Toda la nieve de Sierra Nevada continúa siendo propiedad de la familia Carrera
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El negocio de los neveros empezó a decaer cuando aparecieron las primeras fábricas de hielo artificial en Granada, allá por 1882
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La desaparición definitiva de los arrieros de la nieve ocurrió en 1922; sólo entre 1945 y 1950 se recurrió a bajarla con camiones por la autarquía
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Los primeros frigoríficos eléctricos se vieron en la ciudad por el año 1952 en los nuevos pisos sobre el Teatro Isabel la Católica
El Ayuntamiento de Granada, como propietario y concesionario de la nieve de todo el macizo montañoso desde 1590, se vio obligado a desprenderse de este servicio hacia 1855, a consecuencia de la Desamortización de Mendizábal. No obstante, la resistencia, desidia y tardanza de las administraciones –unido al convulso periodo de revoluciones sociales– retrasaron hasta 1869 la adjudicación del servicio de venta de nieve al último de los contratistas particulares. Se trataba de Diego García del Real y Sánchez. En diciembre de 1871, en tiempos del rey Amadeo de Saboya, fue vendida la propiedad de la nieve de Sierra Nevada a la persona que ya llevaba dos años explotando el negocio por adjudicación municipal. Las 125.500 pesetas en que se valoró toda la nieve serían pagadas por Diego García al Estado durante los diez años siguientes, en plazos iguales (Aquellas 125.000 pesetas no equivaldrían hoy ni a un millón de euros, pero entonces contribuyeron a paliar el enorme déficit de Hacienda).
Los primeros años en que la nieve estuvo privatizada experimentó cambios de importancia en cuanto al sistema de distribución y venta por las calles de Granada capital y por los pueblos; no tanto en cuanto al sistema de acopio, transporte y vigilancia de los ventisqueros
Diego del Real en realidad fue testaferro visible de una sociedad familiar en la que los verdaderos inversores fueron su suegro, Antonio Francisco Fernández Domínguez, y su cuñado, Francisco Fernández Sánchez. En 1877 la nieve granadina ya estaba escriturada, al 50%, entre Antonio y Francisco, padre e hijo. Los primeros años en que la nieve estuvo privatizada experimentó cambios de importancia en cuanto al sistema de distribución y venta por las calles de Granada capital y por los pueblos; no tanto en cuanto al sistema de acopio, transporte y vigilancia de los ventisqueros.
La privatización del sistema de venta de nieve coincidió prácticamente con el incendio y desaparición del almacén central de la Alhóndiga Zaida, donde estuvo situado desde sus inicios en el siglo XVI. El nuevo propietario utilizaba sus almacenes en el barrio de San Matías, en la zona de las calles Varela y Sarabia. Desde aquí salían a distribuirla o a venderla con carros callejeros por los quioscos, aunque ya no sometida al sistema de estancamiento anterior. Ahora el Ayuntamiento y la Hacienda Real cobraban su tributo por cada 100 kilos que entraban por el Fielato del Violón.
A la nieve de la Sierra le había salido un durísimo competidor hacía ya tres décadas; hacia 1882 hizo su aparición en Granada el hielo artificial
Los primeros años de venta de nieve que siguieron a 1871 debieron discurrir con normalidad. Pero la bonanza no se iba a prolongar mucho más de una década. A la nieve de la Sierra le había salido un durísimo competidor hacía ya tres décadas; hacia 1882 hizo su aparición en Granada el hielo artificial. Manuel Titos Martínez ha documentado que en 1882 ya se estaba fabricando hielo en Granada, debió ser mediante métodos de gas. Fue a partir de 1892 cuando llegó la electricidad, y su correspondiente motor eléctrico, para empezar a apuntillar aún más el negocio de la nieve. Las fábricas de hielo empezaban a aflorar como setas. El valor de la nieve se hundió y cedió paso al hielo artificial, mucho más barato, cómodo de manejar y perdurable en el tiempo.
Ya para 1882, Fernández padre vendió su mitad al hijo. Ambos se quejaban de que la incipiente fabricación de hielo estaba restando negocio a la nieve natural de la Sierra
Ya para 1882, Fernández padre vendió su mitad al hijo. Ambos se quejaban de que la incipiente fabricación de hielo estaba restando negocio a la nieve natural de la Sierra. En sólo la primera década como propietarios ya se había depreciado el valor de su inversión en casi un 50%. Francisco Fernández Sánchez comenzó a partir de entonces a repartir sus acciones entre sus hermanos; se inició un proceso de compras y ventas familiares que se prolongó hasta el año 1915. Pero ya inmersos en un negocio que era cada vez menos rentable. Hasta que la entrada en la empresa del castellonense José Carrera Mata unificó la gestión de todos los socios bajo su única administración. Este hombre fue el que mantuvo la traída y venta de nieve natural hasta su práctica desaparición en la década de los años veinte. Retuvo el almacén central en la casa número 7 de la calle Varela.
