Fuerza Nueva: Los Planetas y el amor
En su celebérrima novela, Frédéric Beigbeder nos advertía una y otra vez que el amor dura tres años. En una ciencia que tiene sus curanderos y también sus homeópatas, dicen los sabios doctores que esa hemorragia de dopamina que es el enamoramiento no va más allá de esos treinta meses que afirmaba el francés. A partir de ahí acecha esa ruina con un árbol en medio que es la rutina y los amantes se preparan para, después de lo malo, poner la alfombra roja para lo peor.
Dejando de lado los grupos de un solo éxito, es prácticamente imposible encontrar una trayectoria dilatada en el tiempo sin tachaduras
El mismo proceso ocurre con la música. Dejando de lado los grupos de un solo éxito, es prácticamente imposible encontrar una trayectoria dilatada en el tiempo sin tachaduras. Igual que en una pareja llega el momento en el que uno de los dos, sobra, en una discografía, a partir del segundo disco, empiezan a ser repetidos sospechosamente acordes, armonías y temas literarios. Como en los matrimonios, algo se avería gravemente en el mecanismo de la ilusión. Bien lo sabía Rob Fleming, el protagonista de Alta Fidelidad, la novela de Nick Hornby.
Los Planetas siguen consiguiendo que nuestros corazones latan al unísono. Nueve discos de larga duración y cinco Epés en veinticinco años componen un recorrido que, si bien no ha estado exenta de dificultades, configuran la, probablemente, trayectoria más coherente de la música estatal. Capaces de evitar las calles musicales sin salida, sin caer en la autocomplacencia, marcando su propia línea y con la facultad de reinventarse totalmente
Esta decepción musical puede ser causa o consecuencia de la lucha de egos, las dificultades de un mercado precario y, sobre todo, de la falta de creatividad y la ausencia de riesgo. No creo que haya nadie con dos tímpanos funcionales que no le pegara un tiro a los mismísimos Rolling Stones en 1975. Todo ello emana también de lo que el filósofo Zygmunt Bauman llamaba tiempos líquidos, con vínculos débiles y una desechabilidad extrema. Amor y música de usar y tirar. La soledad regala amantes disparatados.
Pero la vinculación eterna es posible. En la película El secreto de tus ojos, Campanella resolvía el crimen gracias a la fidelidad a un equipo de fútbol. De paso, nos relataba cómo es verosímil estar enamorado toda la vida de una persona. Y eso se conquista si los dos corazones laten al mismo ritmo y consiguen reinventar la relación constantemente sin caer en el aburrimiento.
Los Planetas siguen consiguiendo que nuestros corazones latan al unísono. Nueve discos de larga duración y cinco Epés en veinticinco años componen un recorrido que, si bien no ha estado exenta de dificultades, configuran la, probablemente, trayectoria más coherente de la música estatal. Capaces de evitar las calles musicales sin salida, sin caer en la autocomplacencia, marcando su propia línea y con la facultad de reinventarse totalmente. Cada novedad discográfica ha sido un paso adelante. Además, han sabido mantener diversos proyectos paralelos (Grupo de Expertos Solynieve, Evangelistas, Pilotos…) y colaboraciones y proyectos privados para dar salida al excedente de creatividad que anida el grupo. Como Dylan, sin mirar atrás. Haciendo caso a Burroughs, saltan y saben que aparecerá la red.
Estaba cantado que coincidieran con uno de los mayores talentos que han aparecido en el pop estatal los últimos años: El Niño de Elche. En el documental Omega, el genio Enrique Morente reconocía lo que disfrutaba “molestando”. Y estos aventajados discípulos lo han tomado al pie de la letra a la hora de montar este proyecto que se acaba de publicar. Desde el nombre, Fuerza nueva, a la elección de los temas y la iconografía es de una audacia increíble que, si admitimos la dificultad de la instantaneidad del presenta, no podemos menos que considerar que se trata de una nueva obra maestra.
Fuerza nueva, en la Bodeguilla de al lado, en Granada. INSTAGRAM @los_planetas
Cuando los Beatles grababan Abbey Road estaban seguros de que sería lo último que engendrarían juntos. Precisamente la canción que cierra el álbum (si excluimos la catatónica Her Majesty), es The end, que dice: “El amor que tomas es igual al amor que proporcionas”. No es de extrañar que Los Planetas, fuente inagotable de himnos para el indie patrio (¿pueden haber más de cinco cosas más gratificantes, con la ropa puesta, que cantar Pesadilla en el parque de atracciones en un concierto?) hayan tomado himnos populares y populistas como punto de partida para este proyecto. Bebiendo de diversas fuentes, políticas, culturales y religiosas, y capaces de molestar tanto a los indepes de Waterloo como a los españolazos del Paseo de la Castellana, así como a los estajanovistas del flamenco puro y a los capillitas de medalla cofrade. De mayores, los miedosos metemos miedo. Los monstruos que ayer nos acosaban son hoy nuestros prisioneros, habitan nuestros zoológicos y decoran nuestras banderas y nuestros himnos.
