El capellán real que se negó a dar a Franco la espada del rey Católico
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El capellán José Calvo-Flores no permitió que el dictador se llevara la espada original de Fernando el Católico a Madrid
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Los canónigos reales jamás dejan salir la pieza original de la Capilla Real; tampoco han permitido, en cinco siglos, que sean abiertos los sarcófagos de los Reyes Católicos
Pero jamás han dejado salir de la Capilla Real lo más valioso del legado de los conquistadores de Granada en 1492
Las constituciones que dotaron a los capellanes-guardianes de las tumbas reales de Granada confirieron un poder enorme a sus canónigos. Se les mandató para que eternamente cuidasen y salvaguardaran las momias de los Reyes Católicos y su rico legado artístico. Los capellanes reales se han enfrentado a varios monarcas a lo largo de la historia para impedir sustracciones; solamente Felipe II consiguió llevarse un puñado de reliquias y unos cuantos libros. Pero jamás han dejado salir de la Capilla Real lo más valioso del legado de los conquistadores de Granada en 1492. Ni siquiera se le dio la espada a Felipe IV cuando la reclamó para engrosar la armería del Palacio Real de Madrid. Incluso les escondieron el cetro de Isabel y la espada de Fernando al mismísimo general francés Horace Sebastiani, durante el saqueo que protagonizó entre 1810 y 1812. Prefirieron pagar una sustanciosa multa a costa de sus fortunas personales.
La espada de Fernando el Católico, y su vaina, han sido sometidas a algunas restauraciones a lo largo de la historia. No se ha permitido que salga de la Capilla Real sin motivo justificado y siempre tenía que estar un capellán presente para no perderla de vista e impedir el cambiazo.
El arma llegó a Granada en 1518, enviada por la viuda Germana de Foix, para cumplir con el testamento de su esposo
Han sido realmente pocas personas ajenas las que han tenido la espada en sus manos. El arma llegó a Granada en 1518, enviada por la viuda Germana de Foix, para cumplir con el testamento de su esposo. Sería sacada cada año en procesión para conmemorar la conquista de Granada. Se trata de un arma de gala de 92 centímetros de longitud, por cuatro de hoja; fue fabricada en Florencia; la empuñadura está chapada en oro y grabada. Presenta adornos de medallones y hojas, el puño lo forman dos conos truncados, del que nacen las patas semicirculares con cabezas de serpientes; se recogen otros dos gavilanes más grandes con decoración vegetal.
La espada de Fernando, la corona y el cetro de Isabel han sido los emblemas que desde 1518 se han paseado anualmente por Granada como símbolos de la unidad política, administrativa y religiosa de las tierras de España
La funda actual no es la original. Consta que en 1603 estaba deteriorada y el cabildo encargó su reparación a un macero (con un capellán siempre presente); en 1725 volvió a restaurarse la espada y se le colocaron dos refuerzos metálicos a la vaina, ahora de terciopelo carmesí, que es la que se conserva.
La espada de Fernando, la corona y el cetro de Isabel han sido los emblemas que desde 1518 se han paseado anualmente por Granada como símbolos de la unidad política, administrativa y religiosa de las tierras de España.
Los Reyes Católicos, modelos para Falange y Franco
Es sobradamente conocida la predilección de Falange y de Francisco Franco por asumir el ideario y la simbología de los Reyes Católicos. Salvando las distancias de cuatro siglos y pico entre ambos periodos históricos. Por eso, sólo veinte días después de ganar la guerra civil, el nuevo dueño de los destinos de los españoles se presentó en Granada con la intención principal de visitar las tumbas de los Reyes Católicos. Emulaba el final de la conquista de España, la expulsión de los enemigos de la patria y el renacer de una nueva sociedad. Y qué mejor simbología que tener en sus manos el cetro y la espada de los Reyes Católicos que forjaron el imperio español del siglo XV.
Gallego Burín obsequió a Carmen Polo con unos pendientes antiguos, unas gitanillas, de gran valor; a Carmencita se le impuso una medalla de nácar de la Virgen de las Angustias. Nacía el mito de 'la Collares'
El 20 de abril de 1939 se presentó Franco en una ciudad rendida a sus pies; en sus aceras faltaban varios miles de opositores asesinados durante los tres años anteriores. Recorrió las calles en automóvil, visitó la Virgen de las Angustias, la Alhambra, la Escuela de Estudios Árabes, las trincheras del Cerro de las Cabezas, la Catedral y la Capilla Real. Durmió en el despacho del alcalde Gallego Burín, comió en el antedespacho junto con once invitados, bajo el cuadro de La Mariana. Las casas más ricas de la ciudad aportaron mobiliario, tapices, colchones, vajillas, cubertería, toallas, encajes y detalles para decorar la Casa Consistorial. También amueblaron las oficinas de la planta baja del Ayuntamiento para alojar a la numerosa guardia mora que se encargaba de la seguridad del Generalísimo, ya que no se fiaba de ningún español. Gallego Burín obsequió a Carmen Polo con unos pendientes antiguos, unas gitanillas, de gran valor; a Carmencita se le impuso una medalla de nácar de la Virgen de las Angustias. Nacía el mito de la Collares.
