Sierra Nevada, Ahora y siempre.

Benditas tiendas de discos

Blog - El camino equivocado - Guillermo Ortega - Jueves, 28 de Abril de 2016

El otro día se celebró el Día de la Tienda de Discos (o el Record Store Day, si nos queremos poner anglófilos) y me encantó ver lo animadísimos y concurridísimos que estaban Bora Bora y Marcapasos, los dos establecimientos granadinos que se sumaron a la fiesta. También me pasé por Subterránea, que no estaba en el ajo pero que debía visitar, aunque fuera como gesto simbólico y porque ver al amigo Paco siempre es gratificante y enriquecedor.

Los tres son sitios donde se siguen vendiendo discos, almacenes de música empaquetada que siguen teniendo magia, que continúan alimentando esa ilusión y ese entusiasmo que me acompañan desde hace casi cuarenta años.

Empecé a frecuentar las tiendas más o menos en la época en la que comencé a afeitarme. En Algeciras la más cercana a mi casa era Sonovox, y también existían El Gramófono o Pajupete. En esa última recuerdo que empecé a tirar de picaresca: me compraba un disco, lo grababa en una cinta de casete y al día siguiente, con aspecto compungido, me acercaba otra vez y decía que ya era mala suerte la mía pero que ese mismo disco, que había adquirido con la pasta que me dieron por mi santo, me lo había regalado también mi tía Periquita para conmemorar la onomástica, tras lo cual le imploraba al dependiente que me dejara cambiarlo por otro. El hombre, tras comprobar que el material no había sido dañado (era una baza a mi favor, siempre fui muy cuidadoso), accedía al trato. Era una estrategia que tenía su límite, claro. No podías llegar cada semana con ese cuento, el tipo no era gilipollas.

También estaban Ashpeno, que era la que tenía una mercancía menos convencional, y grandes almacenes como Ecoprix, que creo que fue el primero que instaló auriculares para que pudiéramos oír el disco y decidir si nos lo llevábamos o no, Galerías Villanueva, Mérida (ya he hablado aquí alguna vez de sus maravillosas rebajas de enero) y Europrix, probablemente el que más frecuentaba. Iba con mis amigos casi a diario a ver los discos que no podíamos comprar, era un ejercicio de masoquismo, sobre todo porque cuando llegábamos a la estantería donde el día antes estaba nuestro objeto de deseo y ya no lo veíamos allí, nos ciscábamos en el que se lo hubiera llevado. Porque estaba en ese sitio para nosotros, qué coño. Si no lo habíamos comprado aún era sólo por circunstancias ajenas a nuestra voluntad, pero era nuestro.

Viví tres años en Ceuta y allí frecuenté Hamelín, que estaba en el barrio de Hadu y que tenía cosas magníficas. Había otra tienda en la Calle Real, más convencional y clasicota, y otra en el Revellín, o por allí cerca, que no sé cómo se lo montaba pero traía las primeras referencias de la Movida (ya saben, los singles de Siniestro, Gabinete, Los Nikis y esa gente) sólo unos días después de que se editaran. Si no menciono los nombres de esos dos garitos es simplemente porque no los recuerdo. La memoria falla pero sé que no debo preocuparme por ello: irá a peor.

En Madrid me tiraba las horas muertas en Escridiscos, Toni Martín, Record Runner o Discoplay, que llegó a tener una sede física además de ser el rey de las ventas por correo. Un ritual de aquellos años era pasarme por esos lugares un día antes de regresar a casa para las Navidades, la Semana Santa o el verano y avituallarme en la medida que lo permitiera el bolsillo. Si escogía ese día no era por capricho, sino porque en Madrid no tenía tocadiscos y me habría dado un ataque de ansiedad viendo allí a diario los elepés sin poderlos pinchar.

De vez en cuando, cuando vuelvo a la capital del reino, me gusta pasarme por tiendas de antaño. No todas sobreviven, claro, pero sí que hay un Escridiscos cerca de Callao, a tiro de piedra de otro local mítico, La Metralleta. No he cruzado palabra con los que están ahora al otro lado de la caja, pero en mis tiempos de estudiante, la calidad del material de la tienda era inversamente proporcional a la simpatía del encargado. En otras palabras: si allí había maravillas, el tío era invariablemente un sieso, un pedante y un enterado que te miraba con cara de condescendencia porque él SÍ QUE SABÍA DE ESO y tú eras un gusano repugnante. ¿Están familiarizados con el dependiente de la tienda de tebeos de Los Simpsons? Pues una cosa así.

