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RESTOS DEL CANAL DE MURCIA AÚN VISIBLES EN LA COMARCA

Huéscar, puerto de mar

E+I+D+i - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 2 de Septiembre de 2018
¿Sabías que la comarca del Noreste de Granada estuvo a punto de tener un puerto de mar? ¿Y que las faraónicas obras comenzaron a finales del XVIII y que el proyecto se activó varias veces hasta principios del siglo XX? El investigador Gabriel Pozo Felguera te lo detalla en este espléndido reportaje que se completa con la ‘polémica’ sobre el nacimiento del río Guadalquivir. ¿Te lo vas a perder?
Desmonte en la Sierra de la Encantada (Huéscar) por donde discurriría el Canal de Carlos III.
Indegranada
Desmonte en la Sierra de la Encantada (Huéscar) por donde discurriría el Canal de Carlos III.
  • Varias ciudades murcianas iniciaron, en el siglo XVII, la construcción de un canal navegable para llevar aguas y troncos del Noreste de Granada hasta Cartagena

  • El Canal de Carlos III fue empezado en serio en 1776 y sólo llegaron a abrir 29 kilómetros de los 156 previstos hasta el Mediterráneo

Tal como lo leen: Huéscar y la comarca Noreste de Granada estuvieron a punto de tener puerto de mar. Las obras de un canal para unirla con Cartagena se prolongaron durante varios años a finales del siglo XVIII. Incluso el proyecto se desempolvó varias veces hasta comienzos del siglo XX. Fue un proyecto megalómano, faraónico y quizás de locos. Estuvo a punto de hacerse realidad. La idea venía de tiempos del emperador Carlos V; consistía en revertir los cauces de todos los ríos que nacen en la zona de Castril-La Sagra y encauzarlos hacia el Mediterráneo. Los murcianos siempre anhelaron las aguas béticas para regar sus sedientas y productivas tierras; hicieron varios proyectos y aportaron capitales. ¡Quién sabe si el Canal de Murcia -o de Carlos III- no sería hoy realidad si el director de la empresa no hubiese errado en sus cálculos y huido con parte de los capitales del proyecto! Las huellas de aquellas obras continúan visibles en el paisaje.

En las sierras del Noreste de Granada abundaba la madera y el agua. Pero su clima es duro. Las tierras bajas de Lorca, Murcia, Cartagena son buenas y tienen buen clima. Pero carecen de agua en abundancia. Ya a principios del siglo XVI, los habitantes del Reino de Murcia empezaron por dirigirse al Emperador planteando la necesidad de recoger las aguas de todos los nacimientos al Sureste del macizo bético, las llamadas fuentes del Guadalquivir, e invertir sus cauces para llevárselos hacia el Mediterráneo. Al Guadalquivir le quedaría agua suficiente para mantener su cauce hasta Sanlúcar. La construcción de un imponente canal, de 156 kilómetros hasta el mar, serviría como vía fluvial para transportar troncos de pino entre estas sierras y la carraca de Cartagena, donde el imperio de los Austrias tenía una importante fábrica de barcos. Esta vía navegable serviría para regar más de 300.000 fanegas de buenas tierras a lo largo de su recorrido granadino, almeriense y campos murcianos. Serviría, además, como vía de comunicación entre el litoral mediterráneo y las Andalucías. Todo ventajas.

Esta vía navegable serviría para regar más de 300.000 fanegas de buenas tierras a lo largo de su recorrido granadino, almeriense y campos murcianos. Serviría, además, como vía de comunicación entre el litoral mediterráneo y las Andalucías. Todo ventajas

Ya en la Edad Media, el Concejo de Lorca había barajado la posibilidad de encauzar aguas hasta el río Vélez y desde allí dejarlas caer a sus zonas de cultivo. No obstante, la primera noticia concreta que tenemos data de 1568, en tiempos de Felipe II, cuando esta ciudad murciana se dirigió a su procurador en la Corte para que el rey autorizase un desvío del río Guadahardal (Guardal), situado en la comarca de Huéscar, mediante un canal de cinco leguas que lo dejasen caer al río Vélez. Aducían que esa agua estaba desaprovechada en su recorrido por Andalucía hasta el Atlántico.

Pero la idea no volvería a retomarse hasta 1575, una vez terminada la Rebelión de los Moriscos. Las ciudades de Lorca, Cartagena y Murcia contrataron los servicios de Gabriel Ruiz Tauste para que hiciera un proyecto y lo defendiera ante Felipe II. El rey lo aceptó y envió a su arquitecto Jerónimo Gil a ver el terreno. La única leve oposición que surgió fue por parte del Duque de Alba, señor de las tierras de Huéscar, que veía peligrar sus negocios de lavado de lana, sembrados y transporte de madera hasta Sevilla siguiendo los cauces de los ríos.

