¡A los toros de la Alhambra!
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La ciudadela alhambreña contó con una plaza estable rectangular-ochavada a principios del siglo XIX, construida entre el Palacio de Carlos V y el Aljibe
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El coso siguió el modelo de la plaza Las Virtudes: dos laterales abalconados y con miradores de dos alturas
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Celebraron espectáculos con toros prácticamente todos los meses durante cinco años, especialmente en junio y septiembre
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En los siglos precedentes (XVI y XVII) se corrieron infinidad de toros ensogados y embolados por las explanadas del conjunto monumental
En la ciudad de Granada hubo siempre mucha afición a los toros. La plaza de Bibarrambla fue concebida, en buena parte, para la celebración de torneos de cañas en grandes celebraciones. El siglo XVII está lleno de referencias a sanguinarias matanzas de becerros en la plaza mayor de Granada; también a matanzas de personas y caballos. Porque las primitivas corridas se caracterizaban por ser carnicerías de animales protagonizadas por la baja nobleza montada a caballo. De paso, también moría corneado algún ayudante a pie.
Cuando hacia mediados del siglo XVIII empezó a conformarse el toreo a pie, la Real Maestranza de Caballería tomó la decisión de construir una plaza extramuros de la ciudad. Fue la primera plaza redonda que tuvo Granada junto al Camino de Santa Fe (actual Avenida de la Constitución), allá por el año 1768. Imitaron las de Sevilla y Ronda
No sólo fueron organizados juegos de cañas en Bibarrambla. Fue aprovechado cualquier espacio abierto de la ciudad para cerrarlo con carros y maderas. Utilizaron la zona del Humilladero, las inmediaciones del castillo de Bibataubín, el paseo de los Tristes y las explanadas del Triunfo.
Cuando hacia mediados del siglo XVIII empezó a conformarse el toreo a pie, la Real Maestranza de Caballería tomó la decisión de construir una plaza extramuros de la ciudad. Fue la primera plaza redonda que tuvo Granada junto al Camino de Santa Fe (actual Avenida de la Constitución), allá por el año 1768. Imitaron las de Sevilla y Ronda.
La Alhambra, con jurisdicción propia
El Real Sitio de la Alhambra era un mundo aparte de la ciudad, una acrópolis de propiedad real que sólo daba cuentas al Rey y sólo las recibía de Madrid (¿Les recuerda a algo más reciente?). Fue considerada plaza fuerte, castillo y prisión militar (hasta 1870), con un coronel gobernador y una pequeña guarnición de soldados. En las calles de la ciudadela vivían aproximadamente medio millar de paisanos.
Grabado Louis Meunier (1668) en el que se aprecia la gran explanada con ligera rampa que había entre el Palacio de Carlos V y la boca del Aljibe. (El diseño moderno de esta zona data de 1950).
En esta foto de Joaquín Pedrosa (1857) todavía estaba la explanada sin arbolar ni urbanizar. En la esquina inferior derecha aparecen los toldos que montaban los aguadores y que David Roberts pintó en uno de sus cuadros (1834), como se ve en la foto siguiente:
Laurent (hacia 1864) ya fotografió la explanada con los primeros setos en forma de semicírculo separando el atrio del Palacio y el espacio terrizo del Aljibe.
En 1885, García Ayola fotografió la misma zona, aunque se vislumbran los árboles más crecidos.
El monumento se ha venido desmoronando desde el momento mismo en que fue construido, principalmente el tapial. En el siglo XVIII sus torres se encontraban en tan mal estado que precisaban de continuos reparos. Ése fue el pretexto para que en muchas ocasiones se solicitara al Rey permiso para organizar corridas: había que buscar dinero con que financiar las obras. En otras ocasiones fueron las hermandades religiosas o de caridad las que pedían autorización para correr toros ensogados, embolados de brea en sus cornamentas o simplemente para correrlos, saltarlos y recortarlos. Las manolas granadinas hicieron famosa la frase dominical de sus andanzas: “¡Vamos a los toros de la Alhambra!”. Era sin duda la mejor forma de diversión del populacho, más aún que el teatro; los propietarios de estos establecimientos se quejaban de la dura competencia taurina. Porque los toros por entonces no se ceñían sólo a sesiones de tarde, sino que en muchas ocasiones empezaban por la mañana y continuaban mientras había un hilillo de luz.
