Capítulo XI: La frontera de la Parrilla
Desde antaño, al menos desde hace siglo y medio, se conoce como la Parrilla a la manzana de casas de vecinos ubicada entre la cuesta de Escoriaza, las Vistillas de los Ángeles, el actual paseo de las Palmas y el Barranco del Abogado
Desde antaño, al menos desde hace siglo y medio, se conoce como la Parrilla a la manzana de casas de vecinos ubicada entre la cuesta de Escoriaza, las Vistillas de los Ángeles, el actual paseo de las Palmas y el Barranco del Abogado. Un enclave demasiado pequeño para alcanzar la categoría de barrio, pero con una personalidad distinta a la de las barriadas limítrofes del Realejo, la Quinta Alegre, la carretera de la Sierra o el propio Barranco. Sus orgullosos habitantes siempre han reivindicado la independencia del lugar y su no pertenencia a ningún otro arrabal de la zona. En definitiva, su condición simbólica de “república soberana”, frente a los poderosos “imperios” colindantes.
Por la Parrilla pasó en 1492 la comitiva vencida de Boabdil (Muhammad XI), el último sultán nazarí de Granada, que bajó de la Alhambra por el despeñadero del Barranco del Abogado, en retirada hacia su corto exilio en la Alpujarra almeriense. En esos días de cambio de época, los victoriosos Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, subieron por la contigua cuesta de los Molinos, a tomar posesión de los palacios de la Sabika, culminando la Reconquista e inaugurando una etapa de decadencia en la que había sido una de las principales capitales económicas y culturales del Islam.
El oasis de la Parrilla, surcado por las caudalosas aguas de la Acequia Gorda, fue uno de los escenarios de las correrías y travesuras del niño y adolescente Ángel Ganivet, criado en el cercano Molino de la Sagra, propiedad de su familia. En su relato “Una derrota de los greñudos”, publicado póstumamente en 1899, tras su suicidio el año anterior, el escritor y diplomático se refiere al ventorrillo del tío Grajo, un establecimiento, sito junto a la derribada Puerta de los Molinos, en el que paraban los arrieros que traían a la ciudad los productos agrícolas de los campos de la ribera del Genil. La Parrilla tenía un fielato de consumos, a través del que se controlaban las mercancías rurales que entraban en el municipio granadino por la Ribera de los Molinos, luego renombrada como Camino Viejo de Cenes y hoy denominada paseo de las Palmas (la caseta de los consumeros se mantuvo en pie hasta la pasada década de los sesenta).
También a finales del siglo XIX y principios del XX, la Parrilla llamó la atención de la prensa por los numerosos sucesos luctuosos que ocurrían en sus alrededores, provocados en su inmensa mayoría por la existencia de un ventorrillo, puede que aquel del tío Grajo mencionado por Ganivet
También a finales del siglo XIX y principios del XX, la Parrilla llamó la atención de la prensa por los numerosos sucesos luctuosos que ocurrían en sus alrededores, provocados en su inmensa mayoría por la existencia de un ventorrillo, puede que aquel del tío Grajo mencionado por Ganivet. Las borracheras de los clientes del tugurio terminaban mal en algunas ocasiones, originando una suerte de leyenda negra sobre el lugar, convertido en sinónimo de violencia para la opinión pública burguesa (El Defensor, diario liberal por excelencia de la Granada de la Restauración, que se comprometería después con el proyecto modernizador de la Segunda República, llamaba a las autoridades, en 1907, a limpiar el sitio de “vagos y gente maleante”).
Curiosamente, en diciembre de ese mismo 1907, se puso en marcha la línea del tranvía que conectaba el paseo de la Bomba con la colina de la Alhambra, la mítica Cremallera, clausurando a su vez la etapa negra de la Parrilla. Para ello, el industrial Nicolás de Escoriaza, dueño de la compañía Tranvías Eléctricos de Granada, urbanizó la antiquísima huerta mora de la Zafanía (o de la Estefanía), creando una nueva calle, bautizada en su honor como la cuesta de Escoriaza. La ciudad burguesa estaba en su apogeo.
