Un hombre llamado triunfo
Indegranada
El diputado de Ciudadanos por Granada, Luis Salvador.
Luis Salvador me ha llamado fracasado. Lo ha hecho en un medio local en una de esas entrevistas en las que tanto se prodiga. Y por primera vez desde que le conozco he tenido la sensación de que de sus labios salía, por fin, una verdad. Al parecer no le gustó que hace unos días, durante un comentario radiado, yo le llamara superviviente por haber militado hasta hace un cuarto de hora en el PSOE, donde durante dos décadas anduvo liberado, en puestos de libre designación o con cargo de representación, y luego, sin solución de continuidad, pasar a Ciudadanos tras un frustrado asalto a la secretaría provincial socialista, y con ello vuelta al cargo de representación. Luis se acostó socialdemócrata y se levantó liberal. Sin despeinarse. Cambió de ideas pero mantuvo un cargo. A esa habilidad para sobrevivir, políticamente hablando, me refería en mi columna. A eso y al extraño pacto que parece haber suscrito con Sebastián Pérez, vaya usted a saber a cuenta de qué deudas. En cuanto a mi fracaso, está claro que los que acabamos de enterrar al Partido Andalucista hace apenas tres años, dándole cristiana sepultura, hemos fracasado, tanto colectiva como individualmente. Y poco nos consuela que en el haber del andalucismo político haya logros indiscutibles como la contribución al desbloqueo del proceso autonómico tras el referéndum de 1981, lo que permitió que nuestra tierra gozara del mayor nivel de autogobierno permitido, inicialmente reservado por las “fuerzas vivas” para las llamadas nacionalidades históricas, por citar solo el más relevante. Incluso para los que concebimos los partidos políticos como simples instrumentos para cambiar la realidad social y no como fines en sí mismos, es doloroso tener que disolver uno, sobre todo si le has dedicado una buena parte de tu vida. Ahora bien, hay dos formas de estar y entender la política. Una, entrar con honestidad para intentar mejorar la vida de la gente desde una determinada perspectiva ideológica, que obviamente puede –y, si me apuran, debe– evolucionar con el tiempo. Y otra, concebir la política como una oportunidad personal, como una profesión, donde todo se sacrifica por el interés personal y donde jamás se toma partido por nada, si eso implica mancharse y poner en riesgo la carrera. Entrar para servir o para servirse. Siempre ha sido lo mismo. La convicción, más o menos profunda, de defender aquello en lo que se cree, me mantuvo siempre en la misma formación política, aunque no siempre sin dudas. Entendía, y sigo haciéndolo, que Andalucía necesita un partido propio para defender nuestros intereses y solo un cambio de convicciones podía llevarme a otro sitio. Esa era mi opción personal y creo que la de mucha gente a la que le cuesta ser tan “versátil”, ideológicamente hablando, milite donde milite. Pero en el caso de Luis Salvador, su periplo político, tan respetable como criticable, nos indica justamente lo contrario. En su caso, Salvador acomoda su ideología a su necesidad y a su ambición y si allí donde decide mudarse no encajan sus principios, como buen “marxista” él siempre tiene otros. No abandona su partido “de toda la vida” por discrepancias de fondo, bastando para ello leer el discurso que ofreció al plenario del congreso donde la militancia socialista le dio la espalda, sino que lo hace porque al ver que por esa vía el acceso a la moqueta se complicaba, y siendo ese tu gran y, tal vez, único objetivo, necesitaba acomodarse en otra formación para seguir en la pomada. Y en esas apareció la formación de Albert Rivera, donde rápidamente se integra. Lo demás es historia. La historia de un superviviente.