Sierra Nevada, Ahora y siempre.
UNA LEYENDA CONVERTIDA EN HISTORIA

El último Suspiro del Moro que se inventó un obispo de Guadix

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 4 de Febrero de 2018
"Llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre". No hay granadino o amante de Granada que no conozca la frase atribuida a Aixa, al ver las lágrimas de su hijo, Boabdil, camino del destierro en el Suspiro del Moro. Una de las leyendas más genuinamente granadinas, exportada a todo el mundo, y reflejada profusamente en todas las artes hasta convertirse en casi realidad es desmenuzada en este brillante y ameno trabajo por el periodista y escritor Gabriel Pozo Felguera, en su nueva entrega dominical que nos descubre pasajes poco conocidos pero siempre sorprendentes de la historia de esta tierra.
Suspiro del Moro, de Pradilla. Quizás la mejor y más documentada pintura sobre la salida de Boabdil.
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Suspiro del Moro, de Pradilla. Quizás la mejor y más documentada pintura sobre la salida de Boabdil.
  • La escena de Boabdil llorando y reprendido por su madre por cobarde fue inventada y escrita por fray Antonio de Guevara para divertir a Carlos V

  • El tema del último suspiro del moro generó infinidad de literatura y pinturas durante todo el siglo XIX y parte del XX

No hay constancia histórica de que Boabdil suspirase entre Otura y El Padul. Ni de que su madre le acusara de llorar como mujer por no haber defendido Granada como hombre. De lo que sí hay constancia escrita es que la leyenda del Suspiro del Moro se la inventó un cronista-bufón de Carlos V, fray Antonio de Guevara. El mismo que después fue premiado con los obispados de Guadix y Mondoñedo, y enriquecido por el Emperador. El invento de aquel escritor cántabro divirtió a la corte durante su estancia en la Alhambra, en 1526. La leyenda cuajó de tal manera que el lugar del camino quedó bautizado como Suspiro del Moro; el romántico tema del último vistazo de Boabdil a su ciudad caló muy profundamente en la literatura, la pintura y la música.

Fray Antonio de Guevara y Noroña era un franciscano con labia. Carlos V había pernoctado en casa de su padre en Treceño (Cantabria). En la guerra de los Comuneros se puso de parte imperial. En 1521 ya estaba al servicio de la Corte como predicador. Poco tiempo después fue enviado al reino de Valencia a elaborar un informe sobre la problemática morisca; y seguidamente recorrió buena parte del reino de Granada con el mismo cometido. En septiembre de 1526 regresaba desde la costa granadina hasta la capital a lomos de su bestia, protegido por guardias reales y con un anciano guía morisco que le hacía de intérprete de aljamía. En aquellos momentos, Carlos V tenía aposentada su corte en la Alhambra. Cuando Fray Antonio de Guevara ascendía por el camino de El Padul hacia tierras de Otura, se abrió a sus ojos la inmensa Vega repleta de pequeños caseríos; al fondo, a casi tres leguas, recostada sobre una ladera, aparecía la ciudad de Granada. Quizás su vista alcanzara a vislumbrar los muros de la Alhambra.

Cuando Fray Antonio de Guevara ascendía por el camino de El Padul hacia tierras de Otura, se abrió a sus ojos la inmensa Vega repleta de pequeños caseríos; al fondo, a casi tres leguas, recostada sobre una ladera, aparecía la ciudad de Granada. Quizás su vista alcanzara a vislumbrar los muros de la Alhambra

Cuenta el fraile en su escrito que en ese momento llamó su atención el viejo guía morisco. Pidió que parasen un momento en aquel punto exacto, deseaba contarle una historia que él mismo vivió siendo muy joven: la del último suspiro del rey Boabdil. Y había ocurrido exactamente allí, sobre el suelo que pisaban; por eso, desde 1492, los moriscos hacían correr de boca en boca la amargura del Rey Chico al contemplar por última vez su Granada.

Fray Antonio de Guevara corrió a la Alhambra a informar a Carlos V de los frutos de su viaje. Pero también contó la historia del último suspiro del moro Boabdil a los cortesanos, pues una de sus misiones consistía en entretenerlos y divertirlos. En aquella tarea competía con otros bufones alimentados en la comitiva real, principalmente con el famoso Francesillo de Zúñiga.



