Llamadas perdidas
A los primeros teléfonos sin hilos en España se les llamó ‘horterolas’ porque aquellas primeras personas que los utilizaban se los ponían en la oreja más que nada para fardar. Había quienes fingían hablar con ellos e incluso quienes utilizaban una imitación sin conexión alguna. Ahora todo el mundo tiene móvil y dicen las estadísticas que hay quienes sufren depresiones cuando no pueden utilizarlo, no para hablar sino para llenar las pantallas de mensaje y estar conectado a internet.
Recientemente he estado en un viaje en el que participábamos cinco parejas. Los diez con móviles. Recorríamos un país en el que apenas hay cobertura y en muchas ocasiones veía a mis compañeros de viajes inquietos intentando buscar cobertura para sus teléfonos. Quién lo conseguía alertaba a los demás como Rodrigo de Triana alertó a los marineros de la Santa María: “¡Aquí se puede!” Adivinaba su ansiedad como cuando se adivina el del fumador que se encuentra en un sitio en el que no puede fumar. Mi desasosiego era similar al de ellos. Al llegar al hotel lo primero que preguntábamos era la clave para utilizar el celular a través del wifi. Algunos no llegábamos ni a la habitación, en el mismo hall del hotel nos conectábamos como locos a Internet para ver los ‘guasap’ que habíamos tenido o para ver las novedades en el Facebook.
El otro día en un programa de radio preguntaban a los oyentes qué en caso de que te des cuenta de que has olvidado el móvil, qué distancia estarías dispuesto a recorrer para solucionar el olvido. Un oyente dijo que un día que salió de viaje se dio cuenta de que había olvidado el teléfono cuando llevaba cien kilómetros. Volvió a por él. Otro joven fue más contundente en su respuesta: “A mí nunca se me olvida el móvil”
Está claro que estamos cada vez más obsesivos con las nuevas tecnologías y que eso va en contra de la convivencia. Un amigo me contó anécdota de un hombre que le dice a un compañero de trabajo: “Mi mujer me ha dado un ultimátum porque siempre estoy distraído con el móvil. Dice que o le presto más atención a ella o… no sé qué más ha dicho”.
Aunque a veces las nuevas tecnologías son cómplices del amor. Antes de que se inventara el ‘guasap’, conocí a una pareja que utilizaba el sistema de llamadas perdidas para demostrarse su amor. Como sus teléfonos siempre estaban sin saldo, se llamaban uno a otro pero sin contestarse. Según me contaba él, una llamada perdida significaba “Te quiero mucho”. Dos llamadas perdidas: “Te quiero mucho y estoy loco por ti”. Tres llamadas perdidas: “Te quiero mucho, estoy loco por ti y te voy a comer la boca cuando te vea”. Y así sucesivamente. Un día la joven miró el móvil y tenía veinte llamadas perdidas de su novio. El móvil estuvo a punto de incendiarse.