El judío granadino más internacional e ignorado en su ciudad
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Yehudá se exilió de Granada en 1148 con la llegada de los Almohades; dio origen la saga de sabios médicos y traductores en Cataluña, Francia e Italia
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Granada prácticamente no conoció su existencia hasta 1988, cuando un descendiente suyo donó la estatua que hay al principio de la “judería”
Resulta que en la supuesta “ciudad de las tres culturas” es el lugar donde más se ignora y se desconoce la importantísima aportación de una de ellas: la judía. Y eso que Granada lleva el nombre que le dieron los judíos, no los musulmanes ni los cristianos
Resulta que en la supuesta “ciudad de las tres culturas” es el lugar donde más se ignora y se desconoce la importantísima aportación de una de ellas: la judía. Y eso que Granada lleva el nombre que le dieron los judíos, no los musulmanes ni los cristianos.
Me he decidido a escribir este recordatorio sobre los judíos granadinos tras ser citado por un conocido “junto a la estatua del moro de la calle Pavaneras”. Seguro que no es el único que ignora en esta ciudad el gran papel que jugó históricamente la comunidad judía. Pero la ausencia de construcciones y otros vestigios tangibles hebraicos han propiciado que Granada haya olvidado casi por completo la importante aportación histórica judía. Granada es de las pocas ciudades españolas que no tiene judería propiamente estructura; una nebulosa ha cubierto durante cinco siglos todo lo relacionado con la cultura judía. Quizás el estigma sea achacable a que en Granada fue precisamente donde comenzó la tragedia judía con la expulsión de 1492. Y la posterior masacre y persecución de judeoconversos hasta épocas bien recientes.
Ocho apellidos judíos en Granada
De todos los pueblos que hemos venido en aluvión a poblar las tierras granadinas, quizás el judío sea el que pueda sostener con mayor criterio que tiene ocho apellidos granadinos. No sabemos si los romanos iliberritano-granadinos llegaron antes, después o al mismo tiempo que los judíos. La llegada de los judíos a Hispania (a la que llamaron Sefarad) se pierde en la oscuridad de la Historia. La mayor parte de las investigaciones coinciden en que fue a partir de la Diáspora del año 70 del siglo primero, tras la segunda destrucción del templo de Jerusalén.
Y cuando arribaron las primeras oleadas de sirios damascenos y norteafricanos musulmanes (principios del siglo VIII), por estos montes ya había una significativa comunidad judía en arrabales pegados a la vieja Iliberri. Se trataba de una sociedad dedicada fundamentalmente a oficios artesanales y administrativos, muy apreciada por los recién llegados musulmanes. No había judío analfabeto
Lo cierto es que cuando los bizantinos vinieron a la Bética, los judíos ya andaban aquí. Y cuando arribaron las primeras oleadas de sirios damascenos y norteafricanos musulmanes (principios del siglo VIII), por estos montes ya había una significativa comunidad judía en arrabales pegados a la vieja Iliberri. Se trataba de una sociedad dedicada fundamentalmente a oficios artesanales y administrativos, muy apreciada por los recién llegados musulmanes. No había judío analfabeto, contrariamente a lo que ocurría con los norteafricanos de última ola. La colaboración entre musulmanes “invasores” y judíos históricos parece que fue leal y fructífera; los conquistadores confiaron la administración a los cultos judíos, que convivieron en paz hasta el estallido del Califato. A partir de 1013, judíos expatriados de Córdoba llegaron a Granada a cobijo de las tribus Ziríes que aquí se establecieron para fundar su reino en torno a los restos de la Florentia Iliberritana.
En época zirí (1013-91) se produjo el mayor florecimiento de la comunidad judía granadina. Los hebreos se convirtieron en administradores indispensables para la dinastía sinhaya, al menos al comienzo. El nombre de Samuel Ibn Nagrella es indispensable desde su cargo de visir para entender el diseño de la trama de Granada (que en su mayor parte se mantiene). A Samuel le siguió en el cargo su hijo José. Debió ser un periodo de esplendor para las dos comunidades, la judía y la musulmana, pues la ciudad sentó las bases de lo que sería este reino durante los siguientes cinco siglos de cultura musulmana.
Los indicios apuntan a que la comunidad judía granadina del siglo XI vivía un tanto dispersa por la Alcazaba Cadima, si bien ya se percibía una concentración en torno a las dos márgenes del río Darro y en la zona baja comercial del piedemonte
Los indicios apuntan a que la comunidad judía granadina del siglo XI vivía un tanto dispersa por la Alcazaba Cadima, si bien ya se percibía una concentración en torno a las dos márgenes del río Darro y en la zona baja comercial del piedemonte. No se puede hablar de una judería encapsulada como la que surgiría en siglos posteriores en los alrededores de la colina del Mauror y parte izquierda del Darro (barrios de la Churra, Gomérez, San Matías y Santa Escolástica actuales).