La Parrilla tampoco fue ajena a la industrialización. En su entorno más inmediato se establecieron fábricas como la harinera de San Lorenzo, situada al comienzo del Camino Viejo de Cenes, que posteriormente se dedicaría a la producción de alpargatas, bajo la marca Alhambra; o la de las Palmas, dedicada primero a los tejidos y después también a la elaboración de harina. En el solar de la factoría de las Palmas se instaló en 1915 la Comandancia provincial de la Guardia Civil, aprovechando el viejo edificio fabril de cuatro plantas para albergar la casa-cuartel del Instituto Armado (el caserón existía en 1854, cuando lo captó el fotógrafo galés Charles Clifford, en una perspectiva tomada desde las Vistillas de los Ángeles).
La antigua fábrica se transformó, a marchas forzadas, en un centro de tortura y exterminio, para sorpresa y disgusto de los vecinos del lugar
El 20 de julio de 1936 la guarnición granadina se alzaba en armas contra el legítimo gobierno de la República. Al no sumarse al golpe, el teniente coronel Fernando Vidal Pagán sería detenido y depuesto como comandante de la Benemérita. Su subordinado, el capitán Mariano Pelayo Navarro, se apoderó del cuartel de las Palmas e implicó activamente a la Guardia Civil en la sublevación. La antigua fábrica se transformó, a marchas forzadas, en un centro de tortura y exterminio, para sorpresa y disgusto de los vecinos del lugar.
En la larga noche de la dictadura franquista, la Parrilla volvió a convertirse en frontera, en una imaginaria tierra de nadie, en medio de vencedores y vencidos. Enfrente, la Comandancia de las Palmas, el foco de la represión fascista. A sus espaldas, el Barranco del Abogado, baluarte y refugio de guerrilleros, resistentes y contestatarios.
En una ocasión, ante un chato de vino (en la tienda se servían bebidas), un compungido guardia civil confesó a mi bisabuelo que le había arrancado las uñas a un detenido. Este, un hombre conservador que apoyó el alzamiento, no pudo contener las lágrimas, horrorizado por los detalles de la barbarie.
La tienda de la Parrilla, un negocio modesto y esclavo que perteneció a los míos durante más de media centuria, marcó para siempre el destino del hijo del indiano, el abuelo Salvador Labrac López (1921-2003). En el colmado trabajó desde pequeño, ayudando a su padre, que nunca tuvo empleados por cuenta ajena. Allí se jubiló, sobre 1986, cuando yo era un bebé. Es posible que atendiendo el mostrador conociera a Pepita, mi abuela, Josefa Archilla Martín (1922-2005), una modista del Monte Sedeño, que tenía que pasar a diario por delante del local, camino del taller de costura (o del centro, cuando le tocaba ayudar a su madre en la venta de leche).
El sol de la Parrilla iluminó los domingos de mi infancia. La familia se reunía para comer en el hogar de los abuelos, que residían en el mismo inmueble de la tienda. Mientras Pepa preparaba el almuerzo, Salvador me llevaba de paseo por los alrededores
El sol de la Parrilla iluminó los domingos de mi infancia. La familia se reunía para comer en el hogar de los abuelos, que residían en el mismo inmueble de la tienda. Mientras Pepa preparaba el almuerzo, Salvador me llevaba de paseo por los alrededores.
Una mañana entramos, a hurtadillas, en el Molino de los Ganivet, que entonces se caía a pedazos (todavía no había sido rehabilitado por la Diputación). La violencia de la Acequia Gorda me impresionó. El canal de riego era un río bravo e impetuoso, que parecía dispuesto a tragarse el puentecito al que nos asomamos, levantado en la parte trasera del molino, junto al jardín que un día cultivara Lucía González Díez, comisaria política del Quinto Regimiento y compañera del pintor y traductor comunista Paco López Ganivet, sobrino del autor de “Granada la bella”.
El llanto de la acequia, ese rumor del pasado que aún me acompaña, me transporta a aquellos fines de semana de hace tres décadas, demostrando que la Parrilla aún es una frontera, ya que tras sus muros se esconde el paraíso perdido de mi niñez.
- Capítulo I. 'En un bar, a orillas de la acequia Gorda'
- Capítulo II: 'Aquella niña de la Quinta'
- Capítulo III: Un indiano sin palmera
- Capítulo IV: Pavesas de la guerra civil en el Carmen de los Mínimos
- Capítulo V: Entre paratas y chumberas
- Capítulo VI: 'Estampas del abuelo perdido'
- Capítulo VII: 'El crimen de una noche de verano'
- Capítulo VIII: 'Bajo la sombra del patriarca alpujarreño'
- Capítulo IX: 'Un granadino en la Quinta del Biberón'
- Capítulo X: 'Días de cine y baile en la feria de Colomera'