Waxahatchee supera su alcoholismo y elige la vida en el irregular St. Cloud
Estamos tan inundados de música nueva que es imposible escucharla toda. Cada año, me dejo unos cincuenta discos sin escuchar en una lista de la que me encantaría tacharlos alguna vez. Pero claro, llega otro año y me pongo a escuchar música nueva, y luego están esos discos a los que siempre vuelvo, naturalmente, y al final no hay manera. Es inevitable, pero me da pena, porque ¿quién sabe qué joyas me habré perdido? Me ha pasado mil veces, encuentro al fin la oportunidad o el ánimo para escuchar uno de ellos y resulta que me encanta. También me sucede, naturalmente, con discos más antiguos: por eso se me ocurrió la sección “Descubriendo a los clásicos”.
¿Quién sabe qué joyas me habré perdido? Me ha pasado mil veces, encuentro al fin la oportunidad o el ánimo para escuchar uno de ellos y resulta que me encanta. También me sucede, naturalmente, con discos más antiguos: por eso se me ocurrió la sección “Descubriendo a los clásicos”.
Otra cosa un poco diferente que pasa a veces es que, cuando pasa el tiempo, el mismo artista saca un disco nuevo. Y a veces, por lo que sea, esta vez sí, lo escuchas. Eso me ha pasado con Waxahatchee. Nunca llegué a escuchar Out in the Storm, uno de los discos de indie rock más aclamados de 2017, y tenía la espinita clavada. Y de pronto sale este St. Cloud y recibe aún más elogios. Y estoy de encierro, así que tengo tiempo, con que venga, vamos a ello: pulsemos el play. Suena una batería enorme, sucia y con algo de reverb, y un efecto sinuoso, imagino que hecho con sintetizador, de fondo. Pasan unos compases y en el siguiente “uno” entran un teclado y la voz de Katie Crutchfield, la mujer detrás del alias Waxahatchee: “Barna in white”. ¿Barna? Lo busco: sí, se refiere a la ciudad de Barcelona. “Oxbow”, que se llama el tema, es sobre cómo decidió dejar el alcohol durante el Primavera Sound 2018. Poco a poco se van añadiendo instrumentos, un piano, un bajo sintético… la sensación que me embarga me recuerda a la de escuchar “I Told You Everything”, la primera canción del notable y discretamente experimental Remind Me Tomorrow, de Sharon Van Etten, uno de los mejores discos de rock del año pasado. “I want it all”, repite Crutchfield al final de la canción. Empezamos bien.
Ahora suena “Can’t Do Much”. Parece que el sonido más sintético de “Oxbow” ha sido una pista falsa: esto suena como un bonito medio tiempo de country rock. Salvo por unos toques discretísimos de cuerdas, la instrumentación es la básica: guitarra acústica, una eléctrica de tonos melancólicos, bajo, batería. Pero qué bien canta esta mujer. No hace nada ostentoso, pero es muy efectiva. La estructura de la canción funciona. Termina dulcemente y llega “Fire”, que empieza con unas notas de mini Moog y después arranca con la voz de Katie, muy aguda (“that’s what I wanted”), y el sonido del bombo que lo pone todo en movimiento. La mezcla deja mucho espacio a cada instrumento, y en ese espacio la voz de Crutchfield y los coros que se hace ella misma desgranan una letra sobre reconciliarse consigo misma y valorar cuánto ha cambiado a mejor hasta ahora, con una melodía peculiar pero indiscutiblemente bonita. Parece que se trata de un proyecto contemplativo y lleno de esperanza, y “Lilacs”, la siguiente canción, lo confirma. Otra vez medio tiempo, una letra sobre la necesidad de amarse a una misma incluso cuando cometes errores, y un estribillo con mucha fuerza.
