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450 ANIVERSARIO DE LA GUERRA DE LAS ALPUJARRAS

Suenan atabales de guerra entre los moriscos de Granada

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 17 de Diciembre de 2017
Hace 450 años, en diciembre de 1567, Granada vivía un ambiente pre-guerra, la de las Alpujarras. ¿Sabes quién alentó esa contienda? ¿Quién trató en cambio con todas sus fuerzas de evitarla? No te pierdas este excepcional reportaje del escritor y periodista Gabriel Pozo Felguera que nos descubre pasajes de la historia de Granada imprescindibles para conocerla mejor.
Moriscos en la Vega, con Granada al fondo. Grabado de Joris Hoefnagle (1565).
Moriscos en la Vega, con Granada al fondo. Grabado de Joris Hoefnagle (1565).
  • En diciembre de 1567 se vivía ambiente de pre-guerra en Granada: Pío IV presionó al arzobispo Pedro Guerrero y a Felipe II para que acabasen con el islam; los corsarios turcos aumentaron sus saqueos en las costas españolas

  • Los moriscos que no tenían escrituras de sus propiedades o las tenían en árabe fueron expoliados de casas y tierras

  • Francisco Núñez Muley rebatió la Pragmática real que aniquilaba la cultura morisca, pero no consiguió suavizarla; el Marqués de Mondéjar avisó que habría sangre

Por diciembre de 1567 las tierras de Granada se llenaron de desasosiego. Especialmente para la comunidad morisca, que era mayoritaria en la capital e inmensamente mayor en las zonas rurales. El rey Felipe II se había empeñado en acabar, de una vez, con la rocosa e indomable comunidad descendiente de los mudéjares. Ya no habría más prórrogas: o se cristianizaban en todos los aspectos o sufrirían severos castigos. El venerable anciano Francisco Núñez Muley veía rechazado su recurso, en forma de Memorial, para solicitar la clemencia real. La Navidad de 1567 se presentaba muy triste para los musulmanes granadinos; empezaban a salir cartas y mensajeros desde Granada en dirección al imperio otomano. Añafiles y atabales de sus antepasados anunciaban sangre; aunque la Guerra de las Alpujarras o de los Moriscos tardaría todavía un año en estallar, la mecha estaba encendida desde unos pocos años atrás. Y lo habían hecho tanto el Papa de Roma como el Consejo de Castilla en Madrid (sin desdeñar la deslealtad y traición de corsarios moriscos).

Los mudéjares (musulmanes bajo gobierno cristiano) habían perdido sus derechos a partir de los levantamientos de principios del siglo XVI, nada más darse cuenta de que los cristianos conquistadores de Granada no tenían intención de cumplir con las Capitulaciones de 1491. Se había creado para ellos el estatus especial de moriscos; se les permitió vivir como criptomusulmanes a cambio de convertirse en mayores pecheros que los cristianos

Los mudéjares (musulmanes bajo gobierno cristiano) habían perdido sus derechos a partir de los levantamientos de principios del siglo XVI, nada más darse cuenta de que los cristianos conquistadores de Granada no tenían intención de cumplir con las Capitulaciones de 1491. Se había creado para ellos el estatus especial de moriscos; se les permitió vivir como criptomusulmanes a cambio de convertirse en mayores pecheros que los cristianos. Pagaban más impuestos y disfrutaban de menos derechos. Los monarcas esperaban que el tiempo fuese aculturándoles. Incluso en 1526, los moriscos granadinos tuvieron que soportar un impuesto especial (80.000 excelentes=288 kilos de oro) para comprar una prórroga real hasta su total integración en la sociedad castellana dominante. El emperador Carlos I les concedió 40 años de plazo para dejar de hablar y escribir árabe, abandonar sus costumbres, sus vestimentas, sus baños, sus zambras, etc.

Pero aquel plazo expiró. Llegó 1566 y la situación política y social española e internacional habían cambiado bastante. Ahora el rey era Felipe II; en el Mediterráneo había surgido el imperio otomano, en Europa se había hecho fuerte el protestantismo, la contrarreforma de Trento imponía su mano de hierro. España tenía muchos frentes abiertos y poco oro para armar ejércitos con que mantener su imperio exterior y controlar su amenaza interior morisca.

En este artículo me voy a centrar en tres personas y sus actuaciones en la pre-guerra de las Alpujarras; también en otro más que jugó un importante papel en el fracaso del levantamiento.