1800, construcción de la plaza
En 1793 fueron autorizadas de nuevo las corridas en el recinto de la Alhambra y recibidas con cierto alborozo por la población. Llegado 1800, el gobernador de la Alhambra era el coronel Francisco González Mojena. Hombre muy aficionado a dos cosas: al lujo y a los toros. Su primera debilidad le llevó a montarse un palacete a todo confort en las casas de Machuca, donde invirtió la mayor parte del dinero destinado a conservar el monumento. En cuanto a los toros, no se conformaba con correr toros ensogados por la explanada del Aljibe. La ciudad de Granada tenía ya su plaza de la Maestranza; su ciudadela no iba a ser menos, debía contar con una plaza estable.
Lo primero que pensó fue utilizar el Palacio de Carlos V como recinto taurino (precisamente en el cual se había inspirado la primera plaza de España, la de Ronda). El edificio de Machuca era lo más parecido a las plazas de toros que empezaban a proliferar. Comenzaron los preparativos. Y también la polémica y las quejas del Ayuntamiento. Pronto se dieron cuenta de que el palacio quedaba pequeño (31 metros frente a los 66 de Ronda), las columnas eran un incordio y podrían sufrir daños. Aunque en realidad el edificio llevaba abandonado y hundiéndose más de siglo y medio.
Plano de Tomás López colocado en el lugar que debió ocupar su plaza, en una proporción muy similar a la superficie que tenía. Las partes de los balconcillos cubiertos son las marcadas en blanco, flancos norte y oeste. Las escalinatas de asientos al sol tenían doce filas. (No obstante, López indicó en su memoria que los balconcillos estaban en el tendido sur).
Plano de Tomás López, mayo de 1800. El tendido de la izquierda era el que pegaba a la fachada oeste del Palacio y no tenía balconcillos, sólo un andamio escalonado con asientos. La parte de arriba daba a la puerta del Vino y la inferior al malecón de los jardines de Machuca. La puerta de entrada de toreros y picadores es la del costado sur (la mancha más estrecha vertical). La puerta de toriles es la superior izquierda, la que miraba a la calle Real, zona donde estuvo el toril (quizás incluso utilizaron el Palacio como corral de animales). El arquitecto dibujó una especie de perfil de la zona de balconcillos; se ve apuntalada con tornapuntas oblicuos (parte superior del dibujo). ARCHIVO DEL REAL PALACIO.
El gobernador se inspiró entonces en el modelo de plaza que había visto en Las Virtudes (Santa Cruz de Mudela). Era, y es, una plaza rectangular, aunque con esquinas redondeadas para evitar que el toro se refugie, pegada a una ermita. Mojena encargó al arquitecto conservador del recinto, Tomás López Maño, que preparase un proyecto para enviarlo al Rey solicitando su aprobación. El pretexto siempre era utilizar la recaudación de las corridas para pagar las múltiples reparaciones. Carlos IV dio en visto bueno el 18 de abril de 1800. Y comenzaron las obras inmediatamente.
Plaza de Las Virtudes, de estructura muy similar a la que tuvo la de la Alhambra.
El proyecto de Tomás López consistía en un simple boceto de planta y un perfil del alzado en la zona de balconcillos, de dos alturas. La plaza de toros de la Alhambra medía 61 metros de larga por 54 de anchura; estaría pegada a la fachada occidental del Palacio de Carlos V, la principal, y se extendería hasta el Aljibe. Era casi tan larga como la fachada del Palacio (63 metros).
Se decidió construirle balconcillos-miradores sólo en dos lados (en el oeste y sur, para proteger del sol. Eso dice la memoria, aunque el croquis tiene dibujados balconcillos en la cara norte); en la parte colindante con la fachada del Palacio sólo se construyó un andamio escalonado de hasta doce hileras, aproximadamente la mitad de altura de fachada (unos 8-9 metros)
Se decidió construirle balconcillos-miradores sólo en dos lados (en el oeste y sur, para proteger del sol. Eso dice la memoria, aunque el croquis tiene dibujados balconcillos en la cara norte); en la parte colindante con la fachada del Palacio sólo se construyó un andamio escalonado de hasta doce hileras, aproximadamente la mitad de altura de fachada (unos 8-9 metros), pues la intención fue no tapar la hermosura de la construcción y permitir que las autoridades pudiesen contemplar los espectáculos desde las ventanas sin rejas.
