Chocolate y aceite de palma
Hubo un tiempo en que la onza de chocolate era el bien más preciado de nuestras tardes de merienda. Nos la daba nuestra madre con una enorme moña de pan y con un consejo para la comida fuera efectiva y tu estómago pudiera aguantar hasta la hora de la cena.
- Le das ‘bocaos’ pequeños al chocolate y grandes al pan.
Y es que si lo hacías al revés, que es lo que nuestras madres temían, te quedabas sin merienda a los veinte segundos y entonces no tenía efectividad la manduca: una vez comido el chocolate, tirabas el pan. Eso sí, antes había que darle un beso.
La onza de chocolate era además el medidor exacto del poderío económico de las familias. Lo normal es que casi todos lleváramos piezas de aquellas duras y terrosas con un sospechoso sabor a algo mezclado con cacao. Y más duro que la madre que lo parió. Pero había niños con padres más pudientes que sacaban de sus casas onzas de chocolate con ¡leche y almendras! Los muy hijos putas se ponían delante de los que llevábamos una mísera onza terrosa y se regodeaban dando lametones a sus piezas para que todos supiéramos la suerte que tenían.
Eran esos tiempos en los que había tanta necesidad que si alguien nos hubiera dicho que el abuso del chocolate era algo inconveniente para la salud porque era un producto que engordaba, le hubiéramos dado una soberana paliza por decir chorradas.
Dos sucedidos recientes han hecho que me acuerde a estas alturas de mi vida de las ‘merendicas’ de mi niñez. El primero ha sido esa campaña que en estos días se lleva a cabo contra el aceite de palma. Ahora resulta que este aceite, que está presente en gran parte de los alimentos infantiles (galletas, productos de bollería, pan, cereales, pizzas, helados, salsas, patatas fritas, snacks, cremas de cacao, platos preparados...), es cancerígeno y es una grasa saturada muy perjudicial para la salud. Si en aquellos años de los que hablo alguien nos hubieran dicho que las galletas María, las de Fontaneda, no las podíamos comer porque utilizaban aceite de palma, le habríamos dicho de gilipollas para arriba. Pero ahora las cosas han cambiado y muchas madres miran la etiqueta antes de comprar un producto para las merendicas de sus hijos, por si llevan aceite de palma. Evidentemente han cambiado los tiempos y las necesidades.
El otro hecho que me ha llevado a los recuerdos de mi niñez sucedió la otra noche. Salía de un bar e iba a mi casa para acostarme. Eran aproximadamente las doce de la noche e iba solo. Al volver una esquina se me acercó un joven con pinta de colgao de la vida y casi en un susurro me dijo:
- ¿Quieres chocolate?
- ¿Lo llevas de leche con almendras? -le pregunté yo.