Una pastilla, por favor
De verdad que me choca que algunos de mis amigos tengan tantos conocimientos de medicina. El otro día me dolía la cabeza y dos de las personas que me acompañaban me ofrecieron medicamentos como si fueran caramelos: uno de ellos apostaba por el paracetamol y el otro por el ibuprofeno. Curioso, porque se enfrascaron en una discusión médica que me dejó abrumado, sobre las ventajas de cada uno. Y es que nos hemos acostumbrado tanto a los fármacos que cada vez hay más gente que utiliza palabras como efferalgam, omeoprazol, paracetamol, amoxicilina, imivaxtatina cuando tiene dificultades incluso para leer un prospecto.
Nos hemos acostumbrado tanto a los fármacos que cada vez hay más gente que utiliza palabras como efferalgam, omeoprazol, paracetamol, amoxicilina, imivaxtatina cuando tiene dificultades incluso para leer un prospecto
¡Con lo que yo sufrí en el colegio para aprenderme los nombres del aparato digestivo, muscular y nervioso! Y mira que son difíciles los nombrajos de dichos medicamentos, pero se nos quedan. Tal vez porque nos hemos convencido de que no podemos vivir sin ellos. Y está claro que salvan vidas, pero también nos hacen dependientes. Y si no, que se los digan a esos pacientes que llegan al médico y le dicen.
—Doctor, ayer debí comer algo que me sentó mal y quiero que me recete loperamida porque he probado el fortasec y no me sienta muy bien y he oído que lleva lactosa y debo de ser intolerante porque me afecta.
Vamos, que si yo fuera médico no sabría si mandarle a la mierda o pedirle consejo sobre una molestia que tenga yo mismo.
¿Y cuándo después de una consulta nos dice el especialista que bebamos mucho líquido y no tomemos ningún medicamento? Entonces, se nos cae el mundo encima.
—¿Es que no me va a recetar nada?
Esa dependencia la aprovechan las farmacéuticas, que nos atiborran a pastillas y, nosotros, encantados
Nos decepciona, pensamos que no nos vamos a curar. Y esa dependencia la aprovechan las farmacéuticas, que nos atiborran a pastillas y, nosotros, encantados. El último aviso ha llegado por parte de un nuevo análisis publicado por la revista británica British Medical Journal que considera necesario cuestionar a aquellos que establecen las estatinas, esas pastillas que recetan para el colesterol alto cada vez a más pacientes, como una panacea. Aseguran que no benefician a todo el mundo. Mi experiencia personal es que depende del profesional con el que tropieces así harás una cosa u otra. Hace 4 años me detectaron 237 mg/dl de colesterol en una revisión de trabajo y me derivaron al médico de cabecera. Me atendió una mujer encantadora que me explicó que en función de mi edad y mi peso no tenía que preocuparme y que me olvidara de las pastillas porque ella misma tenía un índice superior a ese. Un año más tarde, volví a hacerme una revisión y me recibió otro médico que me dijo que sería bueno que me empezara a medicar porque había salido 205 mg/dl de colesterol. Según él, ese índice sin duda iría creciendo más cada año, sin embargo, a mí se me había reducido, así que le pedí esperar más tiempo y evité tomar las famosas estatinas.
Resulta que ahora escucho que hay una vertiente crítica de médicos contrarios a la generalización tan abusiva de estos fármacos porque pueden causar dolores musculares y no a todo el mundo le sirve para reducir el riesgo de problemas cardíacos
Resulta que ahora escucho que hay una vertiente crítica de médicos contrarios a la generalización tan abusiva de estos fármacos porque pueden causar dolores musculares y no a todo el mundo le sirve para reducir el riesgo de problemas cardíacos. El hecho es que en 2013 había mil millones de personas en el mundo a las que se les recetaba la estatina y solo en España entre 2000 y 2012 había crecido un 442% su prescripción. El motivo es que se receta a personas sanas, mayores de 40 años, con el fin de reducir riesgos cardíacos posteriores y, supongo, que para aumentar los beneficios de algunas empresas.
Según el profesor de medicina y farmacología clínica de la universidad de Copenhague Peter Gotzsche los fármacos son la tercera causa de muerte en el mundo, según expone en su libro «Medicamentos que matan y crimen organizado», hay cerca de 200.000 muertos en Europa al año por ello y es el tercer sector de la economía mundial, solo detrás de la industria armamentística y el narcotráfico.
Entre los años 2009 y 2010 ante la extensión de la gripe A, la Organización Mundial de la Salud cambió el significado del término de pandemia para eliminar el hecho de que hubiera un resultado de muerte. De esta forma, nos aterrorizaron con que debíamos vacunarnos, pese a que la citada vacuna ni siquiera estaba testada a largo plazo. Afortunadamente, incluso una buena parte de los propios profesionales acabaron oponiéndose a tal medida.
O sea, que es la gallina de los huevos de oro, y lo único que deben hacer es convencer a los especialistas de cuáles son los medicamentos que han de recetar para cada dolencia y para ello disponen de visitadores que les ofrecen regalos y les incentivan cuando mandan una marca concreta en lugar del resto
O sea, que es la gallina de los huevos de oro, y lo único que deben hacer es convencer a los especialistas de cuáles son los medicamentos que han de recetar para cada dolencia y para ello disponen de visitadores que les ofrecen regalos y les incentivan cuando mandan una marca concreta en lugar del resto. ¿A qué conlleva eso? A que algunos especialistas no se dejen influenciar y otros sí; al fin y al cabo, en principio, todos tienen la misma función curativa.
Según nos dijo el médico que atendió en sus últimos días a mi propia madre, después de una vida entera sin probar un cigarro, ella falleció por una fibrosis pulmonar generada como efecto secundario de un medicamento que le recetaron tras la detección de una afección cardíaca, el trangorex, concretamente a los 10 años de empezar a tomárselo. Es posible que si no le hubieran dado el fármaco habría sufrido un ataque al corazón, pero eso nunca lo sabremos.
Es una utopía considerar que algo cambiará teniendo en cuenta el poder de la industria farmacéutica, pero sí que cada uno de nosotros puede empezar a hablar más con el médico, a cuestionar cada tratamiento, a ver alternativas y a aprender a utilizar las medicinas solo cuando sea imprescindible y siempre recetadas por un profesional. Y hacer deporte, comer sano, no fumar ni beber en exceso, preocuparse menos por los problemas y disfrutar un poco más de la vida. Tal vez así, nuestra salud global sería mejor y menos dependiente de las pastillas.