'La guerra cultural y el infierno de los vivos'
El auge de las derechas extremas, que han ido incrementando su presencia social y política durante la última década, viene asociado a un término; guerra cultural. Un término que ha calado incluso en movimientos progresistas que han entrado en el juego de estos extremistas, que con provocadoras declaraciones pretenden acabar con el consenso democrático. Un consenso sobre el que con tanto esfuerzo se han construido las democracias plurales y liberales que tanto bienestar y libertad han proporcionado durante décadas. Valores que se habían venido aceptando como lógicos en una sociedad democrática madura; el feminismo que pretende una igualdad real entre hombres y mujeres, equiparando salarios a iguales trabajos, que no se discrimine por género, el derecho a decidir sobre su propio cuerpo, y que se luche activamente contra la violencia machista que las asesina, básicamente por ser mujeres y no someterse. La lucha contra el cambio climático y el respeto al medio ambiente, que ha trascendido ideologías para despertar las conciencias de todo tipo de ciudadanos. Otros aspectos que también eran considerados de pleno consenso, como la separación entre religión y política, una sanidad pública universal y una educación plural, pública, y con valores cívicos y democráticos, y tantas otras cuestiones que de repente, y sin saber muy bien porqué, han pasado a ser objeto de escarnio y disputa social y política.
Para esta derecha extrema todo aquello que no encaja en sus estereotipos de lo “correcto” , “tradicional”, y “las cosas que han de ser como deben ser” se mira con desprecio, sea por alguna característica física, como el caso de la diputada, gusto sexual, creencia en la igualdad, o que simplemente no les caen bien por no pensar como ellos
Hemos llegado a una situación tan kafkiana y peligrosa que apenas causa revuelo que un vicepresidente de una Comunidad Autónoma desprecie a una diputada diciéndole que la va a tratar “como si fuera una persona normal”. Para esta derecha extrema todo aquello que no encaja en sus estereotipos de lo “correcto” , “tradicional”, y “las cosas que han de ser como deben ser” se mira con desprecio, sea por alguna característica física, como el caso de la diputada, gusto sexual, creencia en la igualdad, o que simplemente no les caen bien por no pensar como ellos. Si desprecian e insultan en aras a eso que llaman guerra cultural, no es por un asunto baladí. Tratan de poner en una categoría moral y social más baja a feministas, gais, lesbianas, migrantes con otro color de piel y etnia, o de diferente religión, o simplemente gente “progre” a las que con burla tratan también de que no se las vea como personas “normales”. Es un juego muy peligroso, ya lo hemos vivido, pero pareciera que no aprendemos.
Eso es lo que llaman guerra cultural, dar la vuelta a valores de “izquierda” o “progres” y buscar una vuelta a lo “tradicional” o “normal”
Recordemos que el autor de estas palabras es un vicepresidente de toda una Comunidad Autónoma, proveniente de un partido de extrema derecha aupado por un acuerdo con el PP, que ha llegado al cargo tras una retahíla de comentarios en las redes sociales de carácter claramente homófobo y racista. Y probablemente no será el último que llegue a tener responsabilidades públicas si todo sigue como ahora, con las izquierdas temerosas de ser claras y diáfanas en defender los derechos sociales, divididas, y con el partido de la derecha que debiera evitar contaminarse de tales ideologías, haciéndoles el juego con tal de alcanzar el poder. Hace apenas una década era impensable que personas de este tipo ostentaran responsabilidades públicas. Ese era el consenso entre todo tipo de ideologías, de derecha, izquierda, o centro. Ahora se está naturalizando que esto suceda, como si ser racista, homófobo, alentar el papel sumiso de las mujeres y demás barbaridades, fuera tan normal como defender lo contrario. Eso es lo que llaman guerra cultural, dar la vuelta a valores de “izquierda” o “progres” y buscar una vuelta a lo “tradicional” o “normal”.
