'Poniéndome al día: algunos discos tardíos de 2023'
Con veinticinco años y seis discos a sus espaldas, Lisabö son sin duda este tipo de grupo. El rock underground del Estado español sería irreconocible sin los irundarras: sus largas composiciones llenas de disonancia, angustia y poesía, a medio camino entre el post-hardcore, el post-rock y el noise
Hay grupos que trascienden el estatus de mero grupo y llegan a ser como instituciones. Los géneros o las escenas en las que se desenvuelven se vuelven casi inimaginables sin ellos, y el hecho de que publiquen música periódicamente se vuelve una señal tranquilizadora: como un ritual, nos sirve para recordarnos que hay cosas que no cambian, que todo sigue en orden. Con veinticinco años y seis discos a sus espaldas, Lisabö son sin duda este tipo de grupo. El rock underground del Estado español sería irreconocible sin los irundarras: sus largas composiciones llenas de disonancia, angustia y poesía, a medio camino entre el post-hardcore, el post-rock y el noise, han deleitado e inspirado a varias generaciones de aficionados a la música de guitarras más extrema. Dado además su carácter de colectivo abierto, donde varios miembros han ido entrando y saliendo en distintos momentos, ¡y la paciencia con que han editado música, podríamos decir que se trata de los Godspeed You! Black Emperor de estas tierras.
Los versos de Martxel Mariskal, cantados con una intensidad lacerante o recitados con una serenidad pasmosa por los diversos miembros del grupo, transmiten una belleza dolorida que quita el aliento
Transcurridos cinco años desde su anterior LP, Eta edertasunaren lorratzetan biluztu ginen (2018), la llegada de su nuevo disco coincidió nuevamente con la fecha de la muerte de su admirado Mikel Laboa: el 1 de diciembre. lorategi izoztuan hezur huts bilakatu arte es el título, y es de hecho la continuación del nombre del otro álbum: juntos, forman la frase “Y tras el rastro de la belleza nos desnudamos hasta transformarnos en mero hueso en el jardín helado”. Podemos intuir, pues, que el álbum supone la continuidad de la propuesta del grupo, que a estas alturas está más que asentada; pero también, como nos tienen acostumbrados, hay continuidad en cuanto a la excelencia artística en todos los aspectos. El diseño de la portada sigue siendo minimalista. Los versos de Martxel Mariskal, cantados con una intensidad lacerante o recitados con una serenidad pasmosa por los diversos miembros del grupo, transmiten una belleza dolorida que quita el aliento. Las guitarras siguen destacando tanto al acumular capas de distorsión como al dibujar melodías sencillas y bonitas, mientras que el bajo y la batería consiguen sostener las canciones desde una engañosa y elegante simplicidad.
Y, naturalmente, las canciones son excelentes. En particular, pone los pelos de punta la tríada formada por “Kristalezko begiei so”, “Gauak gure ametsak bainoluzeagoak dira” y “Gutariko bakoitza gara denok”
Y, naturalmente, las canciones son excelentes. En particular, pone los pelos de punta la tríada formada por “Kristalezko begiei so”, “Gauak gure ametsak bainoluzeagoak dira” y “Gutariko bakoitza gara denok”. La primera empieza tranquila, incluso despreocupada, hasta que un muro de distorsión rompe con esa introducción y una sola nota de bajo repetida ancla un torrente de ruido mientras una voz declama los versos a gritos. Unos minutos después, tras un breve silencio, se produce un nuevo cambio de ritmo: la batería nos fusila mientras las guitarras y el bajo, rasgueadas con precisión marcial, impulsan la canción hacia un clímax asfixiante donde dos voces exclaman: “nire itzalak ez nau maite/ez nau maite” (“mi sombra no me ama/¡no me ama!”). De las ruidosas ruinas de esta canción nace la bellísima “Gauak gure...”, apenas unas notas de piano en diálogo con una guitarra que acompañan al recitado de unos versos sobre la alienación de la vida moderna. Y entonces, de la nada, estalla la distorsionada base de “Gutariko...”, que crece en intensidad hasta hacerse casi insoportable, recordando por momentos a Swans. Entonces llega una tregua... que, por supuesto conduce a un nuevo crescendo, esta vez con vientos y cuerdas, y a una nueva explosión. La capacidad de extraer belleza de tanto ruido sigue siendo la seña de identidad de Lisabö, un cuarto de siglo después. Así, es fácil perdonar algún corte más repetitivo y menos inspirado, como “Zeru arrosaren guraizeak”. Da igual que pasen cinco, siete, diez años hasta el próximo disco de Lisabö: siempre los estaremos esperando.