No se tiene noticia histórica de ningún roce de convivencia entre musulmanes y judíos hasta mediados del siglo XI. Sabemos por el último rey zirí Abdalá (en sus Memorias del siglo XI) que hacia 1064 el poder y las riquezas acumulados por los judíos en la corte y sociedad musulmanas eran exagerados. El resultado de aquella ostentación de parte de la comunidad judía, con el visir José Ibn Nagrella a la cabeza, no podía acarrear nada bueno: la consecuencia fue la envidia de la intelectualidad musulmana y las arengas contra los judíos. La situación debió tensarse tanto que, en 1066, se produjo una revuelta contra los judíos que acabó con el asesinato de varios miles de ellos, el saqueo de sus haciendas y la quema de sus propiedades. Fue el primer pogromo de musulmanes ziritas granadinos contra sus vecinos judíos. José Ibn Nagrella no fue enterrado con todos los honores en el cementerio hebreo de Ben Malik (por donde actualmente está el Hospital Real), sino que fue ahorcado y despedazado. La mayoría de judíos huyeron de Granada y se dispersaron por reinos vecinos, buena parte de ellos en Lucena y Castilla.
La convivencia y confianza entre musulmanes y judíos granadinos quedó hecha trizas a partir de entonces.
Quizás sea a partir del pogromo de 1066 cuando se fue conformando la judería granadina en torno al arrabal Garnatha al Yejud (Granada de los Judíos). Se situaba en la margen izquierda del río Darro, en las laderas de Torres Bermejas (actual entrada al Realejo y San Matías). Los judíos granadinos se fueron reponiendo poco a poco y vivieron endogámicamente en un barrio que procuraba protegerse cada noche con el cierre de calles y adarves. Allí debieron contar también con su sinagoga (quizás donde después hubo una mezquita, más tarde la iglesia de Santa Escolástica; o quizás en el solar de la primigenia catedral-convento de San Francisco Casa Grande). Así lo insinúa Jerónimo Munzer cuando describió Granada en 1494 y cifró la población judía en torno a 20.000 personas (finales del siglo XV, antes de la expulsión).
Solar de los Tibon
En aquella judería del bajo Mauror debió nacer Yehudá Ibn Tibón en 1120. Los judíos granadinos se habían repuesto tras la exterminación del terrible pogromo de 1066. Incluso es probable que muchos de los huidos a Lucena y Castilla regresaran con la caída del reino Zirí (1091) y la llegada de los Almorávides. Este pueblo guerrero norteafricano necesitaría de judíos cultos que le llevasen la administración de su nuevo reino.
Yehudá Ibn Tibón nació en el seno de una familia de médicos granadinos. Pocos datos tenemos sobre sus orígenes, sólo que su padre Saúl Tibón atendió a enfermos de magnates almorávides. El joven Yehudá cultivó la medicina y farmacopea, como su padre, durante su juventud en Granada
Yehudá Ibn Tibón nació en el seno de una familia de médicos granadinos. Pocos datos tenemos sobre sus orígenes, sólo que su padre Saúl Tibón atendió a enfermos de magnates almorávides. El joven Yehudá cultivó la medicina y farmacopea, como su padre, durante su juventud en Granada. Pero en 1148, cuando contaba sólo veintiocho años, se produjo el relevo de los guerreros almorávides por otra tribu norteafricana mucho más intransigente en lo religioso: los almohades. La disyuntiva para la comunidad judía fue la conversión, el exilio o la muerte.
Yehudá cogió a toda su familia y emprendió el camino del exilio. Su primer y efímero destino fue Toledo, donde había una importante judería protegida por Alfonso VII y donde el arzobispo Raimundo de Sauvetat estaba poniendo las bases de su famosa escuela de traductores. La familia de ibónidas no se asentó en la capital toledana, sino que decidió recalar un breve periodo en Zaragoza, desde donde partió hacia el sur de Francia para asentarse definitivamente en Lunel. Aquí (o en Arlés) nació Samuel Ibn Tibón (1150-1232), quien se haría más famoso como traductor que como médico. Esta familia de judíos granadinos llevaron consigo su biblioteca y su cultura, escrita principalmente en árabe clásico, la lengua científica de su Al-Andalus natal. Pero en Europa el árabe apenas era conocido. La saga tibónida, con Samuel a la cabeza, se dedicó a traducir al hebreo y al latín los libros y conocimientos de los sabios musulmanes de Córdoba y El Cairo. Llevaron a la oscura Europa los conocimientos de medicina, astronomía, filosofía, veterinaria, geografía propios de la cultura islámica y, también, las enseñanzas de la cultura clásica griega y siria. Aristóteles y Platón entraron a Europa por el estrecho de Gibraltar.
El sabio granadino Yehudá Ib Tibón traspasó su herencia médica, filosófica y poética a sus descendientes. Dio origen a una conocidísima saga de traductores y médicos que se movieron en siglos posteriores por el sur de Francia, norte de Italia y Cataluña. A Samuel sucedió Moisés ben Samuel Ibn Tibón (nacido en Marsella hacia 1200 y fallecido en 1274). Y a éste, Yacob ben Majir Ibn Tibón (Marsella, 1236-Montpelier, 1306). El último de los mencionados fue un importante médico y astrónomo; se le relaciona con la fundación de la Facultad de Medicina de Marsella; sus tablas astronómicas, publicadas en latín, fueron las utilizadas por Dante Alighieri para el desarrollo de sus inframundos en la Divina Comedia.
