Campaña contra la violencia digital
MEDIO SIGLO DEL LEVANTAMIENTO ESTUDIANTIL Y OBRERO

Las peripecias del 'terrorista' Joaquín Sabina en la turbulenta Granada de 1970

Ciudadanía - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 15 de Marzo de 2020
Te ofrecemos una excepcional historia de lucha colectiva antifranquista, que merecía ser rememorada, con el gran cantautor Joaquín Sabina, como hilo conductor, cuando se cumplen 50 años de la eclosión del movimiento estudiantil y obrero en Granada de resistencia contra la dictadura. Un gran relato que firma Gabriel Pozo Felguera, para leer y compartir.
Recorte de The Sun (16 enero 1971) donde Joaquín, con su amante Lesley Bennun (la Pimpinela Escarlata), se presentó en Edimburgo como un desertor perseguido por Franco y solicitaba asilo político.
ARCHIVO CCOO
Recorte de The Sun (16 enero 1971) donde Joaquín, con su amante Lesley Bennun (la Pimpinela Escarlata), se presentó en Edimburgo como un desertor perseguido por Franco y solicitaba asilo político.
  • El poeta-cantante ubetense formaba parte de la célula que rompió una luna y tiró un cóctel molotov al Banco de Bilbao de Plaza Isabel la Católica

  • Sabina falsificó un pasaporte, huyó a Escocia para no hacer la mili y montó una estrategia para hacerse pasar por exiliado político perseguido por Franco

  • Atentados irresponsables de tres comandos al margen del PCE llevaron a la cárcel a la cúpula del comunismo granadino y su procesamiento durante siete años

  • Joaquín permaneció en el exilio británico hasta 1977; estuvo en busca y captura tras ser culpado por sus ex-camaradas ante el Tribunal de Orden Público

Este año 2020 conmemoramos medio siglo de la eclosión estudiantil y obrera en Granada. Fue el punto de inflexión contra el franquismo opresor. Asambleas permanentes en las aulas, cierre de facultades, carreras, vuelo de octavillas, huelga de la construcción, tres muertos por disparos de la policía, estado de excepción, decenas de encarcelados… y cócteles molotov contra oficinas bancarias y el sindicato vertical. Todos los caminos de la agitación cultural, universitaria y obrera llevaban al Partido Comunista (PCE) y a las Comisiones Obreras (CC OO), casi únicas organizaciones que se movían por entonces en la lucha antifranquista. Y en aquel revolútum estudiantil apareció un joven estudiante de Letras, llegado de Úbeda; poeta, músico, mujeriego, ácrata, juerguista y con pretensiones de ser reconocido por el PCE. Se llamaba Joaquín Ramón Martínez Sabina, aunque ya tenía claro que sería artista y se presentaba con el nombre que le ha llevado a los altares de la música: Joaquín Sabina. Su participación en una acción terrorista contra un banco le cambió la vida para siempre; también al PCE de Granada y a muchos de sus militantes.

La historia del tumultuoso año 1970 en Granada comenzó realmente unos cuantos años antes. El Partido Comunista quedó como única fuerza política en la clandestinidad a partir de 1940. Muy minoritario, primero se centró en apoyar el maquis en espera de que las potencias aliadas hiciesen caer la dictadura del general Francisco Franco. El partido fue constantemente hostigado y desmantelado por la policía política. Muchos de sus militantes sufrieron palizas, exilio, cárcel y ejecuciones. Hasta que el reconocimiento de la dictadura por EE UU y la llegada de las primeras bases militares a territorio español les convencieron que la lucha contra el régimen había de cambiar su orientación.

El encargo consistía en ir tejiendo una red de colaboradores y militantes, e introduciéndose poco a poco en el sindicato vertical, los tajos y la Universidad

En los primeros años de la década de los sesenta, el PCE en el exilio envió a Granada a Francisco Portillo Villena (1930-2013), emigrante granadino en Francia. El encargo consistía en ir tejiendo una red de colaboradores y militantes, e introduciéndose poco a poco en el sindicato vertical, los tajos y la Universidad. En este último campo había un caldo de cultivo excelente, sobre todo en la Facultad de Letras. También algo en Ciencias y un poquito en Medicina y Farmacia.

Palacio de las Columnas, en la calle Puentezuelas, donde estuvo la Facultad de Filosofía y Letras entre 1946 y 1977.

Y la policía, que no era tonta, tenía ojos y oídos en todas las aulas y bares de los alrededores al Palacio de las Columnas, donde por entonces se ubicaba la Facultad de Letras. La Brigada Político Social (BPS) sabía quién entraba y salía a los bares Natalio, Enguix y Bimbela, principales centros de conspiración estudiantil. Aquí se enteraron de quiénes iban a ir al homenaje de Antonio Machado a Úbeda (20 de febrero de 1966); sabían perfectamente quiénes estaban detrás del primer homenaje a Federico García Lorca (1968). El jefe de la Brigada Político Social, Francisco González Huertas (El Jirafa), se desplazó a Úbeda a impedir que los autobuses llegaran al lugar del homenaje y frustrarlo. También él ordenó retirar la portada del cartel homenaje a García Lorca, consistente en una hoja en blanco con una mancha roja (sangre) en el centro. Pero al menos dejó hacer en este caso al promotor Luis Castellón y su grupete de amigos.

A principios de 1968, la policía decidió crear el grupo de Orden Público en la UGR. El motivo era controlar el paulatino incremento de asambleas diarias en aulas y patios, manifestaciones, pegadas de carteles y suelta de octavillas callejeras

A principios de 1968, la policía decidió crear el grupo de Orden Público en la UGR. El motivo era controlar el paulatino incremento de asambleas diarias en aulas y patios, manifestaciones, pegadas de carteles y suelta de octavillas callejeras. Se trataba de una mezcla de protestas por motivos meramente estudiantiles, unida a la aparición del Sindicato Democrático de Estudiantes (SDEUG) y quejas puramente políticas. Detrás de todo siempre se encontraba la incipiente estructura del PCE, que había conseguido atraer a unas docenas de estudiantes. Letras estaba perfectamente conectada también con las Comisiones Obreras.

