'Piel con piel'
En vilo nos han tenido todos los medios de comunicación hace unos días con el robo a una pareja de su bebé recién nacido en el hospital de Basurto (Bilbao). Muchas cadenas de televisión siguieron, paso a paso, las investigaciones de la policía vasca para dar con el paradero de la criatura y localizar, rápidamente, a la autora. En tertulias, siempre al filo de la noticia, no faltaron comentarios sobre los protocolos de seguridad, el control en las entradas y salidas de los centros hospitalarios, incluso, algunos se preguntaban cómo era posible que la mujer que se llevó a la criatura pudiera haber conseguido un uniforme del hospital. Por supuesto, no faltaron quienes rápidamente empatizaron con la madre y el padre del recién nacido y, en segundos, se pusieron en su lugar apelando a los sentimientos y el amor con el que se espera el nacimiento de hijas e hijos.
Mantener a la criatura sobre el pecho, transmitirle la calidez de ese cuerpo de mujer que se ha ocupado durante nueve meses de formar cada célula y órgano e incluso intentar, desde los primeros momentos, la lactancia materna es vital para la criatura
Por supuesto, con esta misma preocupación, en esas tertulias también opinaban quienes, de refilón, se acordaban de esa mujer, recién parida, a la que le habían arrebatado su bebé. Especialistas en cuidados de neonatos hablaban de la importancia de esas primeras horas de vida para estos nuevos seres que llegan al mundo con una gran fragilidad y sólo reconocen a su alrededor la voz, el olor y el calor de sus madres. Mantener a la criatura sobre el pecho, transmitirle la calidez de ese cuerpo de mujer que se ha ocupado durante nueve meses de formar cada célula y órgano e incluso intentar, desde los primeros momentos, la lactancia materna es vital para la criatura. Lo llaman, muy acertadamente, piel con piel, una preciosa expresión que engloba materialidad y sentimientos en sólo tres palabras.
Y, mientras estos sentimientos tan nobles se repetían una y otra vez en todos los medios, yo no podía dejar de pensar en esas mujeres a las que la pobreza empuja a alquilar sus vientres para sacar adelante, en muchas ocasiones, a sus otros hijos
Y, mientras estos sentimientos tan nobles se repetían una y otra vez en todos los medios, yo no podía dejar de pensar en esas mujeres a las que la pobreza empuja a alquilar sus vientres para sacar adelante, en muchas ocasiones, a sus otros hijos. Gente con dinero y pocos escrúpulos consiguen colmar su deseo (no derecho) de ser madres y padres arrebatando los bebés a sus madres por dinero. No es necesario buscar mucho para ver obscenas imágenes en las que señores, que no han visto nunca a esas madres, se fotografían en las habitaciones de hospital, donde las mujeres ya no cuentan una vez que han dado a luz, simulando ese momento piel con piel tan importante para el bebé. ¿Pero la piel de quién? Quizá la del fino tafilete de las billeteras que pueden comprar seres humanos sin importar el bienestar del bebé ni de la madre que será olvidada en cuanto entregue el producto del que se habrán lucrado otras personas en la cadena del gran negocio de los vientres de alquiler. Porque, como si de una gran fábrica se tratase, nada es capaz de frenar a los gobiernos que amparan estas prácticas, como lo estamos viendo en Ucrania donde, ni siquiera la guerra, para esta execrable venta de seres humanos y la explotación de mujeres.
Sin embargo, la hipocresía es mayúscula en una sociedad que ha puesto a las mujeres a la venta y, en las tertulias que pude escuchar, ante la preocupación por la desaparición del bebé en Bilbao- lógica y entendible-, nadie se paró a reflexionar un sólo segundo sobre la violenta separación de las madres y los bebés comprados
Sin embargo, la hipocresía es mayúscula en una sociedad que ha puesto a las mujeres a la venta y, en las tertulias que pude escuchar, ante la preocupación por la desaparición del bebé en Bilbao- lógica y entendible-, nadie se paró a reflexionar un sólo segundo sobre la violenta separación de las madres y los bebés comprados. Debe ser que, para ellos, ese momento piel con piel no es necesario y cualquier dermis que se acerque es válida. O, quizá, que esa supuesta solidaridad y empatía de las madres que se ven obligadas a gestar para terceros (una casualidad que todas sean pobres) les hace desprenderse de los bebés con total naturalidad y mirar junto a ellas, pero a suficiente distancia, cómo dos personas extrañas intentan conectar con una criatura que no las reconoce.