Las ventajas de valer para todo

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 20 de Septiembre de 2020
'Mar 1', de Virginia Mayenco.
J.A
'Mar 1', de Virginia Mayenco.
'Era de un natural tan igualmente versátil sobre todo, que hiciera lo que hiciese, se diría que había nacido para ello'.

Catón el viejo

Dicen algunos que la filosofía no vale para nada, a lo que respondemos otros, que sí, que la filosofía no vale para nada, y precisamente por eso, vale para todo. Aprender a combatir dogmas, a no tener una única perspectiva de la política, la economía, la moral, la vida, convertir hacerse preguntas en una costumbre tan anclada en tu vida, como el desayuno, abre perspectivas vitales que de otra manera nunca seríamos capaces de encontrar. Pagas el precio de tener que pensar por ti mismo, y aprender a rectificar tus errores, o al menos asumirlos como propios, en lugar de siempre estar buscando culpables ajenos, pero la alternativa es dejar que otros te digan cómo has de amar, vivir, pensar, juzgar, y convertir tu vida en una nota a pie de página de narraciones ajenas.

En una persona, ser dogmático es igualmente contraproducente, la fortaleza del carácter adquirido a través de hábitos de buenos comportamientos, se vuelve inservible si nos encerramos en principios absolutos, incapaces de responder y adaptarnos a los retos con los que un mundo siempre cambiante nos pone a prueba

El dogmatismo, asumir sin ningún sentido crítico un principio establecido como absolutamente verdadero, en base a una autoridad bajo la que no cabe discusión posible, ha sido uno de los principales lastres que cualquier cultura humana ha arrastrado para conseguir progresar; en su bienestar social, en su convivencia y en su capacidad para adaptarse a cualquier dificultad que le sobreviniera. En una persona, ser dogmático es igualmente contraproducente, la fortaleza del carácter adquirido a través de hábitos de buenos comportamientos, se vuelve inservible si nos encerramos en principios absolutos, incapaces de responder y adaptarnos a los retos con los que un mundo siempre cambiante nos pone a prueba.

 Algunos ámbitos tienen complicado sobrevivir sin dogmas; la religión, las supersticiones, o la mentira como arma de destrucción política, no tendrían mucho sentido si dejáramos que el espíritu crítico, ese tábano de la razón humana, los pusiera una y otra vez en el brete. La ciencia traicionaría su corazón, su sentido de ser, si sustituyera el altar de la duda perpetua, de la ignorancia asumida como principio de la búsqueda de la verdad, por un dogma que estableciera verdades apriorísticas. Uno puede asumir una creencia como hipótesis en el camino de la ciencia hacia el conocimiento del mundo, pero partir de un principio como absolutamente verdadero en ciencia, es tan absurdo como pretender enhebrar una viga por el agujero de un alfiler. No hay nada más sano para un buen científico que asumir que hay múltiples cuestiones sobre las que aún no tiene la respuesta, y que es posible que nunca alcance certezas absolutas. El desconocimiento y la estupidez arraigada en algunos políticos, comunicadores, y otros presuntos ignorantes, provocan que cuando un científico responde a algunas cuestiones que las desconoce, que no sabe la respuesta, o que no tiene seguridades, ni verdades absolutas, se reaccione criticando, insultando o minusvalorando.

Descubrir que te has equivocado, que tus principios eran erróneos es una parte más, quizá la más importante, de aprender y adaptarte a las realidades que te rodean y conforman tu existencia

Ser dogmático tiene mucho que ver con aceptar como verdadero solo aquello que encaja con lo que quieres creer que es verdad, porque todo tu mundo lo has construido bajo el prisma de esa verdad, y develar la falsedad total o parcial de ese dogma te hace creer que pone a prueba aquello que eres. Falso, lo único que pone a prueba el conocimiento en tanto desvela falsedades es al dogma, tú estás a salvo, a no ser que decidieras unir tu sentido, tu existencia, a banales mentiras. Descubrir que te has equivocado, que tus principios eran erróneos es una parte más, quizá la más importante, de aprender y adaptarte a las realidades que te rodean y conforman tu existencia. La actitud abierta ante los problemas que afrontamos, ante los retos que nos llevan a encrucijadas, determinará nuestra aptitud para superarlos.

Una de las virtudes con menos prestigio, pero más útiles que debemos desarrollar al adquirir nuestro carácter, no es otra que la versatilidad;  la mejor arma para aprender a navegar en las tumultuosas aguas llenas de presuntos dogmas que amenazan con hundirnos, con su rigidez y falsa seguridad, en los mares de las experiencias de nuestra vida. Miremos donde miremos todo parece estar lleno de dogmas, en la política donde se esgrime no una razón discursiva, nacida del debate entre razonamientos diferentes, sino la presunción inamovible de esta es mi verdad y si no la aceptas, no hay otra. En el trabajo, donde el dogma de la verticalidad jerárquica, anquilosada por practicar lo mismo una y otra vez, porque funcionó en el pasado, vence cualquier posibilidad de innovar, pues toda perspectiva que no se ancle al dogma establecido es poco menos que una amenaza a la autoridad. Sucede en el amor, donde la ortodoxia ejerce su autoridad y todo es aburrido, como debe ser, y no como heterodoxamente debiera ser, proclamando anatemas cada dos por tres a cualquier comportamiento que se sale del gris de la cotidianidad.

