Esta no es la obra maestra crepuscular de Bob Dylan
Empecemos por el principio: un nuevo disco de Bob Dylan a estas alturas es casi un milagro. El hombre nacido como Robert Zimmerman cumplió 79 primaveras en mayo y llevaba ocho sin lanzar un álbum de canciones originales. Había dedicado buena parte de la última década a recrearse en hacer versiones de clásicos del cancionero americano. Por si fuera poco, el hombre que había ganado todos los premios imaginables y que, quizás tras The Beatles, representó como nadie la revolución contracultural de los sesenta (su imagen de mediados de los sesenta es un icono comparable a la portada de Sgt. Pepper’s, inmediatamente reconocible incluso cuando la encarna otra persona) fue galardonado nada menos que con el Nobel de Literatura en 2016. ¿Qué razones podría tener Dylan para querer hacer más discos?
Dylan seguirá haciendo lo que lleva haciendo desde hace casi seis décadas, que es grabar y lanzar música. Será más o menos prolífico, se tomará más o menos tiempo, pero salvo enfermedad grave cuesta creer en una jubilación
Por supuesto, las razones de Dylan nunca han estado claras, y este ha sido un elemento importante de su encanto: jugar con el misterio, ir a la contra de los demás y de sí mismo, confundir y después negar que haya nada confuso en su obra o su persona. Pero si algo ha dejado claro con su Gira Interminable, interrumpida contra su voluntad por la pandemia tras más de treinta años sin parar de dar conciertos a un ritmo inhumano, es que la música no es para él un mero medio de vida, sino que constituye su forma de vida. Así pues, es perfectamente coherente con su forma de ser que, con casi ochenta años, nos entregue este Rough and Rowdy Ways: mientras pueda, Dylan seguirá haciendo lo que lleva haciendo desde hace casi seis décadas, que es grabar y lanzar música. Será más o menos prolífico, se tomará más o menos tiempo, pero salvo enfermedad grave cuesta creer en una jubilación.
Esto en general es estupendo, sin duda motivo de celebración. Ahora bien, alegrarse por la buena salud de Bob y venerar cualquier cosa que publique son cosas distintas. Y francamente, me resulta difícil de explicar el casi unánime aplauso crítico al álbum. Pareciera que el de Duluth hubiera dado con oro de ley en sus enésimas excavaciones de los géneros que más le han caracterizado: blues, folk, americana. Ojalá pudiera compartir el entusiasmo, porque yo en cambio me quedo frío y (lo que es peor) medio dormido con estas diez canciones que suman la friolera de 70 minutos. Podría entrar a intentar explicar esta disparidad de opiniones, pero me parece absurdo: haré mejor un repaso de virtudes y defectos desde mi punto de vista, y cada cual que juzgue según su parecer.
El disco reúne pruebas de sobra de esta habilidad trascendental en versos y estrofas concretas, pero lo más importante es el efecto de conjunto: el álbum transmite el funesto aire que acompaña a la cercanía de la muerte, sin renunciar al mismo tempo al humor
Una virtud indiscutible es la atmósfera que crean las letras. Me explico: no hay que explicar a estas alturas que Dylan es uno de los letristas más talentosos y originales que ha dado la música popular (en cierto sentido se puede decir que inventó el prototipo del cantautor moderno). El disco reúne pruebas de sobra de esta habilidad trascendental en versos y estrofas concretas, pero lo más importante es el efecto de conjunto: el álbum transmite el funesto aire que acompaña a la cercanía de la muerte, sin renunciar al mismo tempo al humor. Además, el estilo impresionista repleto de referencias, que es marca de la casa pero que Dylan lleva al extremo en este disco, crea un tapiz que parece abarcar la totalidad de la historia humana. Quizás el ejemplo más claro sea la primera canción, tan explícita ya desde el título que casi da risa: “I Contain Multitudes”. Estos logros no son moco de pavo, y en cierto sentido el vértigo de esas conquistas salva el disco de ser un completo desastre. Pero esta misma virtud esconde el primer defecto: tantas son las referencias y tan amplia la verborrea que no solo se cuelan algunas frases desafortunadas o risibles, sino que se alargan innecesaria e inexplicablemente muchas de las canciones (seis de los cortes duran más de seis minutos).