Una reedición de Epístolas Familiares donde se contiene por primera vez la leyenda del Suspiro del Moro.

Quizás la anécdota del Suspiro del Moro hubiese acabado perdiéndose en los vericuetos orales de la Historia de no haber tenido la ocurrencia de plasmarla en una carta. El fraile la incluyó en la carta 19 de su libro Epístolas familiares o Crónica burlesca del Emperador Carlos V. Este libro fue editado por primera vez en Valladolid, en 1539. Fue tanto el éxito obtenido, que el libro se tradujo a varios idiomas y fue reeditado hasta mediados del siglo XVII. (Al final de este artículo incluyo completo el texto de la carta 19, dirigida al cortesano García Sánchez de la Vega).

Sobre el término Suspiro del Moro, su lugar y sus fechas

Fray Antonio de Guevara recogió la leyenda de la última mirada de Boabdil sobre Granada sin utilizar nunca el término “Suspiro del Moro”. Directamente se inventó la historia, utilizando la supuesta intervención del anciano guía morisco que se la habría contado; su obra está repleta de invenciones y exageraciones. Algún estudioso de su estilo ha dicho que no se movía en el terreno de la historia, pero sí en el de la noticia y el de la murmuración cortesana. Sólo menciona que el hecho ocurrió en la divisoria de los valles de la Vega y Lecrín. Sin precisar más.



Zona del Puerto del Manar, antiguo camino de Otura a El Padul, en paralelo al actual Suspiro del Moro.

Tampoco tenemos conocimiento de qué trayecto seguía esa caravana de enviados reales; Antonio de Guevara viajaba en calidad de comisario de la Inquisición para informar al rey. Por entonces el camino de herradura para ir a la Alpujarra pasaba por Otura, ascendía por el puertecillo del Manar (en la ladera de Sierra Nevada), para descender hacia El Padul. Había una segunda vereda que iba desde Alhendín a Albuñuelas-Padul; y un tercer acceso que rodeaba por La Malahá, para llegar a Almuñécar. Todos ellos pasaban por las inmediaciones de El Padul. Con el aumento de la carretería, el camino principal hacia la Costa fue el de Alhendín; la suave ascensión en línea recta acababa en un puertecillo, a 865 metros de altitud, que fue el punto elegido a principios del siglo XVII para levantar la Venta del Suspiro. Posteriormente, el 3 de abril de 1839 comenzaron los trabajos de construcción de la carretera hacia la Costa (según leemos en el periódico El Granadino). Las sucesivas ampliaciones y rectificaciones de esta vía siempre han sido por el mismo lugar, el que actualmente ocupa la autovía.

Pero, insisto, no tenemos la seguridad de saber por cuál de los caminos de herradura existentes en 1492 salieron Boabdil y su séquito camino a Laujar de Andarax.



Venta del Suspiro del Moro, en 1930, según foto publicada en la revista La Estampa. En primer término se aprecia todavía en pie la Venta del Suspiro, a poco más de un kilómetro de Otura. Estaba en el kilómetro 15. La carretera fue trazada en 1839.

Cronistas inmediatamente posteriores a Antonio de Guevara tampoco mencionan el lugar exacto. Todos ellos narran que Boabdil miró hacia atrás y la acusación de su madre, la reina Aixa. Pero tampoco mencionan el término “Suspiro”. A lo más que llegan es a precisar que el hecho ocurrió en un viso (puerto) desde el que se ve por última vez Granada, llamado Feg Allah huakbar (Dios es el más grande), corrompido como Alabaquibar o Alabaquitar en aljamía. Este es el caso de Luis de Mármol Carvajal en su Historia de la rebelión y castigo de los moriscos (1600).

Cronistas inmediatamente posteriores a Antonio de Guevara tampoco mencionan el lugar exacto. Todos ellos narran que Boabdil miró hacia atrás y la acusación de su madre, la reina Aixa. Pero tampoco mencionan el término “Suspiro”. A lo más que llegan es a precisar que el hecho ocurrió en un viso (puerto) desde el que se ve por última vez Granada, llamado Feg Allah huakbar (Dios es el más grande), corrompido como Alabaquibar o Alabaquitar en aljamía

Bermúdez de Pedraza, en su Antigüedades y excelencias de Granada (1608), también recoge la historia, pero no menciona la expresión “Suspiro del Moro”.

