Cintura política y ajuste de cuentas
Tener lo que se llama cintura política no es obligatorio, pero si algún actor político (con histortia o sin ella, o sea, viejo o nuevo) pretende introducirse en la dialéctica o el debate político al amparo de expresiones dirigidas al adversario (cuando toca, otras veces es el aliado natural y eterno), como las siguientes: casta, traidor, vendido al capital, manos manchadas de sangre, de cal o de dinero, arribista, imperialista o socialdemocráta¡¡, más vale que esté dispuesto a admitir, siquiera sea dialécticamente, que el así llamado o calificado, le pueda (eso sí, con todo respeto) denominar de alguna de estas maneras: chaquetero, insolvente, indefinido, poco de fiar o escasamente capacitado para saber transitar del estado de bondad universal al estado, menos bucólico, de administrar recursos escasos para una población que los demanda sin cesar. Obsérvese que el calibre de los calificativos del primer bloque es mucho más grueso que el del segundo bloque. Y sin embargo, aqui estamos algunos hartos de soportar vendavales de epítetos del primer bloque, con la cabeza alta y la sonrisa franca, mientras abundan sobremanera quienes al primer "pescozón" del segundo bloque lloran desconsolados por el maltrato, la manipulación y la injusticia que supone que la totalidad del género humano no se levante furibunda a defender a los así calificados. Curiosa manera de demostrar que se aceptan las reglas del juego democrático, la primera de las cuales ha de ser aceptar el intercambio dialéctico que permite al espectador del mismo, discernir, con conocimiento de causa, de que lado se inclina la razón y de cual, la sinrazón o el desacierto.
Por tanto, y no solo ni mucho menos porque estemos en campaña electoral, sino en aras al noble intercambio dialéctico de opiniones, democrático, respetuoso y educado, pero no exento de la carga diferencial que simplemente permite distinguir una posición de la contraria, convendría que estableciéramos un pacto mediante el cual quien ataca o descalifica al adversario político, esté dispuesto a admitir y asumir que dicho adversario,en aras a restablecer el equilibrio dialéctico, le pueda replicar, con dureza o con ironía. Más que nada para que la ciudadanía pueda calibrar, motivadamente, las razones de cada cual. Y en base a ello, pueda expresar libremente su opinión, sin temor a quedar encuadrado en el bloque de calificativos.
De lo contrario, corremos el riesgo de convertir nuestra democracia en un muestrario de mercadotecnia, tan sólo sujeto a la habilidad del vendedor, sin posibilidad de que nadie cuestione las virtudes del producto, so pena de convertir a quien se atreva a cuestionarlo en el enemigo público número 1. Mal camino llevaríamos ya por ese solo hecho. Y peor camino, si además, los más fieles seguidores de la nueva doctrina, están guiados por la muy española costumbre del "ajuste de cuentas", en este caso referido a las opciones políticas de donde provienen dichos adalides, y que ahora, henchidos del nuevo espíritu, caen en la cuenta de lo equivocados que estaban antes, y del inmenso acierto en el que se encuentran ahora. Ganemos en perspectiva a la hora de analizar estas cuestiones y no caigamos en frivolizar las mismas. Podemos estar en la antesala del "Gran hermano", eso si, aparentemente edulcorada por el hecho, que cada vez menos gente se cree, de que, en realidad, tan sólo se trata de "unos buenos chicos" que cargados de buenas intenciones, quieren cambiar el estado de cosas actual, y que ingenuamente, no están dispuestos a que se les critique.