La idea no volvería a retomarse hasta 1575, una vez terminada la Rebelión de los Moriscos. Las ciudades de Lorca, Cartagena y Murcia contrataron los servicios de Gabriel Ruiz Tauste para que hiciera un proyecto y lo defendiera ante Felipe II. El rey lo aceptó y envió a su arquitecto Jerónimo Gil a ver el terreno

La siguiente intentona de lorquinos y cartageneros debió esperar hasta 1612, esta vez ante Felipe III y con cuatro planos elaborados por el ingeniero Gómez de Mora. El rey dio su visto bueno y pasó el expediente al Consejo de Castilla. Estos proyectos contemplaban la necesidad de recoger las aguas de los ríos Castril y Guardal y conducirlos hacia las tierras bajas murcianas; también irían recaudando los nacimientos y escorrentías de la zona de Caravaca. En 1619 el proyecto había sido concretado con la participación de varios ingenieros procedentes de media España y Portugal; se pensó abrir una mina entre el nacimiento del río Castril y el Guardal (algo similar al que une actualmente los pantanos de San Clemente y El Portillo). El inicio de las obras parecía inminente, pues el proyecto de canal estaba definido bordeando las laderas de la sierra de la Encantada hasta pasar los cerros de Tomares mediante una mina de 14 kilómetros; desde aquí ya todo sería bajada hasta Lorca.



Cala abierta entre 1776 y 1785 en la comarca de Huéscar por donde discurrían las aguas hacia Murcia.

Pero los problemas de la Hacienda hicieron que para en 1632 no hubiesen comenzado las obras. La ciudad de Cartagena ofreció 100.000 ducados, cien obreros, bestias y carros para empezar las nivelaciones. Al año siguiente, en 1633, aportaron los primeros 20.000 ducados y los obreros de Cartagena se desplazaron hasta Huéscar. Dirigía las obras el ingeniero López Madera. En 1634 había más de 500 obreros haciendo las primeras obras. El Duque de Olivares, valido del rey, incluso se acercó a ver la marcha las cimentaciones. Pero la guerra con Francia y la penuria económica hicieron que los trabajos quedasen paralizados. Por vez primera, se reconoció que había errores de nivelaciones y no era tan fácil abrir aquel inmenso canal.

En 1634 había más de 500 obreros haciendo las primeras obras. El Duque de Olivares, valido del rey, incluso se acercó a ver la marcha las cimentaciones. Pero la guerra con Francia y la penuria económica hicieron que los trabajos quedasen paralizados

Nada se supo del Canal de Murcia hasta el reinado de Felipe V, en 1721, cuando envió al ingeniero Isidro Próspero de Verboom a inspeccionar España. Conoció las obras del canal abandonadas hacía ochenta años y propuso volver a retomarlas. Incluso trazó un mapa del terreno afectado. Esta inmensa zona era por entonces provincia marítima de alto interés militar; ingenieros y oficiales de Marina se sucedieron en los estudios para reemprender la construcción del Canal. Hasta que se implicó el teniente coronel Sebastián Ferringán Cortés, el ingeniero jefe de la Armada. Desarrolló todo el proyecto, a lo largo de sesenta leguas de serpentear por sierras y llanos, con minas y acueductos incluidos. Su proyecto se plasmó en casi una arroba de planos y se valoró en 7 millones de reales (con las obras complementarias se elevaría a 45). Corría 1743. Sería la obra pública más importante de Europa.

En 1750 el proyecto fue refrendado por el ingeniero Jorge Juan. El Marqués de la Ensenada estampó su firma de autorización. Pero en 1754 el Marqués de la Ensenada cayó en desgracia, fue metido en un carruaje y desterrado a Granada. Ahí quedó varado el proyecto de Canal.



Pilares del acueducto para atravesar el río Raigadas.

El proyecto de Pierre Prádez

A partir de 1759 comenzó el reinado de Carlos III y, con él, el periodo de la Ilustración y el impulso de las grandes obras públicas. Fue el tiempo de construcción de los canales Imperial de Aragón, de Castilla, del Manzanares. Y también llegó el momento de retomar el esbozado canal de Huéscar a Cartagena, el Canal ahora llamado de Carlos III.