La primera vez que aparece el nombre de este puerto traducido al castellano es en los Anales de Henríquez de Jorquera. Esta crónica fue elaborada entre 1620 y 1643, aproximadamente. Jorquera utiliza por primera vez la expresión “Suspiro del Moro” y dice que era el término utilizado por los moriscos desde finales del siglo XV, con las siguientes palabras: “…un cerrillo que hace allí que se descubre Granada… dio un grande suspiro con lágrimas en sus ojos… este cerro ha conservado este nombre desde entonces, llamándose Suspiro del Moro, como todos dicen”.

Esta toponimia aparece ya fijada oficialmente en 1752 con motivo de la redacción del Catastro del Marqués de la Ensenada. El secretario de Otura, término en que se encuentra el lugar, dice que la Venta del Suspiro está situada a tres leguas de Granada (kilómetro 15 de la posterior carretera nacional) donde hay un ventero regentando la venta que hay camino de la Costa.

Discrepancias entre cronistas

Fray Antonio de Guevara conocía a la perfección las crónicas de Hernando del Pulgar (Letras, publicadas en Burgos entre 1485 y 1494). Incluso el fraile imitó el estilo del militar al tomar el método de cartas a sus conocidos, siguiendo el sistema de Cicerón y Plinio el Viejo. Hernando del Pulgar sí había estado en Granada en el momento de la Toma; por tanto, pudo tener acceso directo a las fuentes originales. Según él, el suspiro de Boabdil por la pérdida de Granada no habría ocurrido en el Suspiro del Moro (Otura), sino dentro de la misma Alhambra.

Hernando del Pulgar narra que la escena entre Boabdil y su madre Aixa ocurrió el 25 de noviembre de 1491 en el Salón de Embajadores; el Rey Chico le comunicó que habían sido firmadas las Capitulaciones para la entrega de Granada. Aixa le pidió que se asomara al balcón junto a ella; desde allí recorrieron con la mirada el Albayzín, la medina y las innumerables alquerías de la Vega. Y le espetó: Mira lo que entregas; acuérdate de que todos tus antepasados murieron reyes de Granada y que el Reino acaba en ti. Entonces fue cuando Boabdil no pudo contener sus lágrimas y suspiró. Concretamente, la crónica de Pulgar dice: “E como fue a su casa, que está en la Alcazaba, entró llorando lo que él había perdido, e díxole su madre, que pues no había seydo para defenderlo como hombre, que no llorase como mujer”.



Ilustración de Aristo Téllez que representa a Boabdil y Moraima en el Puerto del Manar echando su última vista atrás para ilustrar esta historia contada por Pedro Antonio de Alarcón.

Está claro que Antonio de Guevara practicaba una crónica novelada, adornada con recursos literarios, donde no le importaba trasmutar tiempos ni lugares. Dice F. Márquez Villanueva que sus escritos contienen “palpables incongruencias, invenciones y supercherías”. Pero así gustaba al Emperador y a sus lectores, que eran fervientes admiradores de sus historietas (Carlos V le pagaba nada menos que 8.000 ducados/año por ser cronista real, frente a los pocos más de 1.200 que cobró después por ser obispo de Guadix).

Otra discrepancia con cronistas contemporáneos la encontramos a la hora de describir la salida de la familia real nazarita de Granada. Luis de Mármol asegura que la gran columna de nobles y servidores de Boabdil, incluida su madre y su esposa, se habrían adelantado para evitar tumultos en la ciudad. Así pues, el 2 de enero el Rey Chico estaría prácticamente solo frente a la ermita de San Sebastián entregando las llaves de la ciudad a Fernando de Aragón (la reina Isabel la Católica tampoco estuvo presente). Por tanto, Boabdil y su madre no habrían caminado juntos por el puerto de Feg Allah huakbar.

El último Suspiro del Moro como inspiración artística

El tema del último lamento de Boabdil, el suspiro del moro, fue redescubierto y bien explotado por literatos desde comienzos del siglo XIX. La mayoría de ellos con tinte romántico, como tocaba en el momento. A partir de la literatura, se le sumaron pintores y escultores, de manera que el tema pervivió hasta el primer tercio de siglo XX, cuando también se le incorporaron los músicos y los autores de teatro. Ahora parece que también se le va a sumar el cine de la mano de Antonio Banderas. Hace pocos años tuvo gran éxito la serie Isabel de TVE, donde se trató el tema de la salida de Boabdil.