El arzobispo Guerrero, el Papa y el Concilio de Trento

El desasosiego de los moriscos españoles lo incrementó el arzobispo de Granada Pedro Guerrero. Fue un religioso y teólogo de prestigio, que se codeaba con San Juan de Ávila. Acudió a las dos últimas etapas del Concilio de Trento, donde sus aportaciones fueron de bastante calado. Su papel en la diócesis granadina comenzó conciliador e integrador con los moriscos, al menos durante sus primeros años; no obstante, al finalizar el Concilio de Trento (en 1563) regresó a Granada sosteniendo mucha mayor dureza con los abundantes musulmanes que todavía proliferaban.

La causa fueron los cánones contrarreformistas emanados del Concilio y, sobre todo, el encargo personal que le hizo el papa Pío IV: el Pontífice le pidió que pusiera más empeño en acelerar la cristianización de la diócesis menos cristiana de todas, que no era otra que la de Granada. Además, le encargó que se pasara por Madrid a presionar a Felipe II para que se convirtiera en el principal adalid en defensa de la contrarreforma.



Pedro Guerrero, nada más llegar a Granada, se encargó de publicar los acuerdos de Trento. También convocó el Concilio Provincial de 1565 para comenzar a aplicar los nuevos preceptos tridentinos. Fue uno de los obispos líderes del momento en España.

Los moriscos no tendrían más remedio que aceptar la nueva situación de unidad religiosa que se les exigiría. La Inquisición les ponía en su punto de mira, pues hasta entonces no habían sido su objetivo principal.



En cierto modo, la primera mecha de la guerra de las Alpujarras la había encendido el Papa en Roma Pío IV. Corría el mes de diciembre de 1563.

Presión fiscal y rapiña sobre los moriscos

Por aquellos mismos años, la presión fiscal sobre los pecheros moriscos se había acrecentado hasta niveles insoportables para una sociedad mayoritariamente agrícola y artesana. Las autoridades se cebaron con las propiedades de moriscos por una doble vía: deberían mostrar escrituras de propiedad de sus inmuebles y tierras; además, deberían tenerlas escritas en castellano. Tenerlas en árabe, aljamía o no tenerlas supondría su expropiación inmediata y venta a cristianos.

La inmensa mayoría de moriscos no tenía títulos de propiedad de sus terrenos, que habían pasado de padres a hijos desde tiempos inmemoriales. Los pocos que las tenían era en árabe. El resultado fue que de la noche a la mañana surgieron infinidad de romanceadores (traductores) para pasar al castellano sus papeles; también se dieron infinidad de falsificaciones de documentos para retener los bienes

La inmensa mayoría de moriscos no tenía títulos de propiedad de sus terrenos, que habían pasado de padres a hijos desde tiempos inmemoriales. Los pocos que las tenían era en árabe. El resultado fue que de la noche a la mañana surgieron infinidad de romanceadores (traductores) para pasar al castellano sus papeles; también se dieron infinidad de falsificaciones de documentos para retener los bienes. Pero buena parte de los moriscos vieron volar de sus manos las casas y terrenos que desde siempre habían sido de sus familias. Muchos pasaron de propietarios a inquilinos o arrendatarios de los cristianos o de moriscos ricos; también se dieron bastantes casos de gentes que se vendieron como esclavos o sirvientes de por vida.

Esta nueva afrenta enrareció muchísimo las relaciones en aquella sociedad dual morisco-cristiana de hace 450 años.

Acoso turco-berberisco

El oro y la plata que empezaban a llegar de las Indias no eran suficientes para que Felipe II mantuviera sus ejércitos en los múltiples conflictos abiertos en su imperio europeo. En el territorio peninsular no habían quedado precisamente sus mejores tercios; y en las costas del Mediterráneo era continuamente acosado por incursiones de berberiscos y turcos, que contaban con una muy activa colaboración de moriscos españoles.

Desde la pérdida de Bujía, en 1555, y la pérdida de Malta (1566) parecía que las costas españolas estaban a merced de los desembarcos otomanos. No había verano que no se registrara un asalto a las ciudades costeras y retrocedieran con botín y miles de cautivos. La vigilancia y defensa costera estaba encomendada a la Capitanía de Granada, con sede en la Alhambra; el rey Felipe II barajó la posibilidad de trasladarla a Vélez-Málaga, al menos en lo referido a los guardacostas.

