La derecha gana cuando la izquierda decepciona
Estimad@ y posible lector@, una aclaración previa por si te anima o te disuade de seguir leyendo. El título de este artículo no es una frase mía, es de Lionel Jospin, un gran socialista francés, primer ministro en la década de los 90 del siglo pasado y que quedó fuera de la segunda ronda de las Presidenciales de Francia en el año 2002. Aquellas elecciones en las que el candidato del Frente Nacional Jean Marie Le Pen, junto al conservador Jacques Chirac, pasaron a la segunda ronda, quedando fuera de la misma Jospin. En la segunda vuelta, Chirac logró más del 80% del voto, debido a la reagrupación de todo el voto de las fuerzas democráticas, para aislar a la extrema derecha.
Es un grave error atribuir “victorias” o “derrotas” a una sola causa y mucho menos a una sola persona. Casi tan grave cómo señalar que existen varias causas, pero sólo centrarse en una. Las victorias o las derrotas siempre son consecuencia de múltiples factores y, mucho más, en la nueva coyuntura pluripartidista en la que vivimos. Ganar o perder es algo (desaparecida la posibilidad de mayorías absolutas) que sólo se produce al final del proceso, es decir, al constituir gobiernos
Partiendo de aquella frase de Jospin, su contexto y su (lamentable) vigencia, quiero indicar que las reflexiones que siguen, pese a su inevitable relación con la coyuntura política andaluza surgida del pasado 2 de Diciembre, no están centradas exclusivamente en ella. Ninguna reflexión política que pretenda ser útil y aportar alguna perspectiva, puede desconocer el contexto en el que se desarrollan los procesos electorales en Europa, España, Andalucía y Granada, al menos en lo que llevamos de siglo XXI. Por eso abominé (con algún éxito) de las lecturas interesadas de los resultados electorales y sus consecuencias obtenidos por el PSOE en las Elecciones Generales de Diciembre de 2015 y Junio de 2016, y por eso, a la hora de valorar los resultados del PSOE-A el pasado día 2, me reafirmo en lo que dije y escribí entonces. Es un grave error atribuir “victorias” o “derrotas” a una sola causa y mucho menos a una sola persona. Casi tan grave cómo señalar que existen varias causas, pero sólo centrarse en una. Las victorias o las derrotas siempre son consecuencia de múltiples factores y, mucho más, en la nueva coyuntura pluripartidista en la que vivimos. Ganar o perder es algo (desaparecida la posibilidad de mayorías absolutas) que sólo se produce al final del proceso, es decir, al constituir gobiernos.
La noche electoral y las semanas siguientes ofrecen una visión inicial, que luego puede verse alterada. El PSOE perdió las elecciones andaluzas de 2012 (y si así se hubiesen leído los resultados, quizá otro gallo cantaría ahora), que ganó el PP de Arenas. Sin embargo, los mecanismos legales y parlamentarios y las alianzas políticas propiciaron que el gobierno andaluz lo dirigiera el PSOE, lo que en términos reales equivalía a haber ganado. Ser ganador o perdedor admite, pues, grandes matices. El PSOE a nivel nacional perdió las 2 noches electorales de las pasadas Elecciones Generales, y pese a todo intentó “ganar” el gobierno. No lo logró, pero hoy ostenta la presidencia. El PSOE de la ciudad de Granada perdió las Municipales de 2015, pero intentó ganar el gobierno, sin conseguirlo. Pero hoy ostentamos la Alcaldía. La obligación de todas las fuerzas políticas, aunque sea complejo, es intentar ganar el gobierno, mucho más si es la primera en número de votos y escaños. Es irreprochable constitucional y legalmente. Es deseable desde el punto de vista de la salud democrática de una sociedad plural y diversa. Es responsable con quienes han otorgado la confianza a tu programa político. Y es conveniente porque aporta claridad y transparencia a las decisiones propias y ajenas. Por tanto, huyamos de los “resultados electorales” como arma arrojadiza para ensalzar o defenestrar liderazgos, pues siempre son un elemento variable, oscilante y sujeto a múltiples lecturas.
Dicho lo anterior sobre el análisis de todo resultado electoral, por tanto, también del andaluz del 2 de diciembre, me interesa desbrozar otro aspecto clave del momento político, que ha sobrevolado el debate electoral y va a sobrevolar todos los debates post electorales, y sobre el que también se corre el riesgo de banalizar y usar como arma arrojadiza. Me refiero al término “constitucionalismo”, santo y seña de casi todas las cruzadas que se han emprendido o se van a emprender. Constitucionales (plenísimamente) son todos y cada uno de los partidos políticos representados en los órganos legislativos del Estado y las Comunidades autónomas, porque si no, no estarían representados. Constitucionalista es todo aquel que defiende, comparte y reivindica los valores constitucionales (Estado social y democrático de derecho, libertad, igualdad, justicia y pluralismo político) y el articulado constitucional. Por supuesto el art 1, y el 2. Pero también el 168 y el 169 (reforma de la Constitución), el 92 (referéndums), el 138 y siguientes (organización territorial), y por supuesto todos los relativos a derechos sociales y ciudadanos y principios rectores de las políticas públicas. Se ha convertido en algo muy barato, hoy, ser “constitucionalista”, por darse golpes de pecho con el art 2, olvidando todos los demás. Por favor, seriedad, didáctica y responsabilidad con el debate sobre la Constitución, ahora que celebramos su 40 cumpleaños, pues es mucho lo que hay en juego.