José Carrera Mata pronto se dio cuenta de que el futuro del frío pasaba más por fabricar hielo que por traer nieve de la Sierra
José Carrera Mata pronto se dio cuenta de que el futuro del frío pasaba más por fabricar hielo que por traer nieve de la Sierra. Al principio trató de demostrar que era más saludable la nieve, pero la realidad le convenció de que la batalla la iba a ganar el hielo. Por eso decidió abrir también una fábrica de barras en 1922 y, posteriormente, sumó heladerías con el nombre de JOCAMA. José Carrera Mata continuó siendo el propietario de toda la nieve de la Sierra, hasta su fallecimiento en 1978. Curiosamente, el mismo día que murió (27 de noviembre de 1978), la empresa IGNIS celebraba una convención en Granada para dar a conocer sus avanzadísimos congeladores que permitían conservar los alimentos indefinidamente.
Cuando en 1928 se empezaron a hacer los primeros proyectos para la traída de agua potable a Granada, el propietario de la nieve arguyó su derecho a cobrar un precio o indemnización por aquella agua que descendía del deshielo de su nieve; el Ayuntamiento rechazó sus pretensiones en 1929 y 1932
La propiedad de aquel ancestral derecho, adquirido por subasta del Estado, continúa estando en manos de sus herederas (entre 1978 y 2014 recayó en su hija Francisca Carrera Ramos; más tarde, en sus seis nietas y actualmente en sus bisnietos). Hoy se considera un anacronismo que alguien tenga una escritura de propiedad de la nieve caída del cielo. Pero es así, porque así lo decidió un Gobierno hace 150 años. La familia Carrera, una vez perdido el negocio de venta de nieve, ha reclamado en varias ocasiones su derecho sobre aquella nieve. O de sus derivados. Cuando en 1928 se empezaron a hacer los primeros proyectos para la traída de agua potable a Granada, el propietario de la nieve arguyó su derecho a cobrar un precio o indemnización por aquella agua que descendía del deshielo de su nieve; el Ayuntamiento rechazó sus pretensiones en 1929 y 1932. Más tarde, en 1971, con motivo del comienzo del deporte del esquí en las laderas de la Sierra, José Carrera volvió a reclamar que se le reconociera su derecho a cobrar por utilizar su propiedad para deslizarse sobre ella. Tampoco consiguió nada con motivo del primer campeonato de esquí alpino de 1977. Cetursa, la empresa explotadora de la Estación de Esquí, jamás ha tenido un detalle honorífico con ellos.
Nunca el Estado ha dado un paso en la dirección de legislar para solucionar este anacronismo surgido hace un siglo. Tampoco para recomprar, indemnizar o habilitar un método que ponga fin a este entuerto
Nunca el Estado ha dado un paso en la dirección de legislar para solucionar este anacronismo surgido hace un siglo. Tampoco para recomprar, indemnizar o habilitar un método que ponga fin a este entuerto. Los Fernández y los Carrera disfrutaron algo menos de medio siglo del negocio nevero, a la baja continuamente, y casi un siglo esperando que se les reconozca un derecho innegable, escriturado a perpetuidad. Dejaron de pagar los antiguos derechos reales hace ya varias décadas. Su caso seguro que daría un giro total si lo pusieran en manos del abogado estadounidense que ha registrado la Luna como de su propiedad. ¡Y la está vendiendo por parcelas!
Las restricciones de electricidad y escasez de recambios entre los años 1945-50 hicieron que se volviese a mirar a la nieve para suplir la escasez de hielo
El único resurgir que tuvo en el negocio de la nieve ocurrió con motivo de la terrible autarquía que sufrió España en la posguerra. Las restricciones de electricidad y escasez de recambios entre los años 1945-50 hicieron que se volviese a mirar a la nieve para suplir la escasez de hielo. Pero esta vez ya se subía a buscarla en camiones por la carretera que había abierto el ingeniero Juan José Santa Cruz. Arrieros de nieve con burros o mulas quedaban poquísimos, principalmente de poblaciones cercanas a la línea de nieve. A partir de 1951 volvieron a funcionar las fábricas de hielo y fue abandonado para siempre el uso de nieve para enfriar en Granada.
La fábrica de hielo que mató a los neveros
La fresquera existió siempre. Entendida primero como habitación, alacena o rincón más fresco de las casas. Eran los lugares donde se guardaban los alimentos más perecederos. Seguramente también las tinajas o cajones con nieve. En el siglo XVIII empezaron a aparecer una especie de jaulas que se colocaban en sitios ventilados para conservar frescos los líquidos y comestibles. Así lo recogió el primer Diccionario de la Real Academia. Hubo infinidad de fresqueras, desde las empotradas entre dos paredes, a subterráneas y, sobre todo, las colocadas en muebles de despensa y cocina.
