Todos somos paparazzi
Hace apenas 15 días que se celebraba el vigésimo aniversario del fallecimiento de Lady Di en un accidente de tráfico en el puente Alma de París. Se culpó a los paparazzi, de quienes presuntamente huía la princesa británica acompañada de su pareja del momento, Dodi Al-Fayed. La tragedia levantó un debate nacional sobre dónde acababa la libertad de prensa y comenzaba la de los personajes. El hecho es que los fotógrafos del corazón ganaban verdaderas fortunas por una instantánea de alguno de los personajes del momento.
La historia ha cambiado por completo. Hoy en día el negocio de los paparazzi se ha topado con una competencia desleal: cualquier dueño de un teléfono móvil. Y es que ya no hay situación que no sea fácilmente reproducible en las redes gracias a la grabación o las fotos sacadas con nuestro flamante I-Phone o con cualquier Smartphone. Yo mismo he sido testigo de esta circunstancia cuando hace un par de años tuve un accidente de tráfico volviendo a mi casa del trabajo. Me despisté y mi coche se fue al carril contrario donde colisioné con un camión. Afortunadamente salí bastante bien parado, con una pierna herida únicamente, pero unos días después me encontré a alguien en mi pueblo que me preguntó por mi estado de salud:
–Estoy mejor, aunque esto va lento. –Le respondí.
–Ya imagino. –Me dijo–. Fue un accidente terrible, ya lo he visto.
–¿Cómo que lo has visto? ¿Estabas allí?
–No, qué va, alguien lo grabó con el teléfono móvil y lo colgó en su red social.
Podía haber tratado de indagar más sobre el asunto, pero bastante tenía yo ya con mejorar día a día de mis dolencias así que lo dejé pasar como si hubiera sido una historia irreal o que no hablaba de mí. ¿Hasta dónde habrían llegado esas imágenes de mi accidente de tráfico? Mejor no saberlo.
La difusión de instantáneas es tan sumamente sencilla a través de Internet que si Lady Di se consideraba desprotegida, los famosos de hoy cada vez lo tienen más complicado para luchar contra los elementos
La difusión de instantáneas es tan sumamente sencilla a través de Internet que si Lady Di se consideraba desprotegida, los famosos de hoy cada vez lo tienen más complicado para luchar contra los elementos. Antes pactaban las bodas con las revistas por un precio astronómico y hoy en día se encuentran con que hay otras publicaciones que se adelantan a la exclusiva por medio de imágenes sacadas por algún invitado con su teléfono móvil. Realmente no se puede decir en estos casos que se trate de un problema importante, menos para los trabajadores que nunca podríamos acceder a generar tal interés que quisieran pagar un dineral por nuestra boda.
Sin embargo, hay algo que sí resulta preocupante y es la delincuencia incontrolada que genera todo este negocio de Internet. El cantante Miguel Bosé recibió el 7 de agosto pasado varios mensajes de whatsapp de desconocidos que trataban de extorsionarle con una foto de sus 4 hijos en un parque de Disney norteamericano. Teniendo en cuenta que el artista nunca había mostrado su imagen públicamente, le pidieron 60.000 dólares a cambio de seguir manteniendo su anonimato. Y cuando ya estaban negociando su publicación, Bosé decidió hace unos días poner esa foto en instagram con el siguiente mensaje: “Me han hackeado el correo. Me han robado archivos fotográficos de familia y me están extorsionando desde hace semanas y por eso no paso. Están tratando la venta del material a terceros. Por esa razón y para interrumpirle el negocio a mi agresor me veo obligado a hacer esto y a mostrar las identidades de mis hijos que desde su nacimiento he protegido tanto y mantenido en anonimato. Espero que, no obstante esta decisión forzada, la discreción hacia los menores de mi familia siga siendo respetada por todos como hasta ahora se ha hecho. Gracias”.
Sin embargo, hay algo que sí resulta preocupante y es la delincuencia incontrolada que genera todo este negocio de Internet
De forma inteligente, Bosé paralizó el negocio de dicha imagen pero, eso sí, a costa de poner cara a unos niños que desde ahora ya no son unos desconocidos. Pese a que puede parecer una nimiedad, lo cierto es que no lo es: la carga de la popularidad a veces conlleva insultos, falta de respeto y hasta amenazas. Cuando quien ha elegido dicha fama experimenta estas situaciones no tiene otra posibilidad más que asumirla, pero cuando se trata de pequeños que no han podido tomar una decisión al respecto es grave, porque se les está colocando una diana frente a todos aquellos que están a su alrededor y que no conocían su origen.
Y eso es posible porque los teléfonos móviles, sus fotografías y sus vídeos están a la orden del día. Es un fenómeno imparable. Es más, ni siquiera a los medios les interesa que se detengan. De hecho, incitan a que todos nos convirtamos en paparazzi pidiendo material a través de whatsapp con mensajes como este: “si has estado cerca de algún famoso y tienes imágenes, envíanoslas y las emitiremos”.
Los perjudicados por esta situación son los propios profesionales, que han pasado de competir entre ellos a hacerlo con toda la sociedad. ¿Quién, si tiene un teléfono móvil y ve a un personaje muy popular, no tiene ganas de inmortalizar el momento con una foto o un vídeo? ¿Y cuando hay una catástrofe, un atentado o un accidente? Sin ir más lejos, en el último y desgraciado atentado de Barcelona llegaron a circular por whatsapp imágenes terribles, no aptas para ser emitidas, con víctimas en el suelo desangrándose o retorcidas de dolor, vídeos grabados por transeúntes que en ese momento estaban por allí. Unas dolorosas escenas, especialmente para los familiares, que si bien no vieron la luz en ningún canal, sí circularon teléfono a teléfono hasta llegar a muchas personas.