La labor encomiable de maestras y maestros del aula hospitalaria del Virgen de las Nieves

Docentes excepcionales que reciben lecciones de vida

Ciudadanía - Juan I. Pérez - Domingo, 23 de Junio de 2019
Este es un reportaje en homenaje a los docentes del aula hospitalaria del Virgen de las Nieves, y a su alumnado y familias, al final de un curso en el que junto a las enseñanzas que imparten para que sigan el ritmo académico, también enseñan mucho más y reciben lecciones de vida.
Ante alguno de los alumnos, el grueso del equipo del aula hospitalaria del Virgen de las Nieves.
P.V.M.
Ante alguno de los alumnos, el grueso del equipo del aula hospitalaria del Virgen de las Nieves.

Dos niños y una niña que conocen el sufrimiento atienden a sus respectivos ordenadores, guiados por Antonio, y una pequeña de ojos azules, -que aún luce su pulsera identificativa aunque acaba de recibir el alta-, juega en otra estancia contigua ante la orgullosa mirada de su padre, atendida con primor por Charo. Todo es luz y orden en la espléndida aula hospitalaria del Virgen de las Nieves, en la octava planta del Materno infantil, donde de 9 a 14.00 horas se convierte en una clase muy especial y por la tarde es ludoteca.

Charo Gijón, lleva 15 años de docente en el aula, a la que suma otros 13 en la del antiguo Clínico. Antonio López, 16. Se incorpora con 10 años de experiencia, Encarni Hinojosa, quien junto a Silvia Martos, comparten la docencia en la Unidad de Salud Mental, una de las asignaturas pendientes de la Sanidad.

Charo atiende a una niña a la que acaban de dar el alta. P.V.M.

Termina el curso escolar en el hospital, pero no hay fiesta de graduaciones, ni vestidos vistosos de familiares, ni otras celebraciones porque llega junio. Es irrelevante y poco importa. El esfuerzo del alumnado que los ha reunido en algún momento de sus vidas en estos 10 meses en el aula, quedaría corto para tanto merecimiento

Termina el curso escolar en el hospital, pero no hay fiesta de graduaciones, ni vestidos vistosos de familiares, ni otras celebraciones porque llega junio. Es irrelevante y poco importa. El esfuerzo del alumnado que los ha reunido en algún momento de sus vidas en estos 10 meses en el aula, quedaría corto para tanto merecimiento.

Y el de su maestro y maestras. Si pocas profesiones tan imprescindibles y aún no lo suficientemente valorada como la docencia, ser maestro o maestra en un aula hospitalaria, exigiría, al menos, su reconocimiento y equiparación por la parte de la Administración educativa. Atienden todo el ciclo de enseñanza obligatoria. Sin contar a los más pequeños, de hasta 3 años, para los que no solicitan ni número de atenciones en su registro de actividad.

Y eso que es voluntario. Cada año tienen la posibilidad o no de volver a solicitar esta comisión de servicios en la educación compensatoria. Pero a pesar de todo, “fíjate los años que llevamos y no nos hemos ido ninguno”, sostiene Charo, que imparte clases a los niños de pediatría y cirugía, muchos con lesiones de traumatología.

“Ha habido compañeros que no lo han llevado bien por el alto coste emocional que implica y deciden marcharse o pedir permuta”, dice Charo, sin querer juzgar por supuesto nadie. Antonio, que asume la docencia de los niñas y niñas pacientes oncológicos, añade, que su labor en el aula hospitalaria es “complementaria”, como la “cara y la cruz” del ejercicio de la docencia. Si en un colegio o instituto hay “lucha”, por el ajetreo continuo con el alumnado, “aquí hay paz”. Pero también lucha y la más imponente: por vivir, en muchos casos.



De izquierda a derecha: Javier Rodriguez, Jefe de Bloque de Enfermería Pediátrica en el Hospital Materno Infantil; Maria José García, auxiliar de Enfermería; Antonio López, maestro del área de Oncología Infantil; Charo Gijón, maestra del área de Pediatria y Cirugía Infantil; Encarni Hinojosa, maestra del área de Salud mental; y Maria Inmaculada López, subdirectora de Enfermería del Materno infantil. El grueso del equipo del aula hospitalaria del Virgen de las Nieves.