Las actividades del corso norteafricano se multiplicaron al comienzo de la década de 1560. Con el consiguiente disgusto de Felipe II, máxime cuando se le informaba que los corsarios contaban con la colaboración de la población morisca granadina. Las costas de Almería, Granada y Málaga eran el lugar más inseguro para la navegación felipina. Además, las guardias viejas del litoral recibían su paga tarde, mal o nunca. Todo este cúmulo de adversidades llevó al Rey a destinar a tres compañías de guardias viejas de Castilla a la vigilancia permanente de las costas granadinas (orden de 8 de marzo de 1567). Los moriscos eran, a sus ojos, un enemigo interior tan poco de fiar como los berberiscos, turcos y corsarios.



Grabado de Joris Hoefnagle (1564) en el que se ven moriscos en el valle del Darro, con la Alhambra a la izquierda y Granada al fondo.

Pragmática contra los moriscos de 1567

En realidad, la Pragmática de los Moriscos fue firmada por el Rey el 17 de noviembre de 1566, pero se la conoce como de 1567 porque fue pregonada y colgada en la Plaza de Bibarrambla de Granada el 1 de enero de 1567. Felipe II se había cansado de los problemas que, a sus ojos, causaban los irreductibles moriscos españoles. No iba a permitir que continuaran siendo una minoría (peligrosa) dentro de su territorio; deberían abandonar su lengua, su religión, sus costumbres, sus vestidos, sus fiestas, cerrar los baños públicos, etc. Exigía la completa unidad religiosa y política. No habría más prórrogas como concedieron su abuela Juana y su padre Carlos I.

En aquel año de 1567 ya se había alcanzado en el reino de Granada un alto grado de aculturación de la antigua sociedad musulmano-mudéjar, tras bautismos masivos, con las dos casas de doctrina para enseñanza de niños moriscos, la ausencia de cadíes e imanes que dirigiesen a la comunidad islámica. Pero eso era en teoría, porque la realidad es que en Granada (sobre todo en el medio rural) la vida solía transcurrir en un ambiente criptomusulmán o mixto árabe-cristiano.

Y para hacer cumplir aquella pragmática, una severa y definitiva ley para diluir al pueblo morisco, había sido enviado a Granada un duro presidente de su Real Chancillería: Pedro de Deza. Éste había recibido el encargo de modo personal de Felipe II en el Alcázar de Madrid. Sus duras formas y su decisión a la hora de hacer cumplir las leyes dejaron profunda huella en la historia de Granada.


Pedro de Deza, en 1578, recién nombrado cardenal en Roma.

Mediación fallida del venerable Núñez Muley

Francisco Núñez Muley era considerado un abogado venerable para el año 1567, cuando se publicó la Pragmática contra los moriscos. Era de origen noble meriní, aunque asentado en Granada a finales del siglo XV. Su familia se cristianizó poco después de la conquista de Granada en 1492, aunque mantenía estrechas relaciones con la comunidad mudéjar-morisca, que le reconocía y respetaba.

Elaboró un documento de alegaciones contra la Pragmática real, que se conoce como Memorial de Francisco Núñez Muley. Aquel documento estaba muy bien armado, trataba de rebatir uno por uno los argumentos del texto salido del Consejo de Castilla contra el pueblo morisco. Planteaba la actitud de los moriscos como la de cualquier otro grupo étnico español y no como un grupo religioso problemático; decía que sus formas de vivir y sus costumbres no estaban marcadas por la práctica de la religión musulmana, sino por las herencias de sus antepasados; solicitaba más tiempo para que las nuevas generaciones aprendiesen a hablar y escribir el castellano, como los jóvenes ya lo hacían, pues no había dado tiempo a hacerlo en tan pocos años desde la incorporación a Castilla. En cuanto al uso de los baños públicos, no se trataba de lugares de conspiración, sino de lugares de higiene.

El Memorial brilla por la lucidez y sinceridad del pensamiento de su autor, con una prosa clara que no era habitual para la época. Entregó su escrito al presidente de la Chancillería, Pedro de Deza, esperando obtener algún tipo de clemencia o relajación en el plazo de ejecución de la misma.



Bajorrelieve del retablo mayor de la Capilla Real que representa el bautismo masivo de moriscos de 1499, de Felipe de Vigarny.

Paralelamente, otra comisión de notables cristianos y moriscos se dirigió a Madrid a entrevistarse con el presidente del Consejo de Castilla, que entonces era el cardenal Diego de Espinosa. La delegación iba comandada por el capitán general de Granada, Íñigo López de Mendoza, el cristiano viejo Juan de Enríquez y los moriscos Hernando el Habaquí y Juan Hernández el Modafal. El cardenal se negó en rotundo a dejar en suspenso la Pragmática; todo lo contrario, aquellos embajadores moriscos deberían comenzar por eliminar sus apodos y ponerse apellidos cristianos.

