Un rubí del rey de Granada en la Corona Imperial Británica
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La gema perteneció al tesoro real nazarita hasta 1362, cuando fue entregada por el rey Bermejo a Pedro I el Cruel para solicitar su apoyo en su guerra interna
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Pedro I el Cruel se la dio al Príncipe de Gales en 1367 como pago por la ayuda inglesa en la batalla de Nájera contra Enrique II Trastamara
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La piedra perteneció a varias dinastías británicas hasta quedar engastada en la corona que utiliza Isabel II para la apertura del Parlamento británico
La corona imperial británica es, quizás, la más suntuosa y espectacular de cuantas joyas tocan las cabezas de monarcas de la tierra. Que son varias y se conservan en la Torre de Londres. Es una pieza de casi tres kilos de oro en los que hay engarzados 2.783 diamantes, 277 perlas, cuatro esmeraldas, 17 zafiros y 5 rubíes. Pero hay tres gemas que destacan sobre las demás: el zafiro de los Estuardos; el diamante estrella de África (Cunillan) de 317 quilates; y, sobre todas ellas, el rubí de Don Pedro I de Castilla o del rey Bermejo de Granada.
Con sus 170 quilates (34 gramos, 5,08 centímetros de longitud), este rubí de origen español (que en realidad es una espinela) es la gema de su tipo más famosa del mundo. Hasta ahora se sabía con certeza que perteneció hasta 1362 al tesoro real nazarí, pero su origen se perdía en la noche de los tiempos y le conferían un origen mítico, se le entroncaba con la mesa del rey Salomón. Hoy sabemos, por los últimos estudios, que su origen más probable se encuentra en las minas de Mianmar, aunque tampoco se descarta Tailandia, ni la mina de Badajsan (Tayikistán). Cuándo fue encontrado y cómo llegó a la Alhambra sigue siendo un misterio, aunque lo más probable es que fuese traído a Granada por comerciantes genoveses.
Su apoyo por un rubí
A mediados del siglo XIV España y Europa se desangraban en guerras internas: el Reino de Granada estaba en guerra civil entre Muhammad V, Ismail II y Muhammad VI; en el reino castellano luchaban Pedro I y su hermano Enrique II Trastamara; Inglaterra y Francia estaban inmersas en la Guerra de los Cien Años.
Muhammad V de Granada había sido depuesto por su sobrino Ismail II, con la ayuda de su cuñado Muhammad Abu Said (futuro Muhammad VI, el rey Bermejo), que era hermanastro del rey. Ismail II era débil de carácter y con pocas dotes políticas; fue asesinado en 1359 por quien le puso en el trono, Muhammad VI. Éste gobernó el reino durante 1359-62. En la primavera de ese año regresó de su exilio africano el depuesto rey Muhammad V, decidido a recuperar su reino desde Ronda. Acudió a pedir ayuda al rey castellano Pedro I, que por entonces se hallaba en Sevilla guerreando contra su propio hermano Enrique de Trastamara y, a veces, contra los musulmanes de Granada. Allí acudió también el rey usurpador Muhammad VI, convertido en tributario del monarca castellano y también aliado con Pedro IV de Aragón (a su vez, enemigo del Cruel).
Para obtener ventaja en el apoyo, Muhammad VI, el Bermejo, se desplazó a los Reales Alcázares de Sevilla con buena parte del tesoro real de la Alhambra para ofrecérselo como pago a la ayuda
Ambos reyes granadinos se disputaban el favor y la ayuda del poderoso monarca castellano. Quien obtuviese su favor se consolidaría como rey de Granada, es decir, si era Muhammad V recuperaría la Alhambra, si era Muhammad VI seguiría usurpando en trono conseguido tras un golpe de estado y el asesinato de Ismail II. Para obtener ventaja en el apoyo, Muhammad VI, el Bermejo, se desplazó a los Reales Alcázares de Sevilla con buena parte del tesoro real de la Alhambra para ofrecérselo como pago a la ayuda.
Cuenta Pedro Pérez de Ayala en su Crónica de Don Pedro de 1362, que siendo el 16 de abril de ese año, los caballeros granadinos fueron invitados a una comida en el transcurso de la cual mostraron su disposición a entregar diversas joyas como pago. El rey Pedro ordenó encarcelarles por considerarlos traidores y aliados de su enemigo el rey de Aragón: "Luego que el rey Bermejo fué preso, fué catado aparte si tenía algunos joyas consigo y falláronle tres piedras balajes tan grande cada una como un huevo de paloma, e fallaron á un moro pequeño que venia con él un correon que traia setecientas e treinta piedras balajes, e fallaron á otro moro pequeño, que era su paje, aljofar tan grueso como avellanas mondadas, cien granos; e a otro moro pequeño fallaron otra partida de aljofar tan grande como granos de garbanzos, que podia haber un celemín; e a los otros moros fallaron a cada uno, a cual aljofar, a cual piedras e levarongelo luego todo al Rey. E a los moros que fueron presos en la judería fueron falladas doblas e joyas, e todas las ovo el Rey".
