'Siempre fue la sanidad, estúpido'

Se hizo célebre la frase con la palabra “economía”, reconozcámoslo, y a ciencia cierta, que la economía se ha mostrado como un factor clave a la hora de explicar fenómenos políticos de las últimas décadas, así como para marcar tendencias electorales. No hace tanto, en el mundo, en Europa y en España (si, aquí también) la buena o mala marcha de la economía (gruesas palabras, siempre) marcaba el debate político y era signo de la buena o mala salud del gobierno, de la sociedad y de la ciudadanía en general.
Quienes en nuestro país se llenaban la boca con la buena marcha de la economía en tiempos de Aznar o Rajoy, ahora parecen sepultados en el lodazal de sus propias mentiras
Con la llegada de la nueva ola fascista (sin neo), los términos del debate político parecen haber cambiado. Quienes en nuestro país se llenaban la boca con la buena marcha de la economía en tiempos de Aznar o Rajoy, ahora parecen sepultados en el lodazal de sus propias mentiras. Ya no es la economía la que debe marcar el debate público. Ahora existen otros asuntos que ocupan a unos cuantos, que se esmeran en intentar que preocupen a la generalidad. Está por ver que lo consigan. Pero ante el intento de que la economía desaparezca de la discusión pública, emerge la sanidad como factor claro de debate nacional y confrontación de ideas y modelos.
Y hay una viñeta de El Roto que retrata, casi mejor que un tratado, la situación. Un médico le dice a una paciente que “el tratamiento de su enfermedad es muy caro, así que le diagnosticará otra cosa”. Parece ficción, pero no lo es. Es la realidad diaria y cotidiana de la gestión sanitaria en aquellos lugares donde gobierna la derecha, siendo Madrid el paradigma de la degradación de un servicio hasta hace no tanto, público y universal. La selección de pacientes por motivos de rentabilidad empresarial es el culmen de la desvergüenza y la injusticia más palmaria. El abaratamiento de costes como objetivo fundamental, por encima de la salud de la ciudadanía, pues al igual que en la viñeta, se rechazan pacientes en algunos centros, pues no resultan rentables para el hospital.
De un tiempo a esta parte, se ha realizado un proceso (lento y en el que han caído diversos gobiernos de todo signo, las cosas como son, aunque el grueso caben pocas dudas donde está) de privatización de la sanidad que otorga la gestión de hospitales públicos a empresas privadas, que ha fomentado que algunos centros traten de competir entre ellos para lograr el máximo número de pacientes posible, porque eso implica más ingresos cuando esos enfermos son rentables, es decir, implican poco gasto médico.
El modo de actuar es claro y sus consecuencias también. Conozco a gente que ha recibido una llamada (amable) que les indica que ante “la larga cola” existente en los centros públicos, al paciente le caben dos opciones, bien realizarse la prueba en un centro privado-concertado o seguir esperando meses a que haya hueco en la sanidad pública. Ustedes verán cómo se actúa.
Detrás de todo se encuentra una gestión dirigida a la optimización presupuestaria sin valorar el verdadero objetivo de la labor sanitaria, que es asistir a personas enfermas
Se ha ido cambiando el compromiso profesional, la humanidad y el rigor científico, junto a una excelente selección de personal y un liderazgo respetuoso, colaborativo y centrado en el paciente, por una política sostenida de destrucción de equipos, prestaciones y motivación profesional. En unos lugares se hace de forma desabrida (ver los rictus de Ayuso), en otros se hace con la sonrisita “profiden” (Bonilla en su mundo). Pero detrás de todo se encuentra una gestión dirigida a la optimización presupuestaria sin valorar el verdadero objetivo de la labor sanitaria, que es asistir a personas enfermas. Se aprecia una pérdida imparable de prestaciones basada exclusivamente en un presunto (y probablemente mal estimado) abaratamiento de los costes para las empresas.
Así está la situación, diáfana y evidente para quien no tenga anteojeras. Seguramente haya gente a quien no le importe este asunto, pero centrar la atención en esta grave situación, denunciar recortes, reivindicar mayores recursos públicos para los servicios públicos, y empezar a poner negro sobre blanco la ignominia que supone el infame y vacío discurso de “bajar los impuestos” o “que el dinero donde mejor está es en el bolsillo del contribuyente”, se ha convertido en una emergencia política para la mayoría. Y la minoría que no cree sentirse concernida por este desfalco o se jacta de que hablar de esto es “polarizar”, que siga disfrutando del sueño húmedo de ver a estas y estos gestores al frente del gobierno del país. Por desearles algo.

