Álex Martínez en el papel de Rey Chico en la serie Isabel (TVE) y Alicia Borrachero como Aixa.

El primero en hablar del asunto desde un punto de vista literario/guía viajera fue el padre Juan de Echevarría en sus Paseos por Granada, publicados entre 1764 y 1768. No obstante, los primeros escritores que trataron el tema profusamente fueron extranjeros. Telesforo Trueba y Cossío publicó la leyenda del Suspiro del Moro en inglés, en 1830, en una historia de España para británicos. Trueba era gallego, pero su padre le había enviado a formarse a Londres desde muy joven. Comenzaba a darse como verídica una leyenda; la bola iba a ser imparable.

Washington Irving habla del  tema del Suspiro del Moro en sus Cuentos de la Alhambra. Debió descubrirlo leyendo los libros de Guevara o Jorquera en la biblioteca de la Universidad, donde pasó mucho tiempo durante su estancia en Granada. Irving fue un precursor de la nueva novela americana y especialista en literatura fantástica. En 1833 dejó escrito lo siguiente: “Mira ahora hacia el Sur, al pie de dichas montañas, una línea de colinas áridas por las que camina pausadamente una larga recua de mulas. Allí se representó la escena última de la dominación musulmana. Desde la cima de una de esas colinas, el infortunado Boabdil lanzó su postrera mirada sobre Granada y le dio rienda suelta a la angustia de su corazón. Es el Suspiro del Moro, lugar famoso en cuentos y leyendas”.



Ilustración del pintor Aristo Téllez, en la revista La Esfera (1928) para ilustrar el relato de Pedro Antonio de Alarcón (Curisamente, la comitiva asciende por el Cerro del Oro).

El romanticismo se adueñó del drama de Boabdil. El último rey musulmán de Granada ya había dejado de ser visto como el enemigo peligroso de los siglos anteriores y se convertía en un personaje simpático, perdedor, necesitado de defensores de su memoria y su mala suerte. Se sucedió a partir de entonces una cascada de escritores que centraron en él sus novelas y sus poemas. Chateaubriand (1826) en Les aventures du dernier Abencerraje aborda la cuestión, tras haberlo estudiado en su viaje a Granada en 1807; Theofile Gautier, en su Viaje, le dedica otro poema; Heinrich Heine, en su Romacero (1851), amplía el tema del Suspiro del Moro hasta poner en boca de su amada Moraima palabras de consuelo frente a los reproches de su madre Aixa.



Ilustración de la novela de Manuel Fernández y González Los monfíes de las Alpujarras (1859), donde Aixa reprende a su hijo por haber entregado el Reino.

A los extranjeros les siguieron las guías de Granada de Miguel Lafuente Alcántara y Juan Ruiz del Cerro (1848). Las tres novelas alhambreñas de Manuel Fernández y González (entre 1849 y 1860). Hasta llegar al accitano Pedro Antonio de Alarcón y su canto épico Suspiro del Moro (1867). Pero sin duda fue José Zorrilla, el poeta nacional coronado en Granada, quien había popularizado más el tema del llanto de Boabdil en el Suspiro del Moro. Zorrilla supo sacar partido al tema morisco a base de manejar la compasión y el desdén con el deseo de reconquistar el paraíso granadino. Tocó en innumerables ocasiones las historias orientales, como él definía la temática alhambrista. Con sus cinco libros bajo el epígrafe Al-Hamar, el nazarita (1857), contribuyó en mucho a divulgar poéticamente el tema del Suspiro del Moro.

El último del Suspiro del Moro lo trató incluso el presidente de la I República Emilio Castelar, ya en su posterior faceta como literato (1885). Un libraco impresionante.

Los músicos no iban a ser menos. En 1894, el compositor Ramón Nogueras Bahamonde (un valenciano-granadino casi olvidado) orquestó un poema sinfónico titulado El Suspiro del Moro, que fue estrenado en las fiestas musicales del Palacio de Carlos V al año siguiente, por la orquesta de la Sociedad de Conciertos. Ya en el siglo XX, la orquesta argentina Carabelli Jazz Band grabó un disco con el mismo nombre.

