Amor repentino a Blas Infante
Este viernes 11 de agosto se cumple el 81º aniversario del asesinato de Blas Infante. Cuando de joven leí sus principales obras o cuando de vez en cuando me asomo al personaje a través de mi añorado Enrique Iniesta, el padre escolapio que siguió como un "fiscal" la vida de Infante, no dejan de sorprenderme, fundamentalmente, dos aspectos de su trayectoria vital: de un lado, su nacionalismo universalista, que en principio podría parecer una contradicción, con su paradigmático "en Andalucía no hay extranjeros" o su no menos célebre "mi nacionalismo, antes que andaluz es humano"; y, de otro, su profunda humanidad. Blas Infante era lo que se dice un buen tipo.
Este andaluz del reino, nacido en el municipio malagueño de Casares, sufría con la situación de los jornaleros andaluces a los que entregó su vida. "Yo tengo clavada en mi conciencia,–escribe en El Ideal Andaluz– desde mi infancia, la visión sombría del jornalero. Yo le he visto pasear su hambre por las calles del pueblo..." Jamás abandonaría su lucha por mejorar las condiciones de vida de los jornaleros, por encima incluso de su cara más puramente política y su intento de hacer un partido de corte andalucista, a pesar de saber, como llega a reconocer en algunos de sus manuscritos, que ir "abrazados al jornalero, que es ir abrazados a Andalucía" podría tener un recorrido limitado. Su humanidad también se destapa en el episodio con Dimas, ese pequeño zorro al que rescata de una muerte segura cuando estaba destinado en Cantillana y que le inspira sus Cuentos de Animales o su Diez Mandamiento a Favor de los Animales.
El personaje es inmenso, inabarcable y, seguramente, irrepetible. Un señor notario que aprueba la oposición antes incluso de poder ejercerla y que en vez de dedicarse a vivir bien –imagínense un notario en el primer tercio del siglo pasado– se dedica a reconstruir Andalucía, una tierra hecha jirones, para así lograr mejorar las condiciones de vida de todos los andaluces, especialmente los que peor lo pasaban, algo que finalmente le supuso la muerte aquella fatídica madrugada del 10 de agosto de 1936 en el kilómetro 4 de la carretera de Sevilla a Carmona a manos de los fascistas. Han pasado ochenta y un años y ahora, desaparecido el Partido Andalucista, heredero de la Junta Liberalista de Andalucía, muchos –casi todos– se acercan a Blas Infante con inusitado y repentino amor, empezando por la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, que se ha envuelto en la bandera blanca y verde tras su fracasado asalto a la secretaría general del PSOE; el propio Partido Popular con su "andalucismo constitucional" o Ciudadanos, una formación desde cuyas filas no siempre se ha hablado ni bien ni con sinceridad de Infante.
Como granadino y andaluz de conciencia, no criticaría este acercamiento si no viera en él más que simple interés electoral por un espacio político andalucista. Pero, en todo caso, también soy consciente de que la figura de Blas Infante es tan influyente que para triunfar políticamente en nuestra "realidad nacional" es imprescindible respetar su impronta y su legado, honesto y comprometido donde los haya, muy diferente en fondo y formas a otros movimientos nacionalistas. El Padre de la Patria Andaluza, título que solo una minoría de "centrífugos" provincianos cuestiona a pesar de su indiscutible origen democrático, pues se otorga por unanimidad del Parlamento Andaluz, en abril de 1983, sigue siendo hoy día uno de los grandes referentes morales y políticos de la historia reciente de nuestra tierra, que ha sabido resistir una política empeñada en enterrar y distorsionar su memoria; una política que ha reproducido en nuestra comunidad un centralismo insoportable con unas maneras caciquiles más propias de otros tiempos que de este siglo, y ajenas por completo a la idea de Andalucía que defendía Blas Infante, mucho más equilibrada y equilibradora desde todos los puntos de vista, incluido el territorial. Y una política que, de facto, impide el necesario e higiénico relevo democrático en las instituciones para evitar que algunos hagan de la política "una profesión exclusiva y excluyente, como una propiedad" que diría Infante, donde se termine por confundir los intereses de algunos con la realidad.
En fin, ya ven, el acercamiento, muy profundo no puede ser.