Desde el nombre, Fuerza nueva, a la elección de los temas y la iconografía es de una audacia increíble que, si admitimos la dificultad de la instantaneidad del presenta, no podemos menos que considerar que se trata de una nueva obra maestra
El reciente premio Nobel de literatura Peter Handke apuntalaba la discutible Cielo sobre Berlín con un celebérrimo poema en el que afirmaba: “Cuando el niño era un niño, no sabía que era un niño”. Fuerza nueva ha conseguido insuflar a viejos cánticos un acompañamiento tal para convertirlos en perfectas canciones pop que, como el protagonista de la citada película de Win Wenders, no sabían que lo eran. Igual que para aprender hay que desaprender, como en los restaurantes de snobs en los que se junta la hipocresía de los clientes que fingen que se come bien con la hipocresía de los dueños que fingen que cocinan bien, Fuerza nueva deconstruye caducos himnos en impecables temas. Y, a diferencia de lo que ocurría en la academia de Platón, sin que sea necesario saber de geometría para disfrutarlos. Los jerarcas del Instituto Andaluz del Flamenco no reconocerían el talento ni aunque se levantaran de su mullido asiento y viniera a darle por culo. En el país donde Dostoievski situó al gran inquisidor, en general, no gustan los apóstatas ni los que no se están quietos.
Desde los primeros segundos, las cartas ya están sobre la mesa. Un medio tiempo sostenido sobre un brutal órgano de iglesia y las guitarras centelleantes de Florent y J, sirven de colchón para que El Niño de Elche recite el salmo de Cantillana, utilizado por los segadores andaluces para agradecer la cosecha y que un burgués del mismo pueblo, Blas Infante, utilizaría como himno de Andalucía.
En el segundo corte, seguimos molestando. Una melodía tan popular como Los Campanilleros, que hunde su origen en el Rosario de la Aurora, y que entra en los hogares cristianos en Navidad y en los flamencos por la Niña de la Puebla, aunque aquí se elige una letra cercana a la teología de la liberación. Densidad en la música y el Niño en la mejor tradición del cante.
Desde los primeros segundos, las cartas ya están sobre la mesa. Un medio tiempo sostenido sobre un brutal órgano de iglesia y las guitarras centelleantes de Florent y J, sirven de colchón para que El Niño de Elche recite el salmo de Cantillana, utilizado por los segadores andaluces para agradecer la cosecha y que un burgués del mismo pueblo, Blas Infante, utilizaría como himno de Andalucía
Los tangos de Mariana han formado parte tanto de la Semana Santa como de la clásica de Joaquín Turina. Al igual que el resto del disco, su letra se ha sacralizado con la misma rapidez que se ha secularizado. La tensión de la canción se logra a medio camino entre los Siete Faunos y los arreglos setentetos de Las Grecas, en parte gracias a ese teclado de Banín tan cercano al setentero moog.
La magistral interpretación del Gelem! Gelem!, en una mescolanza de aires balcánicos y flamencos, da paso a La cruz o cómo un ritmo de Semana Santa puede amoldarse perfectamente a un estribillo de Prince. Sobrecoge el duelo interpretativo entre el Niño y J, a partir de piezas populares de Alonso, Sanlúcar o de Antonio Machado, muy utilizadas en procesiones.
Y de los segadores andaluces a los catalanes, aquí sustituyendo los golpes de hoz contra las hordas de Felipe IV por pistolas contra la burguesía opresora, con la letra que Guy Debord situó en la fábrica de la SEAT de Martorell, atestada de charnegos. En 1635 John Selden publicó Mare clausum donde declaraba que el mar pertenecía a Inglaterra, basándose en el Génesis, el Deuteronomio, los Salmos y las profecías de Isaías y Ezequiel. Ahora parte de Cataluña reclama su independencia, aunque sin invocar fuentes tan prestigiosas.
Enérgica, arriesgada y temeraria es la versión del Novio de la muerte. Con guiño a la afición del Atleti y a Glutamato Ye-yé, aquí se cambian los papeles y es J el que lleva la voz principal.
El disco se cierra con la cantiña Santo Domingo, donde vuelven a aparecer ecos de Zona Temporalmente Autónoma.
Por supuesto este disco no podrá gustar a todos. El retrato de Dorian Gray son los demás, ya lo dijo Sartre, pero en dantesco. Y la gente es de una pereza extrema, solo quiere lo que encaja con lo que ya conoce. Ya ocurrió con Veneno, con la Leyenda del Tiempo, con la Leyenda del Espacio, con Omega… Empezando por los que etiquetan. ¿Flamenco? ¿Pop? ¿Psicodelia? Pasa como con las galletas redondas, los pañuelos de papel o lo que se ponen las mujeres en salva sea la parte: alguien inventó la marca y se ha quedado el nombre. Esto es música y de la buena.
Los Planetas al completo y el Niño de Elche demuestran que, como pasa con la depresión, el conjunto siempre es mayor que la suma de sus partes
Los Planetas al completo y el Niño de Elche demuestran que, como pasa con la depresión, el conjunto siempre es mayor que la suma de sus partes. Destacan las baterías de Mafo, que ya estuvo en Dobles Fatigas, los teclados de Banín y el Niño de Elche, que canta mejor que nunca. Si unimos una cuidadísima iconografía de un Aramburu en estado de gracia y unos textos de Pedro G. Romero, cerebro a la sombra del proyecto, tenemos un álbum que perdurará. Como a los arquitectos de las catedrales góticas, han empezado algo que no podrán acabar o que acabarán otros.
En el amor como en la música pasa como con las pizarras mágicas de los niños: si has escrito fuerte, se queda marca. Luego va difuminándose y al final desaparece… aunque también es más difícil escribir por encima. Este disco es de los que dejan huella. Y Los Planetas nos animan a creer que el amor puede ser rosa.
Pasa el tiempo, y la pareja, como Los Planetas, no nos pide ya que nublemos el azul del cielo ni que apaguemos el sol. Nos pedirán que cantemos el Novio de la muerte, o Els segadors. Pero no nos pedirán nunca que olvidemos lo que le queremos.