Capítulo XVII: 'Érase una vez en el Parque Nueva Granada'
Me crié en el Parque Nueva Granada, una urbanización de la Zona Norte de la capital nazarí, convertida en un pequeño barrio al cabo de los años. La mayor parte de mi infancia transcurrió allí, en las afueras de la antigua Granada, a medio camino entre el campo y la ciudad.
El Parque, cuya primera fase fue construida por el magnate inmobiliario Nicolás Osuna a finales de los setenta, se encuentra limitado al sur por la Casería de Montijo, al oeste por la carretera de Alfacar, al norte por el término municipal de Jun y al este por la carretera de Víznar y el barranco de San Jerónimo, en cuyo interior agoniza el triste río Beiro, hermano desheredado del Genil y del Darro
El Parque, cuya primera fase fue construida por el magnate inmobiliario Nicolás Osuna a finales de los setenta, se encuentra limitado al sur por la Casería de Montijo, al oeste por la carretera de Alfacar, al norte por el término municipal de Jun y al este por la carretera de Víznar y el barranco de San Jerónimo, en cuyo interior agoniza el triste río Beiro, hermano desheredado del Genil y del Darro. Levantado en terrenos del pago de Cújar, sobre los que llegó a existir una importante alquería andalusí, Nueva Granada surgió en la Transición como un barrio de jóvenes parejas de clase trabajadora, provenientes muchas de ellas de las cercanas localidades de Alfacar, Víznar o Jun.
El lugar tiene un aire especial, distinto al del resto de Granada, un aroma de pueblo racionalista que se corresponde con la distribución de sus edificios, calles y placetas, girando todo en torno de la plaza central, presidida por la iglesia de San Juan Bautista, un templo gestionado por los padres trinitarios, la orden religiosa que liberó a Miguel de Cervantes de su cautiverio en Argel. La urbanización inicial se divide en diferentes conjuntos de bloques, de cuatro plantas, ubicados alrededor de sus respectivas placetas y pintados cada uno de ellos con franjas de distintos colores, tan característicos que los identifican ante los demás vecinos del Parque: los Amarillos, los Rojos, los Azules, los Verdes… (la posterior expansión del barrio incorporó otro tipo de edificaciones, alejadas del estilo arquitectónico y estético de las tres primeras fases).
Nueva Granada nació en una época de cambio y de esperanza, tras la muerte de un dictador feroz y el establecimiento de una democracia manifiestamente mejorable, habitado por los nuevos españoles que querían hacerse europeos y superar así los traumas y miserias del franquismo
Nueva Granada nació en una época de cambio y de esperanza, tras la muerte de un dictador feroz y el establecimiento de una democracia manifiestamente mejorable, habitado por los nuevos españoles que querían hacerse europeos y superar así los traumas y miserias del franquismo. La vida diaria en el Parque, tranquila y sosegada, contrastaba con el ajetreo sufrido por los residentes de los contiguos Polígono de Cartuja y Almanjáyar, golpeados sin piedad por un fenómeno entonces novedoso, que enterró la amenaza contestataria de ambas barriadas, aniquilando físicamente a una generación: el tráfico y consumo de estupefacientes a gran escala.
A pesar de su personalidad propia con respecto a la ciudad de la Alhambra, Nueva Granada se parecía bastante al momento político y social en el que se construyó, la España del 78: un paisaje aparentemente idílico, tras el que se escondía una realidad tramposa. Sin embargo, yo fui feliz en aquel espejismo, sigo añorando la esencia de sus calles y echando de menos a algunos de sus habitantes, incluyendo a viejos amigos a los que la historia se tragó para siempre.
En las proximidades del Parque resistía un edificio singular, el cortijo de la Campana, una casería semiderruida y cochambrosa en la que se criaban animales (y se vendían otro tipo de sustancias, según contaban las malas lenguas). El cortijo, en cuyo patio se celebraban antaño novilladas y otros festejos taurinos, había sido la residencia de los dueños de una finca que terminaba en el puente de Cartuja, enfrente de las actuales oficinas de la Dirección General de Tráfico. Junto a la casería, otro de cuyos propietarios fue un alcalde decimonónico, se encontraba un estanque, vacío de agua y relleno de escombros, quizás vestigio de las naumaquias a las que era tan aficionada la aristocracia musulmana del reino de Granada (como los que aparecieron en el Camino de Ronda, con motivo de las obras del metro y que hoy se pueden contemplar en la estación del Alcázar Genil).
A la vera de la Campana, bajo la sombra de la chimenea de la Azulejera Granadina, entre trastada y trastada, el tiempo pasaba volando, mientras la tarde moría detrás de los picos de Sierra Elvira, iluminando el perfil del volcán que nunca existió.
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- Capítulo I. 'En un bar, a orillas de la acequia Gorda'
- Capítulo II: 'Aquella niña de la Quinta'
- Capítulo III: Un indiano sin palmera
- Capítulo IV: Pavesas de la guerra civil en el Carmen de los Mínimos
- Capítulo V: Entre paratas y chumberas
- Capítulo VI: 'Estampas del abuelo perdido'
- Capítulo VII: 'El crimen de una noche de verano'
- Capítulo VIII: 'Bajo la sombra del patriarca alpujarreño'
- Capítulo IX: 'Un granadino en la Quinta del Biberón'
- Capítulo X: 'Días de cine y baile en la feria de Colomera'
- Capítulo XI: La frontera de la Parrilla
- Capítulo XII: 'Mamaíta'
- Capítulo XIII: 'Escenas zaidineras'
- Capítulo XIV: 'La máscara del verdugo del Albayzín'
- Capítulo XV: 'Los Archilla que cruzaron el charco'
- Capítulo XVI: 'Semilla francesa'