la muralla. Vio una capa sobre el brocal del aljibe y se acercó a curiosear. Sobre el agua flotaba el cadáver de un ahogado.

Su familia, a pesar de conocer sus tendencias suicidas anteriores con cicuta, intentaron que el veredicto fuese de asesinato por autor desconocido, para que el cura del Salvador no les impidiera enterrarlo fuera del camposanto. Pero el truco no coló

Hechas las oportunas investigaciones policiales, se averiguó por una sortija y unas medallas que se trataba de Pedro de Godoy, vecino de Plaza Larga. Su cuñado y sus vecinos declararon que días anteriores lo habían visto apesadumbrado y descuidado. El hombre era ayudante del fiel de la Alcaicería y tenía buena posición como comerciante de seda. Pero cayó en el vicio del juego y perdió 1.000 ducados a los naipes. Los indicios hacían pensar que se había quitado la vida; no obstante, el juez hizo pesquisas y practicó encarcelamientos de soldados de la Alhambra, e incluso de la carnicera, hasta que no tuvo más remedio que dar por archivado el asunto y aceptar que lo más lógico era el suicido. Su familia, a pesar de conocer sus tendencias suicidas anteriores con cicuta, intentaron que el veredicto fuese de asesinato por autor desconocido, para que el cura del Salvador no les impidiera enterrarlo fuera del camposanto. Pero el truco no coló.

En la limpieza de los aljibes que efectuaron los franceses en enero de 1811, al poco de tomar la Alhambra, se comentaba que habían encontrado varios esqueletos en su interior. Los gabachos recibieron un soplo de que querían envenenarlos con aquella agua pútrida de cadáveres, de manera que los granadinos habían arrojado allí animales y personas muertas. No quedó constancia de cuántos de aquellos huesos eran de animales y de humanos. Pero los franceses se cuidaron de beber aquella agua, limpiaron los Aljibes y pusieron vigilancia en la Acequia Real desde su toma por encima de Jesús del Valle.

Las cosas se pusieron feas porque los dos vigilantes negaron haber sido negligente en su custodia de los brocales

Un periódico nacional recogió, en 1847, otro extraño caso de cadáver hallado flotando en los aljibes. También esta vez, el juez del distrito del Campillo ordenó abrir una investigación.  El Español, en su edición del 21 de agosto, informaba que el 7 de ese mes se había abierto una investigación para esclarecer la muerte de un hombre en los Aljibes de la Alhambra. En esa fecha todavía retenía varios metros de agua; había dos vigilantes en los brocales, día y noche; y cuando no estaban, se tapaban para evitar extracciones o suicidios. El caso es que apareció un ahogado desconocido aquella mañana. La autopsia no llegó a identificar al finado, a lo sumo llegó a precisar que por lo menos hacía quince días que estaba flotando en el agua de la que cargaba buena parte de aguadores de la ciudad. Las cosas se pusieron feas porque los dos vigilantes negaron haber sido negligentes en su custodia de los brocales. El juez decidió encausar a los dos empleados por entender que al menos uno de ellos había sido cómplice de asesinato o, al menos, negligente en su trabajo.

El resultado final de aquel asunto fue el completo vaciado de los Aljibes, la basca de infinidad de compradores del agua de la Alhambra (a la que calificaban de tan fresca como la nieve) y la pérdida de negocio para los aguadores durante aquel verano.

Aljibe gemelo de la izquierda, visitado por autoridades en su limpieza de 1944. PAG.

Su cadáver no fue descubierto hasta la siguiente limpieza, unos treinta años más tarde

Hay otro caso más documentado de ahogado en los Aljibes de la Alhambra, este ya para finales del siglo XIX. Salió a relucir durante el proceso de limpieza de 1944, cuando se comentó que a finales del siglo anterior se había colado un turista alemán a visitar el aljibe, prácticamente vacío. El curioso debió colarse cuando estaba la rejilla de la escalera abierta. Nadie se percató de ello. Cerraron la trampilla y se fue todo el mundo. En días siguientes debieron llenar los aljibes y allí quedó ahogado el alemán. Su cadáver no fue descubierto hasta la siguiente limpieza, unos treinta años más tarde. Fue identificado por una medalla que llevaba, ya que su desaparición fue denunciada por su consulado. Este asunto lo recoge José Luis Entrala en su libro sobre Anécdotas turísticas de Granada (2014), a su vez tomada de una noticia de IDEAL de 1944.

Aquel año precisamente fueron limpiados a fondo los Aljibes por orden de Francisco Prieto-Moreno. Llevaban nada menos que 27 años sin limpiarlos. Se hizo una visita guiada con las autoridades locales, pues la intención era incorporar este patrimonio a la visita turística. Pero al final se olvidó el asunto. El fotógrafo Torres Molina hizo las primeras fotos iluminadas de esta “catedral” subterránea.

La antigua entrada a la bóveda y escalera en zigzag está tapada con obra en la actualidad (en el centro).
El único brocal de acceso ha quedado integrado en el quiosco de la plaza.

El conocido cañero Enrique de la Elvira, o que vivía en calle Elvira, era jefe de cañeros por entonces; el hombre contaba en Plaza Nueva cómo él había sacado a media docena de ahogados durante los años trabajó en la Alhambra

Desde la etapa de Modesto Cendoya como director del monumento quedaron asegurados los accesos al brocal, para evitar accidentes como los descritos. También durante su mandato, a principios del siglo XX, quedó completada y arbolada la enorme explanada. Los suicidas, o asesinos, ya no tenían posibilidad de utilizar el agua de los Aljibes para desaparecer cuerpos. No obstante, el siglo XX todavía ha demostrado que las oquedades de la Alhambra han sido oscuro objeto de deseos de suicidas; si no podían arrojarse a los Aljibes, lo harían a los silos nazaritas. Durante el tiempo que permaneció abierto el silo de la Alcazaba, dos fueron las personas que se arrojaron para quitarse la vida. Y un tercero eligió el silo del Secano, el más grande, para poner fin a su existencia.