La obligación de todas las fuerzas políticas, aunque sea complejo, es intentar ganar el gobierno, mucho más si es la primera en número de votos y escaños. Es irreprochable constitucional y legalmente. Es deseable desde el punto de vista de la salud democrática de una sociedad plural y diversa
Y un tercer elemento central del momento y el contexto político, el auge de las fuerzas autoritarias, xenófobas y extremistas, que yo, por ahora, y en lo referente al caso andaluz, deslindaría de muchos de sus (coyunturales) votantes, quizá más identificados con la protesta, el hastío y un cierto carácter antisistema, que con una coincidencia de planteamientos políticos. Los medios de comunicación han tenido una importante incidencia en la difusión del fenómeno, quizá amplificando su verdadera dimensión, pero metiendo en muchos hogares andaluces una realidad y un mensaje al que sectores golpeados por la crisis se han aferrado. Tanto PP como Ciudadanos, en segundo lugar, han contribuido a normalizar el partido político de la extrema derecha, aludiendo a valores y estrategias compartidas, a trasvases de votantes y a llamamientos a unificar fuerzas electorales que se consideraban muy afines. Y no es menos cierto, en tercer lugar, que la, en mi opinión equivocada, estrategia final de la campaña socialista, de señalarlos reiteradamente de adversarios, los ha situado como la fuerza política favorita del electorado que en estas Elecciones (como en casi todas) ha votado con más animo de estar “contra” algo que a favor de algo.
Tres ejes fundamentales que contextualizan, en mi opinión, el momento político en el que se ha desarrollado la precampaña, la campaña y el resultado de las elecciones andaluzas. Y considero que debemos tenerlos en cuenta a la hora de extraer conclusiones políticas para el futuro. No hacerlo sería hacer trampas al solitario y la sociedad está harta de ello.
Tanto PP como Ciudadanos, en segundo lugar, han contribuido a normalizar el partido político de la extrema derecha, aludiendo a valores y estrategias compartidas, a trasvases de votantes y a llamamientos a unificar fuerzas electorales que se consideraban muy afines
En clave exclusivamente andaluza, pienso que el titulo de estas reflexiones, que ahora retomo, es definitorio, la derecha (su suma electoral) ha ganado porque la izquierda ha decepcionado. Me referiré en este artículo sólo a mi partido, al PSOE. Y lo haré en términos muy genéricos, porque, como he señalado, queda bastante camino por recorrer y hay que ir paso a paso, y yo, como el resto.
Una primera decepción “global”, que arrastra la social-democracia desde la caída del muro de Berlín, y es que no termina de adaptar su discurso y sus políticas, así como sus estrategias, a la nueva realidad del capitalismo global triunfante. Nos afecta a todas y todos, también en España y Andalucía, mucha gente no percibe razones diferenciadoras para votar o seguir votando opciones socialistas.
Una segunda decepción, de la que he alertado en alguna ocasión, la tibieza exhibida por bastantes socialistas a la hora de defender y “poner en valor” como algo positivo, la labor del gobierno socialista de España surgido tras la moción de censura a Rajoy y al PP. En los aspectos ideológicos y programáticos, acordando con la otra fuerza política de la izquierda, más las fuerzas sindicales, unas medidas políticas, sociales y presupuestarias de gran calado, que apenas han sido “amplificadas” en muchos territorios, como si no existieran, y cómo si no formaran parte de nuestro proyecto para España, nuestro programa político y nuestras señas de identidad. En lo referente al modelo de Estado, propiciando un nuevo clima para destensar lo que estaba tenso, sin por ello ceder en lo fundamental, pero dando carta de naturaleza a las razones de la otra parte, para entablar un diálogo democrático. Comprensible la estrategia de las derechas políticas y mediáticas frente a ese intento. Incomprensible, además de desleal, la connivencia o el silencio de muchos socialistas, no sintiendo ni asumiendo como propias, la necesidad y conveniencia de las acciones emprendidas (que en absoluto han supuesto ni suponen cesiones, como la realidad se encarga de acreditar cada día). Enlazando con la primera decepción, si ya se le hace difícil a muchos votantes socialistas seguir votando, aun más si aprecian esa falta de “entusiasmo” a la hora de defender la gestión socialista del gobierno del Estado y su contenido político.
Y una tercera decepción, el agotamiento en general. Del mensaje, esa permanente identificación del PSOE con Andalucía, ese indisimulado nacionalismo andaluz sólo explicado porque siempre fue así, sin reconocer ningún error. Del relato político destinado a captar nueva gente, apenas diferente a otros relatos nacionalistas que, sin embargo, se han combatido enérgicamente. De la estrategia, afianzar a “los propios” prestando escasa atención a nuevas realidades y nuevos sectores sociales.
Como he señalado en más de una ocasión, se ha querido estirar hasta el límite, una idea que se agotó en 2012 cuando perdimos (aunque luego “ganamos”), y es que Andalucía es el PSOE. Hasta que la cuerda se ha roto por no dar más de sí. Hay que continuar, como proyecto político, para buscar nuevas cuerdas que nos vuelvan a enlazar con la sociedad. Pero esa reflexión ya será parte de otro artículo