'Breve apunte intelectual sobre consensos, acuerdos y disensos'
Dediqué muy recientemente una tarde al noble arte del (re)aprendizaje intelectual, que no hay que perder las buenas costumbres. El protagonista, don Manuel Azaña. Y la cita, doble. La exposición "Intelectual y estadista", que, en el Hospital Real, ha organizado Acción Cultural Española, y que muestra de manera sucinta el recorrido intelectual, periodístico, literario y político de quien fue Presidente de la República. Y la conferencia "Azaña, más razones que votos" organizada por la Cátedra Fernando de los Ríos de nuestra Universidad, que mostró un perfil quizá diferente y algo provocador (como toda buena conferencia), y desde luego, muy interesante, del modo de pensar y ejercer el poder del sr. Azaña.
Y es a partir de ese disenso desde el que se puede construir o bien un acuerdo político o elaborar un programa consensuado de mínimos. Obviamente, si todas, o la mayoría de posiciones discrepantes, lo quieren
Ambas experiencias dan para estar escribiendo una semana entera, pero aprovecharé esta tribuna para reflexionar sobre el alcance de los términos consenso, acuerdo y disenso, referidos a la época en la que Manuel Azaña fue protagonista clave de la política española, y también el recorrido que la actualidad les ofrece a dichos términos, a la vista de las experiencias constitucionales de 1931 y 1978, y más allá de su innegable significado coyuntural, que parece otorgar superior valor al consenso y al acuerdo que al disenso. Cuando quien suscribe estas reflexiones mantiene que la virtualidad y la esencia de la democracia es el disenso entre diferentes opciones políticas. Y es a partir de ese disenso desde el que se puede construir o bien un acuerdo político o elaborar un programa consensuado de mínimos. Obviamente, si todas, o la mayoría de posiciones discrepantes, lo quieren.
Justamente por ello, fue el foco de las críticas de quienes no compartían ese proyecto de país. Algo que ha ocurrido, y sigue ocurriendo, en la actualidad. Por eso, el proyecto de Azaña (y de mucha más gente) transitó desde el gobierno (1931-1933) hacia la oposición (1933-36)
No cabe duda de que Azaña fue el centro de las críticas de las fuerzas conservadoras y monárquicas durante la República. Cabe abrir el debate del porqué de esa focalización, desde el punto de vista de la actuación política, en el determinado contexto histórico en que se produce. Azaña tenía un claro proyecto de país y de sociedad, radicalmente diferente al que estaba vigente en España. Tenía claras las deficiencias políticas, de largo recorrido histórico, que aquejaban a la sociedad, y creía disponer de los elementos de reforma y de cambio político. Y ciertamente, tanto el proyecto, como las deficiencias y las reformas, eran públicas y notorias para la inmensa mayoría del país. Justamente por ello, fue el foco de las críticas de quienes no compartían ese proyecto de país. Algo que ha ocurrido, y sigue ocurriendo, en la actualidad. Por eso, el proyecto de Azaña (y de mucha más gente) transitó desde el gobierno (1931-1933) hacia la oposición (1933-36).
Pero también cabe complementar esa pregunta con otra no menos sugestiva. Si la conveniencia u oportunidad de ese consenso es a costa del proyecto en sí
Cabría preguntarse si el citado proyecto político (reformador, descentralizador, laico, etc.) hubiera precisado un mayor grado de consenso o de acuerdo para su implantación. Si hubiera sido necesario incorporar al mismo a más fuerzas políticas, incluso fuerzas contrarias a dicho proyecto, en aras a ese consenso. Cabría preguntárselo para aquel momento histórico, y cabe hacerlo para cualquier momento político. Pero también cabe complementar esa pregunta con otra no menos sugestiva. Si la conveniencia u oportunidad de ese consenso es a costa del proyecto en sí. En ese caso, la balanza ofrece dos fieles de semejante valor. De un lado, un gran acuerdo o consenso nacional. Del otro, un proyecto político que, en aras a ese consenso, puede verse desdibujado o directamente eliminado para convertirse en otro proyecto diferente o en nada.
Y no escondo mi opinión, en concreto en el tema del carácter laico del Estado, en tiempos de la República y ahora. Ni la Constitución, ni la legislación, puede contemplar, simultáneamente y a la vez, el carácter laico del Estado, y por tanto, la supresión de la enseñanza de la religión en las escuelas, con el carácter confesional de la enseñanza
No es sólo un dilema intelectual el anterior. Afecta al pulso diario de la ciudadanía, a los sentimientos y a las convicciones, que siempre han de modularse en función de las convicciones contrarias, pues en democracia, unas veces triunfan unas y otras veces, otras. Pero es evidente que hay asuntos que o son o no son. Y no escondo mi opinión, en concreto en el tema del carácter laico del Estado, en tiempos de la República y ahora. Ni la Constitución, ni la legislación, puede contemplar, simultáneamente y a la vez, el carácter laico del Estado, y por tanto, la supresión de la enseñanza de la religión en las escuelas, con el carácter confesional de la enseñanza. No acierto a vislumbrar donde estaría la posición de consenso en ese asunto. Si es A, no puede ser B y viceversa.
La de 1978 tomó uno algo diferente y aunque las consecuencias, afortunadamente, distan un abismo de las ocurridas en la República, en términos de acuerdo o consenso, es evidente que una de las posiciones, en disenso, ha salido beneficiada
Ya he reflexionado en alguna ocasión en que quizá lo conveniente fuera decir claramente y sin tapujos que en ese asunto (y seguramente en otros) es materialmente imposible el consenso. La Constitución de 1931 tomó un camino, legítimo y con mayoría parlamentaria, que se demostró que no era el idóneo. La de 1978 tomó uno algo diferente y aunque las consecuencias, afortunadamente, distan un abismo de las ocurridas en la República, en términos de acuerdo o consenso, es evidente que una de las posiciones, en disenso, ha salido beneficiada.