Le disgustó comprobar que los cinco ataúdes (Isabel, Fernando, Felipe I, Juana I y el infante Miguel) eran de metal y estaban sellados; le habría gustado ver los despojos. Sugirió que se abriesen y se estudiaran
Pero el motivo principal del viaje se centró en la visita a la Catedral-Capilla Real. Entró bajo palio por la Puerta de Alonso Cano, oró brevemente ante las imágenes de las Angustias y la Antigua. Después bajó a la cripta de los Reyes Católicos. Le disgustó comprobar que los cinco ataúdes (Isabel, Fernando, Felipe I, Juana I y el infante Miguel) eran de metal y estaban sellados; le habría gustado ver los despojos. Sugirió que se abriesen y se estudiaran. El capellán real, José Calvo Flores, asintió con la cabeza, pero no contestó. Jamás en la historia habían sido desprecintados los ataúdes. Se resistieron a varios reyes durante siglos; no pensaban claudicar ante la petición del ganador de la última guerra civil.
Pocos de los presentes debieron captar el deseo profundo de Franco de llevarse la espada a El Pardo como símbolo de su victoria militar
Después le enseñaron el museo de la Capilla. Lo que más le interesó y manoseó fueron el cetro de plata de Isabel y la espada de Fernando el Católico. Se le iban los ojos con las piezas, no dejaba de cogerlas una y otra vez. El canónigo Calvo Flores era el responsable de la espada y no la perdía de vista. Pocos de los presentes debieron captar el deseo profundo de Franco de llevarse la espada a El Pardo como símbolo de su victoria militar. Fernando V fue el caudillo del siglo XV y él era el caudillo de la España surgida en 1939. Pero no la reclamó para sí. Debió quedarse con las ganas de que se la regalaran.
No accedió a las intenciones del dictador, le recogió la espada y la devolvió a su lugar sin darse por aludido
José Calvo-Flores era ya un canónigo de mucha edad (1867-1948), apolítico, monárquico, vocacional y muy defensor de su cometido desde que era canónigo real en 1898. No accedió a las intenciones del dictador, le recogió la espada y la devolvió a su lugar sin darse por aludido. (Calvo-Flores está enterrado en la cripta de canónigos de la Capilla Real, bajo una de las lápidas más grandes). Quizás, debido a su firmeza de carácter, se evitó que volara la pieza original a El Pardo.
Gallego Burín se llevó a la tumba la conversación que tuvo con Franco en la cena de aquella misma noche
Gallego Burín se llevó a la tumba la conversación que tuvo con Franco en la cena de aquella misma noche. La consecuencia fue que, al día siguiente, 21 de abril de 1939, encargó hacer una réplica de la espada de Fernando el Católico para llevársela personalmente a Madrid. Fue una decisión personal suya, respaldada por los seis concejales que formaban con él la junta municipal de gobierno.
El encargo recayó en escultor Navas Parejo, que por entonces tenía el taller más potente y completo de Granada
El encargo recayó en el escultor Navas Parejo, que por entonces tenía el taller más potente y completo de Granada. Navas Parejo coordinó el trabajo, pero estuvo auxiliado por bastantes artesanos de la capital; Calleja, secretario de la Escuela de Bellas Artes, se encargó de hacer un dibujo exacto en la Capilla Real; varios herreros del Sindicato del Artesanado fundieron la hoja con hierro de Alquife y labraron los gavilanes; varios buscadores de oro del Darro consiguieron reunir unos puñados de pepitas, hasta alcanzar los 235 gramos de 22 kilates con que se forró el mango. El estuche lo hicieron de cuero repujado y policromado con alegorías. Finalmente, el bordado del forro del estuche fue obra de las monjas Adoratrices.
De informar se iba encargando el cronista oficial de Granada y portavoz del alcalde, el falangista Cándido García y Ortiz de Villajos
Tanto la prensa local como la nacional solían dar cuenta periódicamente de la marcha de los trabajos de artesanía que se estaban haciendo para tan importante pieza. De informar se iba encargando el cronista oficial de Granada y portavoz del alcalde, el falangista Cándido García y Ortiz de Villajos.