Uno de los tres balajes (balax, berilo de la familia del rubí) que menciona la crónica era nuestra gema protagonista. El rey Cruel organizó una matanza de 37 caballeros granadinos en el Campos de Tablada, a las afueras de Sevilla siendo él mismo quien alanceó, dio muerte y cortó la cabeza al rey Muhammad VI, el Bermejo. Se la envío a Muhammad V a la Alhambra pinchada en una pica. Resultó evidente que los rubíes y resto de joyas de la Alhambra no le sirvieron a Muhammad VI para conseguir apoyo a su causa y salvar su vida. Esa parte del tesoro real nazarita se perdió para siempre.
Regalo al Príncipe Negro
Poco tiempo después, en 1367, el monarca Pedro I de Castilla estaba acorralado por su hermanastro Enrique II de Trastamara en la larguísima guerra que sostenían por toda la Península. Se refugió en Francia y pidió ayuda al Príncipe de Gales, Eduardo de Plantagenet, más conocido por el Príncipe Negro o Eduardo de Woodstock (1330-76) por llevar una coraza de ese color. Los ingleses deambulaban por Bretaña enfrascados en su guerra contra la corona francesa. Entraron en España para ayudar a Pedro I a consolidarse en el poder, derrotando a los ejércitos castellanos en la batalla de Nájera (La Rioja). Pedro I no pudo recompensarles con más botín que unas cuantas joyas personales. Entre ellas iba el rubí del rey Bermejo granadino. No es cierto que el rubí fuese robado de la Iglesia de Santa María la Real de Nájera por los ingleses, como narran las crónicas riojanas.
Con tan escaso botín regresaron los ingleses a Bretaña y Normandía a seguir haciéndose la guerra. El Príncipe Negro mostró gran estima por la joya granadina, de manera que la lució en todas sus batallas. Pero murió en 1376 sin llegar a reinar. El rubí pasó a su hijo Ricardo II Plantagenet. En 1415 aparece el rubí de Don Pedro en la corona del rey Enrique V de Inglaterra, durante la batalla de Agincourt, donde la arquería inglesa destrozó al ejército francés de Carlos VI
Con tan escaso botín regresaron los ingleses a Bretaña y Normandía a seguir haciéndose la guerra. El Príncipe Negro mostró gran estima por la joya granadina, de manera que la lució en todas sus batallas. Pero murió en 1376 sin llegar a reinar. El rubí pasó a su hijo Ricardo II Plantagenet. En 1415 aparece el rubí de Don Pedro en la corona del rey Enrique V de Inglaterra, durante la batalla de Agincourt, donde la arquería inglesa destrozó al ejército francés de Carlos VI. Las crónicas cuentan cómo el Duque de Alençon desafió al rey inglés; le partió la corona del rubí de una estocada, pero finalmente el inglés consiguió la victoria.
La arriesgada costumbre de los monarcas de aquella época de luchar con la corona real sobre el casco le llevó a otro susto con el rubí. En la batalla de Bosworth (1485), el rey Ricardo III perdió la vida, el reino y la corona. La joya real fue hallada días después, partida en dos, en unos matorrales. A partir de entonces, el duque de Richmond pasó a reinar como Enrique VII de Inglaterra; inauguraba la dinastía Tudor y la corona con el rubí de la Alhambra.
La joya estuvo en las manos de una reina inglesa consorte de origen español, Catalina de Aragón, hija menor de los Reyes Católicos y esposa de Enrique VIII, aunque por poco tiempo. La corona y su correspondiente rubí fue vendida en la crisis monárquica inglesa de 1649. Debió adquirirla alguien de la familia real, puesto que en 1661 vuelve a aparecer sobre la cabeza del rey Carlos II recién restaurada la monarquía tras el periodo de Cromwell. Hubo por entonces algún que otro intento de robo de joyas reales británicas, lo cual aconsejó custodiarlas en la Torre de Londres, donde quedaron depositadas a partir de 1671 y sólo se sacan para que las luzca Isabel II en los pomposos actos de la Commonwealth.
Esta corona imperial británica permaneció intacta en las sesiones de apertura del Parlamento. Hasta que la State Imperial Crown fue rehecha en 1838 para la coronación de la reina Victoria (1838-1901). En la apertura del Parlamento de 1845 se le cayó del cojín al duque de Argyll y la joya quedó aplastada. Nuevamente fue rehecha para la coronación de Jorge VI en 1937 por los joyeros Garrad y Cía.