El Marqués de Mondéjar, Íñigo López de Mendoza, hizo un último intento con una carta dirigida personalmente al Rey: Le decía que poner en práctica la Pragmática supondría la guerra. Al menos consiguió que el Consejo de Guerra de Castilla opinara lo mismo, pero Felipe II siguió en sus trece. Le contestó que dejar a los moriscos aferrados a sus costumbres ancestrales haría imposible que abandonasen su religión musulmana. Había que cortar la raíz del problema.

Las tres negativas, la del presidente del Consejo de Castilla, la de Pedro de Deza (que hablaba por boca del Rey) y el propio Felipe II, coincidieron con los días finales de 1567. Fue el momento en que aumentó notablemente el número de monfíes en las sierras del reino de Granada, desesperados porque se les abocaba al hambre, la miseria y la muerte. Los preparativos de guerra habían comenzado; mientras, el sector “colaboracionista” (moriscos ilustrados y cristianos nuevos) continuaba insistiendo por la vía del diálogo y la diplomacia. Pero trascurrió un año más, llegó la Navidad de 1568, y nada se había conseguido. Empezaba una guerra civil que se prolongaría hasta principios de 1570. (Sus consecuencias todavía no se han superado).





Martirio de cristianos en Ugíjar y Andarax, según un grabado de la Historia Eclesiástica de Granada (Heylan).

El astuto y sibilino Alonso del Castillo

Alonso del Castillo fue otro cristiano nuevo (cristiano arábigo se definía a sí mismo), de características muy parecidas a Núñez Muley. Intelectual, médico, romanceador, trabajó muy cerca de los poderes del momento (Inquisición, Arzobispado, Chancillería, Concejo, Capitanía). Hombre partidario de la vía de diálogo a la hora de afrontar la negociación para justificar el mantenimiento de la cultura de raíces musulmanas, aunque minorada en su arista religiosa.

Cuando estalló la guerra en la Navidad de 1568, Alonso del Castillo no dudó en mantenerse al lado de sus empleadores cristianos. Recorrió los escenarios de la guerra como traductor y espía al servicio de Íñigo López de Mendoza. Se encargó de traducir la correspondencia al árabe, de traducir del árabe las cartas y documentos interceptados al bando de los moriscos y, lo que fue más importante, de organizar libelos y escritos falsos para contribuir a la desmoralización de las milicias refugiadas en las sierras alpujarreñas, de la Axarquía y montañas del levante granadino-murciano. Por orden de Pedro de Deza, se inventó cartas de supuestos alfaquíes augurando malos resultados a la causa morisca, desmontando predicciones de victoria a las que tan aficionados eran los moriscos y falseando algunos escritos. También colaboró con Gonzalo el-Xeniz y el comerciante Francisco Barrero en la planificación del asesinato del reyezuelo Abén Aboo.

Todos estos méritos en la guerra de los moriscos (1568-71) le sirvieron para conseguir el empleo de traductor real, tanto en Madrid, El Escorial como en Granada. Alonso del Castillo fue el principal inspirador de la falsificación del pergamino de la Torre Turpiana y de los Libros Plúmbeos de Sacro Monte; lo hizo para tratar de revertir la dispersión de los moriscos por el resto de España (entre 1570-71, y en una segunda tanda en 1585), así como para frenar la expulsión definitiva a partir de 1609.

La Granada de 1567 se corresponde con una de las tres ciudades más pobladas del momento, sólo superada por Sevilla y Valencia. Por el Censo de 1561 (llamado de Moriscos y conservado en el Archivo General de Simancas) conocemos que tenía alrededor de 55.000 almas; aquel censo recoge los nombres de todos los vecinos de la ciudad mayores de siete años, hasta sumar un total de 42.783. Había algo más de diez mil casas habitadas. Si les sumamos uno/dos niños por familia, superarían en algo los 55.000 habitantes. Más de la mitad de los vecinos residían en parroquias del Albayzín y su zona de influencia, y eran mayoritariamente moriscos.



Cuadro Jesús cura a San Cecilio y Tesifón (Taller Pedro de Raxis), en la Iglesia del Sacromonte. El personaje de barba blanca de la derecha podría haber tomado como modelo a Alonso del Castillo.

[De la guerra de las Alpujarras ya habrá ocasión de escribir durante el 450 Aniversario que se celebra el año próximo, incluido un importante congreso que se encuentra en preparación].