Emerge Joaquín Sabina

La familia de Joaquín Ramón Martínez Sabina (Úbeda, 1949) se puede decir que era de ascendencia acomodada en época de hambre. Su madre, onubense, procedía de familia de propietarios; su padre, jienense, había visto interrumpida su vocación religiosa por la guerra civil; después consiguió trabajo como policía nacional y para 1966 era el comisario de Úbeda. El hermano Francisco, cuatro años mayor que Joaquín, también se encaminaba al oficio del padre (se jubiló en 2009 como comisario en Jaén, tras cuatro décadas de servicio).

El garbanzo negro de la familia parecía ser Joaquín. De adolescente ya había hecho novillos amorosos con una niña mona de su pueblo. En el curso 1966-67, llegó a Granada con sus 17 años. Se matriculó en filología románica. Descubrió que Granada era el paraíso, comparado con Úbeda. El paraíso de la libertad, de las salidas nocturnas sin hora de regreso, de la música, las primeras drogas… Pero también el paraíso de la poesía, de la amistad sincera con el malogrado poeta Pablo del Águila (la mayor promesa local desde García Lorca) y de la imponente minifalda de la británica Leslye Bennun. En la Facultad conoció a Juan de Loxa, el mayor agitador cultural de la época, que preparaba su proyecto de Poesía 70 y tenía la habilidad de convertir un recital poético en una protesta antifranquista.

Portada del número 1 de la revista Poesía 70, dirigida por Juan de Loxa (1969). Sólo se editaron los números 0, 1, 2-3 entre 1968 y 1970.
Poema publicado por Joaquín Sabina en el número 1 de Poesía 70.
Poema-dibujo de L. E. Aute aportado para el número 1 de Poesía 70. El gobernador impuso una multa por este dibujo. En los dos siguientes números que sobrevivió, la censura se empleó a fondo en ella.

En la primavera de 1968, sin tener nada que ver con el Mayo parisino, los estudiantes de Granada, aumentaron sus protestas por motivos varios. Detrás siempre estaba la gente del PCE, cuyo objetivo final no era otro que derrocar al régimen franquista. Aquellos estudiantes, que se embriagaban con quintos de cerveza en los bares Natalio y Nueva Delhi, salían eufóricos a manifestarse y repartir octavillas en cualquier concentración. Y colocar pancartas por patios universitarios y esquinas. Por entonces, Sabina empezó a flirtear con el PCE, solicitando su afiliación. Pero el PCE, con una estructura muy vertical, de difícil comunicación y muy desconfiado por tantas redadas y palizas, daba largas al asunto.

Para empeorar las cosas, en Barcelona hubo serios disturbios; en Madrid, la policía mató al estudiante Enrique Ruano Casanova. Hubo que cerrar las universidades unas semanas. La primavera de 1969, en pleno estado de excepción, se puede decir que fue de la eclosión de Joaquín Sabina como agitador político

Sin embargo, la situación de cierta permisividad policial estaba empezando a endurecerse. El 24 de enero de 1969, Franco ordenó el primer estado de excepción en España (durante los tres siguientes meses); las consecuencias del Mayo parisino y su contagio a otros países propiciaba protestas y atentados contra intereses españoles en medio mundo. Para empeorar las cosas, en Barcelona hubo serios disturbios; en Madrid, la policía mató al estudiante Enrique Ruano Casanova. Hubo que cerrar las universidades unas semanas. La primavera de 1969, en pleno estado de excepción, se puede decir que fue de la eclosión de Joaquín Sabina como agitador político. Pero su ficha policial se la abrieron unas semanas después, ya acabado el estado de excepción (el 12 de junio), cuando se animó a salir en compañía de Lesley y otros colegas a lanzar una panfletada antifranquista por las salas del Palacio del Cine. Inmediatamente corrieron a esconderse a sus casas durante unos días; los estudiantes de pueblos, se iban a ver a sus familias. No obstante, la pérdida de una carpeta con datos dio pista de los autores. La policía practicó algunas detenciones y decretó confinamientos de estudiantes en casas de familiares de otras localidades; era una forma de retirar de la circulación a los universitarios más beligerantes.

Los confidentes de la Facultad, amén de los propios policías que se movían a diario entre estudiantes, lo identificaron como uno de los revoltosos de las octavillas. La Brigada Político Social de Granada llamó a la comisaría de Úbeda pidiendo que localizaran a un estudiante ubetense que se llamaba Joaquín Ramón Martínez Sabina

Y Joaquín Sabina se fue a Úbeda.  Los confidentes de la Facultad, amén de los propios policías que se movían a diario entre estudiantes, lo identificaron como uno de los revoltosos de las octavillas. La Brigada Político Social de Granada llamó a la comisaría de Úbeda pidiendo que localizaran a un estudiante ubetense que se llamaba Joaquín Ramón Martínez Sabina.

La sorpresa del comisario que estaba al otro lado del aparato debió ser mayúscula. Se pedía a Jerónimo Martínez Gallego que detuviera al estudiante que resultaba ser su propio hijo y lo condujese a la Jefatura Superior de Policía, en la calle Duquesa de Granada. El comisario de Úbeda no tuvo más remedio que detenerlo, pedirle que subiera al coche para entregarlo a sus jefes. En la entrevista oral que guardan los archivos de CCOO con Sabina (hecha ya en plena democracia), el cantante recordaba la escena de la siguiente manera: “Cuando me interrogan, me dicen todo el tiempo que no me daban dos hostias porque estaba mi padre ahí. La comisaría de Úbeda dependía administrativamente de la de Granada y, entonces, cuando mi padre viene a la Jefatura de Granada pensé que me iban a echar una bronca a mí. Pero no, porque el comisario jefe le dijo delante de mí: “Estuve el otro día en la comisaría de Úbeda y eso estaba manga por hombro…” Aquello me pareció de una vileza tal que, después de haberme detenido mi propio padre, el hijo de puta le echa una bronca delante de mí… ¿Cómo es posible ser tan vil? Mi padre, el pobre, estaba como un flan…”

Joaquín sólo fue fichado en aquella primera detención, pero no multado ni encarcelado. Lo hubiera preferido a ver a su padre humillado. Estuvo confinado tres meses sin poder salir de su casa de Úbeda. En cierto modo, sintió complejo de niño privilegiado por ser hijo de un comisario de policía. Se temió que ese aspecto influyera en adelante en un posible rechazo por parte de los camaradas de lucha de la Facultad y del PCE. Un borrón en su expediente de luchador contra la dictadura franquista.