Parece mentira que hayan pasado más de dos años desde que los madrileños VVV [Trippin' You] nos volaron la cabeza a muchos con su segundo LP, Turboviolencia (2021). La perfecta fusión de makineo avasallador y post punk oscuro y triste, unida a una producción exquisita, detallista y sorprendente
Parece mentira que hayan pasado más de dos años desde que los madrileños VVV [Trippin' You] nos volaron la cabeza a muchos con su segundo LP, Turboviolencia (2021). La perfecta fusión de makineo avasallador y post punk oscuro y triste, unida a una producción exquisita, detallista y sorprendente, hicieron de aquel LP la sorpresa del año en el panorama nacional. Incluso quienes el año anterior no habían disfrutado del debut del trío, Escama, tuvieron que rendirse ante la incuestionable fuerza de canciones como “Odiar frontal” o “Hiedra verde”, auténticos himnos generacionales al desencanto, la rabia, el hedonismo y la depresión que impregnan las vidas de los jóvenes en las periferias urbanas. Pero ha llovido mucho desde entonces: el rollo neo-bakala que VVV encabezaban con claridad se ha vuelto más diverso. Hay ahora versiones (en mi opinión) descafeinadas y modernetas de lo que ellos proponían, como los valencianos Margarita Quebrada, mientras que gente como Nerve Agent o Plasaporros han creado sonidos aún más radicales, con guiños más horteras a la electrónica de los noventa, mezclas muy creativas con la música de guitarras y letras explícitamente políticas.
Solo “Rush” ha tenido un efecto comparable al de temazos anteriores como “Destrucción” o “Crisis existencial”
Dentro de este contexto, mi reacción a Vaciador, el tercer disco de los Trippin', lanzado el 30 de noviembre, ha sido más bien fría. Me ha sorprendido la falta de pasión que ha generado en mí el álbum: mientras que Escama y Turboviolencia me dejaron inmediatamente obsesionado, repitiendo sus ganchos y estribillos en bucle, Vaciador ha pasado por mis oídos sin pena ni gloria. Solo “Rush” ha tenido un efecto comparable al de temazos anteriores como “Destrucción” o “Crisis existencial”: el contraste entre la constancia de la percusión y el balanceo de los sintes atrapa de inmediato, y el estribillo es icónico (“Hazme daño y te hago daño.../Tú me quieres matar/Hazme daño y te hago daño.../Pero estoy muerto ya”). En cambio, buena parte del resto del tracklist me genera desde molestia (qué mal suenan “Zugzwang” y “KLF”, con todos los sonidos subyugados por una percusión demasiado destacada y rígida) hasta pereza (el punto poppy de “Bellver”, con ecos de la Movida, resulta algo ridículo; por no hablar de ese puente tan cursi).
Pero también hay algo un poco más difícil de describir: me parece que la mezcla de estilos que tan natural resultó en Turboviolencia en esta ocasión se les ha atascado
La cuestión es que no creo que Vaciador sea un disco desastroso; más bien creo que no me interesa la dirección en la que han decidido ir los Trippin'. Por una parte, por decisiones estéticas muy concretas: ciertos elementos recurrentes, como los samples vocales agudos, me rechinan y me sacan de canciones por lo demás muy apreciables, como “El ángel de la historia”. Pero también hay algo un poco más difícil de describir: me parece que la mezcla de estilos que tan natural resultó en Turboviolencia en esta ocasión se les ha atascado. Siento que puedo ver de manera más obvia los hilos que están intentando trenzar, y de ese modo la ilusión de que el tejido está unificado se viene abajo y en su lugar veo un torpe zurcido. Esto hace que las letras, que antes me parecían genuinas, ahora me parezcan forzadas, una pose artificiosa y poco elegante, amén de algo tontorrona a ratos: véase “Mediocres y agresivos”. Tampoco ayuda que el disco termine de la forma más absurda: con un interludio tan vacío como “Ctrl + Alt + Supr”. Todo ello sumado convierte Vaciador en un quiero y no puedo, al menos para mis oídos. Pero hay esperanza: en “La grieta” siento que sí dan con el equilibrio que estaban buscando, así que quizás puedan construir su sonido futuro a partir de ella.
Después de su impresionante aparición en “Waiting Around”, uno de los momentos álgidos del estupendo Maps de billy woods y Kenny Segal, no pude ocultar mi curiosidad. El lanzamiento de Integrated Tech Solutions, su décimo álbum, en noviembre pasado era la ocasión ideal para una escucha seria
Nunca he escuchado mucho a Aesop Rock, y la verdad es que no pensaba que fuera a hacerlo. Este rapero neoyorquino afincado en Portland, Oregón, lleva casi un cuarto de siglo destacando en el panorama del hip hop por dos motivos: es blanco y sus rimas son extraordinariamente esotéricas. Esto segundo no es ninguna broma: cuando se hizo un estudio comparativo sobre los raperos con el vocabulario más amplio, Aesop Rock ganó por goleada. Si a ello le sumamos ese primer hecho, con la complejidad y a menudo incomodidad que implica para artista y oyente ese componente racial en el hip hop, lo cierto es que me daba algo de pereza superar los prejuicios que todo ello generaba en mí y prestar atención a su música. Pero mi querido amigo Chris, que es originario de Portland y greñúo de adopción, se ha pasado meses hablándome de él e insistiendo en que tenía que darle oportunidad. Después de su impresionante aparición en “Waiting Around”, uno de los momentos álgidos del estupendo Maps de billy woods y Kenny Segal, no pude ocultar mi curiosidad. El lanzamiento de Integrated Tech Solutions, su décimo álbum, en noviembre pasado era la ocasión ideal para una escucha seria.