Rememora Antonio un hecho que le ocurrió hace años, cuando en el entierro de uno de sus alumnos hospitalarios, coincidió con otros de un colegio que le invitaron a una graduación. Él habla del “contraste”,  pero quienes le escuchan contarlo se imagina que suaviza las palabras para esconder la modestia que hay detrás del trabajo diario. El duro coste emocional que implica

Rememora Antonio un hecho que le ocurrió hace años, cuando en el entierro de uno de sus alumnos hospitalarios, coincidió con otros de un colegio que le invitaron a una graduación. Él habla del “contraste”,  pero quienes le escuchan contarlo se imagina que suaviza las palabras para esconder la modestia que hay detrás del trabajo diario. El duro coste emocional que implica.

Otra diferencia es la organización del trabajo, porque está supeditada al estado del alumnado. Lo explica Charo: “A las 8.30 horas recogemos la lista de los niños que tendremos ese día, con sus patologías, y en función de la valoración médica, quienes podrán subir”. Y es entonces cuando preparan las asignaturas a impartir, aunque siempre hay espacio para el juego, con el fin de que socialicen, uno de los objetivos, junto a tratar de normalizar su estancia.

Es habitual que la jornada escolar comience con lectura, para lo que disponen de una magnífica biblioteca, donada por muchas de las asociaciones que colaboran con el aula hospitalaria. También cuentan con el apoyo de los centros escolares de la zona, que se vuelcan en actividades en momentos clave -como Navidad,  Día del Libro…- que, a su vez, son invitados por el aula a que participen a su vez en jornadas que organiza el hospital. En el aula también sabe celebrar las efemérides.







Una de las actividades que Charo realiza con su alumnado es dibujarse, "cómo se ven". Estos son algunos de los dibujos y detalle. Debajo, la caja que los contiene.

Junto a ello, reciben las visitas de los artistas, que los hay, del propio hospital, residentes que tocan con maestría la guitarra, el piano. Y todos los primeros miércoles de cada mes, magia.

En Salud Mental, el esfuerzo es igual, pero las situaciones varían. En ocasiones se encuentran con la poca colaboración de las familias, que no quieren que en sus colegios o institutos se enteren de la patología que sus hijos padecen y por las que son tratados. Otro aspecto, menos conocido, de la estigmatización de los pacientes de Salud Mental.

Las dos maestras, cuenta Encarni, están integrados en un equipo multidisciplinar del que forman parte psicólogos, psiquiatras, terapeutas, enfermeras, trabajadoras sociales, monitoras, auxiliares. Su compañera Silvia se encarga de impartir clases en los programas especiales, destinados, por ejemplo, al Trastorno del Espectro Autista o asperguer, y Encarni, en el hospital de día. Y atienden a pacientes hasta los 18 años, con diversas patologías clínicas, entre ellas, episodios psicóticos.

Sus habilidades para integrar al alumnado en la clase no tienen límites, A través de juegos o un puzle, para que poco a poco, puedan sumarse a las clases. Complementan las enseñanzas con frecuentes visitas al exterior. Son también maestras excepcionales, que viven el día a día de los pacientes, su evolución, mejoría

Pacientes, muchos con graves dolencias, pero niños y niñas. Están enfermos, pero son niños y el dolor les hace madurar. Como a sus padres, a quienes atienden, si lo precisan, con el mismo esmero

Para la asistencia del pequeño paciente a las clases la colaboración de la madre y el padre es fundamental. “Si la familia quiere, el niño viene. Pero también hay niños que quieren venir por sí solos”, reflexiona Charo, a quien complementa Antonio al añadir que como todos los niños en estos tiempos, los juegos del PC están muy presentes, y hay que hacerles ver que hay un tiempo para todo.

Pacientes, muchos con graves dolencias, pero niños y niñas. Están enfermos, pero son niños y el dolor les hace madurar. Como a sus padres, a quienes atienden, si lo precisan, con el mismo esmero.

Lo primero, según Antonio, es fijar las prioridades del alumnado, “en qué le puedo ayudar”. Para lo cual es imprescindible la relación con el centro educativo de origen, con el que mantienen permanente contacto. Correos o llamadas cruzadas para saber por dónde van.

