El fin del mundo ha llegado
Si hace un año me hubieran dicho que el mundo se acababa me habría reído a carcajadas y habría respondido lo mismo que mi madre, que era muy sabia, me replicaba cuando salía este tema: «el mundo se acaba para cada uno cuando se muere». La verdad es que después de ver cómo las estanterías de los supermercados se quedaban sin papel higiénico, de asistir a cómo el precio de los geles hidroalcohólicos se multiplicaba por cinco de la noche a la mañana, de ver a todo el mundo con una especie de bozal o escuchar las mismas conversaciones en cualquier país del globo… A mí ya no me queda tan claro que un asteroide se vaya estrellar contra nosotros, que los extraterrestres nos vayan a lanzar una bomba, que los muertos se levanten e intenten morder a los vivos o que un terrible volcán vaya arrasar con la humanidad. Por si acaso, prefiero callarme.
Nos pasamos el confinamiento aplaudiéndoles, las autoridades y gobiernos, los primeros, para después hacer oídos sordos a sus reivindicaciones de aumento de personal en los hospitales. Así que vaya por delante mi solidaridad con todos ellos y el apoyo para que sigan pidiendo lo que es justo con el fin de ayudarles a combatir esta pandemia
Hace unos días hablaba con una buena amiga a la que los médicos le hicieron un fatal diagnóstico hace varios años y que hoy sigue luchando y me explicaba que, desde el confinamiento, pese a su insistencia para que la observaran porque sentía una recaída, todavía continuaba esperando una llamada de teléfono de sus doctores, como le prometieron al principio del verano. Había tenido que recurrir a un amigo pediatra para que interpretara los datos de las analíticas en vista de que los hematólogos están tan ocupados que no tienen tiempo de preocuparse de algunos enfermos. Es curioso porque yo pensaba que los médicos estaban para curar a todos los pacientes y ahora resulta que si no tienes síntomas de Covid no interesas como enfermo a no ser que te estés muriendo, en cuyo caso te atenderán en Urgencias.
¡Cuidado! Mi intención no es criticar a los profesionales sanitarios, cuyo nivel de estrés parece estar por las nubes, sobre todo porque hay una escasez de medios aun inferior a la raquítica cifra de especialistas, de enfermeros, de sanitarios. Nos pasamos el confinamiento aplaudiéndoles, las autoridades y gobiernos, los primeros, para después hacer oídos sordos a sus reivindicaciones de aumento de personal en los hospitales. Así que vaya por delante mi solidaridad con todos ellos y el apoyo para que sigan pidiendo lo que es justo con el fin de ayudarles a combatir esta pandemia.
El farmacéutico de un pueblo me confesaba su hartazgo por el hecho de que la atención primaria se estuviera limitando a llamadas telefónicas: «Muchos abuelos no escuchan siquiera el timbre del teléfono cuando les llama el médico, a algunos les cuesta procesar la información y está claro que los diagnósticos son, a veces, poco fiables cuando el profesional no tiene acceso al paciente
Dicho lo cual, ayer conocíamos que en el mes de setiembre de 2020 han fallecido unas 2.700 personas más en España que la media de años anteriores en esa misma fecha del año. Claro que el coronavirus ha podido influir, pero ¿y la cantidad de pacientes que están falleciendo por desatención? ¿Y los abuelos que se mueren de tristeza porque no tienen ni esperanza ni nada que hacer al haberles cerrado los centros de día?
El farmacéutico de un pueblo me confesaba su hartazgo por el hecho de que la atención primaria se estuviera limitando a llamadas telefónicas: «Muchos abuelos no escuchan siquiera el timbre del teléfono cuando les llama el médico, a algunos les cuesta procesar la información y está claro que los diagnósticos son, a veces, poco fiables cuando el profesional no tiene acceso al paciente. Además, muchos vienen aquí sin tener claro ni lo que les han dicho que deben tomar, ni las veces al día que han de hacerlo y me lo preguntan a mí, que me tienen más a mano. Y yo no lo sé con certeza y a veces veo que lo que les han mandado no es lo más indicado para lo que veo que tienen y les animo a acudir a Urgencias porque es la única forma de que alguien pueda observarles de forma particular».
Hay más gente sin ocupación laboral por culpa de esta pandemia, en ERTES o en paro directamente, y por ello hay más tiempo libre que ocupar, pero tampoco es fácil encontrar formas de hacerlo porque la actividad cultural se ha reducido un setenta por ciento, el ocio se limita y una parte de la población ha sucumbido al terror que nos acecha y prefiere no relacionarse con nadie ni salir más que lo indispensable de su casa
Hay más gente sin ocupación laboral por culpa de esta pandemia, en ERTES o en paro directamente, y por ello hay más tiempo libre que ocupar, pero tampoco es fácil encontrar formas de hacerlo porque la actividad cultural se ha reducido un setenta por ciento, el ocio se limita y una parte de la población ha sucumbido al terror que nos acecha y prefiere no relacionarse con nadie ni salir más que lo indispensable de su casa. Y parece que esa es la postura que más defienden los técnicos, los especialistas y gobernantes: un confinamiento voluntario el máximo tiempo posible. Lo que nadie recuerda es que estamos en una sociedad de consumo donde hemos creado un sistema en el que necesitamos la colaboración global para propiciar su funcionamiento: yo compro comida y así viven los dependientes, los agricultores, los envasadores… Si me hago con un vestido, ayudo a los trabajadores del sector de la moda y todos ellos, a su vez, se desplazan al cine, gracias a lo cual viven sus empleados y así sucesivamente.
Es evidente que se ha reducido el consumo una barbaridad; para qué voy a comprarme un traje de gala si ya casi ni hay galas, ni fiestas, ni voy a utilizarlo; cómo voy a contratar un viaje si no sé si me quedaré en paro… No obstante, quedarse en casa la mayor parte del tiempo conlleva un aumento del desempleo, una reducción aún mayor de la capacidad económica de las familias… Vamos, que si salimos de esta pandemia, lo que llegará a continuación serán interrogantes de cómo encontrar la forma de dar de comer a la familia, excepto, claro está, las grandes fortunas que serán las únicas con capacidad monetaria para acceder a extender comercialmente las nuevas necesidades que surgirán en la población de ese nuevo mundo que surgirá como relevo de este que se acaba.
¡Menos mal que tenemos los realities de Telecinco para sacarnos de este mundo y llevarnos a otro todavía peor!
Hace poco, alguien me acusaba de banalizar la enfermedad después de que contara mi experiencia con el virus y añadiera que yo no había tenido secuelas y que defendiera que hay que tener respeto y responsabilidad con nuestros actos pero no hay que vivir atemorizados. El mensaje del terror sigue calando, pero por más que se extienda, lo siento, yo no voy a imbuirme en él. Que cada uno actúe como mejor crea y que tenga cuidado con el exceso de información porque está claro que no hay todavía estudios concluyentes acerca de nada de lo que nos dicen acerca del virus y que se ofrecen las conjeturas envueltas en papel de celofán para que parezcan verdades incontestables, cuando en realidad no dejan de ser teorías, ideas, a veces con un interés concreto que va más allá de mantenernos a salvo de los efectos de la Covid 19. ¡Menos mal que tenemos los realities de Telecinco para sacarnos de este mundo y llevarnos a otro todavía peor!
Hemos entrado en la distopía de un mundo que no imaginó un solo guionista de ninguna serie de Netflix y que confío en que sea el camino para otro universo más utópico que brote a partir del primero. Hasta entonces, serán tiempos complicados, donde lo más difícil va a ser saber qué o a quién creer.