No fue hasta 1884 cuando la Real Academia de la Lengua decidió incorporar fresquera como “cámara frigorífica casera”. Lo que hacían los académicos era reconocer la realidad que estaba empezando a imponerse en España: el modelo de cámara frigorífica industrial se había trasladado a los hogares
A mediados del siglo XIX, con la invención de cámaras frigoríficas, el concepto también se amplió a una nueva acepción en el Diccionario. No fue hasta 1884 cuando la Real Academia de la Lengua decidió incorporar fresquera como “cámara frigorífica casera”. Lo que hacían los académicos era reconocer la realidad que estaba empezando a imponerse en España: el modelo de cámara frigorífica industrial se había trasladado a los hogares. Bien de modo artesanal o en carpinterías de serie; se habían comenzado a ensamblar muebles que disponían de un cajón aislado con corcho; en su interior se introducía el hielo en grandes bloques, que solían durar varios días y alargaban la vida del pescado y la carne.
Las fresqueras domésticas fueron evolucionando con rapidez. A principios del siglo XX empezaron a fabricarlas con materiales metálicos, aunque el aislante de corcho era indispensable. Incluso se hicieron de diversos modelos y medidas. Las más lujosas incluso incluían un recipiente y su correspondiente grifo para beber agua fresca.
Su fábrica estaba a la vista de los transeúntes, que se paraban a admirar la forma en que escupía los enormes bloques alargados, de unos 60 kilos de peso
Obviamente, el elemento indispensable para mantener útiles las fresqueras era el hielo artificial. Empezaron a proliferar las fábricas de hielo en Granada; a finales del siglo XIX se contabilizan al menos cinco fábricas en la capital; antes de la segunda década del siglo XX ya se habían multiplicado las factorías. Entre las más importantes se encontraban la fábrica de Unión Vinícola Industrial (UVI), precursora de PULEVA, que tenía fábrica en la Acera del Triunfo. También promovida por Edmundo González existió otra muy nombrada, La Siberia, en la calle Escudo del Carmen. Su fábrica estaba a la vista de los transeúntes, que se paraban a admirar la forma en que escupía los enormes bloques alargados, de unos 60 kilos de peso. Después, los operarios provistos de un garfio en una mano y una almohadilla en el hombro iban sacándolos en carros o camiones y repartiéndolos por las casas. Hubo también otra pequeña fábrica de hielo en la Plaza Larga del Albayzín.
El boom de las fábricas de hielo estaba más que consolidado en Granada en la década de los años veinte. De ahí que dieran la puntilla a la ancestral actividad de los neveros. Incluso el propietario de la nieve, José Carrera, se percató de por dónde iba el futuro del frío y decidió también montar su fábrica de hielo en la calle Varela, además de las tiendas de helados que perduraron hasta la década de los años sesenta (la heladería de JOCAMA más recordada fue la que hubo en Puerta Real, 1).
Hasta que a alguien se le ocurrió dar una vuelta de tuerca más a las neveras metálicas y proveerlas de un pequeño motor-compresor que enfriaba al modo de las grandes cámaras frigoríficas industriales
El nombre de fresquera fue dejando paso al de nevera. La fresquera quedó solamente para nombrar muebles con puertas de malla donde se guardaban alimentos, preferentemente para protegerlos de insectos, pero no sometidos al frío de la nieve o del hielo. Hasta que a alguien se le ocurrió dar una vuelta de tuerca más a las neveras metálicas y proveerlas de un pequeño motor-compresor que enfriaba al modo de las grandes cámaras frigoríficas industriales. La nevera metálica, forrada de corcho como aislante, devino en frigorífico. Al principio fueron pequeños, sin compartimentar; pronto evolucionaron para conseguir zonas de distinta temperatura y un pequeño congelador que fabricaba hielo.