Incluso pueden haber sido muchos más, sobre todo a lo largo del turbulento siglo XIX. El conocido cañero Enrique de la Elvira, o que vivía en calle Elvira, era jefe de cañeros por entonces; el hombre contaba en Plaza Nueva cómo él había sacado a media docena de ahogados durante los años trabajó en la Alhambra.

Espacio teatral de primer orden

La “catedral” permanece completamente oculta bajo la explanada ya desde principios del siglo XX. El lugar es visto como un enorme espacio abierto para espectáculos musicales y teatrales. Los primeros en darse cuenta de su silencio y sonoridad fueron los organizadores del Concurso del Cante Jondo, hace ahora justo un siglo.

Gallego Burín, como director de la obra, y Hermenegildo Lanz como escenógrafo e iluminador, acometieron un espectacular montaje del auto sacramental 'El gran teatro del mundo', de Calderón de la Barca

El siguiente, continuando el ejemplo, pero perfeccionándolo, fue el flamante catedrático Antonio Gallego Burín. Se le ocurrió recobrar las representaciones de autos sacramentales del siglo XVIII, ya que desde que los prohibiera Carlos III, en 1765, no se había visto ninguno ante la fachada de la Catedral, Bibarrambla o Real Chancillería. El lugar escenario fue precisamente la explanada de los Aljibes, recién remozada. No obstante, todavía faltaba por retocar el quiosco montado alrededor del único brocal que se dejó para sacar agua del aljibe.

Gallego Burín, como director de la obra, y Hermenegildo Lanz como escenógrafo e iluminador, acometieron un espectacular montaje del auto sacramental El gran teatro del mundo, de Calderón de la Barca. Lo hicieron dentro de la programación del Corpus de 1927, con la colaboración de la sección de damas del Ateneo de Granada, que presidía y financiaba la Marquesa de Cartagena (Blanca Bachué de Barraute y Mira-Perceval).

Palcos y patio de sillas montados sobre los aljibes en junio de 1927 para el debut de los autos sacramentales. TORRES MOLINA.
Varias escenas del auto, con escenografía de Hermenegildo Lanz. TORRES MOLINA.
Página que dedicó la revista Reflejos en julio de 1927 al éxito obtenido por las representaciones del auto de Calderón y el entremés de Cervantes.

Lanz montó un vanguardista escenario junto a la rampa de acceso de la Alcazaba; en el lateral del adarve incluso construyeron palcos para quienes se los pudiesen pagar; el patio de butacas estuvo lleno de los granadinos más pudientes. La compañía de actores estuvo formada por los jóvenes más potentes de la aristocracia y burguesía granadinas: Mercedes Márquez Yanguas (esposa de Torres Balbás), las hermanas María y Antonia Andrada Barraute (hijas de la Marquesa), Francisco García Lorca, José López Ruiz, Esteban lumbreras, José Gómez Sánchez-Reina, Francisco Oriol Catena, Paquito Fernández de Prada… La música había sido arreglada por Manuel de Falla y la dirección de orquesta corrió a cargo de Ángel Barrios.

Fue un rotundo éxito al que vinieron periodistas de Madrid. Todo el mundo pidió que se repitiera varios días para que pudiesen asistir más granadinos, no sólo los escogidos pudientes de la primera sesión

Además, otro grupo representó un entremés de Cervantes (Josefina Méndez Rodríguez-Acosta, Esteban Lumbreras, Purita Bermúdez, Paquito Aguilera, Francisco Oriol Catena y Antonio Álvarez de Cienfuegos. Y por si fuera poco, se remató la velada con Danza de Aldeanos, con una veintena de bailarinas del Ateneo.

El espectáculo empezó a las 22,30 y se alargó hasta muy de madrugada. Pero no fue dentro del Corpus como se tenía previsto, el sábado 18 de junio, sino que problemas de electricidad obligaron a posponerlo al 27 de junio. De todas formas, fue un rotundo éxito al que vinieron periodistas de Madrid. Todo el mundo pidió que se repitiera varios días para que pudiesen asistir más granadinos, no sólo los escogidos pudientes de la primera sesión.

A partir de entonces, la explanada que esconde este imponente edificio, la “catedral del agua”, ha venido siendo utilizado como un excelente espacio para conciertos

A partir de entonces, la explanada que esconde este imponente edificio, la “catedral del agua”, ha venido siendo utilizado como un excelente espacio para conciertos. En 1952, cuando comenzó el Festival de Música y Danza de Granada (también por iniciativa de Gallego Burín), fue elegido este lugar para conciertos. Y así, suma y sigue.

Decía Jesús Bermúdez, arqueólogo de la Alhambra durante muchos años, que entre 1900 y 1980 sólo se había vaciado y limpiado seis veces. En la limpieza de 1979 se sacaron cinco centímetros de fango. Él conoció como nadie los vericuetos del agua en la Alhambra; también la infinidad de leyendas que rodeaban los misterios de los Aljibes. Propuso abrirlo al público. Incluso se barajó la posibilidad de reproducir alguno de los brocales pensado en 1494; pero al final se mantuvo su clausura por motivos de seguridad.

Ni los millones de turistas que cada año visitan la Alhambra, ni muchos granadinos, tienen idea de lo que se pierden bajo el lugar donde se toman el café o su bocadillo. Una pena.

Azulejo en el lateral de la plaza de los Aljibes que recuerda alguno de los eventos musicales celebrados en el lugar.

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