En 1634 había más de 500 obreros haciendo las primeras obras. El Duque de Olivares, valido del rey, incluso se acercó a ver la marcha las cimentaciones. Pero la guerra con Francia y la penuria económica hicieron que los trabajos quedasen paralizados

Pero esta vez las obras no se retomarían por iniciativa de los concejos de las principales ciudades murcianas, sino por iniciativa de una sociedad privada de capital español y europeo. Sus promotores, con el incondicional apoyo de la Corona española, veían un verdadero negocio. Su principal promotor fue el ingeniero Pierre (Pedro) Prádez. Constituyó una sociedad llamada Prádez y Cía., formada por millones de participaciones (billetes) de la tomaron parte las grandes fortunas europeas. Tenemos una detallada descripción del proyecto y de los estatutos de esta sociedad publicados en el periódico El Mercurio (diciembre de 1775); a lo largo de 21 páginas se describe detalladamente el sistema de aportación de los capitales y los periodos de amortización. La compañía estableció su sede principal en Madrid, en la calle del Carmen, pero los títulos se podrían suscribir y cobrar en cuatro ciudades europeas (Génova, Hamburgo y Berna). En París tenían como delegado a Juan Nicolás de la Corbiere.

El plazo de ejecución del Canal de Carlos III se planeó en diez años, con más de 40 leguas de longitud (unos 287 kilómetros, 156 sólo el ramal principal hasta Cartagena). Se le concedió una franja de terreno de 54 varas a cada lado de la vía acuática; el río artificial tendría un mínimo de 11 metros de anchura, decenas de esclusas para salvar el desnivel de casi 1.000 metros que hay entre Huéscar y Cartagena. La concesión duraría 110 años. El proyecto describe la obra como un verdadero negocio para los potentados de la época. Pero realmente el negocio vendría con al gran tránsito comercial por la nueva vía fluvial y la venta de agua a los regantes; se abriría un camino fácil para transportar madera, construir molinos, hacer estanques para peces, barcazas, se mejoraría o pondrían en regadío casi 300.000 fanegas. Todo era parabienes.

La obra del Canal Carlos III se presentaba muy costosa y compleja técnicamente. Habría que salvar barrancos, hacer acueductos, presas de captación en las cabeceras de los ríos, abrir trincheras en los montes y, sobre todo, una mina de 14 kilómetros en la zona de Tomares. Y muchísimas más esclusas que los canales de Aragón y Castilla que ya estaban en construcción y eran mucho menos complejos.

La obra del Canal Carlos III se presentaba muy costosa y compleja técnicamente. Habría que salvar barrancos, hacer acueductos, presas de captación en las cabeceras de los ríos, abrir trincheras en los montes y, sobre todo, una mina de 14 kilómetros en la zona de Tomares. Y muchísimas más esclusas que los canales de Aragón y Castilla que ya estaban en construcción y eran mucho menos complejos

La construcción comenzó a buen ritmo en 1776, con centenares de presos obligados a trabajar en los desmontes. Decenas de carros y obreros. Huéscar y las cortijadas próximas se llenaron de personas. Incluso había quejas por la falta de suministros para tanta población. El ingeniero que ultimó el proyecto y comenzó las obras fue Francisco Boizot. Los ingenieros más famosos del momento fueron consultados, incluso el director de las obras del Canal de Castilla se desplazó hasta Huéscar a tomar notas. Sus impresiones no fueron demasiado favorables a la viabilidad de este canal.

Las obras se prolongaron ininterrumpidamente entre 1776 y 1785. En aquellos nueve años avanzaron relativamente a buen ritmo, teniendo en cuenta que todo se hacía a mano y era una obra complejísima. En 1785, sin esperarlo, la compañía abandonó los trabajos. A partir de ese momento se comenzaron a replantear los cálculos y hablar claramente de la inviabilidad del proyecto: ni el aforo de aguas barajado sería suficiente ni habría tanta madera que transportar ni tantas tierras que regar. En los nueve años ya se habían gastado 19 millones de reales, de los 60 que se estimaron necesarios para culminar el proyecto. El resto de los capitales que tenía el contador en caja fue robado por Pierre Prádez y desapareció en dirección a París.

En 1791, una cédula real ordenaba perseguir judicialmente a Prádez (según publicó la prensa en diciembre de 1791). De aquellos reales nunca se supo. Lo que sí quedó fue una ingente muestra de las obras en presas, acueductos, puentes, zanjas y una gran cala en la sierra. Se había conseguido construir 29 kilómetros de canal en diversos tramos intermitentes (1.700 metros en la conexión del río Castril con el Guardal). La mayoría de estos restos todavía están visibles en el paisaje de la comarca.



Embalse del Negratín y dos grandes balsas sobre el monte Jabalcón desde las que se revierte el agua hacia las cuencas del Almanzora y Guadalentín.

