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'Lo que tu gato filósofo puede enseñarte acerca de la felicidad'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 23 de Enero de 2022
Un sabio gato llamado Dylan.
P.V.M.
Un sabio gato llamado Dylan.
 'La felicidad es ese estado en el que se instalan por defecto cuando desaparecen las amenazas de tipo práctico a su bienestar'. John Gray, Filosofía felina.

Dicen las malas lenguas que una de las preguntas más pertinentes, para conocer el carácter de una persona, es mirar a los ojos inquisitivamente e inquirir sin ambages si es más de perros o de gatos. Los perros y los gatos son los animales de compañía más comunes, y en nuestro debe se encuentra no haberles reconocido hasta recientemente derechos que en tanto seres sintientes les protejan de la voracidad, el egoísmo y la crueldad de los únicos depredadores que han de temer, el ser humano, al que tan fielmente han acompañado durante milenios. Observar como tratas a tu perro o a tu gato no produce certeza sobre tus inclinaciones filosóficas o comportamiento ético, pero alguna pista de ello sí que nos da. Pretender que no hay una relación entre la crueldad con los animales y la falta de decoro moral es insostenible. Que una persona sea cruel con los animales no certifica que lo sea con las personas, pero sí que probablemente nos da pistas que indican que no está muy lejos de serlo, si le das la ocasión. ¿Si viéramos a alguien que es cruel o insensible al dolor de un animal, o lo maltrata, tendríamos confianza en esa persona? Si una persona se preocupa por el bienestar de los animales eso no implica que se comporte con decoro moral y generosidad hacia los demás, pero sí hay más probabilidades que la empatía que genera compartir la vida con el amor incondicional que un animal de compañía nos ofrece, entrene la empatía moral necesaria para no obviar el sufrimiento de tantos seres humanos, que usualmente ignoramos, incluido el de aquellos que nos rodean. Aprendemos a amar porque somos amados. Sucede con los seres humanos y también sucede entre seres humanos y animales.

La responsabilidad en educar en valores, como la tolerancia y el respeto, a un hijo o hija con los demás, como miembros de una comunidad a la que pertenecen, es diferente a lo que hagas con el animal que es miembro de tu familia, pero sigue dándonos pistas acerca de tu carácter moral, tu educación, o ausencia de estas virtudes

Los perros son fieles, aman sin condiciones, y su comportamiento suele depender en extremo del humano que se haya hecho cargo de ellos. Pretender culpar a un can de su mal comportamiento, eludiendo la responsabilidad, es la estrategia habitual de meter la cabeza dentro del agujero sin querer responsabilizarnos de la crianza de nuestros hijos, de nuestros valores compartidos, como si la educación que les diéramos, o su ausencia de ella, no determinara su comportamiento. La responsabilidad en educar en valores, como la tolerancia y el respeto, a un hijo o hija con los demás, como miembros de una comunidad a la que pertenecen, es diferente a lo que hagas con el animal que es miembro de tu familia, pero sigue dándonos pistas acerca de tu carácter moral, tu educación, o ausencia de estas virtudes. Si tu perro actúa mal, el responsable es el que se ha comprometido a cuidar de él. Entre sus muchos dones no se encuentra discernir entre lo que es un comportamiento cívico o no, por propia iniciativa.

Volviendo al tema inicial, aquellos que han convivido con un gato saben lo peculiares que son, y que en el fondo algo de alma de filósofo tienen. Adoptar un gato y creer que vamos a tener la misma experiencia sentimental o sensorial que se tiene cuando convives con un perro, solo puede llevar a la frustración, especialmente si pretendemos que imiten la generosidad, obediencia y fidelidad incondicional de los canes. La convivencia con los felinos es harina de otro costal.

Preocuparnos por nuestro bienestar sin tratar de arrebatárselo a los demás con los que compartimos recursos y bienestar. ¿Por qué querer una cama enorme para uno mismo cuando tu felino cree que posee el mismo derecho a usarla que tú?

En parte epicúreos, en parte estoicos, y con una sana pizca de cinismo, los felinos pueden enseñarnos mucho sobre cómo aprender a ser felices en un mundo tan pronto a hurtarnos cualquier atisbo de alegría en nuestras vidas. En Egipto eran adorados y reverenciados, aunque su fortuna ha sido dispar a lo largo de los siglos, y también han pasado épocas duras en su convivencia con los humanos. John Gray en Filosofía felina les llama egoístas sin ego. Una primera lección que podemos aprender en nuestra filosófica búsqueda felina de la felicidad. Preocuparnos por nuestro bienestar sin tratar de arrebatárselo a los demás con los que compartimos recursos y bienestar. ¿Por qué querer una cama enorme para uno mismo cuando tu felino cree que posee el mismo derecho a usarla que tú? De hecho, si nos metiéramos en su cabeza, probablemente pensaría lo contrario, ya que la cama le pertenece, y dado que compartes hábitat con él, qué menos que permitirte compartir los lugares más cálidos en invierno y los más frescos en verano que generosamente busca en vuestro hogar para el mutuo beneficio. La cooperación egoísta; el bien de uno no tiene por qué ser incompatible con el bien de otro, sino que por el contrario la cooperación os beneficia a ambos. Lección que podría ser aprendida por parte de tantos gurús del capitalismo, obsesionados con los supuestos beneficios de competir hasta destrozarnos unos contra otros.