La sangrienta huelga de la construcción

El curso 1969-70 acabó en la Universidad de Granada como uno de los más movidos en lucha contra el régimen. Pero justo cuando los estudiantes ultimaban los exámenes y se perdían para las vacaciones, tomó el relevo el sector obrero de la construcción. De ahí que la movilización contara mayoritariamente con participación de obreros. Se negociaba el convenio sectorial entre patronal y representantes sindicales; desde finales de junio se sucedían reuniones entre las partes, que no servían para acercar posturas.

Postal de los años 70. En primer término, el monumento a Isabel la Católica. Al fondo, el edificio del Banco Central (esquina de Gran Vía); a su lado, Telefónica. Y a la derecha el recién inaugurado edificio del Banco de Bilbao, objetivo del cóctel molotov. (La fachada ha sido reformada con posterioridad).20 de julio de 1970 quedaron rotas las negociaciones. El 21 fue convocada una asamblea en la Casa Sindical (posterior sede de sindicatos en la Avenida de la Constitución). Se decidió iniciar una huelga indefinida el día 21; se congregaron varios miles de trabajadores del sector en las inmediaciones del bulevar. Una columna obrera se encaminó a informar a los muchos tajos que había en la construcción de edificios del Camino de Ronda. A mitad de trayecto, entre la calle Santa Bárbara y la Facultad de Ciencias, les cortaron el paso los antidisturbios. Les conminaban a disolverse, ni siquiera podían caminar normalmente por las aceras.

Los obreros permanecían a la puerta de Sindicatos en espera de saber lo que decidía la asamblea, vigilados por la Policía. Momentos después, los tres de abajo resultaron asesinados por disparos policiales.

En el interior del edificio sindical se continuaba negociando en tono tranquilo. Hasta que unos delegados salieron y propusieron interrumpir la huelga, se les abonarían las horas de la concentración como trabajadas. Incluso la policía les prestó un megáfono para informar. La idea era retomar las negociaciones al día siguiente. Pero los obreros no aceptaron el receso y decidieron seguir con la huelga e iniciar una manifestación pacífica.

Los antidisturbios, desorganizados, se replegaron sobre la Casa Sindical, pero atrás quedaron cuatro vehículos, de los que tres fueron volcados por los manifestantes. Uno de los conductores disparó para protegerse. Se lió la de San Quintín

El jefe de los antidisturbios les informó que no se permitiría la manifestación. Debían disolverse antes del tercer toque de corneta. Empezó el nerviosismo, los obreros se dividieron en dos grupos, uno hacia el Triunfo y otro hacia la Caleta. Sin que nadie oyese ya el tercer toque de corneta, los nerviosos antidisturbios comenzaron sus cargas. Por allí acertó a pasar un camión cargado de bovedillas; los albañiles las arrojaron al suelo y empezaron a responder a los policías. Los antidisturbios, desorganizados, se replegaron sobre la Casa Sindical, pero atrás quedaron cuatro vehículos, de los que tres fueron volcados por los manifestantes. Uno de los conductores disparó para protegerse. Se lió la de San Quintín. Con los antidisturbios rehechos, disparando y persiguiendo a los trabajadores calle Doctor Olóriz hacia arriba. Decenas de albañiles se protegieron dentro del Hospital Clínico, adonde el capellán no dejó entrar a los policías.

Cuando cesaron las carreras, los disparos y se disipó el humo, se pudo comprobar la tragedia en el campo de batalla: tres obreros fallecieron por los disparos policiales, casi un centenar más resultaron heridos por balas perdidas y tres docenas de policías sufrieron heridas por las pedradas.

Lo ocurrido en Granada fue un aldabonazo en el mundo obrero español y entre los luchadores antifranquistas. Aunque la censura intentó distorsionar los hechos, pronto se conoció la realidad de lo ocurrido. De eso se encargaron precisamente el PCE, las Comisiones Obreras y la campaña informativa que emprendieron los estudiantes de la UGR. Granada fue un símbolo que sirvió de referente a otras provincias para negociaciones de convenios colectivos y huelgas en los siguientes meses.

Monumento en la Caleta que rememora la batalla campal y los asesinatos de obreros en julio de 1970, diseñado por María Ángeles Lázaro Guil.

El gobernador civil de Granada, Antonio Gómez Jiménez de Cisneros, se empeñó en culpar a pequeños grupos de infiltrados y provocadores, no al colectivo obrero. La tensa situación continuó días más tarde, debido al empeño político de que no se celebrase una misa multitudinaria en la Catedral en memoria de los tres fallecidos (Cristóbal Ibáñez Encinas, Antonio Huertas Remigio y Manuel Sánchez Mesa habían sido enterrados casi en el anonimato en Granada, Maracena y Armilla). Pero con la intermediación de los curas obreros y ante la ausencia del Arzobispo, la misa tuvo lugar con más de 2.000 asistentes. La huelga continuaba.

El funeral en la Catedral derivó en cerco policial y encierro de los obreros. Nuevas detenciones y fichajes de los asistentes. El encierro se fue desinflando poco a poco, hasta concluir dos días después (el 24 de julio). Fue la primera vez que la Iglesia Católica apostó claramente por los trabajadores y defendió sus posturas, o al menos el diálogo para resolver los conflictos

El funeral en la Catedral derivó en cerco policial y encierro de los obreros. Nuevas detenciones y fichajes de los asistentes. El encierro se fue desinflando poco a poco, hasta concluir dos días después (el 24 de julio). Fue la primera vez que la Iglesia Católica apostó claramente por los trabajadores y defendió sus posturas, o al menos el diálogo para resolver los conflictos. 

