Contradicciones no tan normales
Afloran y se reavivan viejas contradicciones españolas en estos tiempos de nueva normalidad. Que no se diga que el eterno espíritu contradictorio nacional ha decaído con la pandemia. Es más, no sólo se mantiene fuerte, sino que ha ganado en intensidad la innata capacidad celtibérica de pedir una cosa y su contraria. De reclamar blanco y negro a la vez, sin inmutarse. El virus no ha podido con ello. Fiscalidad y laicidad, como casi siempre, son las estrellas, lo cual no es de extrañar, pues el bolsillo, propio o ajeno, se presta a este juego de la contradicción, y no digamos los sentimientos y creencias personales, siempre prestos a ponerse por encima de la Constitución y las leyes.
Decir que la reforma o reformas fiscales próximas son por definición una atrocidad y un castigo, sin dejar de reclamar más ingresos es simple y llanamente una felonía, pues además de injusto e hipócrita, es imposible. Para gastar, hay que tener y para tener hay que recaudar. Lo contrario es conceptualmente aberrante, además de ser mentira. Aunque sea "muy y mucho español", lo que no es consuelo ninguno
Decir que la reforma o reformas fiscales próximas son por definición una atrocidad y un castigo, sin dejar de reclamar más ingresos es simple y llanamente una felonía, pues además de injusto e hipócrita, es imposible. Para gastar, hay que tener y para tener hay que recaudar. Lo contrario es conceptualmente aberrante, además de ser mentira. Aunque sea "muy y mucho español", lo que no es consuelo ninguno.
Y ha de quedar manifiestamente diferenciada de la celebración oficial o de Estado, que tiene fecha y formato prefijado, en la que, de manera oficial, sin obligaciones ni forzamientos, el Estado español honrará a las víctimas
También pareciera que, por fin, en nuestro país, habíamos comprendido que eso de la separación Iglesia-Estado, el carácter aconfesional del Estado, y conceptos como la libertad religiosa y de pensamiento y la no intromisión de ninguna confesión en la vida pública, no sólo eran ideas correctas y respetables, además de leyes vigentes, sino que conformaban un imaginario colectivo de tolerancia, respeto y pluralidad, que todas y todos, más o menos, asumíamos. Sin embargo, pese a que prácticamente nadie contradice esas afirmaciones, ha vuelto a aparecer el nacional quejido ante la falta de presencia institucional del máximo nivel, en una celebración claramente (y respetablemente) religiosa, en recuerdo de las víctimas de la pandemia. Esa en concreto y cientos más de ellas se podrán celebrar en tiempo y forma, para que asista quien buenamente quiera. Es la concepción religiosa personal e intransferible de cada ciudadano o ciudadana.
Y ha de quedar manifiestamente diferenciada de la celebración oficial o de Estado, que tiene fecha y formato prefijado, en la que, de manera oficial, sin obligaciones ni forzamientos, el Estado español honrará a las víctimas.
La verdad es que es bien fácil de entender, de comprender y de diferenciar los conceptos. Es legítimo no compartirlos, es decir, es legítimo pensar que subir impuestos es malo y que la religión y las creencias religiosas han de ser oficiales. Posiciones que con la Constitución en la mano resulta fácil desbaratar dialécticamente. Pero pensar que se necesitan más recursos y que los impuestos no han de subirse es una contradicción y como tal ha de calificarse y combatirse. Y considerar que la religión forma parte de la individualidad intransferible de cada persona, pero criticar a las instituciones por ausentarse de una celebración religiosa es otra contradicción que merece la misma respuesta. Con la nueva normalidad, con la antigua y con la que haya de venir.