Si aprendiéramos a vivir en paz, felices con lo que necesitamos, alimento, cobijo, cariño, calor, interludios lúdicos, tal cual hacen nuestros felinos, quizá viéramos el mundo con una perspectiva menos estresada

Los gatos han evolucionado desde el animal que eran hace millones de años, pero siguen conservando gran parte de su herencia genética adaptada a los entornos contemporáneos. Su principal rasgo evolutivo sigue siendo vivir conforme a su naturaleza, aceptarla, tal y como epicúreos y estoicos llevan milenios animándonos a hacer. Aceptación que nos muestra los límites de aquello que nuestra naturaleza nos permite y aquello que no. Ante lo cual se abren los beneficios de aprovechar todo aquello que sí se encuentra en nuestra mano hacer, acorde con nuestra naturaleza, como disfrutar de placeres sencillos y sin coste para nuestra salud o la ajena, sin esa constante huida hacia no se sabe muy bien dónde tan propia de los humanos. Deseando lo que no está al alcance y luchando desesperadamente por más y más cuando el confort y el bienestar no necesitan de tantas cosas superfluas. Si aprendiéramos a vivir en paz, felices con lo que necesitamos, alimento, cobijo, cariño, calor, interludios lúdicos, tal cual hacen nuestros felinos, quizá viéramos el mundo con una perspectiva menos estresada.

Aprendamos a respetar, como ellos hacen con nosotros, el espacio y la intimidad de los seres humanos que conforman nuestro espacio vital. La convivencia será más satisfactoria, y aprenderemos lo que los felinos ya saben por instinto, y que refleja la más profunda enseñanza kantiana; 'no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti'

Los felinos reconocen cuando les llamamos, numerosos estudios científicos demuestran que conocen su nombre a la perfección (y que también suelen saber en qué lugar de la casa se encuentra el humano que convive con ellos), otra cosa es que decidan acudir a nuestra llamada. Dependerá de la situación en la que se encuentren y que detecten necesidad o no. Una imperturbabilidad de las que nos vendría bien aprender un poco en nuestra acelerada obsesión por el quiero todo y lo quiero aquí y ahora. Cierto es que no les agrada que los ignoren, como ellos hacen en ocasiones con los humanos. Pero al fin y al cabo tienen bastante claro quien se encuentra en lo más alto de la jerarquía de la fructífera relación entre ambos. Tú les alimentas, les proporcionas comodidades, afecto en los momentos adecuados, y a cambio ellos te permiten compartir hábitat con ellos y proporcionarte calma y momentos de paz y sosiego (odian profundamente los ruidos)  que a los humanos tanto nos cuesta disfrutar. Entre aquellas cosas que no les gusta nada, y de las que también podíamos aprender un poco, es la necesidad de achucharles sin sentido (o cogerles en brazos). Eso no respeta su espacio ni su intimidad. Aprendamos a respetar, como ellos hacen con nosotros, el espacio y la intimidad de los seres humanos que conforman nuestro espacio vital. La convivencia será más satisfactoria, y aprenderemos lo que los felinos ya saben por instinto, y que refleja la más profunda enseñanza kantiana; no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti.

.¿Puede haber algo más maravilloso que encontrar un rayo de luz en un día oscuro y frio y dejar que nos caliente e ilumine sin mayor pretensión? Y barato, por cierto, en estos tiempos de tormentas eléctricas

Buscar la felicidad, entendida tal y como un buen felino haría, es decir, centrada en la búsqueda de pequeños placeres prácticos, a nuestro alcance, es axioma de su filosofía. ¿Puede haber algo más maravilloso que encontrar un rayo de luz en un día oscuro y frio y dejar que nos caliente e ilumine sin mayor pretensión? Y barato, por cierto, en estos tiempos de tormentas eléctricas. Centrarnos en la búsqueda de una comodidad sencilla, alejada de ruidos y jaleos innecesarios, nos evitaría disgustos, ambiciones baldías, orgullos, que tarde o temprano nos harán caer, como insistieron los epicúreos asentados en su jardín, quizá compartido con compañeros filósofos felinos.  Y como decíamos con anterioridad, es importante aprender a respetar los espacios personales ajenos. Sus límites y necesidades. Amar no es imponer, tal y como nuestro gato nos enseña, causándonos pequeños arañazos si es necesario, dada nuestra torpeza innata para comprenderlo. En su dolorosa autobiografía El porvenir es largo decía Louis Althusser: creo haber aprendido qué es amar: ser capaz, no de tomar iniciativas de sobrepuja sobre uno mismo, y de exageración, sino de estar atento al otro, respetar sus deseos y sus ritmos, no pedir nada pero aprender a recibir, y recibir cada don como una sorpresa de la vida, y ser capaz sin ninguna pretensión tanto del mismo don como de la misma sorpresa para el otro, sin violentarlo lo más mínimo. En suma, la simple libertad.

Todo aquel que ha convivido con un gato aprende, lo quiera o no, la sabiduría que se encuentra tras estas palabras del malogrado filósofo francés; amar es respetar al otro, sin exageración, ni sobrepujas que traten de imponer cariños incondicionales

Todo aquel que ha convivido con un gato aprende, lo quiera o no, la sabiduría que se encuentra tras estas palabras del malogrado filósofo francés; amar es respetar al otro, sin exageración, ni sobrepujas que traten de imponer cariños incondicionales. Recibir los dones que se nos ofrecen, como esa caricia felina inesperada, cuando se nos ofrece, y disfrutar de la sorpresa que nuestra habitualmente arisca compañía nos regala. Sin forzar violentamente el cariño, algo que tan propio de la avaricia e impudicia moral humana es. Esa es la libertad que el verdadero amor nos regala, y su meta es la felicidad a la que podemos aspirar, sin más aspiración que disfrutar y dejar disfrutar a los demás de los pequeños dones que nos ofrece la vida. Que se lo digan al huraño Schopenhauer, al que encontraron fallecido en el sofá junto a su compañero felino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”