La huelga consiguió firmar un convenio colectivo mínimamente aceptable para la parte social. Lo peor de aquel turbio asunto fue que jamás se procesó a ningún policía como culpable de la orden de disparar ni a los agentes autores de los disparos mortales.

El Comité Central del Partido Comunista celebrado cerca París, en agosto de 1970, dio la orden de no hacer uso de la violencia en la lucha contra el régimen franquista; y controlar a los grupos de exaltados que pululaban en los alrededores del partido. Santiago Carrillo se inclinaba por la reconciliación nacional y el fin pacífico del franquismo. En el verano de 1970 se calcula que el PCE mantenía unos 200 afiliados clandestinos en Granada, organizados de manera vertical, en células de 4-6 personas, infiltrados en la Universidad, en las grandes empresas e intentando influir en el sindicato vertical granadino. También es cierto que en torno al PCE había otros muchos grupúsculos comunistas, maoístas, marxistas-leninistas, etc. que campaban a sus anchas y eran de difícil control.

Estado de excepción de 1970 e indisciplina de Sabina

El estudiante, poeta y cantante Joaquín Sabina estaba centrado en colaborar con Juan de Loxa en la revista y programa radiofónico Poesía 70 (en cuyo número 1 sacó un poema) y en sus amoríos con Lesley Bennun. Vivía en un piso con Javier Terriente, futuro secretario del PCE. Las tensiones sociales y políticas iban en aumento en Granada en el otoño de 1970, cuando comenzó el curso en la UGR. Los tres muertos de la reciente huelga eran difíciles de olvidar. El movimiento obrero se creía en deuda y crecido; el universitario se solidarizaba. Cada vez había más asambleas diarias en las aulas, con las consiguientes amenazas de la autoridad académica de clausurar los cursos y permitir la entrada de la policía en las aulas (como de hecho ocurrió muchas veces).

Y por si la tensión fuese poca, el 4 de diciembre fue decretado el estado de excepción por segunda vez en dos años. A la tensa situación sociopolítica se sumaba el comienzo del Proceso de Burgos contra activistas de ETA; se pedían varias penas de muerte para ellos. Aquella anulación de derechos civiles, y supresión del habeas corpus para encausados, aumentó la indignación en Granada. Las órdenes del PCE y de las Comisiones Obreras continuaban siendo presionar con huelgas, manifestaciones, panfletadas, asambleas… hacer todo el ruido que se pudiera. Pero se insistía en no recurrir en ningún momento a la violencia.

Por aquellos días, Joaquín Sabina había insistido en que le aceptaran su militancia en el PCE. Al igual que hicieron muchos otros estudiantes de la Facultad de Letras; creían que la presión y aislamiento internacional iban a acabar con Franco. Pero la comunicación y la transmisión de ideas y órdenes dentro de aquel partido clandestino eran complicadas y peligrosas

Fue el momento en que los estudiantes se manifestaban casi a diario, hacían sentadas ante la Audiencia y protagonizaban el colgado de grandes carteles y pancartas en las calles. Por aquellos días, Joaquín Sabina había insistido en que le aceptaran su militancia en el PCE. Al igual que hicieron muchos otros estudiantes de la Facultad de Letras; creían que la presión y aislamiento internacional iban a acabar con Franco. Pero la comunicación y la transmisión de ideas y órdenes dentro de aquel partido clandestino eran complicadas y peligrosas. Nadie se fiaba de nadie. No se habían olvidado de que Joaquín Sabina había recibido un trato de favor en su detención del año anterior, precisamente por ser hijo de un comisario de policía y hermano menor de otro inspector. El señorito camarada les ofrecía algunas dudas.

Joaquín y su grupo más próximo no se dieron por enterados de las órdenes del PCE emanadas de la reciente reunión de París: nunca recurrir a la violencia ni al vandalismo. El PCE tampoco quería que se hiciera huelga en la UGR, porque la gente se quitaba de en medio yéndose a sus casas y no se movilizaba. Era mejor acompañar el Proceso de Burgos con concentraciones (saltos los llamaban entonces) ante la Audiencia y en Puerta Real. La policía empezaba a estar más nerviosa que en el estado de excepción del año anterior, por lo que entraba sin pudor a las facultades a detener a estudiantes.

El 9 de diciembre, la policía entró a saco a la Facultad de Letras y disolvió la asamblea de cada día. El gobernador calificó la actitud estudiantil de subversiva. Era normal que cada día fuesen detenidos varios estudiantes y pasaran la noche en los calabozos. El Sindicato de Estudiantes Universitarios (SDEUG), controlado por el PCE, recibió órdenes de tensar la situación, pero llegó tan lejos que convocó huelga general hasta después de Navidad.

Primer cóctel contra el Banco de Bilbao

El 9 de diciembre comenzaban días de vértigo para Joaquín Sabina y estudiantes en la periferia del PCE, pero incontrolados por el partido. La noche de aquel día, primero de la huelga de Letras, se reunió una especie de célula dispuesta a dar la campanada. Lo formaban dos estudiantes de Letras, uno de Medicina y otro de Ciencias, entre ellos Joaquín Sabina. El jefe del comando (un estudiante de Medicina malagueño) sí conocía explícitamente que no debía recurrirse a la violencia, se lo había dicho el secretario del PCE, pero se pasó la orden por el forro. Los cuatro llenaron un botellín con gasolina, fabricaron un cóctel molotov artesanal y se proveyeron de unas cuantas piedras. También llevaban una bolsa con un centenar de panfletos antifranquistas.

Eligieron el cuarto ventanal de la fachada, el que hace esquina con la calle Padre Suárez; lo rompieron a pedradas y después lanzaron el cóctel molotov

Alguno de ellos había hecho práctica de fabricación y lanzamiento de cócteles molotov en unas canteras cercanas a Granada, pero en general todos ellos eran unos aficionados inconscientes. Con mucha ilusión y poca paciencia. Quizás influidos por unos vasos de vino y ansias de ganar prestigio ante la estructura directiva del PCE. Los cuatro se dirigieron a la oficina casi recién inaugurada del Banco de Bilbao en la Plaza Isabel la Católica. Eligieron el cuarto ventanal de la fachada, el que hace esquina con la calle Padre Suárez; lo rompieron a pedradas y después lanzaron el cóctel molotov. Dejaron esparcidos por el suelo los pasquines y desaparecieron en la oscuridad de la noche. Eran entre las 22,30 y 22,45 horas de la noche.