Esta naturalidad con que la sociedad parece aceptar que las derechas extremas y las derechas que se han contagiado de esos discursos, para no perder votos, asuman cosas del tipo de “el feminismo y el machismo son dos extremos e igualmente malos” es demoledor para una democracia sana
Esta naturalidad con que la sociedad parece aceptar que las derechas extremas y las derechas que se han contagiado de esos discursos, para no perder votos, asuman cosas del tipo de “el feminismo y el machismo son dos extremos e igualmente malos” es demoledor para una democracia sana. ¿Cómo va a ser igual buscar la igualdad y la equiparación de derechos que permitir que se abuse y desprecie esa igualdad? La izquierda no está libre de culpa, pues también ha cometido excesos como la llamada cultura de la “cancelación” u otros donde se ha perdido la perspectiva. Lo terrible de esta situación es que la mayoría de valores a los que se están atacando no son de izquierdas o progresistas de por sí, son principios que se han ido asentando como propios de democracias maduras y consolidadas, liberales en su concepción. Caer en la trampa de vincular estos derechos a diferentes ideologías democráticas es insano para la propia democracia. Puede, y debe haber, diferentes perspectivas sobre estas políticas, pero partiendo de un consenso de mínimos democráticos que ahora se encuentra claramente en peligro.
Una tercera figura emergió, la de los depredadores, a los que llama “cazadores”. A estos lo único que les interesa es “cobrarse piezas”, no les importa agotar recursos, o mantener la diversidad y pluralidad, pues si agotan un territorio se van a otro
El sociólogo Zygmunt Bauman establece tres categorías de liderazgo; los guardabosques serían los que en tiempos premodernos buscaban mantener el statu quo, mantener lo tradicional, ya que las cosas están mejor cuando no se tocan. En los tiempos modernos emerge la figura del jardinero que habría comprendido la necesidad de intervenir activamente en el “jardín social” para eliminar las malas hierbas que corrompen la armonía, y dirigir un crecimiento sano y equilibrado, ayudando a las plantas que lo necesitan, más débiles, y evitando que queden destruidas por las más brutales y depredadoras. Se busca alcanzar una mínima armonía social. Un crecimiento social y económico no depredador y equilibrado. Sin embargo, una tercera figura emergió, la de los depredadores, a los que llama “cazadores”. A estos lo único que les interesa es “cobrarse piezas”, no les importa agotar recursos, o mantener la diversidad y pluralidad, pues si agotan un territorio se van a otro.
Las democracias occidentales se están viendo asediadas por cazadores que deslegitiman los mismos cimientos sobre los que estas democracias se asentaron; el respeto a la pluralidad, la búsqueda de una igualdad que apoye a los que lo necesitan, y límite a los mas poderosos para evitar que abusen de los débiles
Los cazadores emplean el termino “guerra”, porque de esta manera tratan de activar la excusa de que todo vale para cumplir sus objetivos, incluido despreciar y catalogar como menos importantes o de categoría más baja a aquellos que no cumplen sus estándares sociales. Si se está en guerra no importa ya el dialogo, ni el equilibrio, se trata de acabar con el adversario. Las democracias occidentales se están viendo asediadas por cazadores que deslegitiman los mismos cimientos sobre los que estas democracias se asentaron; el respeto a la pluralidad, la búsqueda de una igualdad que apoye a los que lo necesitan, y límite a los mas poderosos para evitar que abusen de los débiles. La libertad entendida como el respeto al derecho de los otros, y no como hacer lo que te dé la gana porque tu estatus social, riqueza o poder te lo permite.
Si no queremos que las palabras de Italo Calvino se hagan realidad, y vivamos en una sociedad dividida, aún más, entre cazadores y presas, y los oasis de respeto a los derechos humanos y libertades de las democracias se difuminen, es hora de plantar cara. Actuar como jardineros cuidando todos los derechos que pretenden abolirse. Negándose a entrar en una guerra absurda, por mucho que la llamen cultural, cuando en realidad es social y política, y alejando de los puestos de responsabilidad pública a quienes tratan de menoscabar la democracia, convirtiendo en presas a todos aquellos que no consideran sus iguales. En nuestras manos está buscar, como decía Calvino, a quienes en este infierno en el que quieren convertir la convivencia social, actúan como jardineros, cuidando la armonía social, y aislar a quienes actúan como “cazadores” sin escrúpulos.