Regadíos y suministro potable en los siglos XIX y XX

Murcia, Cartagena y Lorca no renunciaron a conseguir las aguas de los ríos que nacen en las sierras de Castril, Huéscar y Puebla de Don Fadrique. En 1815, el Ayuntamiento de la capital murciana propuso retomar las obras. Todo ello, a pesar de que desde 1785 se habían hecho presas en la cabecera del río Gadalentín para regar las tierras de Lorca. Los murcianos volvieron a insistir en 1846, 1878, 1900 y 1928. Los argumentos venían a ser los mismos que los presentados en tiempos de Felipe II. Pero ahora ya no se hablaba de vía navegable, sino de un trasvase de aguas en un solo sentido. En el siglo XX, la provincia de Almería también entró a reclamar su derecho a recibir aguas de los ríos granadinos (en caso de hacer realidad el canal). La comarca del Almanzora esgrimía más derecho a esa agua sobrante de los ríos Guardal y Castril que las lejanas tierras de Murcia.

Murcia, Cartagena y Lorca no renunciaron a conseguir las aguas de los ríos que nacen en las sierras de Castril, Huéscar y Puebla de Don Fadrique. En 1815, el Ayuntamiento de la capital murciana propuso retomar las obras. Todo ello, a pesar de que desde 1785 se habían hecho presas en la cabecera del río Gadalentín para regar las tierras de Lorca. Los murcianos volvieron a insistir en 1846, 1878, 1900 y 1928

Los planes hidráulicos fueron cambiando a gran velocidad durante el siglo XX. El Canal de Carlos III quedó olvidado en su concepción de cuatro siglos atrás, pero no la necesidad de revertir aguas de los ríos granadinos (que son tributarios de la cuenca del Guadalquivir, orientada hacia el océano Atlánico) y revertirlas hacia las cuencas del Almanzora y Guadalentín, es decir, dirigirlas hacia la cuenca mediterránea. Pero ahora las necesidades de agua no sólo eran para regar nuevas tierras (tema solucionado en parte con el trasvase Tajo-Segura), sino para abastecimiento humano y satisfacer el boom turístico.

La vieja idea de llevar aguas sobrantes –o al menos una parte de ellas- de los nacimientos del Noreste granadino se ha visto plasmada hace pocos años con el Trasvase Negratín-Almanzora-Guadalentín. En cierto modo, los “ríos” entubados han hecho realidad la idea de nuestros antepasados renacentistas de comienzos del siglo XVI. Buena parte de la huerta de Europa es regada en la actualidad, o bebe, de las aguas anheladas por los habitantes del Reino de Murcia que tanto pelearon por ellas.

Si hace siglos no hubo ninguna oposición a aquella importante modificación de la Naturaleza, no se puede decir que haya ocurrido lo mismo con la reciente y actual política hidráulica en la comarca del Noreste granadino. Ese es un pantanal en el que no quiero meterme, lo dejo para otra ocasión.



Panorámica del Dr. Frank (1848), según el cual el Guadalquivir debería nacer en Sierra Nevada.

La 'batalla' por el nacimiento del Guadalquivir

A lo mejor tenemos que cambiar los libros de geografía, porque ya ni los profesores están seguros de dónde nace ese río que pasa mansamente por Sevilla y se desparrama por Sanlúcar. El asunto no es baladí. Nunca lo ha sido cuando se ha tratado de determinar dónde nace exactamente el río Guadalquivir. Periódicamente han surgido las disputas y polémicas, desde hace casi siete siglos, cuando el rey Fernando III, el Santo, estableció por decreto que en Betis nacía en la Cañada de las Fuentes, término municipal de Quesada, pleno parque de Cazorla, hoy en la provincia de Jaén.



El nacimiento del río Guadaliquivir, el gran río andaluz, objeto de polémica, ha sido fijado oficialmente en la Sierra de Cazorla.

El asunto es considerado de tanta importancia que la Diputación de Almería, al unísono, ha pedido al Parlamento Andaluz que se debata el asunto en sede parlamentaria. Incluso hace pocos años la misma institución almeriense, pidió a la Junta un estudio serio para zanjar de una vez por todas dónde nace el río más importante de la mitad sur de España. Obviamente, defiende su propia opción: que nace en la comarca de los Vélez, en la rambla de Cañada Cañepla, término de María. Pero la cosa se complica, porque desde siempre ha habido otras opciones defendidas por estudiosos y peleadas por el fragor localista.

