"'Oh Me Oh My' es un viaje espiritual por el dolor y la empatía"
No es fácil ser realmente bueno en algo. El talento natural ayuda mucho, desde luego, pero para llegar a dominar cualquier actividad o disciplina, hace falta mucha, muchísima práctica. Y aun así, no siempre se consigue el reconocimiento que se merece por esas habilidades que tanto esfuerzo cuesta perfeccionar. Conseguir todo ello (que algo te guste y se te dé bien, trabajar lo suficiente como para ser excelente en ello y que además la gente lo aprecie) con una sola habilidad ya es bastante complicado. Lo que me parece alucinante es que haya personas capaces de tener éxito en más de una disciplina. Lonnie Holley es una de esas personas. Reconocido desde hace décadas como un gran escultor y artista plástico, y considerado una institución en su ciudad natal de Birmingham, Alabama, Holley se asomó a la creación musical bastante tarde en su vida. Editó su debut cuando contaba sesenta y dos años, pero fue su tercer álbum de estudio, MITH (2018), lanzado en el sello indie Jagjaguwar, el que realmente le ubicó en el mapa.
Ahora, con setenta y tres años cumplidos, Holley nos entrega su álbum más redondo. 'Oh Me Oh My' salió al mercado en marzo y me ha llevado algo de tiempo digerirlo: no es un disco obvio, ni pegadizo. Pero una vez asimilado, puedo decir que es una de las obras musicales más potentes que he escuchado en los últimos tiempos
Ahora, con setenta y tres años cumplidos, Holley nos entrega su álbum más redondo. Oh Me Oh My salió al mercado en marzo y me ha llevado algo de tiempo digerirlo: no es un disco obvio, ni pegadizo. Pero una vez asimilado, puedo decir que es una de las obras musicales más potentes que he escuchado en los últimos tiempos. La profundidad espiritual del proyecto va de la mano de una producción exquisita, que consigue dar con el punto justo entre lo terrenal y lo cósmico. La música del disco bebe de muchas fuentes y tradiciones, fundamentalmente afroestadounidenses: el blues, el jazz, el soul y hasta el funk se presentan mezclados con exploraciones más abstractas y electrónicas, cercanas a un ambient paciente, pero afilado y preciso. Por otra parte, la poesía de las letras es directa y desarmante, concreta y sublime al mismo tiempo, y profundamente humana. La fuerza de estas palabras se multiplica al ser entonadas por la frágil y expresiva voz de Holley, que oscila entre interpretaciones más melódicas y otras más cercanas al recitado, pero que siempre resulta magnética y efectiva.
La mayoría de las canciones del LP se cuecen a fuego lento, en progresiones entre los cuatro minutos y medio y los seis
La mayoría de las canciones del LP se cuecen a fuego lento, en progresiones entre los cuatro minutos y medio y los seis. La canción titular es ejemplar en este sentido. Los principales instrumentos son el piano, unas texturas electrónicas mínimas, delicadas, y el contrabajo; lo demás es silencio y voz. O mejor dicho, voces: al tono ronco y cálido de Holley se une la cristalina y serena aportación de Michael Stipe (quien fuera cantante de R.E.M.), que se limita a repetir ese sencillo estribillo, “oh me, oh my”, como si de una plegaria se tratase. En las estrofas, por su parte, Holley nos invita a entrar en lo más profundo de nosotros mismos para entender mejor al resto de la humanidad, a permitirnos sentir el dolor para conectar mejor con nuestra existencia común. A pesar de que dura casi seis minutos durante los cuales apenas hay cambios, la canción te mantiene en vilo cada segundo, de lo cual tiene mucha culpa la producción del irlandés Jacknife Lee, conocido por su trabajo con artistas tan diversos como R.E.M., U2, Editors o Taylor Swift.