El rubí del rey Bermejo ha pertenecido a las sagas reales de los Nazaríes, los Trastamara (en España), Plantagenet, Lancaster, Tudor y Estuardos (en Inglaterra). No sabemos si con anterioridad perteneció a alguna otra dinastía de reyes
La última reforma de la Corona Imperial británica tuvo lugar en 1953 con motivo de la coronación de Isabel II; fue reducido el aro para ajustarlo al menor tamaño de su cabeza, rebajados los arcos en una pulgada con el fin de hacerla una corona más femenina.
El rubí del rey Bermejo ha pertenecido a las sagas reales de los Nazaríes, los Trastamara (en España), Plantagenet, Lancaster, Tudor y Estuardos (en Inglaterra). No sabemos si con anterioridad perteneció a alguna otra dinastía de reyes.
¿Origen real o leyenda?
El rubí de la Alhambra, del rey Bermejo (Mohammed VI), de Don Pedro el Cruel o del Príncipe Negro, que de todas formas se puede llamar a esta famosa gema, tiene un origen hoy conocido gracias a la ciencia. Los análisis aseguran que procede de las minas de Badajsan, en Tayikistán. ¿Pero cómo llegó a la Alhambra de Granada?
Existen infinidad de leyendas que acompañan su origen y beneficios/perjuicios que acarrea a quien lo posea. Lo más probable es que durante al alta Edad Media llegara a Al-Andalus en manos de mercaderes que comenzaron haciendo la ruta de la seda, después recalara en oriente próximo y Génova, hasta acabar en manos de la monarquía granadina, que mantenía estrechas relaciones comerciales con genoveses y venecianos.
Hay otra leyenda muy extendida que cuenta cómo, al llegar los musulmanes a la Península en 711, el caudillo Musa encontró la Mesa del Rey Salomón en la actual Medina Sidonia o en Toledo, adonde había ido a parar desde Roma y mucho antes desde Jerusalén por mediación de los cátaros
Hay otra leyenda muy extendida que cuenta cómo, al llegar los musulmanes a la Península en 711, el caudillo Musa encontró la Mesa del Rey Salomón en la actual Medina Sidonia o en Toledo, adonde había ido a parar desde Roma y mucho antes desde Jerusalén por mediación de los cátaros. Se trataba de una mesa de oro, con 365 patas, que tenía engastadas miles de gemas. Musa se la habría arrancado y disputado a Tarik; por eso ambos fueron llamados a Damasco para dar explicaciones al califa.
Otras leyendas apuntan que el rubí fue traído a Al-Andalus, también procedente de Jerusalén, por los califas cordobeses. En este caso también se le asocia con los tesoros del Rey Salomón, quien lo habría extraído de sus enigmáticas minas africanas.
En todo caso, al rubí se le asocia con la mala suerte. Se dice que ninguna monarquía que lo tenga en su cetro o corona estará tocada por la buena suerte: el rey Bermejo de Granada murió casi en el acto; Pedro I de Castilla fue asesinado siete años después en Montiel; el Príncipe Negro no llegó a reinar; Ricardo III de Inglaterra perdió su trono cuando lo llevaba puesto... Por el contrario, el imperio británico se hizo más fuerte con él durante los siglos XVI a XIX. Incluso aseguran que se pone más rojo a medida que se derrama más sangre por la joya. Y los esporádicos annus horríbilis de Isabel II se relacionan con la posesión de este rubí.
Sin duda, se trata de uno más de los cuentos de la Alhambra.
Descripción en la web del Tesoro británico:
Encima de la banda hay dos arcos (o cuatro medios arcos), cada uno de los cuales proviene de un paté cruzado. La cruz delantera está montada con una espinela roja cabujón grande e irregular, conocida como el 'Rubí del Príncipe Negro'. En su historia, la piedra fue perforada para su uso como colgante, y el orificio superior luego se taponó con un pequeño rubí cabujón en una montura de oro. Las tres cruces restantes se montan cada una con una esmeralda de corte escalonado montado como una pastilla. Las cruces se alternan con cuatro flores de lis, cada una con un rubí de corte mixto en el centro. Tanto las cruces como las flores de lis están montadas con diamantes. Las cruces y las flores de lis están unidas por botines de diamantes, apoyados en zafiros.
(…)
El rubí del príncipe negro, de hecho una espinela grande, se pensaba tradicionalmente que era el rubí dado a Eduardo, Príncipe de Gales (1330-76), hijo de Eduardo III, y conocido como el Príncipe Negro, por Don Pedro, Rey de Castilla, después de la Batalla de Nájera, cerca de Vitoria en 1367. La piedra, que mide 170 quilates, es de origen oriental y se ha perforado en el pasado para usarla como colgante. Según la leyenda, pasó a España alrededor de 1366, donde Don Pedro lo tomó del rey moro de Granada. En 1415 fue una de las piedras que usó Henry V en su casco, en la Batalla de Agincourt. Es difícil demostrar que esta es realmente la misma piedra, pero una gran Balas (o espinela) ciertamente aparece en las descripciones de las coronas estatales históricas, y se ha restablecido cada vez que la corona fue remodelada.