La memoria y el planillo de Tomás López llevan fecha de marzo y mayo de 1800. El carpintero-maestro de obras fue Antonio Manuel de Molina. La construcción se sucedió inmediatamente y casi de forma precipitada, pues se deseaba poder utilizarla aquel mismo verano. Aunque no estuviera completamente acabada. Se compró alguna madera, se aprovecharon las talanqueras de corridas del toro embolado, se talaron árboles del Patrimonio Real en el Soto de Roma, también fueron talados algunos árboles en el bosque de la Alhambra. El proyecto no debió ser muy ortodoxo, pues se menciona la utilización de muchos troncos para apuntalar oblicuamente la estructura por su parte externa, apontocados justo encima del Aljibe.
El proyecto no debió ser muy ortodoxo, pues se menciona la utilización de muchos troncos para apuntalar oblicuamente la estructura por su parte externa, apontocados justo encima del Aljibe
En las cuentas de la obra que se conservan en el Archivo de la Alhambra resaltan datos curiosísimos: las casi 600 cargas de arena que subieron desde la Vega para nivelar el ruedo (la explanada entre la puerta de Carlos V y el Aljibe tenía ligera pendiente); las más de 130 arrobas de clavos y goznes para fijar las tablas (la mayoría con el hierro de picas, espingardas, hachas y espadas de la armería antigua de la Alhambra); los miles de metros de maroma y cordelería fabricados ex profeso en las atarazanas del Padul; decenas de metros de esterillas de esparto para el suelo de los balconcillos, etc. Se trató de una plaza en continuo añadido y reparaciones durante los cinco años que duró. La plaza de la Alhambra combinó también algunas obras de mampostería y tabiquería con adobe, ladrillo, piedra y yeso. Incluso se reutilizaron algunas columnas de piedra.
El resultado, un tanto chapucero en lo estético, arrojó una plaza de toros bastante competente. Con capacidad para unas 4.000-5.000 personas, además de los centenares de jóvenes que se subían a los muros del Palacio de Carlos V, a los tejados de las casas del Vino y encima de las murallas de la Alcazaba (torres del Homenaje y Quebrada).
En los balconcillos y miradores se ubicaba lo mejor de la sociedad granadina, quienes podían pagar los precios más altos, mientras que los menos pudientes se sentaban al sol o sobre la parte de andamios que tenían los tendidos escalonados. Los precios eran de 4 reales en las sillas de la galería (llamadas tertulias) y tendidos con tablones, 3 reales en los asientos pegados a la fachada del Palacio y 2 en esquinas del ochavo y contrabarrera baja con peor visión. No existía un sistema de pago de entrada, sino que había cobradores que iban recorriendo las zonas durante el festejo. Existió un servicio de orden para evitar picaresca e impagos.
Una plaza con todos sus servicios
La plaza contaba con su barrera, callejón de contrabarreras y no tenía burladeros. Hubo puertas para entrada de toreros, picadores (varilargos) y arrastre de toros muertos. También tenía su salida de toriles; estos y los corrales estuvieron situados en la parte de explanada situada frente a la puerta del mediodía del Palacio de Carlos V. Esta complicada ubicación me lleva a pensar lo difícil que debió ser para los vaqueros introducir las manadas de mansos y toros en el interior del recinto alhambreño; solían concentrar la vacada en la Hacienda de las Gallinas (zona de Cenes de la Vega, donde está la depuradora), desde donde era acercada mediante engaño hasta la Puerta de los Carros.
El espectáculo de las corridas de toros celebradas en esta plaza frente al Palacio de Carlos V no debe entenderse como las que se celebran en la actualidad. El objetivo principal era matar al toro, un enfrentamiento entre la fuerza bruta el hombre contra la defensa de un animal acosado. El torero no había llegado plenamente a ser el arte que Pepe Illo fijara en su libro de tauromaquia. En una misma sesión de toros lo mismo lo saltaban con pértiga, le hacían recortes, engañaban al animal con trapos o lo acuchillaban de la manera más despiadada. En cuanto el torero principal le clavaba la espada, una caterva de espontáneos se lanzaba al ruedo a hacerle verdaderas perrerías en su agonía final.