Y el literato almeriense Francisco Villaespesa Martín no se quedó atrás: compuso un poema y una obra de teatro con el nombre de Suspiro del Moro. La obra fue representada en Granada por su propia compañía, en el Teatro Isabel la Católica, 18 de noviembre de 1915, con música de Ángel Barros. Permaneció en carteles de los teatros madrileños durante más de cinco años.

Eclosión “suspirista” en la pintura

Quizás fuese Zorrilla quien más influyera en los pintores para que escogieran interpretar en sus cuadros el tema del Suspiro del Moro. La segunda mitad del siglo XIX, entre estilos realista y modernista, se sucedieron infinidad de cuadros sobre este tema. Se vendían litografías de autores menores en las librerías; los libros de Historia y novelas de moriscos se llenaron de ilustraciones con el Suspiro del Moro. No hubo gran pintor costumbrista de la época que no se decidiera por abordar el tema; incluso la Monarquía del momento y el Senado encargaron sus respectivos cuadros del Suspiro del Moro. La calcografía nacional preparó un tapiz.

A continuación he rescatado algunas de las mejores pinturas que llevan el título de Suspiro del Moro (No van colocadas por orden cronológico):

Francisco Pradilla (1879-1892). Es sin duda la representación pictórica más fiel con el paisaje y el vestuario, ya que Pradilla estuvo varios meses en Granada tomando apuntes para realizar dos magnas pinturas sobre el tema de Boabdil: La Entrega de Granada y El Suspiro del Moro. En el otoño de 1879 se desplazó hasta la zona del puerto del Manar, que era el antiguo camino de la Alpujarra, guiado por el filántropo Valentín Berrecheguren. Ambos se llevaron sus caballetes y esbozaron unas líneas para definir el paisaje. Aquel primer esbozo es el que utilizó Pradilla varios años después en Roma para ultimar su composición. Si en el cuadro de la Entrega el destronado Boabdil monta un caballo árabe de pelo negro, en este caso ya ha sido sustituido por un ejemplar blanco. Boabdil se ha apeado de la montura y mira la ciudad a lo lejos, perfectamente marcada tal como era hace siglo y medio. A la izquierda esbozó una larga fila de fieles y sirvientes que le siguen al exilio alpujarreño.

Esta obra tiene unas dimensiones de 1,95 por 3.02 metros. En el pedrusco del ángulo inferior  lleva la inscripción “Suspiro del moro”. Pertenece a una colección particular.

Manuel Gómez-Moreno González (1880). El erudito granadino siguió la crónica de Hernando del Pulgar a la hora de interpretar su óleo sobre la entrega de Granada. El cronista que vivió los momentos de las negociaciones entre cristianos y nazaritas para ceder el Reino ubicó el “suspiro de Boabdil” en el Salón de Embajadores. En esta sala, la reina madre Aixa habría acercado a su hijo al balcón para que contemplara Granada; lo habría hecho nada más comunicarle que las Capitulaciones recién firmadas les obligaban a abandonar la Alhambra y la ciudad. Entre suspiros y sollozos del último rey nazarita, Aixa le acusó de ser el único rey de su dinastía que no moría en Granada y entregaba la obra de toda una dinastía de reyes, precisamente por no haber sabido luchar como hombre. Ahora no debía sollozar como mujer.

El cuadro nos presenta el momento en que la comitiva real está cargando su equipaje en las mulas para iniciar el exilio.

Esta obra está depositada en el Museo de Bellas Artes de Granada.

Mariano Bertuchi (1945). El pintor nacido en el Realejo y emigrado a Tetuán (donde pintó este cuadro) debía llevar muchos años sin ver Granada y reprodujo el paisaje según el recuerdo de  su memoria, ya que fue impreciso en los detalles paisajísticos. Eligió el tema a partir de las crónicas que aseguran la salida en solitario tras entregar las llaves, pues el grueso de la comitiva nazarita ya se habría adelantado; no obstante, subiendo la cuesta (bajo la cola del caballo) se advierte una recua de mulas cargadas, como si él se hubiese adelantado al montículo donde hoy está el restaurante. Cabizbajo, Boabdil al fin se atreve a pararse en el último punto desde donde se divisa Granada para mirar lo que ha perdido. Él es el único protagonista y quizás también culpable del ocaso del Reino Nazarita; por eso Bertuchi eligió con mucho tino el atardecer poético para ensalzar la caída del sol y compararla con el final de su reinado. Es el Suspiro del Moro que quizás trasmita mayor melancolía.

