Infectados por el virus de la estrategia
No es el COVID-19 el único virus contra el que hay que luchar en estos tiempos. Es, sin duda, el más peligroso, el más mortífero y el que pone en riesgo la salud pública y las vidas de la gente, por tanto, el que merece la mayor atención de las autoridades sanitarias y políticas parta arbitrar todas las medidas legales a su alcance (todas) en aras a controlarlo, detenerlo y, en su caso, erradicarlo si es posible. Frente a este virus, y en espera de que aparezcan nuevas evidencias epidemiológicas y, sobre todo, la vacuna que lo frene, sólo cabe la estrategia de proteger mediante el confinamiento a la mayor parte posible de la población, con evidente y obvia (además de plenamente legal) limitación de derechos, y de proteger, mediante las medidas sanitarias y profilácticas adecuadas, a la población que por diversos motivos (fundamentalmente la asistencia médica a las personas infectadas) no está confinada. Todo ello para impedir la saturación del sistema sanitario y conseguir que éste sea capaz de soportar la carga asistencial que la pandemia ha provocado.
Es el virus de la estrategia política, que ha infectado a bastantes de las fuerzas políticas existentes, que están afrontando esta gravísima situación, no con la vista puesta en salvaguardar la salud pública (o no solo), sino en su propia estrategia política, en base a los posibles beneficios sobre sus coyunturales (y cambiantes) intereses o conveniencias, incluso en base a los posibles perjuicios para los también coyunturales y no menos cambiantes intereses de otras fuerzas con quienes compiten electoralmente
Además de continuar investigando con todos los medios, no se conoce otra estrategia, hoy, para hacer frente al virus. La valoración de ésta, de sus efectos, sus resultados, sus aciertos y errores, así como la comparación empírica con la misma estrategia desarrollada en otros territorios o incluso con otras estrategias, habrá que hacerla no sobre la marcha y para lograr un titular, sino sobre un análisis científico sosegado que tenga en cuenta todas las variables. Evitaremos de este modo, casos como el de Suecia o Corea, por citar un par, cuyas estrategias no hace tanto alabadas y cuya aplicación a España se reclamaban, hoy están claramente no sólo cuestionadas, sino discutidas y rectificadas.
Lo llamativo en este contexto, es el otro virus al que me refería, y contra el que también hay que luchar. Es el virus de la estrategia política, que ha infectado a bastantes de las fuerzas políticas existentes, que están afrontando esta gravísima situación, no con la vista puesta en salvaguardar la salud pública (o no solo), sino en su propia estrategia política, en base a los posibles beneficios sobre sus coyunturales (y cambiantes) intereses o conveniencias, incluso en base a los posibles perjuicios para los también coyunturales y no menos cambiantes intereses de otras fuerzas con quienes compiten electoralmente. Ello, además de dificultar la normalidad del debate, les impide actuar con la lealtad institucional mínima que la situación requiere. Saber qué es lo principal y qué lo accesorio. Discernir cómo se coadyuva a la consecución del objetivo principal, sin dejar de ejercer su legítimo papel de controlar y vigilar al gobierno, y cómo se aparcan o aplazan, sin renuncia, los objetivos accesorios. Mostrando firmeza, por supuesto. Ofreciendo alternativas, si las hay, y defendiendo éstas con lealtad y realismo, pero sin perder de vista nunca el gran objetivo común.
Prima la particular batalla por una difusa hegemonía nacionalista en algún territorio, y prima la búsqueda de la ubicación que permita liderar, disputar o sobrevivir en un determinado espacio político, o al menos, no ser fagocitado por los otros actores de dicho espacio
Esta segunda infección es grave. Prima la particular batalla por una difusa hegemonía nacionalista en algún territorio, y prima la búsqueda de la ubicación que permita liderar, disputar o sobrevivir en un determinado espacio político, o al menos, no ser fagocitado por los otros actores de dicho espacio. En función de esos intereses se actúa, lo que hace imprevisibles los posicionamientos políticos, tanto sean favorables a la posición del gobierno, como sean contrarios. Lo grave es que se carece de argumentario sanitario que sustente la posición política, hasta el punto de que hay fuerzas políticas que se incomodan si a la vista de esta “infección”, que hace oscilar el apoyo o no a las medidas del Gobierno, éste legítimamente (porque nos jugamos mucho) busca apoyos en otro sitio para luchar contra la verdadera y auténtica infección.
Se achacan cambios de criterio al Gobierno, que los ha habido, seguramente porque actúa en función de criterios científicos, y el método científico nunca es infalible, es “ensayo-error” y eso es mutable. Pero creo que los bandazos, los cambios de criterio (o la falta del mismo) y los cambios de posición de algunas fuerzas políticas, si acreditan una grave infección que el virus de la estrategia ha desarrollado en sus organismos en un momento nada adecuado para ello.