Bajos del edificio del antiguo Banco de Bilbao. La célula estudiantil rompió la luna que se ve tras la farola y lanzó por ahí el botellín con gasolina.

La gasolina produjo un pequeño incendio en el patio de operaciones. Un joven transeúnte rompió un cristal y lo apagó sin mayores problemas. Los bomberos acabaron de controlar la situación y la llegada del director de la oficina, Antonio Fernández, constató que no habían producido ningún otro tipo de daños.

Ordenó que la información se camuflase lo más lejos posible de las páginas del Proceso contra ETA, mejor en los espacios de sociedad o sucesos, casi como una gamberrada sin importancia

Las informaciones de la marcha del juicio de Burgos y el secuestro del cónsul alemán por ETA ocupaban aquellos días grandes espacios en los periódicos locales. A pesar de la férrea censura, se permitió incluso informar brevemente de protestas y detenciones en el País Vasco y en países extranjeros. Pero el gobernador civil de Granada no accedió a que ni Patria ni Ideal, los dos únicos diarios locales, resaltasen el ataque al Banco de Bilbao. Ordenó que la información se camuflase lo más lejos posible de las páginas del Proceso contra ETA, mejor en los espacios de sociedad o sucesos, casi como una gamberrada sin importancia. Y de manera muy abreviada.

Noticias breves publicadas por Patria e Ideal el 10 de diciembre de 1970, donde se recogía el primer atentado contra el Banco de Bilbao.

Pero para jefe de la Brigada Político Social no se trataba de una gamberrada. Todo lo contrario, era un atentado terrorista en toda regla. Los del PCE habían atravesado todas las rayas rojas. Ya no se trataba de carreras por las calles, vuelo de panfletos o pega de carteles, aquello era obra de terroristas. Igual que los de ETA. Y empezaron las detenciones y las torturas.

La policía granadina detenía e interrogaba a los miembros más finchados del PCE, empezando por Paco Portillo. Nadie entre los comunistas tenía ni idea de quiénes eran los cuatro jóvenes que se vieron correr tras el cóctel molotov del banco

Joaquín Sabina decidió largarse a Úbeda, ya que había huelga en su facultad. Era el 10 de diciembre. La policía granadina detenía e interrogaba a los miembros más fichados del PCE, empezando por Paco Portillo. Nadie entre los comunistas tenía ni idea de quiénes eran los cuatro jóvenes que se vieron correr tras el cóctel molotov del banco. Era verdad, pues se debía haber tratado de una iniciativa de los muchos grupúsculos incontrolados. A pesar de ello, las culpas y las primeras palizas se cebaban sobre los dirigentes del partido. Y estos no podían señalar a nadie porque era verdad que nada sabían de la autoría.

Dos nuevos cócteles molotov

La situación era susceptible de empeorar. Y empeoró. Volvió a ocurrir la noche del 19 de diciembre, justo cuando terminó el consejo de guerra en Burgos con la petición de nueve penas de muerte. Aquella noche, poco antes de las ocho, se volvieron a registrar otros dos nuevos atentados de corte terrorista en dos lugares alejados de Granada. Parecían perfectamente coordinados, para despistar a policía y a bomberos. El primero afectó a la oficina del Banco Hispano Americano de la calle Recogidas. El comando, formado por cinco jóvenes, rompió dos lunas con adoquines y lanzó tres cócteles molotov al interior. Se produjeron incendios que lograron ser controlados antes de que llegaran los bomberos. Había transeúntes en la calle Recogidas que aseguraron a la policía que el grupo terrorista estaba formado por cinco jóvenes, huidos en motos.

Prácticamente a la misma hora, el segundo lanzamiento de piedras y varios cócteles molotov tuvo lugar en la Casa Sindical, por la calle María Luisa de Dios. Era sábado por la tarde y se suponía que dentro del edificio no habría nadie. Pero dentro aún quedaban un vigilante, algunos funcionarios y personal de la emisora sindical de la planta superior. En este caso las llamas sí causaron algunos daños más, ya que afectaron a archivos, persianas y a la primera oficina de la Caja Rural. El incendio fue controlado sin mayores problemas por los bomberos.

Los testigos declararon que en este caso habían sido dos jóvenes los autores, huidos rápidamente en una motocicleta.

Noticias de Ideal y Patria en las que se daba cuenta de los cócteles incendiarios contra el Banco Hispano Americano y la Casa Sindical del 19 de diciembre.

Francisco González Huertas (El Jirafa), el jefe de la BPS, tuvo claro desde un principio que aquellos tres comandos que habían atentado contra el Banco de Bilbao, Banco Hispano Americano y Casa Sindical estaban formados por siete personas. Siempre pensó que cuatro de ellas habían repetido en dos atentados, a pesar de que ya tenía detenidos a algunos de los que pensó actuaron el día 9. Tenía que entregar siete cabezas de turco al gobernador civil. Nunca pensó que los protagonistas podrían haber sido 11 personas en vez de 7, sin repetir en dos lanzamientos.

En las dos últimas semanas de diciembre de 1970 y primeras de 1971 fueron detenidas y encausadas 34 personas como consecuencia de la aplicación del estado de excepción, entre estudiantes y obreros, la mayoría militantes del PCE y/o CC OO. A siete de ellos se les cargó con la culpa de haber sido los terroristas de los cócteles molotov

En las dos últimas semanas de diciembre de 1970 y primeras de 1971 fueron detenidas y encausadas 34 personas como consecuencia de la aplicación del estado de excepción, entre estudiantes y obreros, la mayoría militantes del PCE y/o CC OO. A siete de ellos se les cargó con la culpa de haber sido los terroristas de los cócteles molotov. Ellos lo negaron en todo momento, pues sólo llegaron a sospechar en principio que había sido obra de incontrolados. Próximos al PCE, pero incontrolados y sin órdenes políticas directas. De hecho, aquellas tres acciones incontroladas causaron mucho mal a los dirigentes del PCE y a la organización, pues fue desmantelada una vez más y permanecería todo el año 1971 sin recomponerse. En el partido maldijeron a quienes usaron aquella violencia de manera tan tonta e improductiva para la causa.