El óleo mide 123x100. Está en una colección particular.



Ruiz Morales (1889). Manuel Ruiz-Sanchez Morales fue un pintor bastetano becado por la Diputación para estudiar en Roma. En 1889 también se sumó a la moda de pintar grandes escenas del final del reino moro de Granada. Muestra la cabeza de la comitiva real, con Boabdil y sus mujeres al frente, parados en la divisoria de la Vega con el Valle de Lecrín. Uno de sus amigos le señala con la mano la ciudad de Granada al fondo. Las mujeres lloran, Boabdil ni mira, se mantiene cabizbajo; solamente su caballo Bebedor de viento parece fijarse en lo que dejan atrás. Por el tipo de paisaje elegido, se asemeja más al puerto del Manar que al camino de la Costa posterior. Esta pintura estuvo expuesta en un comercio céntrico de Madrid (almacén Ruiz de Velasco), donde recibió innumerables alabanzas de público y crítica.

Las figuras del enorme cuadro también son de tamaño natural. La reproducción en blanco y negro de abajo es un grabado incluido en el libro The children’s study: Spain (1899).

Alfred Dehodencq (1869). Este cuadro se titula El último adiós de Boabdil a Granada. Su autor nació en París, pero a partir de 1849 se desplazó a Madrid, Sevilla, Cádiz y Marruecos. Fue subyugado por la pintura orientalista y, especialmente, por el estilo de Velázquez. Se nota claramente la inspiración de este óleo en el retrato del Conde-Duque de Olivares. Dehodencq se casó con una gaditana y residió varios años en Cádiz. No obstante, no consta que se desplazara a Granada para tomar apuntes del paisaje, pues Boabdil y su escudero caminan hacia una montaña imprecisa con un fondo nevado; parecen más regresar que partir. Su estilo todavía no anunciaba el modernismo e impresionismo que ya se vislumbraba en otros autores de su época. Este pintor trabajó en Sevilla para el Duque de Montpensier; regresó a París en 1863. El cuadro tiene el mérito de haber sido una de las primeras interpretaciones extranjeras del Suspiro del Moro. Lo pintó en 1869. Fue premiado en los salones de pintura de París y Múnich de aquel año.

Actualmente está depositado en el Musée d’Orsay de Francia. Mide 3,77 x 2,75.

Marcelino de Unzueta (1885). Este pintor zaragozano era conocido de Pradilla. Decidió sumarse al tema del destierro de Boabdil tan de moda en el último tercio del siglo XIX. Pero queda de manifiesto que nunca visitó Granada ni se documentó profundamente sobre el tema: el paisaje es africano y la tipología de sus personajes marcadamente sahelianos. En este caso, el caballo de Boabdil sí se trata de Bebedor de viento, ricamente enjaezado. A su lado anda un escudero que porta su espada de gala (el hombre no debía temerle al frío, a pesar de ser primeros de enero). Unzueta eligió a un Boabdil bereber serio, ya descendiendo hacia Lecrín, sin querer volver la vista atrás (aunque ya no se divisa Granada). No se aprecian mujeres en la cabeza de la comitiva. Utilizó tonos oscuros, tristes, sólo aliviados por los adornos de la montura.

Este cuadro mide 91x73. Pertenece al Museo de Zaragoza.

Joaquín Espalter y Rull (1854). Fue pintor de cámara de la reina María Cristina, esposa de Fernando VII y madre de Isabel II. Por encargo Francisco de Asís, rey consorte, Espalter interpretó la salida romántica de Boabdil y su familia camino de la Alpujarra. Fue uno de los primeros en hacerlo, con una ciudad idealizada al fondo. El Rey Chico es el centro del cuadro, montando un caballo blanco andaluz, discute con su madre y señala hacia la ciudad que abandonan. Espalter debió desplazarse a Granada, a una zona por encima de Otura, desde donde tomó apuntes, ya que el paisaje es bastante parecido con el real, así como la vestimenta  y espada que cuelga. El cuadro pertenece al Patrimonio Nacional; en la actualidad se puede ver en la Antecámara del Rey, Palacio de Aranjuez. La obra estuvo presente en la Exposición Universal de París de 1855. Mide 2,18x3,15 metros. Foto cedida por cortesía del Real Sitio.

