Construir el futuro con transparencia
Ha hablado, por fin, la ciudadanía. Cuatro años silenciada, con la calle y las redes sociales como medio de expresión, ante la inexistencia de cauces oficiales para quejarse o mostrar su satisfacción. Y todavía dicen que ha sido inesperado. En qué mundo viven. ¿Tan alejados se puede estar de la realidad? Inesperado, sí, por sorprendente que aun con todo puedan formar gobierno.
Su suelo electoral es elevado, en una ciudad con todos los requisitos para salirse del mapa. Y en esas estamos, sin un plan que la sitúe en la vanguardia de tantas cosas: desde la cultura a la innovación. Y que sirva para generar empleo de calidad. Poco o nada a cambio. Solo agarrados al turismo porque es, a pesar de quien la dirija, una ciudad sumamente atractiva, atrayente y diferente. Única y universal, por su legado, pero pierde el tren del futuro porque dejó de crecer.
Aferrados al turismo, aunque les sea irrelevante la precariedad del trabajo que lo sustenta. Aunque el Albaicín o el Realejo estén abandonados a su suerte y la Alhambra, objeto de todas las iras, como el si el monumento y sus gestores tuviera la culpa del paro, la desigualdad en la atención a los barrios, el modelo de transporte público (¿alguno de ellos, de verdad, se ha desplazado en el autobús para comprobar qué piensas los usuarios?), la limpieza viaria o el escaso brío y empuje para levantar la autoestima de Granada. Todos esos problemas que acucian a la ciudad real, en donde vive, sufre y trata de salir hacia adelante, la gente normal: la de Almanjáyar o La Chana. El Zaidín, Santa Adela, o Camino de Ronda, que no todo allí es azul. La ciudad conformada por todos los barrios. La de sus habitantes que hacen mejor y habitable la ciudad, a pesar de todo y de todos. La fuerza silenciosa, que no han visto llegar.
Mandar desde el púlpito de la mayoría absoluta, que aísla y engorda el ego, con desprecio también absoluto hacia las minorías, tiene sus riesgos y, a veces, como el domingo en la capital, graves consecuencias para ellos. Se confunde el fin último del mandato: un gobierno para todos y todas, aunque no te hayan votado, para contentar preferentemente a los tuyos.
Desgastadas la marca y el candidato, sin ilusión que ofrecer, salvo el más de lo mismo, solo puede conducir al fracaso. Junto a ello, dinamitó las escasas opciones de revalidar la amplísima mayoría absoluta de la que gozaba la pésima campaña, que ni el peor enemigo puede diseñar. Carteles con un candidato que más bien parecía un anciano, absolutamente desatinada e inmerecida esa imagen, ahogar deliberadamente la defensa de la gestión y el programa con la Alhambra. ¿Y ese tono empleado? No se puede creer que el candidato popular haya estado de acuerdo con todo lo que ha rodeado a la campaña. Imposible de creer.
El crédito se desangra, hace aguas cuando no amplías las miras y solo buscas agradar al que le gusta la tradición bien ornamentada, y marcar distancias con los nuevo, con las viejas fórmulas de fondo y forma, en busca de sujetar con fuerza el voto conservador, el de siempre. Pero ya no es suficiente, te aíslas y ahuyentas a otro sector más centrado, que te dio apoyos y absolutas.
Porque el espacio político en el que identificarse es caprichoso. Si te mueves ligeramente lo pierdes, y lo ocupa otro, tan irremediablemente como si tus movimientos son los de un paquidermo. Da igual. Lo pierdes. Y no había que ser un gran estadista para apreciar que otra fuerza contaba con la simpatía popular. Centrados, nuevos, pero no ingenuos. Tan parecidos pero radicalmente distintos. Y en lugar de adaptar estrategias, pensar en el fondo y la forma, solo el ataque personal, la guerra sucia, cuando estás condenado a entenderte para gobernar. Te obliga a empezar aceptar que has mentido o mentirás, antes o mañana, cuando tengas que restarle importancia al desprestigio.
Pase lo que pase, los populares se equivocan si no practican una autocrítica eficaz que les haga renovar sus estructuras y los mensajes. El fracaso estrepitoso en la capital es similar al de la Diputación. No hay matices, aunque puedan gobernar las dos instituciones.
Los socialistas tienen razones para sentirse satisfechos. No retroceden y se mantienen firmes, dispuestos a liderar una opción de izquierdas, muy complicada pero posible. Triunfo del candidato, de la lista y de la dirección local del PSOE y de su secretario, que lo han peleado, contra los adversarios de fuera del partido y contra algunos de dentro.Y la única opción de cambio radical.
Para ello debe contar con Vamos Granada, la marca de Podemos, con Equo y Movimiento en red, entre otras plataformas. Despertó ilusión y logró movilizar a electores desencantados de aquí y de allí, como Ciudadanos, a los que por ello, se les exigirá más, mucho más, pero ya lo deben saber.
IU aguanta y tiene también motivos para estar orgulloso, aunque haya dejado en la pelea a una compañera. Su voz es necesaria en este nuevo Ayuntamiento. Lo han dicho las urnas.
Se abre un tiempo nuevo. Ya no puede ser igual o nada habremos aprendido. Aunque vuelva a gobernar el PP, no debe ser nada igual, ni en las formas ni en el fondo. En la capital y en la provincia.
Por eso, hay que reclamar, para empezar, absoluta transparencia en las negociaciones, en el diálogo que se abrirá. Que la ciudadanía pueda conocer el alcance de los acuerdos y los pactos. Los titulares y la letra pequeña, la que nos engaña en las hipotecas y los contratos, la que no quieren que leamos. Y desear que no sea un intercambio de cromos, entre la Diputación y el Ayuntamiento.
Devolver la soberanía la ciudadanía. ¿Era eso, no?