Gallego Burín había previsto entregar la espada al Generalísimo el día 2 de enero de 1941, coincidiendo con la fiesta de la Toma de la Granada. Sin embargo, en mayo de aquel año dejó de ser alcalde para pasar al Gobierno Civil y la entrega quedó en suspenso. Quizás la agenda del dictador estaba demasiado ocupada. O se había centrado en conseguir la mano incorrupta de Santa Teresa como talismán protector.
Entregada cuatro años más tarde
La copia de la espada que Granada regalaba a Franco estuvo guardada en el Ayuntamiento hasta el 10 de mayo de 1943. Franco quiso que se la entregasen personalmente en su nueva visita a la tumba de los Reyes Católicos. Regresó a Granada cuatro años más tarde. Volvió a recibirlo José Calvo-Flores Morales a la puerta de la Capilla Real. Dentro estaban todas las autoridades, con el estandarte de los Reyes Católicos para tremolarlo sobre su cabeza, el cetro y la reproducción de la espada. La original había sido convenientemente escondida para evitar cambios.
En 1943, un mes más tarde de regalarle la espada, se atrevió a firmar el manifiesto en el que intelectuales pedían a Franco que restaurase la monarquía
Gallego Burín había regresado a ocuparse de la alcaldía. En su discurso de entrega del arma dio la clave del origen de la donación: “En recuerdo de vuestra estancia (de hacía cuatro años) me cupo a mí el honor de rogaros que aceptarais la reproducción de una de las joyas más preciadas que Granada conserva: la espada del Rey Católico…” Resultaba evidente que Gallego Burín había echado un capote a los capellanes reales para evitar que Franco se apoderase de la espada la primera vez que la vio nada más acabar la guerra. En el fondo, Gallego Burín conservaba sus principios monárquicos, a pesar de sus flirteos con falangistas y militares golpistas: en 1943, un mes más tarde de regalarle la espada, se atrevió a firmar el manifiesto en el que intelectuales pedían a Franco que restaurase la monarquía.
El destino de la primera y mejor réplica de la espada de Fernando el Católico se desconoce en este momento. Aunque se supone en poder de los descendientes de Francisco Franco
Aquella espada se la llevó el dictador a su residencia de El Pardo en calidad de regalo personal, no de Estado. No pasó a Patrimonio Nacional como suele ser habitual con los regalos de enjundia que se dan a los jefes de Estado. La mano incorrupta de Santa Teresa se consiguió que regresara al Convento de Carmelitas Descalzas de Ronda, una vez muerto Franco en 1975. El destino de la primera y mejor réplica de la espada de Fernando el Católico se desconoce en este momento. Aunque se supone en poder de los descendientes de Francisco Franco.
Otras copias y los sarcófagos cerrados
Franco sólo consiguió a medias los deseos expresados en su primera visita a Granada del 20 de abril de 1939: tener la espada de Fernando y ver las momias de los Reyes Católicos. Coincidían también con los del erudito y alcalde granadino, Antonio Gallego Burín. Desde 1931 éste ya había estudiado en profundidad el edificio funerario y sus tesoros. Después, siendo alcalde (entre 1945-48), dirigió una profunda remodelación de la Capilla Real; las obras afectaron al forrado con losas de piedra de la cripta y a la apertura de una nueva escalinata de entrada. En cambio, no consiguió que el cabildo catedralicio transigiera en abrir los cinco sarcófagos reales para estudiar los huesos allí depositados desde 1521.
Los sarcófagos reales originales eran de madera. En previsión de su lógico deterioro, en época indeterminada del siglo XVI fueron enfundados en sarcófagos metálicos, convenientemente precintados
Los canónigos se han opuesto siempre a que se violente en lo más mínimo la voluntad de los Reyes Católicos. Han defendido con uñas y dientes sus cometidos como albaceas testamentarios. Los sarcófagos reales originales eran de madera. En previsión de su lógico deterioro, en época indeterminada del siglo XVI fueron enfundados en sarcófagos metálicos, convenientemente precintados.
Nunca en su época de alcalde, Gallego Burín consiguió autorización para abrirlos y estudiarlos. Tuvo que esperar a la época en que fue nombrado por Franco como Director General de Bellas Artes (a partir de 1951). El 1 de septiembre de 1952 consiguió permiso del Arzobispo Balbino Santos para inspeccionar mínimamente el interior de los sarcófagos. No obstante, el arzobispo levantó acta en la que dejaba patente que se abrían no por su gusto, sino por presiones de Madrid, porque “habiéndonos manifestado insistentemente altas autoridades de la Nación, con motivo del IV Centenario de los Reyes Católicos su deseo de descubrir los féretros en que descansan los despojos…” En la apertura de las cajas estuvieron presentes Antonio Gallego Burín, Francisco Prieto-Moreno, en representación del Estado; los capellanes Romero Pascual y Herranz Piquero por la Capilla Real; y el catedrático de arqueología Jesús Bermúdez Pareja.