Pocos ámbitos de nuestra vida personal o social escapan a la tentación del dogma. Confundimos rigor con estrechez de miras. El moralista francés del XVI Michel de Montaigne denuncia esta rigidez tan reclamada; No hay que estar tan fuertemente clavado al propio carácter y temperamento. Nuestra principal aptitud consiste en saber aplicarnos a distintos usos. Mantenerse atado y ligado por necesidad a una única manera es ser pero no vivir. ¿Cuántos pasamos por la vida siendo pero no viviendo? ¿Cuántos somos incapaces de vislumbrar la belleza que hay en los matices que descubrimos cuando nos abrimos a nuevos mundos y culturas? ¿Cuántos sabores de la vida disfrutaríamos si no nos encerráramos  y nos alimentarnos de un único sabor, porque es el que nos dijeron que era el verdadero y único? ¿Cuántas situaciones tendrían solución si no nos cegaran los dogmas aprendidos?

El aprendizaje de la virtud de la versatilidad necesita del hábito de la meditación, que no consiste tan solo en despejar la mente y dejar que las nubes de nuestro pensamiento vaguen libremente. Meditar consiste en ordenar los conocimientos adquiridos, jerárquicamente por su valor, por su capacidad para adaptarnos a cualquier situación, y para ello hay que adquirirlos primero, y esto no se produce por intervención divina

La vida no atiende a dogmas, nos viene a decir Montaigne, no solo eso, sino que profundiza en su alegato proclamando que las almas más bellas son las que tienen más variedad y flexibilidad. Si no aprendemos a ser flexibles, nos convertimos en esclavos de nosotros mismos, nuestro carácter al volverse dogmático nos encierra tras unos barrotes. El aprendizaje de la virtud de la versatilidad necesita del hábito de la meditación, que no consiste tan solo en despejar la mente y dejar que las nubes de nuestro pensamiento vaguen libremente. Meditar consiste en ordenar los conocimientos adquiridos, jerárquicamente por su valor, por su capacidad para adaptarnos a cualquier situación, y para ello hay que adquirirlos primero, y esto no se produce por intervención divina. Hay que regar esas nubes de nuestro pensamiento con sabiduría crítica, y cultivarnos adecuadamente, o todo será en vano. La capacidad para adaptarse a la volatilidad del mundo, debería ser una virtud incorporada a nuestra enseñanza cívica y ética.

La serenidad que nos produce estar preparados para cualquier eventualidad gracias a la versatilidad de nuestras habilidades, y la flexibilidad de nuestro carácter, nos permite una gracilidad ante las adversidades que contrasta con la inquina y frialdad que encontramos en aquellos apresados por el dogma. A primera vista, es fácil separar a unos de otros, solo nos queda tener la perspicacia de prestar atención, y de no ser tan ciegos de elegir al dogmático sobre el versátil, en política, amores, amistades o en el trabajo. El  moralista francés describe con su talentosa prosa lo que considera virtudes de una personalidad cuya amistad merece la pena cultivar e imitar: yo elogiaría a un alma con diversos niveles, que sepa tanto tensionarse como relajarse, que se encuentre bien dondequiera que la lleve su fortuna, que pueda platicar con su vecino acerca de la construcción, su caza y su pleito, departir gratamente con un carpintero y un jardinero. Sintomático es su rechazo a sentirse superior por disponer de una mejor posición social o tener mayor riqueza, una actitud soberbia que rechaza tajantemente; Pues, aparte de lo que me dicta la razón, es inhumano e injusto hacer valer a tal punto algo que no es sino mero privilegio de la fortuna. El valor de una persona no depende de su posición social o económica, el valor de una amistad o de un amor se dignifica porque no tiene precio, y el encanto de encontrar alguien que elude el dogma por principio, versátil para adaptarse a la riqueza de cada carácter, a los desvaríos en los que la vida te pone a prueba, es incalculable.

El dogmático siente que pierde el rumbo si le refutan aquello que cree que es sagrado, pero no hay nada sagrado en atarse a los dogmas. El versátil se adapta. No todo principio puesto en duda pierde totalmente su valor, siempre podemos rescatar matices útiles, y utilizarlos en los nuevos escenarios que se nos abren

Por muchos conocimientos que tengamos, por mucha sabiduría que acumulemos, nunca se deja de aprender. Ser versátil consiste en reciclarnos continuamente, comenzando por aquellos viejos conceptos que dábamos por inamovibles. Si mantenemos una actitud de voracidad, y de apertura ante nuevos conocimientos, especialmente aquellos que cuestionan lo ya sabido, nuestra capacidad para vivir, y no simplemente ser, en las sabias palabras de Montaigne, harán que merezca la pena el sacrificio. El dogmático siente que pierde el rumbo si le refutan aquello que cree que es sagrado, pero no hay nada sagrado en atarse a los dogmas. El versátil se adapta. No todo principio puesto en duda pierde totalmente su valor, siempre podemos rescatar matices útiles, y utilizarlos en los nuevos escenarios que se nos abren.

Quizá la próxima vez que nos digan que no valemos para nada, podamos esbozar una sonrisa, y pensar qué quizá no valgamos para un mundo pretérito, en vías de extinción, agostado  por callejones sin salida y dogmas, pero con un poco de versatilidad, sentido crítico, y apertura de mente, precisamente por no valer para nada, valgamos para todo.

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”