Zona paredaña entre el Aljibe y la Alcazaba donde se situaba la casa de las matanzas para despachar la carne de los toros tras las corridas. Foto de García Ayola, hacia 1885.
La venta de carne de toro estaba regulada en la ciudad de Granada; además de en la Carnicería de Bibarrambla, a la Alhambra se le permitía venderla en la casa de las matanzas, un tenderete situado en la zona del Aljibe; también en la puerta de la parroquia de Santa Ana. Entre las múltiples corridas que se daban en la Maestranza y en la Alhambra, durante aquellos años no faltó carne de toro en las casas. Estaba exenta de impuestos.
Aunque la Alhambra y la ciudad llevaban gobernanzas independiente, al menos fueron capaces de ponerse de acuerdo para no ofrecer corridas en los mismos días. No obstante, aquellos años hubo corridas de toros en Granada prácticamente todos los fines de semana y fiestas de guardar, sin importar la climatología. Las corridas solían completarse con actuaciones circenses, rifas, payasadas, peleas de perros y fuegos artificiales.
En la mayoría de los casos, los toreros de la Alhambra fueron matadores de toros locales y/o de pueblos cercanos. En cuanto a varilargos (picadores), sí llegaron a desplazarse algunos jerezanos y de Sevilla, ciudades de mucha mayor tradición taurina que Granada
¿Quiénes eran los toreros? En esta cuestión, la Maestranza siempre llevó ventaja por la calidad de los diestros que contrataba. En ella actuaron las grandes figuras del momento: Pedro Romero, Costillares, Pepe Illo, etc. Alguno de ellos quizá actuara en la Alhambra (excepto Illo, que murió unos meses antes de su inauguración). Pero, en la mayoría de los casos, los toreros de la Alhambra fueron matadores de toros locales y/o de pueblos cercanos. En cuanto a varilargos (picadores), sí llegaron a desplazarse algunos jerezanos y de Sevilla, ciudades de mucha mayor tradición taurina que Granada (Juan Manuel Brebal, por ejemplo). Téngase en cuenta que los picadores tenían tanta o más importancia que los toreros a pie, pues se les consideraba sucesores de los originarios caballeros que, por parejas, protagonizaron en siglos anteriores los juegos de cañas.
Protaurinos y antitaurinos
La corriente de oposición a las corridas de toros en España no es nueva. Ya en el siglo XVIII hubo una parte de la sociedad que se oponía a ellas. Anidaba principalmente en sectores ilustrados y alto clero. Pero era una corriente minoritaria. El pueblo en masa tenía los toros como uno de sus principales entretenimientos, bien corriéndolos ensogados, embolados, novilladas sin muerte a espada y corridas con muerte.
En cada visita que hicieron los reyes o altas personalidades a Granada se les solía obsequiar con una corrida; la costumbre frenó en seco a partir de la visita-estancia de Felipe V e Isabel de Farnesio. Ambos odiaban y despreciaban lo que consideraban una bárbara costumbre de hispanos (ellos eran extranjeros)
En cada visita que hicieron los reyes o altas personalidades a Granada se les solía obsequiar con una corrida; la costumbre frenó en seco a partir de la visita-estancia de Felipe V e Isabel de Farnesio. Ambos odiaban y despreciaban lo que consideraban una bárbara costumbre de hispanos (ellos eran extranjeros). Hicieron todo lo posible por alejar de su corte a la nobleza relacionada con maestranzas taurinas. No llegaron a prohibir las corridas, pero mostraron su animadversión. Incluso dejaron desaparecer la ganadería del Patrimonio Real radicada en Aranjuez.
El siglo XVIII fue el de la transición de los juegos de cañas a caballo hacia el toreo primitivo a pie. El del nacimiento de las corridas de toros como arte. A pesar de ello, la nueva dinastía de Borbones se mostró contraria a ellas. Fernando VI prohibió las corridas de toros entre 1754 y 1759. Carlos III hizo otro tanto entre 1778 y 1785. Ambos ganaron en impopularidad por esta causa. No obstante, las prohibiciones fueron teóricas, ya que con el pretexto de recaudar fondos para cofradías o actos de caridad solían darse permisos.