El marrón de los tres atentados con gasolina se lo cargaron en los meses y años siguientes las seis personas que menciono a continuación: Antonio Aragón Orellana (para el quien el fiscal pidió prisión de 7 años por terrorismo, 2 por asociación ilícita y 4 por propaganda ilegal); Berta Gloria Ausín Nomblona (7+2+3); Manuel Contreras del Río (7+2); Joaquín Bosque Sendra (7+5+6); Antonio Cruz Jiménez (7+2); y Juan Jesús Barrios López (7+4+6).  Y para el secretario del PCE en la clandestinidad, Paco Portillo, el fiscal pidió nada menos que 20 años de prisión por asociación ilegal y reparto de propaganda.

El séptimo terrorista que debería haber aparecido en el escrito de acusación del fiscal era Joaquín Sabina, para quien también hubiese solicitado 7 años por terrorismo y unos pocos más por asociación y propaganda ilícita. Pero fue el gran ausente de aquellos sumarios judiciales. Ni siquiera se le abrió proceso, aunque su nombre sí fue muy mencionado en las declaraciones posteriores (Como explicaré más adelante). Y se le puso en busca y captura.

En principio, ninguno de los seis procesados por terrorismo supo ni declaró nada con respecto a los cócteles molotov. Todos guardaron silencio. Después se ha sabido que sólo uno de ellos había participado en los atentados. El resto de nombres que lanzaron los cócteles nunca fueron localizados por la policía, forman parte del secreto del comité provincial del PCE de 1970.

Todos los detenidos durante el estado de excepción estaban a merced del mal o buen humor con que se levantara su titular cada mañana; a unos se les exigieron fianzas mayores que a otros, incluso con la misma acusación, y permanecieron en comisaría tiempos diferentes

Todos los detenidos pasaron unos cuantos días en los calabozos de la Jefatura Superior de Policía de la calle Duquesa, e incluso con desplazamientos esporádicos a las comisarías del Zaidín y calle Navas. A razón de dos palizas diarias. Los verdugones de los palos y los ojos amoratados eran el pan suyo de cada día. Uno de los afectados, Antonio Cruz, recuerda como una liberación el día que el gobernador lo envió a la cárcel. Todos los detenidos durante el estado de excepción estaban a merced del mal o buen humor con que se levantara su titular cada mañana; a unos se les exigieron fianzas mayores que a otros, incluso con la misma acusación, y permanecieron en comisaría tiempos diferentes. La multa más habitual ascendió a 15.000 pesetas, pero se llegó 25.000.

La mayoría de ellos fueron puestos en libertad condicional en junio de 1971, cuando se levantó el estado de excepción. Pero todavía debieron esperar hasta 1973 a que se conocieran los cargos de la fiscalía. Y otros cuatro años más, hasta la ley 46/1977, ya muerto Franco, a que la Ley de Amnistía Política borrase todas las acusaciones.  Nunca fueron juzgados. [En 1973, con motivo de la reactivación de los sumarios a los 34 detenidos en 1970-71, el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP) protagonizó el lanzamiento de cócteles molotov y pintura roja a la sede del Banco de Granada en Gran Vía. Habían nacido de la escisión del PCE y pasaron a llamarse PCE (m-l); el FRAP de Granada fue apartado de la organización a nivel nacional a raíz de aquel acto violento].

Paco Portillo en 2012, con motivo de la presentación de su biografía. GRANADA EN RED

Francisco Portillo, como secretario general del PCE granadino, fue quien peor lo pasó en estancias policiales. Permaneció 37 días en los calabozos, a razón de dos palizas diarias los 17 primeros días. Y posteriormente, varios meses en la cárcel.

La estructura del PCE a nivel andaluz fue perseguida, detenida y encarcelada durante los meses de diciembre de 1970 y enero de 1971. La situación era muy tensa.

Noticia del 3 de febrero de 1970 en la que se daba por desarticulado el Partido Comunista clandestino en Andalucía.

Tocata y fuga desde Úbeda a Edimburgo

Nos habíamos dejado a Joaquín Sabina a cobijo en Úbeda desde el 10 de diciembre. Sin conocer lo que estaba ocurriendo en Granada. Según ha relatado él en varias entrevistas y libros, unos días más tarde se presentaron en el pueblo dos amigas de Lesley Bennun y un joven madrileño llamado Mariano Zugasti. Estuvieron toda una tarde-noche recorriendo los bares de Úbeda y Baeza. Durante las muchas horas de alterne le comentaron dos cosas que, junto con su alocada acción del cóctel molotov, cambiarían el destino de su vida para siempre: estaban deteniendo a estudiantes en Granada por culpa del atentado al Banco de Bilbao; y Lesley se disponía a viajar a Escocia para no regresar. Parece que daba por terminada su tesis en Granada.

Sabina les respondió que él tampoco iba a regresar ya a Granada. Le habían denegado la prórroga de la mili como consecuencia de tener antecedentes policiales y tenía que vestirse de caqui en enero. No estaba dispuesto a hacer la mili en un cuartel de Mallorca. Lo de objetar todavía no existía. Así es que decidió desertar y esfumarse de España

Sabina les respondió que él tampoco iba a regresar ya a Granada. Le habían denegado la prórroga de la mili como consecuencia de tener antecedentes policiales y tenía que vestirse de caqui en enero. No estaba dispuesto a hacer la mili en un cuartel de Mallorca. Lo de objetar todavía no existía. Así es que decidió desertar y esfumarse de España.

