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8M: Reflexiones imprescindibles con firma de mujer

'Las mujeres y la lengua'

Ciudadanía - Isabel Daza - Lunes, 8 de Marzo de 2021
Un artículo de la filóloga Isabel Daza.
Isabel Daza.
Isabel Daza.

Hace unos días, leía con mis estudiantes el poema de Rosario Castellanos sobre la Malinche. El texto nos sitúa exactamente en el momento en que Malinche, hija de un cacique asesinado, es vendida por su madre a los señores de Yucatán que, vencidos por Hernán Cortés, se la ofrecen como parte del botín conquistado. Sin embargo, Malinalli (nombre por el que también se la conoce), aunque educada en el silencio de la esclava, hablaba popoluca, nahualt, maya y no tardó en aprender español. La intérprete, la traductora, “la lengua”, como la llaman los códices, consiguió cierta posición a cambio de su trabajo. Medió entre Moctezuma y Cortés con el que, además, tuvo un hijo antes de ser entregada como esposa a un noble español y bautizada como Doña Marina. 

Malinche, como Eva, es la madre pero una madre que nos deja huérfanos por su traición. Su lengua es representada a menudo como la de una serpiente por su capacidad de desdoblarse en varias lenguas pero, sobre todo, por considerar que hay algo venenoso en toda mujer que como Eva desea o como Malinche habla

Octavio Paz escribió sobre la tragedia del mestizaje, el trauma de ser hijos de una mujer violada. De ser bastardos, dirá más tarde María Galindo en su “Feminismo urgente, ¡a despatriarcar!”. E. Galeano alabará a la mujer inteligente que superó su destino a partir de un saber propio pero, en la calle, el término `malinchista´, el que prefiere la cultura  ajena en detrimento de la propia, deja claras las connotaciones negativas con las que esta mujer, maldición de la patria, ha pasado al imaginario colectivo.   

Malinche encarna lo imposible del paraíso y, como Lilith, Eva o Pandora, su querer saber entraña todos los males conocidos. Malinche, como Eva, es la madre pero una madre que nos deja huérfanos por su traición. Su lengua es representada a menudo como la de una serpiente por su capacidad de desdoblarse en varias lenguas pero, sobre todo, por considerar que hay algo venenoso en toda mujer que como Eva desea o como Malinche habla. 

Enseña Olalla Castro que “en el principio fue la misoginia” y ésta se estructura sobre una dicotomía básica; María como el ideal inalcanzable de feminidad, “lo que toda mujer debería ser”, frente a la desobediente, lenguaraz y sexualmente insaciable Eva que es, al fin, una (mujer) cualquiera. Hadas, sirenas, brujas, vampiras, histéricas o la moderna femme fatale son, en suma, desdoblamientos de esta imagen pervertida y perversa que, en diferentes coyunturas históricas, ha producido una idea determinada de las mujeres. Es sabido, el sueño de la razón produce monstruos y la mujeres se han venido dibujando como lo otro de esa Razón (blanca, burguesa y patriarcal).

La historia del patriarcado, en el sistema feudal y en el capitalista, ha sido la historia de la usurpación violenta de la tierra y de la violación sistemática de las mujeres. Sin metáforas. De las hijas del Cid al Western americano, piensen ustedes cuántas veces nos lo han contado

Por eso, los hombres hacen las guerras pero las mujeres las provocan en todos los relatos fundacionales. La historia del patriarcado, en el sistema feudal y en el capitalista, ha sido la historia de la usurpación violenta de la tierra y de la violación sistemática de las mujeres. Sin metáforas. De las hijas del Cid al Western americano, piensen ustedes cuántas veces nos lo han contado. 

No obstante, y a pesar de los esfuerzos por silenciarnos, “el ángel del hogar” del s. XIX lucha por dejar de ser “una raza sentada” (cabe señalar que las campesinas, jornaleras y obreras nunca lo fueron) para alzar la voz y la mirada. En el s. XX, el goce de la mujer, “ese insondable misterio” a decir de Iris Zavala, irrumpe en la escena pública dejando en el aire la pregunta para la que Sigmund Freud, según él mismo reconoce, nunca tuvo respuesta: ¿Qué quiere una mujer? La incógnita por excelencia de la modernidad. Lo que se dio en llamar “el problema de la mujer” nuclea a buena parte de nuestra intelectualidad (Ortega y Gasset o G. Marañón, etc) que no dudan en advertir del enorme peligro que suponía que las mujeres desearan transgredir el lugar que la sociedad les había asignado. 

En 1932 y como consejera de la CNT, Federica Montseny en su gira por los pueblos de Andalucía es recibida por los niños asombrados al grito de ¡Ahí va, ahí va la mujer que habla!. Una mujer que hablase no había dejado de ser un hecho sorprendente y nuevo. Esta incorporación a la lengua, materializada en la toma de la palabra, escenifica esa precisa conquista, la conquista del espacio subjetivo. 

Desde entonces, el hablar de las mujeres ha instaurado lo anti-canónico, la anti-norma y ha hecho tambalearse los cimientos del poder que dice yo. Mas, la conquista de la subjetividad, reivindicación por excelencia del feminismo clásico, es una conquista hermenéuticamente sospechosa pues no hay yo, en ninguna de sus muchas formulaciones, que no esté segregado desde una estructura ideológica dominante y hegemónica. Reivindicarse como sujetos, nos enseñó Ángela Olalla, no es hacerlo como personas, como seres humanos. Tal vez, por eso, celebro ese salto que propone Cristina Morales; de bovaristas a bastardistas que aún hay mucho por despatriarcar. 

Isabel Daza es doctora en Filología Hispánica.

Feliz día de las mujeres históricas.  

En el Día Internacional de la Mujer, te ofrecemos el pensamiento, la reflexión sosegada y certera de diez mujeres:

Y un homenaje a mujeres esenciales, de las que la sociedad se siente orgullosa por su valor y entrega: