'Los mundos paralelos y el sentido de la vida'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 7 de Noviembre de 2021
El mítico capitán Spock, de la serie 'Star Trek'.
Star Trek
El mítico capitán Spock, de la serie 'Star Trek'.
'Trata de ser amable con la gente, no comas grasa, lee un buen libro de vez en cuando, camina y trata de vivir en paz y armonía con la gente de todos los credos y naciones'. El sentido de la vida, Monty Pithon

Desde que la física dio lugar a la posibilidad de la existencia de universos paralelos al nuestro, la televisión, el cine y la literatura, antaño la de ciencia ficción, hoy día en todo tipo de autores, como en la novela 4 3 2 1 de Paul Auster, encontraron un filón. La atractiva posibilidad de que andarán por ahí otras versiones nuestras con vidas diferentes en base a las decisiones tomadas, sirvió de inspiración para elaborar tramas que explotaran una idea increíblemente atractiva, tanto desde el punto de vista de la especulación científica, como a la hora de elaborar cábalas que hicieran reflexionar al lector sobre qué nos convierte en aquello que realmente somos, en qué medida nos afectan las decisiones que tomamos en nuestra vida, y hasta qué punto las mismas definen el sentido y significado de la misma.

Al igual que había ocurrido con el racismo o con la intolerancia en otras tramas, las respuestas estaban a nuestro alcance, si deseábamos confrontarlas y dedicar un minuto a pensar sobre ellas

Star Trek ha sido una franquicia pionera a la hora de plantear al espectador televisivo acomodado cuestiones incomodas que le hicieran reflexionar. No es lo mismo estar sentado en el espacio seguro de tu casa, que ir al cine a experimentar a propósito experiencias inusuales. La serie original fue precursora a la hora de poner como protagonista de una serie a una mujer negra, y no en el papel de la sirvienta, al igual que dio lugar al histórico primer beso interracial en la historia de la televisión. Posteriormente ocurriría lo mismo al normalizar en la televisión un beso lésbico en la tercera serie de la franquicia, Deep Space Nine, y aprovechar para que el espectador, al igual que sucedía con el racismo en las series anteriores, reflexionara sobre lo absurdo de los tabúes culturales o religiosos sin sentido, que se imponían en sociedades aparentemente libres. Más allá de reflexionar con valentía sobre cuestiones éticas candentes y tabúes en la sociedad occidental, también fue una serie pionera en presentarnos la idea revolucionaria de los universos paralelos. Los protagonistas, los héroes de la historia, se encontraron con otros yoes donde eran los villanos en ese universo paralelo. Las subtramas de la serie, alejadas de la pirotecnia de la trama principal, permitía al espectador avezado reflexionar sobre qué condiciones culturales o educativas habían permitido que, lo que en principio era una misma persona, pudiera convertirse de héroe en villano. Al igual que había ocurrido con el racismo o con la intolerancia en otras tramas, las respuestas estaban a nuestro alcance, si deseábamos confrontarlas y dedicar un minuto a pensar sobre ellas.  

Las sombras de las decisiones no tomadas, de los giros a la derecha de nuestra vida, cuando debimos movernos a la izquierda, por decisión propia o impulsada por el azar, eran sombras de una vida posible. Nada más, nada menos

Que el ambiente en el que nacemos, la cultura que se convierte en nuestro horizonte de posibilidad de pensamiento, la educación que recibimos, los acontecimientos azarosos que nos rodean, marcan el desarrollo de nuestra personalidad y el éxito o fracaso de nuestra acciones en la vida, era algo conocido. Motivo desde hace tiempo de reflexión filosófica sobre cuál es el nivel de responsabilidad ética que tenemos sobre aquello en lo que devenimos, aquello en lo que nos convertimos, y hasta qué punto es cuestión de mero azar. Las sombras de las decisiones no tomadas, de los giros a la derecha de nuestra vida, cuando debimos movernos a la izquierda, por decisión propia o impulsada por el azar, eran sombras de una vida posible. Nada más, nada menos. Que ahora la ciencia nos diga que todos esos yoes posibles no son fantasmas que nos acechan en la esquinas retorcidas de nuestros arrepentimientos, sino que realmente pueden existir en otras realidades, otros universos, añade aún más sal a la herida de las retrospecciones de nuestra vida. Quién no ha deseado dialogar y aleccionar a nuestro yo del pasado, quién no desearía ahora un encuentro cara a cara con esos otros yoes que viven vidas tan distintas o tan parecidas a las nuestras que han terminado por convertirles en peores o mejores versiones de aquello que somos.

Esta es una especulación atrevida, y probablemente incierta, pero el hecho en sí de la existencia de otros universos paralelos al nuestro es parte importante del núcleo teórico aceptado por numerosos físicos especializados en el campo cuántico, más a medida que se ha ido avanzando en las últimas décadas

Es el momento de acercarnos con precaución especulativa, desde el punto de vista de la física, a la idea de los universos paralelos, antes de dar alguna pincelada filosófica y ética sobre su posible implicación en el sentido de nuestra vida. Michio Kaku, un físico de prestigio, pero atrevido en sus especulaciones, eleva al debate la cuestión de hasta qué punto esa extraña sensación que todos hemos experimentado alguna vez, de creer que algo ya lo hemos vivido, aunque no fuera así, el dèjá vu, que suele explicarse por la extraña conexión que nuestro cerebro hace con experiencias similares que hayamos tenido, se puede deber, en algunos casos al menos, a que sean ecos de experiencias de nuestros yoes de universos paralelos, a los que no podemos acceder al no vibrar nuestros átomos en la misma frecuencia, y por tanto no mantener la misma coherencia. Esta es una especulación atrevida, y probablemente incierta, pero el hecho en sí de la existencia de otros universos paralelos al nuestro es parte importante del núcleo teórico aceptado por numerosos físicos especializados en el campo cuántico, más a medida que se ha ido avanzando en las últimas décadas.

Recibida con gran escepticismo y rechazo al principio, admitida hoy día por un numeroso grupo de científicos. Básicamente argumentaba que había otra solución a la famosa paradoja del gato de Schrödinger, y es que el gato en un universo está vivo y en otro está muerto. Existen infinitos universos que se crean con las infinitas decisiones que tomamos

En 1957 el físico Hugh Everett, en su doctorado, presentó por primera vez la teoría de los universos paralelos. Recibida con gran escepticismo y rechazo al principio, admitida hoy día por un numeroso grupo de científicos. Básicamente argumentaba que había otra solución a la famosa paradoja del gato de Schrödinger, y es que el gato en un universo está vivo y en otro está muerto. Existen infinitos universos que se crean con las infinitas decisiones que tomamos. No se trata de que las ondas colapsen al abrir la caja, como decía en un principio la física cuántica, y ahí adquiera realidad una de las dos alternativas, gato muerto o gato vivo, sino que desde el mismo momento que cerramos la caja con la trampa de veneno, ambas posibilidades adquieren plena realidad, en una realidad el gato está vivo, en la otra realidad el gato está muerto. Durante muchos años se consideró está teoría descabellada, pero la interpretación de la física cuántica de la teoría de cuerdas, y otras similares, al tratar de explicar cuánticamente la gravedad se dieron cuenta de que no era posible sin esta teoría de Everett y su posterior desarrollo en la teoría del multiverso, donde coexisten esta infinidad de universos que se crean ante cada disyuntiva del mundo cuántico.

Si ya nos costó desprendernos de la idea que nos situaba en el centro del universo, de que en realidad nuestro planeta giraba alrededor del sol, y no al revés, y que éramos un minúsculo planeta en una galaxia con incontables millones de otros planetas, que a su vez era una galaxia más en un universo con incontable número de ellas, ahora nos dicen que ni siquiera nuestro yo es único, que existen incontables versiones nuestras pululando por incontables versiones de la realidad en otros universos

Si ya nos costó desprendernos de la idea que nos situaba en el centro del universo, de que en realidad nuestro planeta giraba alrededor del sol, y no al revés, y que éramos un minúsculo planeta en una galaxia con incontables millones de otros planetas, que a su vez era una galaxia más en un universo con incontable número de ellas, ahora nos dicen que ni siquiera nuestro yo es único, que existen incontables versiones nuestras pululando por incontables versiones de la realidad en otros universos. Quien no se consuela es porque no quiere, y siempre nos queda pensar que puede que nuestra versión no sea la que haya tomado las decisiones más afortunadas, o las que hayan tenido más éxito, pero probablemente haya otras versiones cuya situación sea mucho más lamentable que la nuestra. Eso, si además han tenido la fortuna de no perecer en alguna de las tragedias con las que el azar siempre puede sorprendernos a la vuelta de la esquina. No solo nuestro planeta no es el centro del universo, ni nuestro planeta  ni nuestra cultura o pueblo, sino que ni siquiera esta vida que vivimos es la única posible. Si ese relativismo que empequeñece nuestro ego, no aumenta nuestra responsabilidad ética,  y nos amplía horizontes  de tolerancia, y nos hace ver que algunos yoes podrían en esos otros universos encontrarse con problemas de pobreza, de no poder adquirir una vivienda, de ser discriminados por nuestro sexo, de pertenecer a una etnia discriminada, o mil de esas cosas que ignoramos mirando a otro lado, o sobre las que vertemos nuestro odio, tenemos un problema ético de difícil resolución.

Sea cual sea el universo en el que vivimos, donde seamos más o menos afortunados, el sentido de la vida seguirá siendo un misterio, pero mientras tratamos de desentrañarlo no hay mejor sentido para nuestra vida que hacer caso a la sabiduría filosófica de los Monty Python: tratar de ser amables con la gente que nos encontramos en nuestra vida, como si fueran yoes de alguno de esos universos paralelos menos afortunados. No comer excesiva grasa, que viene bien a nuestra salud y de paso al planeta, y a ser posible no destruir nuestro planeta por el mal uso que hacemos de sus recursos. No disponemos de la energía suficiente (solo pudo haberla en el Big Bang) para escapar a otro universo paralelo donde los recursos no se nos acaben. Leer buenos libros de vez en cuando, antes de que la lectura quede obsoleta y solo seamos capaces de mantener la atención sobre videos de Tik Tok de 15 segundos. Pasear lo máximo posible, por salud, y para reflexionar sobre lo fácil que sería todo, si aprendiéramos a vivir en paz y armonía con la gente independientemente de su credo, nación, etnia, gustos, sexualidad, color del pelo o lo que sea que nos diferencie y que a algunos les fastidia tanto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”