Carlos IV levantó la prohibición de su padre en 1793 con el fin de ganarse el favor del pueblo, para que los españoles no reparasen en lo que estaba ocurriendo con la revolución francesa. Fue el momento que aprovechó el coronel gobernador de la Alhambra (González Mojena), pues a partir de aquel momento se dedicó a organizar festejos en la plaza del Aljibe, antes de decidir la construcción de la plaza estable.
Los ilustrados antitaurinos ganaron una pequeña batalla al conseguir que Carlos IV prohibiese las corridas de toros en 1805. Aquella prohibición fue determinante para que la plaza de toros de la Alhambra viese su fin
Finalmente, los ilustrados antitaurinos ganaron una pequeña batalla al conseguir que Carlos IV prohibiese las corridas de toros en 1805. Aquella prohibición fue determinante para que la plaza de toros de la Alhambra viese su fin. El nuevo gobernador (Ignacio Montilla) se encontraba haciendo mejoras a la plaza cuando se publicó la prohibición real; inmediatamente decidió empezar su desmantelamiento y subasta de los materiales. Fue el fin de la efímera plaza de toros de la Alhambra.
Cuando llegaron los franceses a Granada, en febrero de 1810, todavía había restos de la que fue efímera plaza aneja al Palacio de Carlos V.
Explanada donde estuvo la plaza de toros, en una foto tomada por Laurent hacia 1860. Los andamios del coso nunca llegaron a rebasar el friso de la primera planta (El alto total es de 17 metros).
ALGUNAS CURIOSIDADES SOBRE TOROS EN LA ALHAMBRA
Entre la documentación que se conserva en el Archivo de la Alhambra (sobre todo en el catálogo de María Angustias Moreno Olmedo) figuran curiosas referencias a los espectáculos taurinos que tuvieron lugar en la Alhambra:
- En 1744 ya se celebraban toros ensogados en la explanada del Aljibe, pues se prohíbe subirse a tejados y tapias porque los estaban destrozando. Además, fumaban y tiraban petardos cerca del polvorín militar.
- Los días 25, 26 y 27 de julio de 1749 una hermandad radicada en Santa María de la Alhambra solicitó permiso para correr toros ensogados a beneficio de pobres y para comprar imágenes de culto.
- El domingo de Pascua de 1785 fue corrido un toro de cuerda por iniciativa de Hermandad de las Ánimas de Santa Escolástica.
- Los meses de junio y septiembre eran los más propicios para corridas y todo tipo de espectáculos en la zona del Aljibe y en la posterior plaza de toros. La mitad de domingos hubo alguna actividad.
- Entre los pocos nombres de toreros y varilargueros locales mencionados en la documentación aparecen Bartolomé Gálvez, Juan Lirola, Francisco García y Miguel de Rojas.
- La inauguración de la plaza tuvo lugar el 6 de julio de 1800 (parcialmente construida).
- Para abrir la temporada de 1801 fueron contratados 40 toros del ganadero cazorleño Alfonso Pérez Cid, para lidiar en una sola corrida. Tardaron más de un mes en desplazarlos por las cañadas, pero llegaron tarde y hubo que echar mano de la ganadería de Juan de Prado, que pastaba en las cercanías de Loja.
- En la contabilidad de la Alhambra figura la relación detallada del coste de fabricar la plaza, que se aproximó a 20.000 reales.
- El precio medio de un toro de 4-5 años rondaba los 1.000 reales.
- Los balconcillos disponían de sillas de palo y anea que se alquilaban a las damas.
- Los contratos de arrendamiento de la plaza solían hacerse a particulares con duración de Pascua a Miércoles de Ceniza.
Atarazana de El Padul, todavía activa hacia 1960, donde se fabricaron maromas y esteras para la plaza de la Alhambra.
El Patio del Aljibe continuó siendo utilizado para todo tipo de espectáculos. En las dos fotos anteriores lo vemos durante el Concurso de Cante Jondo de 1922 y con sillas y andamiaje para conciertos en 1927.