Pero llego a “The Eye” y por primera vez tengo la sensación de que algo no va bien. Aquí el ritmo paciente no lleva a nada, ni un estribillo con gancho, ni una melodía particularmente memorable, ni un solo interesante (y eso que dejan un hueco para que lo haya, pero nadie se arranca). El espacio que antes mencionaba en la mezcla se queda vacío, y me aburro (son más de cuatro minutos de canción). Empieza “Hell” y el ritmo es más animado. Me alegro, a ver si salimos del bache. Pasan las estrofas y los estribillos y me quedo un poco frío; ¿no es exactamente la misma idea, tanto lírica como musicalmente, que “Lilacs”, solo que bastante peor ejecutada? Le toca el turno a “Witches”. La cosa mejora un poco, pero tampoco es para hacer palmas. Los toques ocasionales de otros estilos han desaparecido, ya todas las canciones son country-rock muy directo y convencional, y sí, la letra es bonita, con sus referencias a otras cantautoras del mismo estilo, amigas de Crutchfield, pero no termina de sostener la canción.
“War” es otra cosa. La batería sí que resulta más imaginativa aquí, transmite urgencia, y las guitarras aportan colores cálidos a través de pequeños punteos entrelazados en las estrofas
“War” es otra cosa. La batería sí que resulta más imaginativa aquí, transmite urgencia, y las guitarras aportan colores cálidos a través de pequeños punteos entrelazados en las estrofas. Katie reconoce estar en guerra consigo misma, pero tranquiliza a su interlocutor: “it’s got nothing to do with you”. Casi llega al nivel de las primeras canciones, pero el efecto es efímero: “Arkadelphia” cuenta una dura historia sobre la adicción de una amiga, y lo hace sin dar con una atmósfera adecuada. De nuevo una sensación de vacío en la mezcla, ¿dónde está ese elemento que le dé algo de vitalidad? Aunque la composición en sí, sin picos ni valles, sin una buena melodía vocal, tampoco parece salvable… “Ruby Falls”, funciona mucho mejor: sí que consigue la atmósfera solemne que busca gracias a un órgano sencillo y un patrón de batería intermitente. Otra historia triste: un amigo que murió de sobredosis. Una letra como “Real love don't follow a straight line/It breaks your neck, it builds you a delicate shrine” pega fuerte, pero vuelve a no haber una melodía vocal que enamore como en “Can’t Do Much”.
Y así hemos llegado a la última canción, la que da nombre al disco, y seguimos con el tono sombrío y el ritmo tranquilo de las dos canciones anteriores, tan diferente a la calidez del principio, pero esta vez sí que encontramos la chispa: la voz de Katie brilla entre la instrumentación que la complementa perfectamente, escasa pero dulce. Canta sobre pasar de estar perdida en la gran ciudad a volver a casa. La emoción está a flor de piel. Todo termina con las palabras “And when I go, when I go/Look back at me, embers aglow”; Crutchfield se ha enfrentado al viejo dilema expresado por Neil Young: ¿es mejor arder que apagarse lentamente? Frente a la respuesta de Cobain, Katie contesta que no: más vale una vida larga y bien vivida que la autodestrucción, por muy artística que sea.
Es una idea estupenda con la que cerrar, pero el caso es que el disco no termina de funcionar. A pesar del muy buen comienzo, hay demasiadas canciones a medio acabar, demasiados momentos en que nada brilla. Me apena reconocer que prefiero escuchar Purple Mountains (2019), aunque aquel disco que pretendía ser una expiación de la depresión que había tenido paralizado a David Berman durante más de una década acabara de modo trágico: el cantautor no pudo soportarlo más y se suicidó apenas un mes después de publicarlo. Curiosamente, aquellas letras contenían mucho más humor. Seguro que esto dice algo sobre el humor como mecanismo de defensa, pero me entristece demasiado pensarlo. Tampoco me quedo con demasiadas ganas de escuchar Out in the Storm, el disco anterior de Waxahatchee. En fin, esta vez no pudo ser: a ver si el siguiente descubrimiento me engancha.
Puntuación: 6.7/10