La caja de la Reina estaba completamente deshecha y en descomposición
Lo primero que se constató es que el féretro de Isabel había sido ya abierto en alguna ocasión, pues estaba cortado el plomo y vuelto a soldar malamente. Se aprovechó en aquella inspección de 1952 para levantar un poco la tapa y ver su interior con una linterna. La caja de la Reina estaba completamente deshecha y en descomposición, sin indicios de haber revuelto su interior. Todo estaba hundido y convertido en una masa compacta en todo el fondo del féretro. También se abrió un poco la tapa del féretro de Felipe el Hermoso; estaba menos deshecho su interior por la podredumbre, incluso se vieron con claridad una tibia y un fémur de la pierna más cercana. Hasta ahí llegó la inspección que permitieron los capellanes reales.
El acta firmada por el arzobispo destacó cuatro conclusiones:
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1. Que realmente están dentro de los reales féretros los restos mortales de los augustos personajes.
2. Que los féretros de plomo cubren y encierran sendos ataúdes de madera, los cuales contenían directamente los restos, concordando esto con lo que atestiguan las actas y la Historia.
3. Que tales restos mortales se hallan en aquel estado normal y natural de descomposición que corresponde a los siglos que ahí llevan depositados.
4. Que no hay señales de que se les haya tocado en alguna otra ocasión, aun a los de la reina Isabel, a pesar de las huellas de apertura del féretro exterior.
Ahí acabó la última y parece que única inspección de los sarcófagos de los Reyes Católicos permitida hasta ahora. No se dejaron fotografiar ni grabar para que los pudiera ver Franco; mucho menos conseguir una reliquia como era su costumbre. Los canónigos hicieron bien su trabajo. Desde entonces y hasta el día de hoy se han sucedido centenares de peticiones de investigadores, arqueólogos e incluso supuestos descendientes en busca del ADN de los Reyes; ninguna de ella ha sido atendida por los canónigos. Ni es intención atenderla, al menos mientras continúe al mando Manuel Reyes como capellán Real; así lo ha expresado esta misma semana a El Independiente de Granada.
Las dos únicas peticiones que se han atendido desde la Capilla Real en el siglo XX ha sido copiar dos réplicas más de la espada de Fernando el Católico, y tres del cetro y la corona de Isabel de Castilla. La segunda copia certificada que se autorizó fue en fecha de finales de los años cincuenta; la solicitó también Antonio Gallego Burín para que la tuviese el Ayuntamiento de Granada. De hacer aquella réplica se encargó Miguel Moreno Grados (abuelo de la saga de escultores/orfebres); su hijo Miguel todavía hoy, en su ancianidad, recuerda el celo que ponía el canónigo Antonio Morcillo al que encargaron de que estuviera siempre presente mientras trabajaba el escultor tomando medidas y haciendo dibujos. Ni siquiera se le permitió sacarle un molde. Esta copia es la que se expone en el Ayuntamiento de Granada y se saca en procesión cada año.
Son las piezas que suelen prestarse para grandes exposiciones (el último caso, el reciente octavo centenario de la Catedral de Burgos). La espada original jamás se permite que salga de la Capilla Real
La segunda réplica, también certificada, de las tres piezas, fue encargada directamente por el cabildo de la Capilla Real al orfebre Rafael Moreno Romera, hijo del anterior. La hizo en el año 1992 con destino al pabellón del Vaticano en la Expo de Sevilla. Una vez acabada la muestra, regresaron a Granada. Son las piezas que suelen prestarse para grandes exposiciones (el último caso, el reciente octavo centenario de la Catedral de Burgos). La espada original jamás se permite que salga de la Capilla Real.
Solamente se tiene referencia de dos personas más que la pudieron blandir, tocar, medir y dibujar, ambos en el siglo XIX
Solamente se tiene referencia de dos personas más que la pudieron blandir, tocar, medir y dibujar, ambos en el siglo XIX. El primero de ellos fue el escultor Miguel Marín Torres; ocurrió hacia 1868, cuando se trasladó la Casa Consistorial desde La Madraza al desamortizado Convento del Carmen, el actual edificio del Ayuntamiento. Modeló una estatua de Fernando en piedra para colocar en una ventana del zaguán de acceso. (De esta escultura se hizo un vaciado en los años ochenta, en bronce, para el Hospital Real).
La segunda persona que dibujó la espada fue Francisco Pradilla, para utilizarla como base documental en su magna escena pictórica de la Toma de Granada (1879-82).
Francisco Franco encargó una copia de la corona y del cetro de Isabel I para la exposición de Mobile (Alabama, EE UU), del 1968, y allí se quedó la donación. Las copió Miguel Moreno Romera.