Lo primero, según Antonio, es fijar las prioridades del alumnado, “en qué le puedo ayudar”. Para lo cual es imprescindible la relación con el centro educativo de origen, con el que mantienen permanente contacto. Correos o llamadas cruzadas para saber por dónde van

En el aula hospitalaria, y en las habilitadas en la de oncología, abundan los juegos, muñecos… pero se imparten clases. Desde matemáticas a lengua. Las molestias de las vías en los alumnos le obligan a las clases orales, con poca libreta, según los pacientes. Y se hacen controles periódicos. Charo y Antonio insisten en la tarea primordial de tratar de normalizar la situación de los pequeños pacientes. Y no dudan en afirmar que quienes se integran llevan mucho mejor su estancia hospitalaria. Por su dedicación y trato individual ejercen como profesores particulares.

Inevitable aludir al alumnado que ya no está porque no han podido superar la enfermedad que le hacía sufrir. Y la conversación, en este punto, se queda suspendida en el aire y se lleva con ella el esfuerzo por aguantar las lágrimas.

Alumnos y alumnas que se quedan grabados en sus corazones… Y cuando sus compañeros preguntan por el que ya no está, les responde, “que están bien, mejor”…





Instalaciones del aula de oncología. Debajo se aprecian los petos de la Asociación Española contra el Cáncer, cuyos voluntarios están muy presentes en todas las actividades.

Inevitable aludir al alumnado que ya no está porque no han podido superar la enfermedad que le hacía sufrir. Y la conversación, en este punto, se queda suspendida en el aire y se lleva con ella el esfuerzo por aguantar las lágrimas

Los pacientes expresan su dolor en clase y cuando tienen confianza con los maestros se desahogan. Hablan de su sufrimiento o angustia. Son muy conscientes de lo que sucede. Y las ecuaciones quedan al margen, para escucharlo. Charo cita a una niña que le trasladaba el sufrimiento y le decía que “se quería ir con su abuelo”. Antonio, como si fuera un hecho normal, añade una ocasión en la que permanecía con una niña de 5 años en fase terminal, a la que vinieron ya para sedarla. Se encoje el corazón.

Hace poco, en la visita de alumnos voluntarios de un colegio de Maracena, el Sagrado Corazón,  en su línea de educar en valores, integraba el grupo uno que fue paciente. “Una satisfacción”, dice Antonio, quien recuerda que el chaval se volcó en la visita y atendió a otro encamado, al que no dejó ni cuando llegaron para someterlo a una sesión de quimioterapia.

Charo cita a otro, que sufrió la amputación de una pierna y que llegó al aula con su prótesis para que la maestra se la pusiera, ante el profundo silencio del resto de la clase.

No se sabe qué alumno o alumna lo puso en la puerta del aula de oncología, pero también sirve.P.V.M.

Durante ese curso han pasado por el aula hospitalaria 515 alumnos y alumnas. Y han atendido un total de 1.497 asistencias, es decir la de veces que han asistido. Pero detrás de estas frías cifras, como dicen, hay nombres, familias, sueños, historias que se quedan.

En oncología, como los tratamientos son prolongados y el alumno vuelve tras periodos de inasistencia por tratamientos o altas periódicas, suelen ser menos pero más asistencias.

“Nosotros les enseñamos, pero todos los días yo aprendo de ellos. Tú eres el maestro, pero en realidad son ellos los que te enseñan. Los alumnos son los maestros”, reflexiona Antonio a lo que Charo agrega que hasta “un niño de 5 años nos da lecciones todos los días”. Es su satisfacción

Alude Antonio al “como decíamos ayer…”, la famosa frase de Fray Luis de León dirigida a su clase cuando fue restituido en su cátedra, luego de ser censurado, a presado y apartado de su cargo de la Universidad de Salamanca por la Santa Inquisición, que siglos después empleó Unamuno en su primera lección tras volver como rector en la misma Universidad de Salamanca, luego de haber sido injustamente destituido por la dictadura de Primo de Rivera. Retomar las clases donde la dejaron o seguir avanzando.





Arriba, un ejercicio de matemáticas que Antonio prepara. Debajo, uno de los habituales correos con turores que, en este caso, explica los contenidos de historia del curso de uno de los pacientes de oncología.

Recurre Antonio a una paleta de colores para expresar el día a día, porque además, dentro de una jornada hay picos. “Hay días que predominan los colores luminosos, otros son grises. O cambian de un color a otro en poco tiempo”.

“Nosotros les enseñamos, pero todos los días yo aprendo de ellos. Tú eres el maestro, pero en realidad son ellos los que te enseñan. Los alumnos son los maestros”, reflexiona Antonio a lo que Charo agrega que hasta “un niño de 5 años nos da lecciones todos los días”. Es su satisfacción.

Maravillosa enseñanza recíproca.

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