Por ejemplo, ¿qué necesidad hay de llevar hasta los casi diez minutos la tranquila y agradable “Key West (Philosopher Pirate)”? Sí, está estupendo que Dylan recuerde una vez más que “I was born on the wrong side of the railroad track/Like Ginsberg, Corso, and Kerouac”, referenciando a los Beats, el contestatario grupo de poetas que más directamente le influyó. Pero, ¿no es esto un poco contradictorio con la imagen que pinta de Key West, Florida, como un lugar de retiro dorado, como el tópico del jubilado que se va al “estado soleado” a vivir sus últimos años alejado del mundanal ruido? Máxime cuando el propio Dylan ha insistido en que estas letras no encierran metáforas: no está hablando indirectamente del paraíso, sino describiendo calle por calle una localidad de Florida que no podía encajar menos con el espíritu Beat. Mucho más interesante es la historia de “My Own Version Of You”: Dylan, cual Dr. Frankenstein, amenaza con crear una criatura a partir de pedazos de otros cuerpos rescatados de “morgues y monasterios”. El tono instrumental acompaña, con la slide guitar creando una sensación de amenaza sutil. Pero lo que parece una historia sencilla y siniestra se pierde en dos o tres estrofas llenas de nombres propios que no añaden gran cosa al sentido de la canción (¿qué quiere decir que alguien toque el piano como “San Juan Apóstol”?). Así llegamos casi a los siete minutos y la música acaba por resultar repetitiva.
Aparte de estos casos en que la repetición condena las canciones, hay otros en que el problema es una instrumentación anémica, como la ya mencionada “I Contain Multitudes” o “Crossing the Rubicon”. Esta última puede ser la canción peor arreglada y mezclada que le haya escuchado nunca a Dylan: la banda no podría sonar más débil o descoyuntada. En “False Prophet” acompañan la interpretación vocal del estadounidense, tan rasposa que parece impostada, con un blues plano y poco imaginativo. Parece increíble que esta banda de acompañamiento sea en buena parte la misma que grabó Tempest (2012), el cual sin ser sobresaliente al menos presentaba interpretaciones variadas y apasionadas. Solo en “Goodbye Jimmy Reed” se sueltan un poco la melena, e incluso Dylan se anima con su mítica armónica. Por lo demás, el disco brilla más en momentos más íntimos o minimalistas. “Black Rider” pone los pelos de punta con su sencillez gracias a una letra que, no muy veladamente, interpela a la muerte con beligerancia. “I’ve Made Up My Mind To Give Myself To You” es la única gran canción del disco, en mi opinión. La devoción casi religiosa con la que Dylan se rinde a la persona amada es acunada en unos preciosos coros y una melodía sencilla pero efectiva, como un cruce entre su fase cristiana y “Sad Eyed Lady of the Lowlands”.
Pero la síntesis de lo que anda mal con el disco la presenta la última canción y primer single, “Murder Most Foul”. Diecisiete minutos en los que Dylan describe el asesinato de JFK y después recita nombres de canciones sin parar, mientras un piano, un cello, un violín, y percusión se desparraman los unos sobre los otros sin demasiado orden o concierto ni variaciones significativas. Si ya en Tempest lo más desconcertante fueron los catorce minutos de la canción titular, narrando el hundimiento del Titanic, aquí Bob dedica aún más tiempo a contar con menos detalles y más relleno otro hecho histórico, sin conseguir insuflarle suficiente emoción para sostener un ejercicio excesivamente ambicioso. No ayuda tampoco que el estatus de la canción en sí no esté clara: lanzada en principio como single suelto, se incluye ahora en un CD separado del resto de temas. En último término no importa mucho: con o sin esta pantagruélica composición, Rough and Rowdy Ways se queda muy lejos incluso de discos buenos, aunque no legendarios, de esta etapa final de su carrera.
Puntuación: 5.5/10
Si quieres escucharlo, pincha en el siguiente enlace: Bob Dylan – Rough and Rowdy Ways