'¿Y si dejáramos de opinar?'

Blog - El ojo distraído - Jesús Toral - Viernes, 24 de Septiembre de 2021
Erupción del volcán Cumbre Vieja, en la Palma.
La 1
Erupción del volcán Cumbre Vieja, en la Palma.

Las opiniones son como los culos: cada uno tenemos el nuestro, todos están fraccionados y muchas veces lo único que se ve salir de ellos es mierda.

Podríamos llenar cientos de folios con la cantidad de opiniones vertidas desde todos los ámbitos, incluidos importantes científicos, durante todos estos meses, que después se han descubierto ser erróneas

Ya nos ha pasado con la Covid-19, que había un momento en el que no sabíamos si salir o entrar, si ponernos mascarilla o burka, si vacunarnos o encerrarnos en el servicio a cal y canto, si consultar nuestro dolor en la mano al médico de cabecera por teléfono o conformarnos con el consejo de nuestro vecino que era veterinario con el fin de que nos informara antes de que dejara de dolernos. Escuchábamos la televisión y un día parecía que se iba a acabar el mundo, otro que éramos todos unos irresponsables y al siguiente, que los gobiernos nos llevaban al desquicie. Todo el mundo tenía su propia opinión, o eso decía, y cada uno se apoyaba en los científicos que más le interesaban: «Hay que cumplir a rajatabla todas las pautas o estaremos perdidos», «el virus fue creado en un laboratorio», «no tener miedo es una irresponsabilidad», «el virus pasó de los animales a las personas», «no existe», «las mascarillas no perjudican en absoluto», «se ha lanzado al mundo para que los poderosos puedan someter a toda la población mundial», «las mascarillas provocan enfermedades»… Podríamos llenar cientos de folios con la cantidad de opiniones vertidas desde todos los ámbitos, incluidos importantes científicos, durante todos estos meses, que después se han descubierto ser erróneas. Solo hay que recordar las contradicciones en las que incurrió la cara visible durante la pandemia del Ministerio de Sanidad Fernando Simón, pese a que tenemos que reconocer que su labor ha sido sumamente ingrata porque estaba inherentemente abocada a la incoherencia.

Afortunadamente, expertos de ambos lados del Atlántico se han apresurado a desmentir esta posibilidad y a tranquilizar a la población en  un momento en el que la sensibilidad del ser humano está a flor de piel, tras la pandemia, por el temor a que todo este mundo se desmorone de un instante a otro

Ahora que la Covid-19 pierde fuerza se producen otras noticias igual de dramáticas, como la erupción del volcán de Cumbre Vieja, en La Palma cuyas impresionantes imágenes están dando la vuelta al mundo por su espectacularidad. Y al tratarse de una información de tanta repercusión y calado es lógico que vuelvan a escucharse opiniones distintas, contrapuestas y algunas apocalípticas. Sí, porque estos días se ha hecho viral un documental de National Geographic de 2005 en el que un pupilo de Bill McGuire, director del Benfield Grieg Hazard Reseach Centre de University College de Londres, explicaba que si una gran porción de la isla de La Palma se desestabilizaba y caía en el Atlántico podía provocar un megatsunami que devastaría las Islas Canarias, parte de la costa Africana y Europea y llegaría a Estados Unidos con la misma virulencia. Afortunadamente, expertos de ambos lados del Atlántico se han apresurado a desmentir esta posibilidad y a tranquilizar a la población en  un momento en el que la sensibilidad del ser humano está a flor de piel, tras la pandemia, por el temor a que todo este mundo se desmorone de un instante a otro.

Es humano opinar, nos sirve de desahogo y nos ayuda a encontrar similitudes o diferencias con el resto de la sociedad, pero hay temas que se convierten en un asunto que genera tanto interés que monopoliza las conversaciones de calle y a fuerza de estrujarlo, de buscar diferentes enfoques, de contar algo nuevo, acabamos ofreciendo opiniones que no sirven más que para rellenar 

Y yo me pregunto si es necesario atemorizar a la población de una manera tan catastrofista, justo cuando cientos de personas están perdiendo sus fincas y las propiedades heredadas, esas en las que se han dejado la piel a lo largo de toda su vida. Lo digo porque también en los medios he escuchado hablar de esta posibilidad. Y no es la única barbaridad que se ha dicho. Claro que si un canal de televisión es capaz de cambiar la escaleta de su programa de la tarde para ajustarse a lo que la audiencia demanda y hablar del volcán, pero carece de la agilidad de localizar a las personas idóneas para ofrecer información de calidad, entonces nos podemos encontrar con Rafa Mora hablando de lo que puede suceder cuando la lava alcance el mar o incluso con Belén Esteban presentando el informativo nocturno.