El problema es que tampoco le se le permitía tener pasaporte. En aquel instante de efluvios etílicos en que debían encontrarse, Mariano Zugasti le entregó su pasaporte para que pudiese poner pies en polvorosa. Joaquín ha contado infinidad de veces que falsificó el pasaporte sustituyéndole la fotografía, de manera que adoptó el nombre de Mariano Zugasti. Siempre quedó sumamente agradecido a aquel hombre que, tan sólo por conocerle de unas copas, le facilitó su visado para que huyese. Jamás volvió a verle ni se puso en contacto con él [Parece ser que Mariano Zugasti falleció hacia 1986; así lo aseguró su familia tras conocer este hecho por una entrevista concedida por Sabina a la revista Rolling Stones, en octubre del año 2000].

Sabina prófugo y Lesley quedaron en Madrid. Desde aquí emprendieron viaje a París. En los primeros días de enero de 1971 volaron de París a Edimburgo, para establecerse en casa de la escocesa de origen sudafricano. Pero allí se topó con un serio problema al detectar Scotland Yard que el pasaporte estaba falsificado.  Lesley recurrió a sus amigos abogados y estos diseñaron una estrategia que convenció a los jueces británicos: confesó su verdadera identidad; dijo que era un estudiante perseguido por la dictadura del general Franco, por causas políticas; por eso se veía obligado a solicitar asilo político en Reino Unido. Montó una multitudinaria rueda de prensa.

Noticia de ABC (4 de febrero de 1971) que describía el montaje de Sabina para hacerse pasar por preso político en Gran Bretaña.

Recordemos que la imagen de la dictadura franquista era pésima en aquellos momentos a causa de las nueve condenas a muerte por el Proceso de Burgos. De ahí que los jueces británicos concedieran a Sabina el estatus de asilado político durante un año. Los abogados buscados por Lesley recurrieron a los medios de comunicación para presionar a las autoridades, de manera que los periódicos británicos y las agencias dieron cobertura al perseguido autoexiliado Joaquín Sabina.

En varios periódicos españoles (Ideal, Diario Jaén, ABC, YA) también fue reproducida la rueda de prensa que dieron, con titulares tan llamativos como “Un separatista vasco de Jaén”, “Desertor español”, “Propagandista del separatismo vasco”, etc.

“Ha sido Sabina, ha sido Sabina”

Ya he anticipado que las consecuencias de los tres actos irresponsables de los comandos molotov las pagó la cúpula del PCE granadino, que fue detenida y desarticulado el partido durante las siguientes semanas. Y que todos los detenidos soportaron palizas y cárcel. Ninguno abrió la boca ni delató a nadie, al menos al principio. Sólo uno de los 11 participantes en un atentado se hallaba entre los detenidos; los otros se fueron de rositas.

La policía ni sabía por entonces que Sabina había participado en el primero de ellos (el del Banco de Bilbao); menos aún en los otros dos, los que ocurrieron diez días más tarde con él ya había huido de Granada. No pudieron interrogarle en Gran Bretaña; la comunicación de la policía política franquista con Scotland Yard era nula

Sin embargo, la actitud de los injustamente procesados cambió radicalmente en cuanto sus abogados tuvieron conocimiento de la fuga y declaraciones de Joaquín Sabina en Escocia: a partir de aquel momento, todos los detenidos echaron las culpas de los cócteles al exiliado. La policía ni sabía por entonces que Sabina había participado en el primero de ellos (el del Banco de Bilbao); menos aún en los otros dos, los que ocurrieron diez días más tarde con él ya huido de Granada. No pudieron interrogarle en Gran Bretaña; la comunicación de la policía política franquista con Scotland Yard era nula.

Pronto fue conocida en el PCE de Granada la existencia del pasaporte de Mariano Zugasti; entre 1970 y el año 2000 en que Joaquín Sabina reveló detalles, los antiguos comunistas del PCE (posteriormente todos pasados al PSOE) pensaron que Mariano Zugasti nunca existió. Debía tratarse de un personaje inventado, quizás con la ayuda de su padre comisario o policías cercanos, para facilitarle la huida al extranjero. A lo sumo, se aceptaba la existencia de Mariano Zugasti, pero sospechando que alguien había cogido su pasaporte perdido para falsificarlo. Hoy esa anécdota ya la ha aclarado plenamente el cantante.

Los meses de vino, rosas y amor en la casa escocesa de Lesley duraron poco; ella quería que el futuro de Joaquín fuese lo que le había marcado su padre, es decir, ser profesor de literatura, burgués de provincias y con la cabeza sentada. Él eligió otro camino muy distinto, se mudó de Edimburgo a Londres y jamás han vuelto a verse.

Más bien por fortuna que por pena, aquella acción juvenil de Joaquín Sabina del 9 de diciembre de 1970 le cambió la vida. Fue como una crisálida: se encapsuló larva terrorista en Úbeda y reapareció en La Mandrágora como bella mariposa poeta y cantante. Su estancia en Gran Bretaña se prolongaría todavía otros siete años más (seis sin papeles). No regresó hasta 1977. En Londres aceptó todo tipo de trabajos, incluido el de actor, cantante callejero y de pubs; allí se formó esa voz aguardentosa y esa manera irrepetible de engarzar versos y notas.

Sabina en su exilio londinense (1971-77), con dos amigas. De su biografía “En carne viva”.

En diciembre de 1973, Sabina añoraba su tierra, pretendió regresar. Precisamente cuando más tenso se ponía el escenario político por el asesinato reciente del presidente del Gobierno, Carrero Blanco. Además, el TOP ya había calificado los procesamientos de los terroristas granadinos y parecía que acabarían ante el tribunal de las Salesas. Había sido emitida una orden de busca y captura contra él a raíz de las acusaciones de sus antiguos camaradas de célula. Su padre le avisó para que se estuviera quieto en Londres; las comisarías de España recibieron un aviso de la Brigada de Información Social (27 de diciembre de 1973) advirtiendo que debía ser detenido y puesto a disposición judicial en cuanto pisara España.

Murió Franco y España dio un vuelco. Cuando regresó en 1977 ya le habían sido borrados sus antecedentes policiales, judiciales y políticos. Pero le aguardaba una sorpresa insalvable: tenía pendiente la mili. Se tuvo que comer unos cuantos meses en el cuartel de Mallorca, ya rondando la treintena de años.