 

DATOS BIOGRÁFICOS

Pedro Guerrero nació en Leza (La Rioja, 1501). Estudió gramática en Sigüenza y Artes en Alcalá. Allí coincidió con el futuro San Juan de Ávila. Continuó estudios de teología en Salamanca. En 1535 era catedrático de Prima en la Universidad de Sigüenza. En 1546 fue  nombrado arzobispo de Granada por Carlos V. Muestra su preocupación por educar y cristianizar a los moriscos. Su intensa actividad pastoral le impidió asistir al primer periodo de sesiones del Concilio de Trento; no así al segundo (1551-1553) y tercero (1561-1563). Tomó parte muy activa en el Concilio, donde tuvo brillantes intervenciones sobre Eucaristía, la Penitencia, la Misa, el sacramento del orden, potestad de los obispos y obligatoriedad de residir en sus diócesis.

De vuelta en Granada, propició un concilio provincial (1565) para aplicar lo decidido en Trento. Pero su exacerbada preocupación por acelerar la evangelización del pueblo morisco, según lo tratado en Trento y por las presiones del papa Pío IV, propugnó medidas poco prudentes: presionó al rey Felipe II para que se aplicaran las rígidas pragmáticas contra las costumbres y lengua de los moriscos.

Este arzobispo ayudó a los jesuitas a establecerse en Granada (1554), a quienes confió el Colegio de niños moriscos del Albayzín (1559). Fue titular de la diócesis granadina durante 29 años. Murió el año de 1575».

Pedro de Deza (Toro -Zamora-, 1520). Vicario del obispado de Santiago y oidor en Valladolid. Representó la línea dura en la ejecución de la Pragmática contra los moriscos de 1 de enero de 1567. Fue nombrado presidente de la Chancillería ese año; se mantuvo en el cargo hasta 1577. Fue enviado a Roma y nombrado Cardenal, donde acumuló honores y fortuna. Coincidió en el colegio cardenalicio con Camilo Borghese para la elección de dos papas. Falleció en 1600.



Retrato de Pedro de Deza.

Francisco Núñez Muley. Nació en Granada a finales del siglo XV. Su familia, los meriníes de Marruecos, se encontraban aquí refugiados tras su derrocamiento. Se cristianizó tras la conquista de los Reyes Católicos. Intelectual de su época, prestó servicios a todos los reyes cristianos a lo largo de su vida. En 1502 figura como paje del obispo Hernando de Talavera en su viaje a la Alpujarra. En 1517 estuvo presente en Valladolid a recibir a Carlos I. Era de la elite morisca granadina; recaudador de impuestos de su pueblo, se le autorizó a portar armas y montar caballos. Figura permanentemente en las embajadas representantes de moriscos ante los poderes castellanos. Se apunta que falleció anciano hacia 1569-70.



Plataforma de A. de Vico, zona de la plaza de las Pasiegas, resultante del derribo de los Colegios de Niños Moriscos y de la Doctrina (números 59 y 61).

Alonso del Castillo debió nacer en torno a 1527, aunque no existe certeza; sólo nos basamos en sus comentarios de que era de la misma edad que Felipe II. Sabemos que fue médico porque él solía firmar o encabezar sus trabajos literarios o traducciones diciendo que tenía esa otra profesión; también por las referencias que dejó al tratar pacientes en El Escorial y por sus escritos sobre enfermedades. Debió ser estudiante de las primeras promociones en la Universidad de Granada. de Medicina.

En 1559 encontramos a Alonso del Castillo entre los más prestigiosos romanceadores de escrituras árabes, tan necesarios en aquellos momentos de una sociedad dual: la árabohablante y la castellana. En aquel año trabaja como traductor para el Juzgado de Aguas. (En Granada existían entonces tres grandes casas de romanceamiento: la de los Xarafí, la de Juan Rodríguez y la de Alonso del Castillo. Por eso en los archivos históricos de Granada abundan las traducciones firmadas por Alonso del Castillo).

En el Censo de Granada de 1561 (conocido como Censo de Moriscos) figura la que se sospecha familia de Alonso del Castillo. A esa fecha estaba formada por “Alonso del Castillo; María de Montiel, muger; Melchor del Castillo, hijo; Luis Mexía, hijo; Ana, criada; María de Çelada; Pedro, ausente; María Ana, hija». Estaban censados en la Parroquia de San Josepe (actual San José, en el Albayzín). (Legajo 2.150, folio 312 r. sección Cámara de Castilla, Archivo General de Simancas). Los datos apuntan que murió hacia 1609 y fue enterrado en el cementerio de la iglesia de San Miguel Bajo.