El asunto es considerado de tanta importancia que la Diputación de Almería, al unísono, ha pedido al Parlamento Andaluz que se debata el asunto en sede parlamentaria. Incluso hace pocos años la misma institución almeriense, pidió a la Junta un estudio serio para zanjar de una vez por todas dónde nace el río más importante de la mitad sur de España

Los libros de texto y las guías siguen dando por buena la Cañada de las Fuentes, en Cazorla, como la fuente del Guadalquivir, pero esta tesis jienense no las tiene todas consigo, al menos si atendemos al baremo internacional más aceptado, es decir, que se considera la fuente principal de un río a aquélla que mejor puntuación obtiene en cuanto a cota de nacimiento, aporte hídrico, lejanía de la desembocadura y extensión de su cuenca hidrográfica. Y la Cañada de las Fuentes, en Cazorla, no es precisamente la que suma mejor puntuación en esta carrera.

Las “novias” que disputan la maternidad oficial del Guadalquivir se agrupan principalmente en la margen izquierda del gran río andaluz, o sea, los aportes fluviales que después confluyen en el Guadiana Menor; pero tampoco hay que obviar las pretensiones manchegas. Estas últimas son mucho menos beligerantes e interesadas, aunque los ríos nacidos en la serranía de Alcaraz y extremo oriental del Campo de Montiel (Gudalmena, Guadalimar y Guadalén) pueden considerarse con derechos a ser tenidos en cuenta, sobre todo si barajamos las cotas de nacimiento, la lejanía de sus desembocaduras y la extensión de sus cuencas.

La vieja tesis musulmana de considerar el nacimiento de un río en su cota más alta la vamos a descartar: en este caso el Guadalquivir nacería en Sierra Nevada, donde arranca el arroyo Valdeinfierno que se convierte en Genil a pocos kilómetros.

Guadiana Menor

La principal batalla a la hora de disputar a Jaén la fuente primigenia se la plantea la cuenca del Guadiana Menor. Pero dentro del Guadiana Menor existe otra batalla interna, u otras muchas batallas internas. Los almerienses de los Vélez sostienen que su Cañada Cañepla es el punto más bajo y más alejado; pero también los de Puebla de Don Fadrique defienden que la antigua laguna de Bugéjar puede ser considerada el nacimiento. En cambio, quienes mayores argumentos aportan para defender la fuente del Guadalquivir como suya son los habitantes de Huéscar, con su río Bravatas de candidato. El río de Huéscar no es el punto más lejano, pero sí el que aporta más agua, pues dicen que Cañada Cañepla sólo es una rambla y no tiene caudal continuo.



Una de las concentraciones reivindicativas del Foro Guadalquivir nace en Almería. Imagen de guadalquivirnaceenalmeria.blogspot.com

Los almerienses de los Vélez sostienen que su Cañada Cañepla es el punto más bajo y más alejado; pero también los de Puebla de Don Fadrique defienden que la antigua laguna de Bugéjar puede ser considerada el nacimiento

La opción de la cuenca del Guadiana Menor, bien en tierras granadinas o almerienses, se presenta como la que mayores méritos técnicos reúne para ser considerada como “fuentes” (en plural) del Guadalquivir: porque tiene una cota de nacimiento más baja y más lejana, porque su cuenca es mucho mayor que la opción de Quesada y porque su aportación hídrica también es mayor. De hecho, los antiguos decían que el Gudalquivir no era tal hasta que no se juntaba con el Guadiana Menor; incluso hasta llegar a Mengíbar se le llamó de otras formas: Arroyo Frío, río Beas, río Cástulo, etc.

En el texto oficial “Guadalquivires” no existe una apuesta clara por considerar la sierra de Cazorla como el nacimiento del río gran río de Andalucía.

En suma, que existen tantos guadalquivires como criterios a la hora de estudiarlo:

Si lo hacemos desde el punto de vista geológico y tectónico, el río sería de origen manchego.

Desde el punto de vista histórico debemos dar la razón a quienes hablan de “fuentes” (en plural) del Guadalquivir: iberos y romanos no consideraban al río como tal hasta que no recogía a sus tributarios a partir de Mengíbar o en su confluencia con el Guadiana Menor. Los romanos hablaron de Cañada Cañepla, del río Orce y del Guadalimar como fuentes del Guadalquivir, pero nunca lo hicieron de Cazorla. Los musulmanes no tenían duda de que las fuentes se situaban en los primeros arroyos de la cuenca del Guadiana Menor (Bugéjar, río Orce y Cañada Cañepla, la fuente más baja). Hasta que llegó San Fernando e impuso su criterio.

Y, finalmente, desde el punto de vista más técnico es la zona de la Sagra la considerada fuente más original, un punto en el que confluyen las provincias de Granada, Jaén, Almería y Murcia.