Los olvidados

La crisis provocada por el coronavirus está haciendo estragos en la sociedad en general de tal forma que el impacto de la pandemia es cada vez más evidente y alarmante. Alarmante, evidente y desalentador muy especialmente en lo que respecta a la clase trabajadora, y en particular a aquellas personas que han perdido su empleo.
Ya antes de la pandemia, un sector importante de las personas trabajadoras de este país se hallaba en una realidad de marginalidad y de pobreza. ¿Cómo se ha gestado esta situación si no es a través de diversas reformas laborales generadas a espaldas de los trabajadores más precarios, de tal modo que quienes antes disponían de un salario no fueron llegando a fin de mes? Así se acuñó la expresión “pobreza laboral”. Y una vez acuñado el término se “olvidó” la existencia de esas personas.
Los olvidados de esta y de todas las crisis cada vez forman un grupo más numeroso compuesto de trabajadores y trabajadoras en pobreza laboral, desempleados, personas dependientes… además de un colectivo amplísimo que formaba parte de la economía sumergida o informal: empleadas de hogar, venta ambulante, migrantes, especialmente los que carecen de documentación... Todos marcados por dos características que son el signo distintivo del mercado laboral actual: precariedad y temporalidad.
Los olvidados. Las personas paradas, pobres son las grandes olvidadas de esta pandemia, aquellos que están fuera de los ERTE o pendientes de la ayuda para comer, o dependiendo de los abuelos jubilados para sobrevivir, y con muchos papeles que rellenar, y trámites que cumplir.
Porque, para más inri actualmente están olvidados por la Administración, una Administración que niega la atención presencial a las personas que más lo necesitan. Una Administración que entiende que a la ciudadanía se le puede atender telefónicamente y a través de internet, sin tener en cuenta la enorme brecha digital existente.
¿Los teléfonos? Siempre están ocupados, es prácticamente imposible que una llamada sea atendida en directo o que llegue a la línea adecuada. ¿Internet? Estos colectivos difícilmente disponen de un ordenador, de conexión a internet y, aunque los teléfonos móviles se han generalizado en la mayoría de los casos no los saben usar más allá del WhatsApp, tampoco poseen la formación suficiente para moverse a través de los intrincados laberintos de enlaces y páginas. Así, la burocracia y el papeleo se dilata en el tiempo y solamente consiguen tener acceso algunos privilegiados que han conseguido ayuda para “rellenar los papeles” de algún modo incierto.
Se ha vuelto imposible contactar con la Administración: pedir una cita con el o la trabajadora social, con el Instituto Nacional de la Seguridad Social, el SAE o incluso una cita médica. Todo ello es prácticamente imposible.
Tanto es así, que a CCOO tampoco nos está resultando nada fácil contactar con la Administración. Tras pedir a la subdelegada del Gobierno y al delegado de la Junta de Andalucía en Granada una reunión donde tratar esta situación, basándonos en la realidad que observamos en nuestro trabajo diario e intentar dar una solución, aún estamos pendientes de esas citas que no llegan.
¿Cómo se explica que colectivos como el profesorado o el sanitario estén atendiendo a un número elevado de alumnado o de pacientes, y en cambio sea nula la atención de la Administración en ventanillas imprescindibles socialmente? No se entiende cómo el acceso a la Administración o a los centros de salud sea tan difícil, mientras la mayoría de los trabajadores y trabajadoras estamos en nuestro puesto de trabajo, los colegios permanecen abiertos y la ciudadanía en general está haciendo un esfuerzo por tragarse el miedo y volver a una supuesta normalidad.
En mi día a día observo cómo la gente que menos recursos tiene llega al sindicato con la amargura pintada en el rostro porque no puede contactar con la Administración o no sabe inscribirse en el SAE y, si consiguen hacerlo, desconocen cómo escanear los documentos que se les piden, o no saben solicitar el Ingreso Mínimo Vital, ni las ayudas para el alquiler y no consiguen que nadie les dé cita para gestionar las pocos euros que les podrían dar, ya que no la solución, al menos un respiro a su situación.
Algunas personas acaban acudiendo al sector privado donde les cobran por tramitarles lo que necesitan. Como resultado, del espacio público abandonado saca tajada el sector privado, a costa de los olvidados. No es justo, y en un Estado de Bienestar atender las demandas de los más necesitados no es otra cosa que Justicia Social.
¿Los servicios de carácter social conseguidos con tanto esfuerzo a lo largo de la Democracia están en estos momentos en trance de desaparición?
Y es entonces cuando uno se pregunta ¿qué pasa con lo público? Quizás sea eso lo que quieren que nos preguntemos ¿Los servicios de carácter social conseguidos con tanto esfuerzo a lo largo de la Democracia están en estos momentos en trance de desaparición?
Sea el escenario que sea el actual, y se dilate cuanto se dilate en el tiempo, vivimos en un país donde la ciudadanía no posee la suficiente formación o alfabetización en tecnologías, y debería estar claro que la atención personalizada es una obligación de la Administración.