'Reírse de uno mismo'
Nadie habla este año de CODA, el flamante y reciente Oscar a la mejor película, porque un suceso ha ensombrecido a todos los premiados: el tortazo del actor Will Smith al humorista Chris Rock, después de que éste último se sirviera de la alopecia de la esposa del artista, Jada Pinkett, que parece que está afectado a toda la familia, para hacer un chiste.
Es difícil juzgar algo así, en especial porque puede haber detalles que desconocemos, más allá de considerar que la violencia solo engendra violencia, que cuando te sientes insultado por alguien no es una buena idea responder con un tortazo, menos delante de más de quince millones de personas y que el comentario de Smith ni fue afortunado ni demuestra más que prepotencia y soberbia frente al presentador
Sinceramente, es difícil juzgar algo así, en especial porque puede haber detalles que desconocemos, más allá de considerar que la violencia solo engendra violencia, que cuando te sientes insultado por alguien no es una buena idea responder con un tortazo, menos delante de más de quince millones de personas y que el comentario de Smith ni fue afortunado ni demuestra más que prepotencia y soberbia frente al presentador, que supo mantener el tipo ante una agresión tan inesperada. Ciertamente, el actor ha pedido disculpas a la Academia y a Chris Rock, al tiempo que éste último, después de anunciar que no le va a denunciar, está llenando todos los locales donde actuará en su próxima gira por Estados Unidos, recién iniciada, y ha multiplicado el precio de las entradas. Un espectáculo anodino y que no consigue alcanzar el interés pre pandemia se ha convertido en tema de conversación de todas las tertulias de programas alrededor del mundo mientras Will Smith ha sido sentenciado como agresor e incluso la Academia de cine norteamericana se ha planteado quitarle el primer Óscar que obtuvo esa misma noche y cuyo recuerdo irá inexorablemente unido para la historia del cine con el de una torta.
Más allá de esta disputa, que deberán arreglar los protagonistas, me interesa hablar del humor, de cómo ha cambiado en los últimos años y de la necesidad de que lo siga haciendo. Hace cuarenta años se escuchaban los chistes de gangosos, mariquitas, cojos o tartamudos con los que Arévalo triunfaba en todas las casetes de los aparatos de la mitad de los coches españoles y, en la actualidad, cuando los escuchamos nos parecen ridículos. Asimismo, hoy en día, afortunadamente, es muy difícil que a alguien le haga gracia el sketch de Martes y Trece en el que una mujer ensangrentada decía a cámara sin pudor: «Mi marido me pega» y los espectadores en ese momento se reían hasta las lágrimas.
Es un avance social evidente, porque no se trata de que los humoristas se vean censurados por hacer chistes sobre ello, sino que los den de lado porque ya no interesen, no hagan gracia y, por lo tanto, pierdan el sentido
¿Por qué ya no es divertido? Después de innumerables campañas para condenar la violencia contra las mujeres, las muertes de miles de esposas a manos de sus maridos, el sufrimiento que han padecido y siguen haciéndolo estas personas, hemos comprendido que no tiene la más mínima gracia escuchar decir a una mujer que su marido le pega con lágrimas en los ojos. Es un avance social evidente, porque no se trata de que los humoristas se vean censurados por hacer chistes sobre ello, sino que los den de lado porque ya no interesen, no hagan gracia y, por lo tanto, pierdan el sentido.
Todavía estamos acostumbrados a reírnos del otro. Nos sigue divirtiendo el golpe que recibe el de enfrente, las desgracias del vecino, todo aquello que nos hace elevarnos por encima de alguien: de los gordos, los bajos, los feos, los andaluces, los vascos, los chinos, los negros, los homosexuales. El humor aún se centra en la diferencia, especialmente cuando conlleva dolor ajeno, se alimenta de cualquier tara o defecto físico o síquico, obviando el daño que pueda llegar a producir a aquellos que viven estas situaciones.
La frontera tendría que establecerla uno mismo en función del éxito de esos chistes y creo que algo que jamás dejará de producir carcajadas será reírse de uno mismo. Esa es la clave
¿Y cuál debería ser el límite? En mi opinión, una sociedad evolucionada acabará no riéndose del vecino porque no encontrará graciosa la burla o la exageración del sufrimiento ajeno. La frontera tendría que establecerla uno mismo en función del éxito de esos chistes y creo que algo que jamás dejará de producir carcajadas será reírse de uno mismo. Esa es la clave. Si yo estoy gordo y me río de esa gordura no estoy ofendiendo a nadie, pero si necesito cinturón para atarme los pantalones y busco formas de ironizar sobre aquellos que pesan más de la media, entonces demuestro poca sensibilidad. ¿Acaso no tenemos cada uno defectos suficientes como para utilizarlos y reírnos de ellos sin necesidad de acudir a los de los demás?
El cambio de tendencias se percibe en la sociedad, especialmente entre muchos profesionales que han manifestado que encuentran cada vez más dificultades para hacer humor porque es más difícil no herir la susceptibilidad de alguien, pero es que la evolución humana pasa por la empatía
El cambio de tendencias se percibe en la sociedad, especialmente entre muchos profesionales que han manifestado que encuentran cada vez más dificultades para hacer humor porque es más difícil no herir la susceptibilidad de alguien, pero es que la evolución humana pasa por la empatía. Nadie se reiría de un atropello; de hecho, en los vídeos virales de caídas, esos que producen tanta carcajada, siempre suponemos que al final no pasó nada porque si supiéramos que después de un golpe tan estrepitoso la víctima acabó muriendo, nos aguaría la fiesta.
Es cierto que Will Smith va a tener que pagar de alguna manera su salida de tono para defender a su esposa de una burla que no le hizo gracia y que su actitud es reprochable sin matices, pero también me preocupa que eso haya engrandecido a la víctima del tortazo, el tal Chris Rock, que no conocíamos y acaba de hacerse famoso por ello en mediomundo. Su silencio tras el incidente le ha beneficiado, pero eso no quita para que reconozcamos que burlarse de la alopecia de la mujer del actor no es como para premiarle, sobre todo porque se trata de un chiste tan fácil como ofensivo, como cuando un blanco se ríe de un negro o un madrileño de un andaluz. ¡Maldita la gracia que hace!
Estoy seguro de que alcanzaremos el grado de madurez suficiente como para dejar de reírnos del mal ajeno y empecemos a mirarnos a nosotros mismos para encontrar aquellos detalles que han dejado de dolernos y ante los cuales somos capaces de mostrar nuestra mejor sonrisa. Quizás cueste unos cuantos años, pero llegaremos.