El último tibónida
El 21 de marzo de 1492, en el salón de Comares de la Alhambra, los Reyes Católicos dictaron un decreto (Edicto de Granada) por que cual se ordenaba la expulsión de todos los judíos de sus reinos. Se les concedía de plazo hasta el 31 de diciembre de aquel mismo año. Se calcula que a finales del siglo XV había alrededor de medio millón de judíos en España, de una población cercana a ocho millones de personas.
Los judaizantes se convirtieron a partir de entonces en objeto de persecución por parte de la Inquisición, de manera que durante los siglos XVI y XVII cayeron muchos de ellos en presidio o ajusticiados en autos de fe
Comenzó un exilio forzoso por países del Mediterráneo y Europa para unos 200.000; otros tantos se convirtieron a la fe católica, la mayoría de manera disimulada. Los judaizantes se convirtieron a partir de entonces en objeto de persecución por parte de la Inquisición, de manera que durante los siglos XVI y XVII cayeron muchos de ellos en presidio o ajusticiados en autos de fe. El judío pasó a ser un enemigo del Estado español. Se le persiguió sin descanso, se le despreció y vilipendió hasta el tercio final del siglo XIX. Con la Revolución Gloriosa de 1868 dejó de perseguirse a los judíos en España, aunque no de mirarlos de reojo; a principios del siglo XX se abrió la primera sinagoga en Madrid desde 1492; no obstante, el Edicto de Granada contra los judíos no fue derogado formalmente hasta el 21 de diciembre de 1969 por el dictador Francisco Franco. En los colegios se nos enseñaba por entonces a odiar a los judíos, igual que a los masones y a los rojos de cuernos y rabo. Se nos decía que los judíos eran muy malos porque habían crucificado a nuestro Señor Jesucristo. Y que escupir era cosa de judíos.
Los judíos en general y los Tibónidas granadinos en particular han estado ausentes de los libros de Historia. Prácticamente ningún texto histórico clásico ha profundizado en estos importantes personajes de la cultura granadina. Durante más de treinta generaciones hemos estado huérfanos de su conocimiento. Ha ocurrido todo lo contrario que con el pasado islámico, tan presente y estudiado en Granada. O con el pasado romano, desempolvado para los estudiosos en el siglo XIX y actualmente en fase de potenciación. Pero la Granada judía y sus gentes son los grandes olvidados de la cultura granadina.
Hasta que en 1988 se presentó en Granada Gutierre Ibn Tibón. Era el último Tibónida. Había nacido en Milán en 1905. Era el custodio del acervo de una saga de sabios surgida en Granada en tiempo inmemorial y exiliada a mediados del siglo XII. Traía la historia de sus ancestros al lugar de donde partieron ocho siglos atrás
Hasta que en 1988 se presentó en Granada Gutierre Ibn Tibón. Era el último Tibónida. Había nacido en Milán en 1905. Era el custodio del acervo de una saga de sabios surgida en Granada en tiempo inmemorial y exiliada a mediados del siglo XII. Traía la historia de sus ancestros al lugar de donde partieron ocho siglos atrás.
Gutierre Tibón era mejicano de adopción, país al que llegó durante la Segunda Guerra Mundial. Antes se había movido entre Italia y Suiza. Fue el inventor de la primera máquina de escribir portátil Olivetti. Cuando recaló en México, se dedicó a estudiar y escribir sobre antropología americana. Escribió decenas de libros y fue miembro de la Academia Mexicana. Doctor honoris causa por varias universidades de medio mundo. Contribuyó al estudio de la cultura hebraica. Falleció en 1998. Su viuda y sus hijas continúan manteniendo relación con Granada.
En Granada publicó una biografía de su antepasado granadino Yahudá Ibn Tibón y pagó una escultura de este personaje tan importante fuera como desconocido en su ciudad de origen. La escultura fue fabricada en el taller de Miguel Moreno y colocada en la confluencia de las calles Pavaneras y Colcha.
Esta escultura –que tantos confunden con la de un moro desconocido–, dos pequeños museos particulares sobre los judíos y algo en la memoria de interesados es lo único que queda de la Garnatha al Jehud, el origen judío del nombre de Granada
Ocurrió en el año 1988. Se le puso el nombre a una calle de un barrio periférico e incluso fue colocado un medallón en la fachada de la iglesia de las Carmelitas, allí cercana, en el lugar que supuestamente daba comienzo a la judería granadina en el siglo XV.
Esta escultura –que tantos confunden con la de un moro desconocido, pues en la cartela nada se dice de que fue judío–, dos pequeños museos particulares sobre los judíos y algo en la memoria de interesados es lo único que queda de la Garnatha al Jehud, el origen judío del nombre de Granada. Y eso que los genetistas calculan que en torno al 8-10% de los granadinos llevamos, o llevan, ADN judío.