Llama la atención que las colaboraciones del álbum son estelares, aunque en general discretas
Llama la atención que las colaboraciones del álbum son estelares, aunque en general discretas. Al igual que Stipe, la gran Sharon Van Etten se limita a hacer coros en la preciosa “None Of Us Have But A Little While”. Justin Vernon, de Bon Iver, pronuncia algunas frases de fondo con su angelical falsete en “Kindness Will Follow Your Tears”, dialogando con los flotantes tonos de un armonio y con una expresiva guitarra eléctrica. Más protagonismo tienen la maliense Rokia Koné, que canta en bambara en “If We Get Lost They Will Find Us”, y sobre todo Moor Mother. La poeta y rapera de Philadelphia canta con sorprendente delicadeza en “I Am a Part of the Wonder”, antes de recitar con su habitual garra. Pero su momento estelar viene en “Earth Will Be There”, donde recita un imponente poema sobre su abuela con un tono enfebrecido y desgarrador, con la esclavitud como telón de fondo de la historia que cuenta.
Justamente esta última es una de las canciones que más destacan, debido a su uso más prominente de la percusión. Después de más de dos minutos creando tensión con tonos inquietantes, de pronto entra un groove oscuro y delicioso, apoyado en un uso contenido y efectivo de los vientos metal
Justamente esta última es una de las canciones que más destacan, debido a su uso más prominente de la percusión. Después de más de dos minutos creando tensión con tonos inquietantes, de pronto entra un groove oscuro y delicioso, apoyado en un uso contenido y efectivo de los vientos metal. La letra contrapone astutamente una frase que parece reconfortante (“Earth Will Be There”, la tierra estará ahí) con una revelación desoladora: de lo que realmente habla es de que, incluso si no hay ningún ser querido para abrazarnos cuando caigamos muertos, la tierra estará ahí para acogernos en nuestra sepultura. Aún más demoledora es “Mount Meigs”, una canción que se asoma a los terrenos del free jazz en una progresión febril mientras Holley cuenta las palizas que recibía en el reformatorio para menores afroestadounidenses en el que fue internado como adolescente. La violencia contra los negros protagoniza también la letra de “Better Get That Crop In Soon”, una pequeña viñeta sobre la esclavitud cantada sobre una base de soul-blues con percusión metálica y flautas.
Pero el mensaje esencial del disco está resumido en “None Of Us Have But A Little While”. El propio título de la canción lo dice todo: apenas tenemos un rato de vida para intentar entender algo de todo lo que nos rodea, sobreponernos al sufrimiento que a todos nos toca vivir y hacer algo de valor con ese escaso tiempo, llegar a algún sitio que merezca la pena...
Pero el mensaje esencial del disco está resumido en “None Of Us Have But A Little While”. El propio título de la canción lo dice todo: apenas tenemos un rato de vida para intentar entender algo de todo lo que nos rodea, sobreponernos al sufrimiento que a todos nos toca vivir y hacer algo de valor con ese escaso tiempo, llegar a algún sitio que merezca la pena, rodeados de personas que nos quieran y a las que queramos. Para ello, en vez de tragarnos el dolor, como tuvieron que hacer sus ancestros para poder salir adelante en medio de tanta violencia, Holley nos invita a explorar ese dolor y a nombrarlo, a expresarlo en voz alta (“I Can't Hush”), para que la ternura de los otros nos ayude a vivir mejor (“Kindness Will Follow Your Tears”). Esa es la prueba, el examen, que anuncia Holley en la primera canción, “Testing”, y que todos tenemos que pasar en la vida.
En el último tema, “Future Children”, la voz de Holley adquiere tonos robóticos al hablar de una especie de colapso tecnológico que está a punto de acontecer, una especie de reinicio radical de la vida, mientras unas flautas que suenan como sintetizadores (¿o es al revés?) suenan en bucle. Y aunque quizás esta sea la canción menos redonda, la más imperfecta, la extraña esperanza con la que nos deja supone un final perfecto para el viaje emocional y espiritual de este monumento de álbum. La realidad es que Holley sigue siendo escultor, aunque ahora lo que esculpa sea el sonido. La manera en que le ha dado forma a lo largo de estos cincuenta minutos le ha valido para crear lo que es, desde ya, uno de los mejores LPs del año.
Puntuación: 8.4/10