'Borgen' y una celtibérica virtud
Quizá una de las razones del gran éxito de la serie televisiva danesa Borgen en España, además de una más que adecuada interpretación de varios personajes y de una nada desdeñable “naturalización” de la política (al fin y al cabo, la política es una obra humana, con los defectos y virtudes de toda obra humana), sea que los hechos (ficticios o no tanto) suceden bien lejos de aquí. Por tanto, desde aquí hemos observado y analizado que los pactos en política que incluso suponen que pueda gobernar una fuerza minoritaria, que los acuerdos parlamentarios a varias bandas con fuerzas antagónicas, o que incluso el hecho de que las coaliciones gubernamentales más insospechadas tengan cierto éxito, es algo que sucede o puede suceder bien lejos de España. Y que además, lo hace en la ficción televisiva, por más que ésta sea exportable y trasladable, a ciertas realidades, añoradas o deseadas.
Qué maravilla que todo eso ocurra en Dinamarca, a casi 3.000 kilómetros de aquí. Se podría añadir, con alivio, que parece una distancia insalvable para que algo se nos pegue
Quien más, quien menos, hemos alabado la realidad política danesa, que la serie retrata. Un parlamento plural que exige para la formación de gobierno el concurso de más de dos fuerzas políticas. Una dinámica parlamentaria que permite variantes múltiples a la hora de la aprobación de las leyes. Fuerzas políticas, estando o no en el Gobierno, que votan a favor o en contra de según qué propuestas de este Gobierno, sin que ello suponga, no ya ruptura del mismo, sino ni tan siquiera rasguño. Grupos políticos que se forman de la escisión de otros grupos y se incorporan con total normalidad a la vida parlamentaria. Recurso al adelanto electoral en función de las circunstancias objetivas y, por supuesto, en función de los intereses y expectativas electorales de quienes pueden provocar dicho adelanto. En Dinamarca, los partidos políticos sí pueden tener intereses electorales. Se diría que las y los españoles, del signo político que sea, que hemos seguido la serie, hemos sentido sana envidia de tan gratificantes y estimulantes prácticas democráticas. El súmmun del pluralismo, del debate, de la democracia en estado puro, de la política, en definitiva. Qué maravilla que todo eso ocurra en Dinamarca, a casi 3.000 kilómetros de aquí. Se podría añadir, con alivio, que parece una distancia insalvable para que algo se nos pegue.
Lo que allí es el no va más del pluralismo y la democracia, aquí es aferrarse al poder a cualquier precio. Precio que incluye, faltaría más, la venta en pedazos de la nación
Y, sin embargo, y al margen el contexto en que se desarrollan los acontecimientos, apostaría a que muchos ciudadanos y ciudadanos de Dinamarca, observan en parecidos términos lo que aquí está ocurriendo. Cierto que ellas y ellos seguirían calificando la situación de “pluralismo parlamentario”, aunque en España haya quien la califica de “fraccionamiento”, incluso de “ingobernabilidad”. En Dinamarca seguirían valorando positivamente la existencia de varias variables parlamentarias para obtener mayorías, aunque percibieran con sorpresa que aquí hay quien habla de “trapicheos”, “bajadas o subidas de pantalones” y otras sandeces. Allí seguirían viendo con normalidad determinados cambios de opinión y de voto de las fuerzas políticas, en función de qué se esté votando, mientras aquí atronarían voces de “traición”, “compadreo”, “compraventa”, cuando no directamente “riesgo de desintegración nacional” o “efecto llamada al comunismo bolivariano (y por supuesto, internacionalista)”. Lo que allí es el no va más del pluralismo y la democracia, aquí es aferrarse al poder a cualquier precio. Precio que incluye, faltaría más, la venta en pedazos de la nación.
Algo ocurre, es evidente. Y sólo pueden ser dos cosas. O bien en España nos fijamos, sólo y exclusivamente, en quienes son los actores que protagonizan los papeles principales, y en función de quienes sean éstos, abrimos el tarro de las esencias o el tarro de las difamaciones, sin más debate ni más análisis. Lo que sin duda, causará sorpresas en nuestros espectadores de Dinamarca. O bien en España sigue existiendo la celtibérica virtud, tan consustancial a nuestra historia, de llorar la pérdida cuando aún no hemos iniciado la búsqueda. Y lo peor de todo es que para una parte de nuestra gente, ¡ni falta que hace buscar!, si podemos ver en la tele la serie Borgen.