La referencia, en Málaga, era Candilejas. Pero también pasé buenos ratos en un local pequeñito que había casi enfrente del mercado de Atarazanas. Lo llevaban un padre y su hijo y, por inercia, tendía a preguntarle cosas al menor de la saga, cuando lo cierto es que su progenitor controlaba mil veces más.

Luego volví a Algeciras y me hice amigo de Alfonso, que llevaba Grammy y además era primo de mi ex mujer. No era un sitio especialmente bien surtido, pero podías hacer encargos. Si por lo que fuera no podías esperar, siempre quedaba la opción de desplazarte a Gibraltar, que en su Main Street llegó a acumular tres tiendas en un palmo de terreno, como quien dice.

Alfonso, que por desgracia murió joven, me contó algunos pormenores del oficio de vendedor de discos que me dejaron alucinado. Por ejemplo, que cuando llegaba el comercial de Sony le decía que tenía que comprarle 28 copias del último de Julio Iglesias (el número me lo estoy inventando, pero más o menos por ahí) porque, según los cálculos de la compañía, en Algeciras, por su población y demás, podían venderse esas unidades. No había negociación posible, era un lo tomas o lo dejas.  Si no te llevabas los 28 de Julito, no podías adquirir nada más del catálogo de Sony, que era uno de los mayores por no decir el mayor.

También fue Alfonso quien se negó un día en redondo a venderme un recopilatorio de Camilo Sesto. Por más que le expliqué que era para regalarlo, se opuso frontalmente a tener una transacción así de sencilla “con el tío que me está pidiendo siempre cosas raras”. Sólo consintió, con mucha guasa, que me lo vendiera el dependiente. Así sus principios quedaron a salvo y de camino pudo hacer algo de caja.

Si abandoné la costumbre de frecuentar las tiendas fue, principalmente, porque dejaron de existir. Aunque también es verdad que internet multiplicó las posibilidades de pillar cosas a un precio bastante más asequible al que me ofrecían en los sitios de toda la vida. No es mi intención abrir aquí un debate sobre los precios, sé que el margen de beneficios que manejan es corto, que el IVA les está matando y todas esas cosas. También sé que, hoy por hoy, no me quiero dejar entre 80 y 100 euros al mes en discos.

Pero sí que me sigo dejando caer a veces por esos sitios que tantas alegrías me dieron. Compro en días señalados (en el Store Records Day pillé en Marcapasos, en Bora Bora y en Subterránea), cuando veo alguna ganga o cuando me encapricho perdidamente de algo y me digo que, si hay que volverse loco y arruinar el presupuesto mensual, que sea por eso. Me encantaría ir más y lo haría si los discos a seis euros fueran la norma y no la excepción. Nadie me ha conseguido explicar todavía por qué los compactos, que fueron caros cuando empezaron a venderse a principios de los noventa, siguieron siéndolo después, pese a que el formato se popularizó y saltaba a la vista que fabricar esos trozos de plástico era muchísimo más barato que hacer vinilos. Tampoco entiendo por qué un cedé que tiene ocho años es tan caro como el día de su publicación, si es obvio que ya no soporta gastos de promoción ni otras cargas. En Escocia, por ejemplo, comprobé que los discos que tenían más de un año eran automáticamente rebajados. Aquí debería seguirse ese ejemplo.

Pero vamos, que lo dejo porque estoy empezando a pisar en lo fregado. Y no es que no quiera hacerlo, es que creo que eso da para otro artículo. Me pondré a ello un día de éstos. Hasta entonces, larga vida a Marcapasos, Bora Bora, Subterránea, Grammy y todas las otras que siguen en pie. Ojalá representen para los mocosos de ahora la mitad que para los de la prehistoria. Sé que no es así, pero me gusta pensarlo. No se pierde nada por ser optimista.

 

Imagen de Guillermo Ortega

Guillermo Ortega Lupiáñez (Algeciras, 1966) es licenciado en Periodismo. Empezó a trabajar en 1990 en el desaparecido Diario 16 y después pasó a Europa Sur y Granada Hoy. También lo hizo durante un breve periodo en la Ser y colaboró en El Mundo, Ideal y ABC. Durante algo más de un año fue columnista en Granadaimedia. Ha sido encargado de prensa en los grupos municipales de UPyD y Ciudadanos en Granada y ahora trabaja en prensa del PP. Ha publicado cuatro libros: Cuentos de Rock (2008), Los Cadáveres Exquisitos (2012), Horas Contadas (2014) y La vida sí que es una pelea (2016).