'Algunos discos que se te han podido pasar este invierno'
Una vez más, los discos que comentar se me acumulan. No quiero dejar que pasen muchos meses sin poder mencionarlos al menos, dejando caer mis impresiones mientras aún sean relevantes aunque sea en versión corta. Así pues, hago este pequeño repaso a los álbumes que más me han interesado en los últimos meses y para los que no he tenido tiempo de hacer una reseña completa: desde Nick Cave & Warren Ellis a Sen Senra pasando por Madlib y Miguel de Gemma.
Entonces, un rayo de sol atraviesa los nubarrones que cubren la canción y un eufórico estribillo gospel habla de la llegada inminente del Reino de los Cielos. Si esto representa el autoengaño del cazador respecto a su propia inmortalidad o las esperanzas milenaristas de los que protestan contra la injusticia no está claro, y esa es parte de la belleza
El veterano, prolífico y siempre interesante Nick Cave lanzó a finales de febrero Carnage, su primer álbum desde el aplaudido Ghosteen (2019). Creado en colaboración con Warren Ellis, de su banda de siempre, The Bad Seeds, Carnage es un disco duro pero fascinante. El australiano ahonda en las problemáticas que siempre le han interesado (la violencia, la trascendencia y la espiritualidad, el amor y la locura) con su voz de barítono sobre una instrumentación sencilla, inquietante y repetitiva. Hay de todo: desde el blues insistente y siniestro de “Hand of God”, que combina electrónica y cuerdas, a la preciosa “Albuquerque”, con ese piano tan simple que hipnotiza. Predominan, eso sí, las baladas de belleza austera y severa, como “Balcony Man” o “Shattered Ground”. Esa ternura es un bálsamo después de escuchar canciones como “Old Time”, cuyos persecutorios versos finales (“like the old time/Wherever you are, darling, I'm not that far behind”) dejan una incómoda sensación en el cuerpo. Y aunque “Lavender Fields” sea un poco menos ingeniosa y deje menos poso, la bestialidad que es “White Elephant” compensa de sobra. La primera mitad, con esos sonidos cuasi industriales, remite a las multitudinarias protestas contra el racismo del año pasado en EE.UU. (“A protester kneels on the neck of a statue/The statue says “I can't breathe”/The protester says: “Now you know how it feels”/And he kicks it into the sea”) y crea a un personaje brutal e inmisericorde, el cazador de elefantes, cuyas violentas amenazas (“I'll shoot you in the fucking face if you think of coming around here”) no pueden ocultar su fragilidad ante estas protestas. Entonces, un rayo de sol atraviesa los nubarrones que cubren la canción y un eufórico estribillo gospel habla de la llegada inminente del Reino de los Cielos. Si esto representa el autoengaño del cazador respecto a su propia inmortalidad o las esperanzas milenaristas de los que protestan contra la injusticia no está claro, y esa es parte de la belleza. En resumen: otra gran entrada en una discografía intachable.
Notes with Attachments es el producto de la unión de dos músicos de mucho talento pero poco reconocidos en solitario. Blake Mills ha producido a artistas de la talla de Fiona Apple, Brittany Howard, Laura Marling, Sky Ferreira o Perfume Genius (su magistral trabajo en Set My Heart On Fire Immediately es una de las principales razones por las que fue uno de mis discos favoritos del año pasado). Pino Palladino es uno de los músicos de sesión más valorados de las últimas décadas, y ha tocado el bajo para gente tan diversa como Adele, D'Angelo, Robbie Robertson o Nine Inch Nails. Su colaboración me generó muchísima curiosidad y la verdad es que el disco es interesante. Ocho canciones instrumentales que dibujan figuras fluidas, la mayor parte del tiempo interpretables desde los códigos del jazz (lo edita Impulse!), pero que no se casan con ningún género concreto. Lo mismo alguna línea melódica de “Just Wrong” recuerda a “All Blues” de Miles Davis que “Soundwalk” nos transporta a esas obras maestras de neo-soul en las que Palladino tanto aportó o “Djurkel” evoca la música del África Occidental. Dada la implicación de músicos de la talla de Chris Dave, Rob Moose, Andrew Bird o Sam Gendel, se comprende que el nivel de las interpretaciones sea tan alto. Eso sí, salvo “Ekuté”, las canciones no son de agarrarte por las solapas e impactarte. Gusta más por sus detalles y por la sensación de libertad que transmite. Lo cual sin duda es valioso, pero quizás guste más a músicos que a aficionados a la música en general.