El frigorífico doméstico empezaba a matar a las infinitas y modestas fábricas de hielo. Los camiones e isocarros (todavía llamados “carros de la nieve”) que vendían las barras por domicilios y establecimientos públicos desaparecieron de las calles
El frigorífico doméstico empezaba a matar a las innumerables y modestas fábricas de hielo. Los camiones e isocarros (todavía llamados “carros de la nieve”) que vendían las barras por domicilios y establecimientos públicos desaparecieron de las calles. Todo el mundo fabricaba su hielo y enfriaba en su propia casa. Los pequeños fabricantes de barras de hielo desaparecieron; de todas formas, en 1965 todavía quedaban diecisiete fábricas de hielo en la provincia de Granada; en 1980 eran sólo ocho, que combinaban su negocio con polos y helados. El sector se reconvirtió para surgir grandes factorías de cubitos, escamas, nieve artificial, etc. que sirven hoy a la pesca e industria hostelera, principalmente; desde Granada incluso se exporta hielo artificial a buena parte de España, como hasta principios del siglo XX se hizo con la nieve hacia Sevilla, Córdoba y norte de Marruecos. Curiosamente, y a pesar de la infinita existencia de frigoríficos caseros, hoy se consume más hielo per cápita que a principios del siglo XX. La mayoría de ciudadanos prefiere hielo de fábrica en casa antes que el hecho por su propio congelador.
El primer edificio de Granada que contó con “aire acondicionado” fue el Cine Aliatar, en el año 1942
Aquellas inmensas barras de hielo de La Siberia sirvieron también para fabricar los primeros y rudimentarios sistemas de enfriamiento de locales públicos. El primer edificio de Granada que contó con “aire acondicionado” fue el Cine Aliatar, en el año 1942. Lo construyó la empresa Cinematográfica Española S. A., bajo proyecto de Francisco Prieto-Moreno. La enorme sala fue dotada de calefacción central y un imaginativo sistema de enfriamiento del ambiente para las sesiones veraniegas. Los técnicos utilizaban un potente sistema de ventiladores hacia las butacas; hacían pasar el aire por una barrera de grandes barras de hielo. No era exactamente aire acondicionado como lo entendemos ahora, pero contribuía a rebajar la temperatura unos pocos grados.
Los primeros frigoríficos en Granada
Las primeras neveras domésticas, de motores eléctricos, hicieron su aparición en Granada en el año 1952. Se las llamaba neveras por su asociación con los sistemas anteriores, aunque muy pronto la publicidad las nombraba como frigoríficos. Eran la versión doméstica de las cámaras frigoríficas industriales donde se conservaba el hielo desde 1850-60.
Se le ocurrió dotar las cocinas de las nuevas viviendas con un modelo de frigorífico que estaba causando furor entre las clases medias de Barcelona y Madrid
Aquellas primeras neveras fabricadas en España eran una réplica en tecnología y diseño de las que llevaban ya casi dos décadas en los hogares norteamericanos: compactas, de diseño redondeado, metálicas y muy pesadas. Aquel año 1952 se inauguraron los pisos del edificio que contiene el Teatro Isabel la Católica, así como dos bloques más en la nueva calle Ganivet y Plaza de los Campos. Los había levantado la empresa Obras y Arrendamientos Urbanos de Granada. Su consejero delegado fue Francisco de Paula López Ruiz, Cristianica para los amigos. Se le ocurrió dotar las cocinas de las nuevas viviendas con un modelo de frigorífico que estaba causando furor entre las clases medias de Barcelona y Madrid. Se trataba de la nevera que fabricaba IFESA (Industria Frigorífica Española), de las más avanzadas por entonces; la publicidad que incluía en prensa ofrecía cuatro modelos a elegir, de entre 80 y 116 centímetros de altura. Utilizaba anhídrido sulfuroso (SO2) como gas refrigerante.
Cristianica no sólo dotó los pisos mencionados con los primeros frigoríficos llegados a Granada, también adquirió uno para su chalecito de la Carretera de la Sierra y otros para varios directivos de las empresas en que tenía participación, como fue el caso de la Azucarera San Isidro.
Las neveras de IFESA quedaron muy desfasadas ante las nuevas tecnologías, tamaños y prestaciones que ofrecía Representaciones Palma en su tienda de Gran Vía, esquina calle la Cárcel
Unos pocos años más tarde, a finales de los cincuenta, empezaron a aparecer versiones de frigoríficos extranjeros pero fabricados en España con licencia foránea. Fueron los casos de Edesa, de General Electric, y Kelvinator. Y empezaron a aparecer delegaciones de vendedores de aquella novedad. Las neveras de IFESA quedaron muy desfasadas ante las nuevas tecnologías, tamaños y prestaciones que ofrecía Representaciones Palma en su tienda de Gran Vía, esquina calle la Cárcel. Fue la tienda que más frigoríficos vendía por los años finales de 1950 y principios de los sesenta.
La modernización fue rapidísima en Granada, hablando en términos de refrigeración. Pero no fue hasta el año 1985 cuando se alcanzó un porcentaje del 95% de hogares con nevera o frigorífico disponible en sus cocinas. Es decir, hace poco menos de medio siglo todavía quedaban un 5% de residencias que no tenían ningún sistema de conservación o enfriamiento de alimentos. Quizás en ello influyese la falta de electrificación de muchas zonas rurales de la provincia.
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