Siempre es una buena noticia la reunión de los representantes de 194 países, lo que revela el interés mundial que la crisis climática suscita y la necesidad de confrontarla. Este año redujo sus expectativas por la ausencia de Estados Unidos (ya fuera del Acuerdo de París) y la presencia de miembros de menor rango en las delegaciones de Rusia y China, países todos importantes en el cómputo de emisiones globales.

No obstante, la Cumbre ha vuelto a ser una apuesta por el multilateralismo, dentro de un mundo que pretende definirse por bloques de poder.

La cumbre ha mostrado un cierto grado de opacidad, puesto que los documentos acordados apenas se iban dando a conocer tras su elaboración. Y tibia en cuanto a compromisos. Como en las anteriores se encuentran aspectos aceptables y otros negativos.

En cuanto a lo primero, se alcanzó un consenso en temas económicos, movilizándose 1.300 millones de dólares anuales para la acción climática, en especial para que los países con menos recursos puedan hacer frente a la crisis. Se espera mantener esta cifra hasta 2035, lo que entendemos va en la dirección correcta, aunque la cifra deberá revisarse al alza en las próximas conferencias.

También se abordó la creación de fondos para los daños originados por razones climáticas, lo que supone un acierto y una necesidad para los próximos años.

En relación al negacionismo y la desinformación, en la resolución final se incluyó el acuerdo de promover la integridad de la información que pueda contraponerse a las falsas narrativas, medida también importante en la situación actual.

Los pueblos indígenas han tenido una mayor visibilidad, aunque las iniciativas frente a la deforestación no han salido adelante con la contundencia que se requería

Los pueblos indígenas han tenido una mayor visibilidad, aunque las iniciativas frente a la deforestación no han salido adelante con la contundencia que se requería.

Ambiguos quedan también los 60 indicadores de adaptación, para algunas delegaciones insuficientes, dado su carácter voluntario. Y aquí encontramos uno de los puntos débiles de estas conferencias, su bajo nivel de vinculación. Muchos acuerdos se aprueban sin que comprometan a los firmantes, quedando al buen criterio de cada país su puesta en práctica, pero sin control o sanciones para quienes los incumplan.

Previo a la Cumbre, 74 países presentaron planes nacionales y mecanismos para la transición. La mayoría pertenecen al Sur global, cuyos niveles de emisión no son elevados (aunque todo suma). El perfil de países como Colombia, muy activo en la Cumbre, puede servir de referencia para los países vecinos.

Con todo, el gran fracaso ha venido por la ausencia de alusiones directas a los combustibles fósiles y la falta, por tanto, de un calendario de abandono. Ganan los petroestados, dilatando el control de los compuestos que son los principales emisores de gases invernadero.

En síntesis, aun con los aspectos positivos, el balance final es decepcionante, ya que aunque la crisis climática tiene muchas fuentes, los combustibles fósiles son la principal. El aumento de gobiernos escépticos tampoco es de gran ayuda para que los petroestados continúen marcando la agenda.

En síntesis, aun con los aspectos positivos, el balance final es decepcionante, ya que aunque la crisis climática tiene muchas fuentes, los combustibles fósiles son la principal. El aumento de gobiernos escépticos tampoco es de gran ayuda para que los petroestados continúen marcando la agenda.

Como sociedad civil debemos continuar elevando la voz para que nuestros gobiernos adopten medidas valientes, y desde la educación ambiental se hace una llamada a la ciudadanía para que acompañe las medidas legales con buenas prácticas (ahorro, eficiencia, moderación en el consumo, alimentación ecológica…). La crisis climática solo puede ser resuelta con la participación de todos, desde las Cumbres internacionales a las intervenciones locales y personales. Y para ello es esencial la formación en valores ambientales.