Aunque a ratos el abigarrado estilo lírico de Aesop pueda resultar abrumador, sobre todo para quienes no somos hablantes nativos del inglés, este álbum tiene la ventaja de que es conceptual, lo cual ayuda a desentrañar los significados de sus densas barras
Aunque a ratos el abigarrado estilo lírico de Aesop pueda resultar abrumador, sobre todo para quienes no somos hablantes nativos del inglés, este álbum tiene la ventaja de que es conceptual, lo cual ayuda a desentrañar los significados de sus densas barras. Eso sí, no se trata de un concepto cerrado; el álbum habla de la relación del ser humano con la tecnología, pero muchas canciones apenas abordan tangencialmente ese tema. “Mindful Solutionism” es la que entra de manera más frontal en la cuestión: en ella Aesop muestra su preocupación por los efectos inesperados e incontrolables de los objetos e ideas que creamos, lo cual se resume en el precioso verso “We cannot be trusted with the stuff that we come up with”. Otras canciones, en cambio, se acercan al asunto de manera más abstracta. Es el caso de “Pigeonometry”, donde Aesop explica el nacimiento y muerte de un proyecto artístico: dibujar mil palomas. A lo largo tres estrofas usa las palomas como metáfora para hablar del racismo, la inspiración artística, el difícil equilibrio entre creatividad y viabilidad técnica y el fracaso (que también aborda en el estupendo interludio “On Failure”, sobre su repentino aprecio por un cuadro de Vincent Van Gogh).
Pero eso da igual: es imposible no emocionarse cuando cuenta, con una economía de lenguaje admirable, el momento en que se enteró de su muerte: “'07, Ma called me in London/Tone that could only mean one thing/'Your grandmother something, something'/Who the fuck's supposed to make the dumplings?
Aún más abstracta es la conexión del concepto con la canción “Aggressive Steven”, donde Aesop cuenta un episodio en que, al volver a su casa, se encontró con que una persona sin hogar drogada y amenazante se había colado. Su vívida narración de esta historia sirve para ilustrar cómo todos nuestros avances técnicos no nos han servido para ayudar a personas como Steven, que está condenado por el sistema a una vida inestable llena de roces con los agentes de la ley y sin ninguna esperanza de poder llegar a una buena convivencia con sus vecinos. Y directamente no veo ningún vínculo entre el concepto y la letra de “Vititus”, donde el estadounidense habla de su relación con su difunta abuela, una migrante lituana judía de fuerte carácter. Pero eso da igual: es imposible no emocionarse cuando cuenta, con una economía de lenguaje admirable, el momento en que se enteró de su muerte: “'07, Ma called me in London/Tone that could only mean one thing/'Your grandmother something, something'/Who the fuck's supposed to make the dumplings?”.
Se demuestra así que la clave del talento de Aesop Rock no es tanto la amplitud de su vocabulario como su precisión a la hora de usarlo
Se demuestra así que la clave del talento de Aesop Rock no es tanto la amplitud de su vocabulario como su precisión a la hora de usarlo. Bueno, eso por no hablar de las bases del álbum, producido en su mayor parte por él mismo: suenan funkys y juguetonas a la par que rotundas y algo psicodélicas, con una marcada presencia de los sintes, como es de esperar en un disco conceptual sobre la tecnología. Es cierto que hay un punto en que el tracklist languidece un poco: en los temas que van de “Bermuda” a “Forward Compatibility Engine”, Aesop cae a ratos en esa excesiva abstracción que dificulta entender el sentido de sus palabras, y algunas de las bases resultan algo más torpes, como si sus partes no encajaran del todo. Al final, el nivel de temas como “100 Feet Tall”, donde cuenta el inolvidable momento de su infancia en que conoció a Mr T. en una bocadillería de Manhattan, o “Living Curfew”, donde billy woods le devuelve el favor con una estrofa monstruosa, es difícil de sostener a lo largo de dieciocho pistas y más de una hora. Pero debo reconocer que me he enganchado. Espero que Chris esté contento, porque va a tener que explicarme la letra de muchas canciones de ahora en adelante.