No sé muy bien qué decir del nuevo disco de Julien Baker. La cantautora de Tennessee obtuvo críticas excelentes por su segundo LP, Turn Out the Lights (2017), como también las recibió el EP que lanzó con sus colegas Lucy Dacus y Phoebe Bridgers, boygenius (2018). Resulta que Little Oblivions, su tercer disco en solitario, no suena demasiado parecido a ninguno de ellos (confieso no haber oído el primero, pero mi amor por Bridgers me ha hecho acercarme a boygenius y me parece un trabajo muy sólido). Ni el minimalismo folk que aplaudieron los críticos en el primero, ni las bellas armonías vocales que jalonan el segundo: lo que encontramos aquí son canciones con estribillos no muy inspirados, arreglos poco imaginativos (la batería suena igual siempre que aparece, y no suena demasiado bien: amortiguada y falta de brío) y letras tristísimas. Esto último lo digo en sentido descriptivo: las letras son buenas, pero reflejan un estado de ánimo desolado. Parece ser que Baker tuvo una recaída en sus adicciones que la ha llevado a un lugar francamente oscuro. Personalmente, me resulta demasiado duro escuchar sus devastadoras críticas a sí misma, y más cuando después de escuchar el disco cuatro o cinco veces solo me han dejado alguna huella un par de canciones (la sencillez de “Song in E Minor”, acompañada únicamente de piano, merece especial elogio). Quizás guste a los muy fans del indie rock confesional, pero que conste: es una escucha difícil.
Apenas tres meses después de lanzar EP!, el cual ya comenté en su momento, una de las figuras más innovadoras y activas del hip hop alternativo, JPEGMAFIA, nos trae otro trabajo en formato corto. El título, claro, es EP2!. El sonido, eso sí, es muy diferente: su vena creativa más inspirada en el R&B, que ya mostró en “Jesus Forgive Me I'm A Thot” o “BasicBitchTearGas” (una versión de la mítica “No Scrubs” de TLC), se explota aquí a conciencia. Estribillos dulces y arreglos ricos protagonizados por suaves órganos y cuerdas sintéticas (destaca en esta línea “FIX URSELF!”) contrastan con letras más agresivas que nunca, dirigidas al parecer a rivales en el mundo del hip hop y, especialmente, a peces gordos de la industria. El de Baltimore no se corta y amenaza de forma directa con disparar a estas figuras que controlan lo que ocurre entre bambalinas, a las que recrimina su hipocresía (“When you see me, better say it with your chest and you better have a vest 'cause I don't waste rounds”, canta en “THIS ONES FOR US!”). En conjunto, me parece un trabajo más redondo que el EP del año pasado, y sin duda en el aspecto musical esta faceta melódica es accesible a más tipos de público. Peggy sigue sorprendiendo para bien, y eso no hace sino aumentar mis ganas de escuchar un nuevo trabajo en largo.
Curioso proyecto este, otra colaboración inesperada: el legendario productor Madlib ha dejado que su amigo Kieran Hebden (más conocido como Four Tet) se sumerja en sus archivos de samples y recomponga las dieciséis pistas que componen este Sound Ancestors. La extraordinaria capacidad del DJ y productor californiano para encontrar sonidos alucinantes de todos los géneros y conectarlos de forma que se generen loops, collages y otras estructuras no lineales se muestra aquí a la perfección, especialmente en el primer tercio del álbum. La naturaleza exacta del rol de Hebden no está clara, y eso añade interés a la escucha. Intentar delimitar las aportaciones de cada uno resulta imposible, pero es entretenido. La peculiar combinación de “One For Quartabê / Right Now”, con sus samples de voz, ese loop de teclados que suenan casi amateur, la potente batería y la recurrente y desconcertante melodía de clarinete, más esa curiosa transición a un pasaje de sensual soul, es un buen ejemplo de lo que hace interesante este disco. Otras veces las ideas que se despliegan resultan un poco extrañas: la transición entre las dos mitades de “Two for 2 – For Dilla” no es del todo fluida, y la guitarra española de “Latino Negro” suena tan bajita que la percusión se la traga al principio, y luego toda la mezcla se vuelve casi imperceptible durante unos segundos, hasta que al final la canción aburre un poco. Pero “Road of the Lonely Ones” y “Loose Goose”, por citar dos ejemplos muy diferentes entre sí, son tan buenas como cualquiera de sus clásicos. A quien le guste el trabajo de Madlib, o en general la música instrumental, debería darle una oportunidad.
El segundo LP del saxofonista granadino Miguel de Gemma se titula escuetamente 2. Se trata de un compendio de canciones que exploran los distintos estilos canónicos de jazz, con una energía creativa que recuerda a los esfuerzos por dar una nueva actualidad al género desde la indagación en sus raíces de gente como Nubya García. De hecho, “Entrando en los cielos”, la dinámica primera canción, tiene cosas que recuerdan a “Pace”, la introducción del excelente Source, el debut de la londinense, del año pasado (aunque me consta que 2 estaba terminado cuando salió aquel). Sin duda lo más interesante del álbum es ese cuadríptico sobre el maltrato titulado “Suite de la Deshonra Humana”, que trasluce una tendencia a la interrogación espiritual a través de la música que entronca a Miguel con su admirado Coltrane. En estas composiciones, especialmente en la vibrante y mutante “Maltrato animal”, es donde más se acerca a la épica de “Tesla” o la “Suite del Arcano sin nombre”, de su anterior trabajo, Arcanos (2017). Sin duda ayuda el excelente nivel de las interpretaciones de la banda que le acompaña. En cambio, temas más tradicionales como “Mystic Blues” tienen menos gancho, y tampoco me termina de convencer esa “Balada de Guerra” donde la voz de Blasa Sáez entona unos versos de un antepasado de Miguel. Siento que es en la dualidad entre tensión y liberación de la que habla el texto que acompaña al disco donde mejor se mueve el granadino como compositor e intérprete, pero en cualquier caso 2 es un trabajo que reúne calidad técnica y honestidad artística. Ojalá poder verlo interpretado en vivo pronto (Miguel está tocando los domingos a las 13h en Misifú, para quien quiera pasarse).
