El rapto de las Venus de Salar
En la madrugada del 15 de septiembre de 1971, operarios a las órdenes del asesor nacional de museos, protegidos por dos policías armados, cargaron la Dama de Baza en un camión con destino a Madrid. Allí iba a ser restaurada, decían. 48 años después, en el que debe ser proyecto de restauración más largo de la historia, la considerada joya emblemática del mundo ibérico no ha vuelto a su tierra y permanece expuesta en el Museo Arqueológico Nacional, sito, como no puede ser de otra forma, en la próspera capital, mientras en la zona norte de Granada se comen los mocos y sus hijos no paran de emigrar.
¿Es que no hay una solución intermedia? ¿Es que no pueden las estatuillas permanecer en Salar, debidamente conservadas y expuestas, y salir cuando el Museo Arqueológico monte una exposición puntual y las reclame? ¿Por qué Salar no tiene derecho a intentar vivir de algo más que el campo? ¿Está condenada a no tener un buen hotel? ¿buenos restaurantes?
Medio siglo después de aquel triste episodio para Granada, el mismo museo de la Carrera del Darro del que con nocturnidad y alevosía salió la Dama, espera ahora a las dos Venus encontradas en Salar. De nuevo la ley a favor de la capital, en este caso Granada, y en contra del pequeño municipio que pelea para mejorar un nivel de vida muy alejado de la media de la ciudad.
¿Es que no hay una solución intermedia? ¿Es que no pueden las estatuillas permanecer en Salar, debidamente conservadas y expuestas, y salir cuando el Museo Arqueológico monte una exposición puntual y las reclame? ¿Por qué Salar no tiene derecho a intentar vivir de algo más que el campo? ¿Está condenada a no tener un buen hotel? ¿buenos restaurantes? ¿centros de visitantes de la Villa Romana? ¿Un museo modesto como en su momento hizo la localidad cordobesa de Almedinilla?
Me dirán que es una cuestión legal, y si bien eso es en parte cierto, no lo es menos, que la ley misma permite alcanzar acuerdos entre la Junta de Andalucía y el municipio; permite la creación de un museo municipal; permite prorrogar la situación actual; permite, en definitiva, que Salar mejore un poco a su propia costa y por sus propios medios. Si queremos que nuestros pueblos sigan estando vivos, no podemos admitir, en los casos en los que, con las debidas garantías, ellos quieran gestionar su patrimonio cultural, que se les prive de toda posibilidad porque a la larga, un campo muerto es un campo vacío y eso ya hemos acordado que nadie lo quiere. ¿Verdad?