Es humano opinar, nos sirve de desahogo y nos ayuda a encontrar similitudes o diferencias con el resto de la sociedad, pero hay temas que se convierten en un asunto que genera tanto interés que monopoliza las conversaciones de calle y a fuerza de estrujarlo, de buscar diferentes enfoques, de contar algo nuevo, acabamos ofreciendo opiniones que no sirven más que para rellenar los minutos durante los cuales lo verdaderamente importante es ver las imágenes que nos llegan desde allí.

A veces, ni tenemos ganas de discutir, ni de defender una postura, ni siquiera creemos firmemente en algo y lo sostenemos como si nos fuera la vida en ello

Y esto nos sucede cada día, en nuestro mundo particular. Yo mismo me he sorprendido muchas veces discutiendo sobre temas cuyos detalles desconozco. Por ejemplo, es muy habitual debatir con otro vecino sobre el número de habitantes de nuestro pueblo sin tener constancia de los datos exactos, o empecinarnos en defender la idea de cómo está creciendo el paro sin conocer exactamente las cifras que barajamos. Y somos capaces incluso de gritar más cuando más se nos pone en contra la voz de otra persona. Somos adictos a opinar sobre cualquier cosa: cómo educar al niño de la vecina, cuánto pagar a los futbolistas, cómo tienen que vestirse los demás, cómo deberían construir el parque de enfrente, incluso llegamos a opinar sobre temas que nunca nos afectaron, ni nos afectan, ni nos llegarán a afectar, como que una empresa rusa despida a todos sus trabajadores. Da igual el motivo. A veces, ni tenemos ganas de discutir, ni de defender una postura, ni siquiera creemos firmemente en algo y lo sostenemos como si nos fuera la vida en ello.

¿Y si tratáramos de vivir un solo día sin tener que amparar ninguna opinión, permitiéndolas todas ellas y entendiendo que cada una tiene su parte de verdad? ¿Qué sucedería?

Y el mayor problema es que genera conflictos que a todos acaban afectándonos; es decir, que para ser feliz no es necesario defender una idea frente al mundo, al contrario, hacerlo acabará debilitándonos, enfureciéndonos, enfrentándonos y, por tanto, alejándonos de la paz y acercándonos al conflicto. De hecho, es el motivo por el que se producen todas las guerras: por apoyar una idea propia frente a la del contrario, por imponerse a él.

¿Y si tratáramos de vivir un solo día sin tener que amparar ninguna opinión, permitiéndolas todas ellas y entendiendo que cada una tiene su parte de verdad? ¿Qué sucedería? La primera consecuencia inmediata sería la ausencia de desacuerdos, ganaríamos tiempo para poder dedicar a otras cosas en lugar de discutir y sentiríamos el verdadero significado de la palabra paz. Es evidente que habría muchísimas más ventajas que inconvenientes para cualquier ser humano, porque nos ayudaría a ser un poco más felices. La pregunta es: ¿Por qué entonces la mayoría de las personas no están dispuestas a hacerlo?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Jesús Toral

Nací en Ordizia (Guipúzcoa) porque allí emigraron mis padres desde Andalucía y después de colaborar con periódicos, radios y agencias vascas, me marché a la aventura, a Madrid. Estuve vinculado a revistas de informática y economía antes de aceptar el reto de ser redactor de informativos de Telecinco Granada. Pasé por Tesis y La Odisea del voluntariado, en Canal 2 Andalucía, volví a la capital de la Alhambra para trabajar en Mira Televisión, antes de regresar a Canal Sur Televisión (Andalucía Directo, Tiene arreglo, La Mañana tiene arreglo y A Diario).