Moor Mother es una prestigiosa artista de Philadelphia que se mueve en la frontera entre el hip hop alternativo, el spoken word y la música experimental. billy woods es un misterioso rapero cuyo frenético ritmo de producción (acostumbra a lanzar más de un álbum al año, muchos de ellos colaborativos) impresiona aún más por la consistente calidad de su trabajo. La unión de ambos en un LP, este BRASS que salió a finales de diciembre de 2020, puso en alerta a todo el público del hip hop underground, y desde luego el resultado ha estado a la altura de las expectativas. Sus estilos respectivos se complementan a la perfección: ambos se expresan a través de rimas de contenido abstracto y ejecución precisa, pero la cavernosa y áspera voz de Moor Mother ofrece una alternativa más agresiva al estilo pausado y meditabundo de woods. El contenido político del disco también es uno de sus puntos fuertes más evidentes: la exploración de distintos episodios de la historia del racismo colonial de “Maroons” y “Scary Hours” es fantástica, mientras que “Gang for a Day” combina la crítica a quienes adoptan la estética hip hop por su supuesto carácter de barrio con un relato en primera persona de lo que supone realmente crecer en un barrio marginal. Esta última tiene uno de los beats más potentes y representativos del disco: unas notas de drone con lo que parecen tubas, una batería poderosa que explota a cámara lenta, ruidos que aparecen y desaparecen... un oscuro y asfixiante disparate. A pesar de ello hay momentos cargados de belleza, como la intro cantada por Wolf Weston en “The Blues Remembers Everything The Country Forgot”, el estribillo a cargo de John Forté en “Scary Hours” o el principio de “Giraffe Hunts”. También estribillos sencillos y adictivos, como en “Rapunzal”, “Guinness” y “Tiberius”. Redondean el proyecto unas colaboraciones estelares: ELUCID (compañero de woods en Armand Hammer) aparece por dos veces, Mach-Hommy colabora en la descomunal “Chimney” y Navy Blue hace lo propio en “Portrait”. BRASS parece destinado a ser recordado como un clásico del underground.
El gallego Sen Senra produjo una pequeña revolución en la música española con su primer LP en castellano, Sensaciones (2019). En él condensaba como no se había hecho antes en España un tipo de pop con aura amateur pero de gran factura técnica y que bebía de ese R&B melancólico a lo Frank Ocean que tan influyente ha sido en la última década. Temazos del nivel de “Ya no te hago falta” o “No me sueltes más”, entonados con su distintivo falsete, lo posicionaron rápidamente en un lugar de honor en nuestro pop. Ahora nos trae un EP de 7 canciones y 24 minutos, Corazón cromado, que se expande en varias direcciones al mismo tiempo. “Perfecto” introduce percusión con aires de trap en su modelo ya asentado de balada romántica, mientras que “Wu Wu”, con el colombiano Feid, se acerca (sin mucho éxito, en mi opinión) al pop latino con influencia del reggaetón, caracterizado por sintetizadores etéreos, que bordaron Rosalía y J Balvin. La mejor canción del EP, “Tumbado en el jardín viendo atardecer”, es toda una odisea con varias partes y transiciones alucinantes; podría decirse que es la “Pyramids” de Senra. Las siempre curiosas letras del gallego alcanzan aquí cotas de verdadera belleza que hasta ahora se le habían escapado (“Te tuve en la palma de mi mano y no apreté el puño de más”; “no me defienden mis espinas, me defiende mi fragancia”). Por otra parte, esa influencia antes comentada del estilo de Senra se plasma aquí a través de la colaboración más sonada: C. Tangana imitó de forma bastante evidente al gallego en “Nunca estoy”, uno de sus mejores singles en años, y Pucho devuelve el favor con su aparición en la estupenda “Qué facilidad”. Siendo similar, esta canción es francamente mejor que la mayoría de las que aparecen en El Madrileño, en buena medida gracias al talento vocal de Senra. Christian cierra el círculo en la algo aburrida “Me valdrá la pena”, que toma prestada una frase de “Rayando el Sol” de Maná, imitando así a Tangana en su costumbre de sacar frases de clásicos del pop en español. Es verdad que, además de algunos defectos ya señalados, “Euforia” es más bien sosa, falta de gancho, y que el EP no es por tanto muy redondo. También lo es que Senra demuestra aquí la cantidad de ases que tiene bajo la manga. Ojo porque puede ser nuestra próxima superestrella.