Por qué estoy en contra de la caza
La caza, esa actividad que a día de hoy en la situación de pandemia mundial en la que nos encontramos ha sido declarada por la inmensa mayoría de las comunidades autónomas como esencial, de tal manera que quienes la practican estaban exentos en sus desplazamientos de cumplir con las medidas de limitación de la movilidad que todos hemos sufrido, es un asunto que en la actualidad genera un encendido debate entre sus defensores y sus detractores.
Quien me conoce sabe perfectamente que mi postura es contraria a esta actividad, pero como cualquier opinión que se vierte sobre algún tema (en este caso en contra), no basta con denigrarlo con simplezas o con acusaciones a la ligera, sino que esa opinión ha de ser argumentada debidamente y es lo que voy a intentar hacer.
A pesar de mi formación como jurista y como técnico en gestión forestal no quiero hacer alarde alguno sobre la legislación ni tampoco quiero dar ninguna lección sobre las bases científicas que podrían apoyar mi postura, sino que quiero intentar basarme en cuestiones más trascendentales o, si se quiere, más "existencialistas".
La actividad cinegética es desarrollada por poco más del 1% de la población en los países llamados desarrollados
Podría ser cierto que a lo largo de la historia ha habido grandes pensadores, artistas, literatos o intelectuales que han defendido la caza (al igual que puede pasar con la defensa de la tauromaquia). Sin embargo, no debemos caer en lo que se denomina argumento ad hominem, afirmando que tal o cual postura es buena o mala dependiendo de qué persona en concreto la haya mantenido (como Miguel Delibes fue un buen escritor y defendía la caza, la caza es buena). Lo que sí es cierto es que la caza es una actividad que se viene practicando desde los albores de los tiempos, desde que aquellos primates de la prehistoria se convirtieron en homo sapiens y que sólo fue en el Neolítico, aproximadamente en el año 10.000 a.C., cuando empezaron a surgir asentamientos humanos sedentarios, por dedicarse a la agricultura o ganadería, dejando un poco de lado la caza. Y así hemos llegado hasta hoy, en que la actividad cinegética es desarrollada por poco más del 1% de la población en los países llamados desarrollados (dejando aparte ciertas culturas que sí necesitan de la caza para subsistir, como podrían ser algunos pueblos indígenas del Amazonas o los Inuits en las regiones árticas).
Hay que superar la obsoleta excusa de que es necesario que el ser humano mate animales para mantener el medio
¿Cuál es la diferencia entre ese 1% que practica la caza en los países industrializados y los pueblos auténticamente cazadores?, está claro: LA NECESIDAD. Los territorios donde se caza en España (recordemos que aproximadamente el 85% del territorio español está catalogado como cinegético) es cierto que están "en manos del hombre", antropizados en su mayoría, alterados por el hombre y en explotación, de tal manera que estamos ante ecosistemas con poca biodiversidad y hasta cierto punto simples -si los comparamos con los grandes ecosistemas complejos, como por ejemplo las selvas vírgenes o la sabana de los trópicos, la tundra o la taiga de las regiones del norte del Globo-, pero esa modificación del medio no puede convertir a la caza en necesaria porque aun en sistemas ecológicos más simples se puede lograr un cierto grado de armonía entre las distintas especies que lo habitan, generando una interdependencia depredador-presa que tiende al equilibrio; sólo bastaría tener ese objetivo político y social y trabajar para lograrlo, superando la obsoleta excusa de que es necesario que el ser humano mate animales para mantener el medio.
Depende de la voluntad política el decidir que los depredadores tienen cabida o no en nuestros más o menos modificados ecosistemas
En mi opinión, una de las claves, por lo tanto, estaría en esa desgraciada práctica que incluye la actividad cinegética llamada control de depredadores, porque recordemos que la caza no sólo se reduce a capturar herbívoros, sino que sólo se puede mantener si por otro lado se están controlando (eliminando) a los depredadores del medio natural donde se caza. Constituye un binomio indisoluble. Es lo que el gran Félix Rodríguez de la Fuente llamó "la competencia por la carne": el hombre quiere toda la carne para él, ya sea mediante la caza directa y la eliminación de depredadores o mediante la conquista de territorio natural para su ganado. Como digo, depende de la voluntad política el decidir que los depredadores tienen cabida o no en nuestros más o menos modificados ecosistemas. Por suerte, parece que la tendencia es hacia una protección de nuestros depredadores (oso, lobo, lince, águila, zorro, etc.).
Todas las culturas que nos han precedido en cualquier región del mundo, incluyendo las religiones o las corrientes filosóficas, han girado en torno al concepto de antropocentrismo: el ser humano es el centro de todas las cosas. El resto de los seres con los que compartimos el planeta han sido los grandes olvidados a lo largo de siglos y siglos de historia del pensamiento y la cultura
Pero ¿por qué todo esto se ha considerado normal o querido durante tanto tiempo? Pues porque todas las culturas que nos han precedido en cualquier región del mundo, incluyendo las religiones o las corrientes filosóficas, han girado en torno al concepto de antropocentrismo: el ser humano es el centro de todas las cosas, la realidad o la existencia es contemplada exclusivamente por y para el ser humano; la empatía podría aparecer, pero siempre respecto de otros seres humanos, el resto de los seres con los que compartimos el planeta han sido los grandes olvidados a lo largo de siglos y siglos de historia del pensamiento y la cultura.
También existe el problema de la propiedad privada y de cómo ese derecho ha sido elevado a los altares de la existencia humana. Se hace necesario de forma urgente que conservemos (o recuperemos si todavía fuera posible) aquellos parajes salvajes, lo salvaje que todavía queda en el mundo, más allá de la propiedad de la tierra, sin concebir "lo salvaje" como algo perjudicial para las personas sino como algo que no está dominado por el hombre, domesticado, que es natural (en el sentido pleno de la palabra) o donde el ser humano también puede prosperar como un elemento más, bailando al ritmo que impone la Naturaleza, no al que él impone.Quizá vaya siendo hora ya, bien entrados en el siglo XXI de nuestra era, de que superemos esa grave omisión.
Quien practica la caza no tiene ningún problema mental, por supuesto, pero está cubriendo una necesidad atávica de capturar una presa, le está dando un cauce al instinto de violencia que nos acompaña en nuestros genes; sin embargo, como digo, es hora de vencer esos atavismos y de evolucionar desde el punto de vista de la moral. La ética social ha de progresar y ha de mostrar al individuo mecanismos para avanzar más allá de nuestros aspectos más básicos.
Sólo conservando lo salvaje y lo indómito olvidaremos el antropocentrismo, se nos mostrará que no somos el centro del Universo, aprenderemos que somos seres interdependientes unos de otros, que no estamos por encima, que no somos superiores
El sentido de preservar los espacios salvajes y primigenios radica en que en esos lugares será únicamente donde podremos aprender el mensaje de quiénes somos realmente, sin artificios, sin pertenencias, desnudos ante la existencia, sin adornos; sólo conservando lo salvaje y lo indómito olvidaremos el antropocentrismo, se nos mostrará que no somos el centro del Universo, aprenderemos que somos seres interdependientes unos de otros, que no estamos por encima, que no somos superiores, que pertenecemos a un Conjunto, que es cierto que tenemos un poder que nos ha sido concedido por la evolución y que ese poder no es el de arrebatar la vida sino el de preservarla, cuidarla y generar una Continuidad que nos trasciende.