Sabina en 1978, recién incorporado al servicio militar en Mallorca.

Nunca ningún compañero de Sabina y cargo del PCE durante la lucha antifranquista ha referido –fuera de la comisaría de policía y de la fiscalía– que tomara parte en el lanzamiento de los cócteles molotov en Granada. El silencio de los camaradas ha sido absoluto. Sólo se conoce su participación terrorista porque el propio cantante la hizo pública treinta años más tarde. La relación completa de los protagonistas de los cócteles granadinos sólo la conocen los antiguos directivos del PCE en aquella época. [La mayor parte de aquella documentación desapareció en 1975 durante una inundación en el archivo del Gobierno Civil de Granada (sic)].

La Granada provinciana del estado de excepción de 1970-71

Granada no era el paraíso que le pareció a Sabina cuando llegó en 1966. Pero había cierta efervescencia cultural y sociopolítica. Al menos si lo comparamos con otras ciudades similares. Se debió fundamentalmente a dos causas: la existencia de una Universidad de mediano peso, a la que había llegado Federico Mayor Zaragoza y trasmitió unas sensaciones distintas a lo conocido hasta entonces (que a muchos defraudaron después); y a la llegada de Francisco Portillo desde Francia para reactivar el PCE. Los comunistas lograron imbricarse entre la juventud de la Universidad y crearon las Comisiones Obreras para infiltrarse incluso dentro del sindicato vertical. También se movieron bastante los curas obreros y la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), en íntima conexión con los comunistas de las Comisiones Obreras. En tanto que el PSOE seguía anclado en el pasado, gobernado por unos cuantos históricos en el café Gamboa, con mucho miedo y sin permitir la renovación con la entrada de jóvenes. El PSOE fue irrelevante en la lucha antifranquista final en Granada.

El periódico de Falange calculó en 80.000 las personas que se manifestaron en apoyo a Franco en Granada, 20 de diciembre de 1970.

Mientras el comisario gigantón El Jirafa repartía hostias en comisaría buscando confesiones de terroristas, el Movimiento organizó una de las mayores manifestaciones de apoyo a Franco. Unos 80.000 granadinos recorrieron las principales calles de la ciudad dando su respaldo a Franco como respuesta al aluvión de críticas internacionales por el Proceso de Burgos. Ocurrió el día 20 de diciembre, al día siguiente de los cócteles molotov del BHA y de la Casa Sindical.

Aquella misma tarde estaba convocado un homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer por el colectivo Poesía 70. A él estaba previsto que asistiera Joaquín Sabina como miembro relevante del grupo, junto a Carlos Cano. Juan de Loxa tenía previsto acabar convirtiendo el acto poético en una protesta contra el régimen. Pero Sabina no acudió, ya estaba en la clandestinidad, camino de Gran Bretaña

Aquella misma tarde estaba convocado un homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer por el colectivo Poesía 70. A él estaba previsto que asistiera Joaquín Sabina como miembro relevante del grupo, junto a Carlos Cano. Juan de Loxa tenía previsto acabar convirtiendo el acto poético en una protesta contra el régimen. Pero Sabina no acudió, ya estaba en la clandestinidad, camino de Gran Bretaña.

El rector Mayor Zaragoza decidió anticipar las vacaciones. De todas formas, buena parte de estudiantes no asistía a clases desde primeros de diciembre. La policía no dejaba de campar a sus anchas por las aulas. Las facultades de Granada permanecieron cerradas hasta el 19 de enero siguiente, e incluso algunas tardaron todavía algún día más en reanudar las clases. La tensión era máxima, bajo un estado de excepción que dejaba todos los derechos ciudadanos en manos del gobernador civil.

La gente normal se entretenía hablando de la intensísima ola de frío que se presentó por Andalucía en aquellas semanas, con hasta 8,6 grados bajo cero en Puerta Real; se hacían excursiones a ver las fuentes heladas y apenas se podía transitar por calles y carreteras.

El frío siberiano se adueñó de Granada entre finales de 1970 y primeros de 1971, con 8,6 grados bajo cero.

La buena noticia del mes de enero de 1971, bajo la extrema dureza del estado de excepción, vino de la mano del Granada C. F. El día 17 ganó en Los Cármenes al Real Madrid, cosa que no se producía desde trece años atrás. Para alegrar los ánimos, la cantante y actriz Marisol estaba de invitada en el palco del viejo estadio. Dos días después vimos las fotografías de la boda de Julio Iglesias y la deseada Isabel Preysler (ella continúa casándose desde hace medio siglo, él parece que ya ha agotado la munición tras dar tanto tiro). Y por si fuera poco, Karina, otra jienense, ocupaba las portadas porque era la elegida para representarnos en Eurovisión.

Pero la noticia que más lamentaron los granadinos de aquel enero de 1971 fue que el popular locutor Pepe Real, de Radio Granada, se jubilaba tras haber sido la compañía omnipresente de los granadinos durante nada menos que 37 años.

Partido del Granada-Real Madrid de enero de 1971. Torres Molina y su empleado Juan Granados siempre inmortalizaban el balón encima del portero… y si no lo captaban, lo pegaban sobre la fotografía (doy fe de ello). ARCHIVO IDEAL.
Dedicatoria: Con mi deseo de que mi admirado Sabina supere pronto el último marichalazo y nos regale muchos más de 19 días y 500 noches en el futuro.

Fuentes. Para elaborar este artículo he extraído recuerdos de mi única conversación con Sabina (en el bar Avellano de Paco Espínola, allá por el año 1982); de mi memoria; de las conversaciones con varios amigos del PCE que vivieron y sufrieron muy de cerca aquellos días de hace medio siglo; de lo poco que queda de los expedientes policiales en el Archivo Histórico; de las muchas entrevistas leídas con Joaquín Sabina; de las hemerotecas de Ideal, Patria, ABC y Diario de Jaén. Y mucho de los fondos de CCOO de Andalucía, compendiados en la trilogía de libros “Cara al viento”, coordinados por Alfonso Martínez Foronda. También de varias biografías de Joaquín, especialmente las escritas por Javier Menéndez Flores.