La crispación mata
La crispación política es enemiga de cualquier análisis reposado y razonable sobre la gestión de lo público. La conversión de cualquier dificultad en arma de destrucción masiva hace imposible que ningún responsable público se atreva a admitir el menor error o a permitir que se debata abiertamente y con datos fidedignos sobre su gestión. En tiempos de noticias falsas y manipulación informativa de diseño, orquestada desde oscuras agencias de gestión de redes, los efectos de este fenómeno se multiplican. Se trata de una amenaza grave para la democracia, que puede llegar a convertir a esta en indeseable por inoperante. Quizá este es el objetivo de la ultraderecha que alienta la crispación desde su industria de la comunicación.
La improvisación y los errores forman parte de la normalidad cuando los gobernantes se enfrentan a una situación inédita, extrema y de evolución imprevisible, que pone en máxima tensión todos los resortes de la gestión pública. Se trata, por tanto, más de identificar debilidades para resolverlas que de buscar culpables a los que linchar en la plaza pública de facebook y twitter
Pero además, en tiempos de pandemia, la crispación política provoca sufrimiento y puede llegar a matar. El 7 de agosto, la revista The Lancet publicaba una carta firmada por veinte especialistas en salud pública y epidemiología en la que se reclamaba un análisis objetivo de la gestión de la pandemia en España. El objetivo de dicho análisis sería "identificar áreas donde la Salud Pública y los sistemas de atención social y de salud deben mejorar". Sensatez en estado puro tras un semestre en el que hemos visto descoordinación, desabastecimiento, falta de transparencia, e incoherencia en los procedimientos, fruto de la improvisación.
Dos elementos clave, en mi opinión: El primero, que estos defectos se han dado a todos los niveles de la administración, desde la Unión Europea hasta el menor de los ayuntamientos, pasando por el gobierno central y las comunidades autónomas, con independencia del color de sus responsables; el segundo, que la improvisación y los errores forman parte de la normalidad cuando los gobernantes se enfrentan a una situación inédita, extrema y de evolución imprevisible, que pone en máxima tensión todos los resortes de la gestión pública. Se trata, por tanto, más de identificar debilidades para resolverlas que de buscar culpables a los que linchar en la plaza pública de facebook y twitter.
En Granada, particularmente, han fallado cosas importantes: el ayuntamiento prometió a las asociaciones de vecinos un apoyo que nunca llegó para el reparto de alimentos a las familias más desprotegidas, se recortó el transporte público creando problemas en la movilidad de trabajadores de servicios esenciales, ha faltado policía local para poner orden en espacios públicos
Como es evidente, este es un ejercicio imposible en el contexto de crispación actual. Parecemos condenados a afrontar la segunda ola del COVID renunciando tanto al necesario análisis de los errores cometidos en la primera, como a su reparación. Por eso la crispación nos puede matar, porque inhabilita al sistema político para extraer enseñanzas y proponer soluciones en una situación en la que nos jugamos la vida. La casa se quema y estamos en manos de unos padres que no se hablan, más interesados en culparse entre sí que en apagar el fuego.
En cualquiera de nuestros municipios, necesitamos un análisis sosegado y no partidista sobre la gestión del COVID: las medidas tomadas en centros educativos, deportivos o sociales municipales, el apoyo recibido por los distintos actores económicos, la atención a la emergencia social de las familias más pobres, el funcionamiento del transporte público o la limpieza durante la pandemia, el papel de la policía municipal en el cumplimiento de las medidas de distancia social... En Granada, particularmente, han fallado cosas importantes: el ayuntamiento prometió a las asociaciones de vecinos un apoyo que nunca llegó para el reparto de alimentos a las familias más desprotegidas, se recortó el transporte público creando problemas en la movilidad de trabajadores de servicios esenciales, ha faltado policía local para poner orden en espacios públicos donde se incumplían flagrantemente las normas de distanciamiento y es evidente el descalabro del comercio local, con decenas si no cientos de negocios que han echado el cierre. Subrayo que no se trata de criticar al gobierno local ante una situación jamás vista, pero es tanto lo que se puede mejorar que duele ver cómo nos sumergimos en la segunda ola renunciando a hacerlo. Porque el hecho es que la institución municipal no ha estado a la altura cuando más la necesitábamos los granadinos.
Urge un pacto solemne entre las fuerzas políticas para renunciar al uso propagandístico de la gestión del COVID (tanto para ponerse medallas como para tirar por tierra a los responsables). Un pacto como condición previa para el análisis exhaustivo de la gestión del COVID
Urge un pacto solemne entre las fuerzas políticas para renunciar al uso propagandístico de la gestión del COVID (tanto para ponerse medallas como para tirar por tierra a los responsables). Un pacto como condición previa para el análisis exhaustivo de la gestión del COVID, la identificación de fortalezas y debilidades y centrado en proponer medidas para un futuro cada vez más próximo. Con el compromiso de plena transparencia por parte de los distintos gobiernos, para que todos los grupos dispongan de todos los datos y con el adecuado asesoramiento experto. Y quizá con un elemento añadido: auditado por una comisión ciudadana independiente (quizá incluso elegida por sorteo), con el mandato de evaluar desde un punto de vista ético hasta qué punto los representantes públicos se han dedicado a aportar soluciones o a buscar errores como una oportunidad de machacar al contrario. Para que estas actitudes partidistas tengan un coste cuando nos estamos jugando la vida.
Los líderes buscan soluciones, los mediocres buscan culpables. Es hora de separar el grano de la paja ¿Empezamos por Granada?