Benito Soriano Murillo (1854). Mide 1,31 por 2,34 metros. Benito Soriano interpretó la escena con un abigarrado grupo de animales y  personas que gesticulan y lamentan la pérdida de Granada; está bien documentado en cuanto a ropajes y personas (mezcla árabes y norteafricanos; también incluye la auténtica bandera Nazarita). Al fondo, demasiado cerca, se encuentra la Alhambra; fijó la escena como si hubiese tenido lugar en la loma de los Rebites. Aixa, subida a su caballo, se erige en personaje tan principal como Boabdil. Moraima está sentada abrazando a su hijo devuelto por los Reyes Católicos tras varios años como rehén. El cuadro es propiedad del Museo del Prado (Está depositado en el Museo de Mallorca; ha sido restaurado y se encuentra en buen estado de conservación. No está expuesto). Reproducción fotográfica de J. Joan Tous; cedida por gentileza del Museo de Mallorca.

Litografía de J. Palacios (1888).

Ilustración para un libro de Historia.

Bajorrelieve en terracota del escultor sevillano Antonio Susillo, modelado en 1891, pocos años antes de su suicidio. Presentó a un desgarrado Boabdil, un caballo cansino y una amalgama de bultos humanos que avanzan hacia la desesperación. Es de propiedad particular.

Fray Antonio de Guevara, el “inventor” del Suspiro del Moro

Nació en Treceño (Cantabria), hacia 1481, de familia hidalga de la comarca. Fue enviado a la Corte. Pero no le gustó y adoptó el hábito franciscano en Valladolid. Se enfrascó en el conflicto comunero a favor del Emperador, en 1520; le conocía porque el joven Austria había dormido en casa de sus padres cuando desembarcó en España. En 1521 se enroló al servicio de la Corte, en calidad de predicador. Fue comisionado por Carlos I para informarle de la situación de los moriscos en Valencia y Granada. En 1522 acompañó al rey a su viaje a Inglaterra. Y el 1526 estuvo tres meses en Granada, junto a la Corte. Se cree que él fue el encargado de redactar las condiciones en que debían vivir los moriscos, en una junta que tuvo lugar en la Capilla Real.

Fue nombrado cronista real. Tarea que entonces incluía el trabajo de “cuentacuentos”. En esta tarea coincidió –y compitió agriamente- con el bufón Don Francesillo de Zúñiga; este personaje, de afilada lengua, fue finalmente expulsado a Béjar por el Emperador y colocado como alcaide del crimen; allí fue asesinado en 1532 por encargo de alguno de sus enemigos (nunca se descartó que fray Antonio de Guevara tuviera algo que ver en su muerte).



Retrato de Antonio de Guevara, hecho en Nápoles en 1536, adonde fue acompañando a Carlos V. Por entonces era obispo absentista de Guadix.

El 7 de enero de 1528, el Emperador consiguió que se nombrara al fraile como obispo de Guadix. Pero no visitó esta ciudad hasta un año después, donde encontró su catedral iniciada  su construcción por la parte gótica central. No permaneció mucho tiempo en Guadix, pues casi siempre estuvo de viaje (en Italia con el rey, otro año en Túnez, en Valladolid para imprimir sus obras). Hasta que en 1537 fue destinado como obispo de Mondoñedo, donde falleció en 1545. Fue enterrado en Valladolid.

Escribió diversas obras laudatorias del Emperador, que tuvieron varias traducciones e infinidad de impresiones. Gustaba su estilo fantasioso a los lectores del momento. Fue el escritor español más leído de su tiempo, quizás por su estilo exagerado, ampuloso y desorbitado. Fue un cortesano por excelencia, de donde obtuvo grandes recompensas (se le mantuvo el sueldo de cronista real, a pesar de haber sido sustituido en su ancianidad por Juan Ginés de Sepúlveda). En Guadix no dejó ninguna obra o hecho digno de mención; más bien todo lo contrario: propuso rapar la cabeza a todas las mujeres moriscas y rasparle la alheña de las manos. Los moriscos recurrieron a la Chancillería y le ganaron el pleito: la forma de peinarse y adornarse no tenía nada que ver con la religión, según fallo de los magistrados. Todavía le maldecía Francisco Núñez Muley en su Memorial de 1567 defendiendo las costumbres de los moriscos.











 

 

 

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